Colombia y su economía no competitiva.

Octubre 10 de 2021. Giovanny Cardona Montoya

 

Desde finales de la década de 1980,  en la llamada Sociedad del Conocimiento han proliferado las TIC y las redes; el transporte de personas y mercancías se ha modernizado y masificado; la caída del Muro de Berlín trajo consigo la conexión de Europa del Este al circuito económico global; la ventaja competitiva ha hecho surgir a economías emergentes como Brasil, Chile, Corea, Taiwán, Singapur o China; el sector terciario de la economía ha venido desplazando a la industria manufacturera en el PIB mundial y los mercados globales han bajado sus barreras, especialmente en lo referente al movimiento de capitales y al comercio de bienes manufacturados.

En este contexto, desde la década de 1990, Colombia abandonó el modelo proteccionista y se embarcó en una Apertura Económica. Con este cambio se esperaba una marcada modernización del aparato productivo, una mayor inserción en los mercados globales con participación de exportaciones con valor agregado y, en consecuencia, un incremento de los niveles de bienestar de la población. Como Visión, Colombia en 2005 estableció 3 metas para el año 2032: 1.) Ser la tercera economía más competitiva de LatAm -con exportaciones con valor agregado-; 2.) Una estructura económica menos informal y; 3.) Un ingreso per cápita de nivel de renta media-alta. Pero, los resultados después de 15 años han sido ambivalentes.

A pesar de la relativa estabilidad macroeconómica, el Consejo Nacional de Competitividad -CNC- ha señalado, a través de sus informes anuales, que no hay muchos logros en el proceso de modernización del aparato productivo. Según los datos del Foro Económico Mundial ( 2017), Colombia se mantiene por encima del puesto 60 del Índice Global de Competitividad, por detrás de vecinos como Chile, Panamá, México y Costa Rica y muy cerca de Perú. La explicación de este rezago se da por problemas estructurales en infraestructura, ciencia, tecnología, educación, innovación, salud y empleo formal.

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Según el CNC, la mayoría de los estudiantes colombianos que presentan las pruebas Pisa están por debajo del nivel dos (2) en ciencias y matemáticas, que corresponde al nivel mínimo. En lectura, llegan a este nivel casi el 50%; mientras, en los niveles altos -4, 5 y 6- no se halla ni el 10% de nuestros estudiantes. Este dato es fundamental si se tiene en cuenta que la comprensión lecto-escritora, la lógica y el pensamiento matemático, al igual que el conocimiento y el método de las ciencias se consideran fundamentales para desarrollar el pensamiento crítico y analítico, para la argumentación y para la innovación.

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El CONPES 3674 señala la importancia de una estrategia integrada de gestión de capital humano, lo cual puede implicar, entre otros, fortalecer el perfil de los docentes escolares. El tema de la educación es crítico si se le vincula con su la productividad de los trabajadores en el proceso productivo. Según CNC en todos los sectores (agrícola, manufacturero, servicios y comercio) se presenta una gran brecha entre la productividad promedio de los trabajadores y la mediana. O sea, la mediana muestra que la productividad más recurrente es baja, lo que señala una diferencia en el desempeño de algunas empresas modernas con personal cualificado y procesos organizados, con respecto a la mayoría, Mipymes, ineficientes y de baja productividad.

 

Otra evidencia de este rezago es la falta de inversión en ciencia y tecnología. Mientras los países que nos preceden en el Índice Global de Competitividad (IGC) invierten más del 1% del PIB en I+D+i, Colombia es renuente a reorientar sus recursos de cara a la sofisticación de la producción de bienes y servicios. Según IMD (2017), Corea dedica a I+D+i casi 4% de su PIB, mientras Portugal destina 1.6%. España y Brasil invirten alrededor de 1.5% de su PIB, mientras Colombia apenas rodea el 0.25%. En síntesis, los países que nos preceden en competitividad son aquellos que invierten en educación y en investigación y desarrollo.

Otro indicador que pesa en nuestra baja competitividad es el referente a transporte y logística. Según el ÍGC, Colombia permanece en los últimos años alrededor del puesto 65 con un índice de 2.9, muy por debajo de pares como Chile, Perú, Brasil o México. Según el CNC, los problemas no sólo se asocian con la infraestructura, sino que hay serias debilidades en materia de gestión logística en las empresas.

Otra característica de las condiciones de competitividad que envuelven a las empresas colombianas es la que tiene que ver con el ambiente de competencia. Según el ÍGC, hay una percepción baja de que en Colombia funcione de manera efectiva la ley antimonopolio. Aunque la participación de la Mipyme es importante, la concentración del capital es significativa y se percibe como una tendencia que reduce la competitividad, especialmente en las industrias de la esfera de servicios: transporte aéreo nacional, banca, comercio al detal, medios informativos y de entretenimiento, entre otros.

Todos estos indicadores que señalan un rezago absoluto y relativo en materia de innovación y productividad de las industrias colombianas se evidencian en el deterioro de nuestro desempeño exportador. Según el CNC, se ha venido dando un proceso de reducción de la sofisticación de la oferta de bienes que Colombia vende en el exterior. Entre 2007 y 2013 la participación de los bienes primarios en la oferta exportadora colombiana creció en un 40%, llegando a representar el 66% en el total de ventas al exterior. En cambio, las exportaciones de complejidad tecnológica alta y media, que otrora representaban el 20% del total, apenas alcanzan el 10% en la actualidad. Colombia ha pasado de ser un proveedor de agroindustria a un exportador de minería de hidrocarburos. Según datos de la DIAN, antes de la caída de los precios de los combustibles del 2014 (DANE, 2017), el petróleo y el carbón eran responsables del 70% del total de exportaciones al exterior.

La crisis iniciada en el tercer trimestre de 2014, derivada de la caída en los precios mundiales de commodities, particularmente hidrocarburos, es una clara evidencia de la necesidad de tener un aparato productivo más diversificado y con mayor valor agregado. En 2015, los ingresos por exportaciones de petróleo se derrumbaron en un 50%, o sea, un 25% de la totalidad de las importaciones. Adicionalmente, los hidrocarburos golpearon las finanzas públicas, ya que representan el 16%, y además afectó la entrada de inversión extranjera directa, especialmente direccionada a la minería.

En el largo plazo, nuestros empresarios tienen una gran oportunidad, ya que la diversificación y sofisticación de la producción es un reto en ciernes; adicionalmente, hay enormes posibilidades alrededor del aprovechamiento de las tierras no cultivadas (la mayor parte de las tierras aptas para la agricultura están dedicadas a la ganadería), la biodiversidad y el desarrollo de biocombustibles de segunda y de tercera generación (desechos y micro algas).

En consecuencia, reactivar el sector manufacturero, particularmente la agroindustria, al igual que la producción agrícola y ganadera, será de uno de los principales retos de los empresarios colombianos. Las necesidades de infraestructura y las potencialidades que ofrece un entorno cada vez más exigente en materia de preservación del agua, de los bosques y de la calidad del aire, abren un espacio importante para los negocios. Colombia tiene una biodiversidad preponderante a nivel global y posee tierras cultivables que pueden ser utilizadas en el desarrollo de agricultura orgánica y en la producción de biocombustibles de segunda generación, principalmente.

La economía mundial ahora es un entorno complejo con unos niveles de especialización muy profundos (Cadenas Globales de Valor). Para insertarse en dichas cadenas será necesario trabajar en la innovación de valor y en estrategias de internacionalización; los empresarios deberán fortalecer las redes y alianzas estratégicas con proveedores y asociaciones de consumidores e invertir en recurso humano cualificado y en tecnología avanzada.

Aprovechar estas oportunidades de mercado implica revisar los modelos de gestión de las empresas, lo que exige:
– Fortalecer las competencias gerenciales que le den una visión más completa del negocio, basada en el talento humano;
– Formalización del empleo y consolidación de modelos de gestión de talento humano que estimulen nuevas estructuras oorganizacionales en las que quepa el trabajo en equipo, teletrabajo y trabajo en redes;

– Consolidación de estrategias de largo plazo, fundamentadas en gestión del conocimiento con fines de innovación;
– Gestión de cadenas productivas, esto es, trabajar bajo el esquema de “visión compartida” entre las empresas que integran la cadena;
– Centrarse en la innovación y en las estrategias de diferenciación -foco o  atributos- para no depender de los vaivenes de las tasas de cambio o de los aranceles. La estrategia debe buscar un posicionamiento en el imaginario de los clientes a partir de la agregación de valor.
– Consolidar las empresas familiares para que trasciendan en el tiempo y continúen su aporte al desarrollo económico.

El problema de Colciencias no es de presupuesto, es de mentalidad.

Hay suficientes evidencias en el planeta para entender que la competitividad está asociada a la capacidad innovadora de las personas, las empresas y los territorios. Sin embargo, en Colombia parece que no queremos aceptar la tozudez de los hechos.

La evidencia: economías exitosas son aquellas que invierten en educación, ciencia y tecnología.

Si bien no hay garantías de que una patente se pueda convertir en fuente de riqueza, si es evidente que hay una relación directa entre las economías exitosas y el número de patentes que registran anualmente. Por lo tanto, no es sorprendente que el Banco Mundial reseñe que en 2015 China registró cerca de un millón de patentes, Estados Unidos casi 300 mil y Alemania, 47.000. Incluso, los mercados emergentes que vienen ganando participación en los mercados globales, también son líderes en este indicador: Corea, 167.000; Rusia, 27.000; India, 12000; y Brasil, 4600.

 qualcommHace un par de semanas estuve en Qualcomm, una empresa de tecnología de las comunicaciones ubicada en San Diego, California. Esta cuenta con cerca de 30 mil empleados, aunque no manufactura nada, sólo crea, innova, diseña. Sus creaciones las tenemos en muchos de los dispositivos que usamos a diario. Lo que vemos en esta foto es EL MURO DE LAS PATENTES, uno de sus sitios más emblemáticos. No hay que decir más palabras.

Las patentes son sólo una evidencia. Detrás de ellas vienen los recursos destinados a I+D+i, la cantidad de PhD por millón de habitantes, los grupos de investigación, la calidad educativa, etc. Y en esos indicadores, también se destacan las mismas naciones. En 2014, Corea destinó más del 4% del PIB a la investigación y el desarrollo; mientras que Estados Unidos, Austria, Alemania o China dedicaron más del 2%. En cambio Colombia, según el Banco Mundial, apenas destinó el 0,2%; lo que explica que esta nación suramericana apenas tenga 321 patentes en 2015.

¿Qué pasa en Colombia?

En las últimas semanas, las redes sociales han estado invadidas de recriminaciones y manifestaciones de enojo ante la decisión del gobierno Santos de recortar el presupuesto a Colciencias. Pero, como en otros temas relacionados con desarrollo económico y competitividad, parece que siempre nos quedamos en las manifestaciones coyunturales y omitimos la búsqueda de razones estructurales y objetivos de largo plazo.

Con lo anterior no estoy defendiendo la decisión del actual gobierno colombiano; todo lo contrario. Sin embargo, invito a que revisemos el tema desde raíces más profundas y problemas más complejos. Así que voy a exponer algunos elementos críticos de lo que creo se ha convertido un malestar endémico en el Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación que lidera Colciencias.

Lo aparente por encima de la sustancia.

El Estado, a través de sus gobernantes, ha desarrollado políticas inconclusas; de hecho, más que inconclusas, son políticas que parecen buscar un objetivo, pero que por lo frágiles sólo terminan aparentando que lo logran. Así, por ejemplo, con las reformas al sistema de salud, hace ya un cuarto de siglo, se buscaba generar una cobertura universal para la población. La realidad hoy es que todos estamos afiliados a una EPS o al sistema subsidiado, pero la capacidad médica y hospitalaria es muy inferior a las necesidades. En otras palabras, en el papel el derecho a la salud es universal, pero en la práctica no lo es.

Algo semejante ha sucedido con el sistema educativo. Desde la década de 1990 se vienen tomando medidas para ampliar cobertura educativa, supuestamente con calidad y pertinencia. Sin embargo, hay varios baches que permiten cuestionar la calidad de nuestro sistema educativo (además de que la cobertura aún no es universal). Hay suficientes estudios que evidencian que el nivel de formación de los profesores de inglés de las escuelas es inferior al requerido para formar una población bilingüe. Del mismo modo, el Consejo Nacional Privado de Competitividad ha demostrado que los mejores bachilleres no eligen la profesión de maestro; contrario a lo que sucede en Finlandia o Corea. En nuestro país, ser maestro no es prestigioso ni tampoco bien remunerado. En cualquier país, y no sólo por argumentos económicos, los maestros deben ser ejemplo y orgullo social.

Todo lo anterior se traduce en una educación anacrónica, para el siglo XIX, con metodologías tradicionales que desconocen las nuevas realidades del acceso a la información, la posibilidad de generar conocimientos en diferentes escenarios, las particularidades de las nuevas generaciones (millennials y centennials) y los retos del futuro: sociedad del conocimiento para un desarrollo ambiental y socialmente sostenible.

Pero el punto central de mi análisis es que se toman decisiones incompletas o cosméticas. Y esta costumbre no es exclusiva del Estado, también se da en las empresas y se viene arraigando en la sociedad.

El ejemplo más evidente de esta perversidad es el de las certificaciones de calidad. Es un trauma para los empleados cuando en la empresa se habla de que se acerca la fecha de la renovación de la Norma ISO 9000  o cualquier otra. “A llenar papeles”. Dicho malestar evidencia que no hemos logrado interiorizar el valor de la certificación como faro de la gestión de calidad de los procesos de una organización. Todos se certifican, pero pocos viven o respiran el espíritu de la calidad en los procesos.

(Aún recuerdo una vez que asistí a una universidad como Par Evaluador del Ministerio de Educación. A la salida del edificio me abordaron unas estudiantes y me dieron las gracias -con cierto morbo- porque habían pintado el edificio para atender la visita de pares). No se respira la calidad, sólo se cumplen las formalidades.

Pero hay una evidencia que me preocupa más. El Sistema Nacional de Ciencia Tecnología e Innovación ha diseñado un modelo interesante de indicadores para medir la productividad de las instituciones que pertenecen al Sistema, de los grupos de investigación y de los investigadores mismos. Hasta ahí, todo bien. Hay investigadores e instituciones cuyo prestigio se fundamenta en hallazgos relevantes que se traducen en verdaderas soluciones para la economía o la sociedad.

Sin embargo, se viene diseminando una costumbre perversa: hacer puntos. ¿Qué significa hacer puntos? Es escalar en el Sistema de CTeI, independiente la pertinencia de mis investigaciones. Un autor, por ejemplo, le pide a sus colegas que cuando escriban un paper, lo citen, para elevar su índice H en Google Scholar; en contraprestación, él los citará en su próxima publicación. Esto es sólo un ejemplo de la mercantilización de la ciencia. Se ha creado un modelo con indicadores de propósitos loables, complementado con esquemas de bonificación bienintencionados. Sin embargo, éste está siendo aprovechado con un falso espíritu meritocrático ajeno a los objetivos originarios.

Hace poco un colega, Hugo Macías Cardona, hacía una reflexión a partir de sus hallazgos al revisar  artículos de autores colombianos que llegaban a revistas denominadas “de alto impacto” pero que no estaban siendo citados; o sea, no eran parte de la supuesta discusión en la frontera del conocimiento. Autores que aprenden las reglas de juego de esas revistas para lograr “colar” sus papers sin propósitos claros desde la perspectiva de su pertinencia o nivel de impacto.

Nuevamente, estamos ante el problema de la apariencia por encima de la esencia. No desconozco que es preocupante que se reduzcan los recursos para Colciencias, pero debemos tomarnos más en serio este tema de la educación para el postconflicto y de la investigación y el desarrollo para la innovación y la competitidad. Hoy tenemos más magisters y más PhD, pero el sistema educativo no avanza, el sistema de salud está en crisis y la competitividad de nuestras empresas está estancada. Como lo he reiterado muchas veces en La Caja Registradora, hoy agregamos mucho menos valor a nuestras exportaciones que hace un cuarto de siglo. ¿Entonces, de qué investigación estamos hablando?

Mientras los intereses individuales no se conecten con los de la sociedad; y mientras el éxito inmediato sea más valorado que el esfuerzo por construir futuro, estaremos condenados a ver “universidades acreditadas”, “empresas certificadas”, “investigadores senior” y “grupos de investigación categoría A”, pero en un país que no sale del subdesarrollo y que parece condenado a un oscuro futuro.

Bajos precios del petróleo: ¡a industrializarnos!

Preámbulo:

El año 2014 ha sido nefasto para la industria petrolera. El barril, en los mercados mundiales ha bajado aproximadamente 50%. Hay diferentes razones objetivas para esta situación: la desaceleración de la economía china, el estancamiento de Europa y Japón y el aumento en el autoabastecimiento de economías como la norteamericana.Adicionalmente, el incremento en las reservas mundiales por la exploración de pozos no convencionales y la negativa de la OPEP a reducir la producción, allanaron el camino para la caída en picada de los precios del crudo.

La situación ha puesto en alerta a empresarios y autoridades económicas. ¿Por qué la preocupación?, porque, en palabras de Minhacienda, el petróleo representa el 50% de las exportaciones, el 16% de las finanzas públicas y el 5% del PIB.

Colombia; ¿país petrolero?

El Consejo Privado de Competitividad prende las alarmas desde hace varios años: Colombia ha venido dessofisticando sus exportaciones. En 2001, los bienes primarios representaban el 62% de nuestras exportaciones, mientras que en 2012, este indicador llegó al 83%. En el mismo lapso de tiempo, las manufacturas de mediana y alta intensidad tecnológica pasaron de representar el 22% al 10%.

La situación de esta economía es contraria al dinamismo de los mercados emergentes y nuevas naciones industrializadas. No sólo Corea, Turquía o Malasia evidencian un acelerado proceso de industrialización. Incluso, República Dominicana o México han incrementado sus exportaciones manufactureras y han reducido la dependencia de los commodities.

Ahora, no todos los países tenemos que dedicarnos a lo mismo. Algunas naciones son más fuertes en materia de agricultura y otras tienen reservas de petróleo. Somos un sistema, la interdependencia es una realidad. Sin embargo, hay dos razones de peso para no alentar a Colombia como país exportador de commodities.

La primera y más simple es que este país no tiene grandes reservas de petróleo. No podemos fincar nuestras esperanzas en un recuros escazo. Según la ANH, tenemos reservas confirmadas para 6.6 años y, además, no se puede olvidar que hay 10 países que son dueños del 85% de las reservas mundiales.

La segunda es más prospectiva: la producción de riqueza y la distribución de riqueza se hace mayor y más justa en economías que agregan valor a sus mercancías. Mientras una libra de café se vende en Nueva York a USD 2,0, Starbucks vende decenas de tazas de café, extraídas de la misma libra, a USD 4,0 cada taza. La situación con el petróleo no es diferente: el precio del crudo ha bajado más del 50%, pero en ningún lugar del mundo la gasolina y otros derivados del petroleo han bajado de precio de manera significativa.

El mercado mundial crece, en tanto aumenta la participación de las manufacturas en éste. Los productos con valor agregado representan una cuarta parte del comercio mundial, y son la fuente de riqueza de los países industrializados y de los más exitosos mercados emergentes.

En otras palabras, la asociación entre educación de calidad, investigación, desarrollo tecnológico, innovación y riqueza es directamente proporcional; a más valor agregado mayores posibilidades de generar riqueza y de distribuir la misma. Cuando una economía se especializa en productos de alto nivel de complejidad tecnológica, su éxito depende de la mano de obra educada, creativa e ingeniosa, por ende bien remunerada.

Para cerrar:

Si no tenemos reservas de petróleo para largo tiempo, si los precios mundiales se ven inestables, si las inversiones en exploraciones de hidrocarburos van a caer, al igual que la inversión extranjera para el sector, es necesario que revisemos nuestra agenda y pensemos en el largo plazo.

Países como Colombia, con una de las mayores biodiversidades del mundo, con potencial agrícola y para la producción de biocombustibles, con mucha población joven y adulta, con una importante extensión territorial y una ubicación geográfica privilegiada, tiene grandes posibilidades para ser exitoso en los mercados globales. Hay que dar el siguiente paso: decidirse por la educación de alta calidad, la ciencia, la tecnología, la innovación y la agroindustria.

La locomotora de la minería no puede ser el fin, sino un medio. Los excedentes de esta industria deben dirigirse hacia la labor científica, la educación, la agroindustria y otros ramos necesarios de desarrollar, si queremos salir del círculo vicioso del subdesarrollo en el que permanecemos desde hace un siglo.

 

 

 

Starbucks y las Cadenas Globales de Valor.

La llegada de Starbucks a Colombia ha generado fuertes reacciones en las redes sociales. Particularmente es evidente la preocupación que manifiestan muchos compatriotas al ver a esta cadena multinacional como una especie de enemigo del café colombiano. Algunos otros se han expresado por un problema tal vez más evidente: que la llegada de esta empresa ratifica nuestra condición de país productor de commodities e importador de bienes procesados.

Sobre el tema es pertinente hacer varias precisiones:

1. Starbucks no es la causa, pero sí es evidencia de que somos un país que se estanca como proveedor de materias primas a empresas que agregan valor y se quedan con las mayores utilidades de esta economía global. Con sus 5000 tiendas en el mundo, esta empresa ha diseñado un concepto de negocio que gira alrededor de la bebida que se elabora con nuestro grano. De hecho, Starbucks ha sido un gran comprador de café suave colombiano para elaborar sus productos en todo el mundo.

Ahora, el Consejo Nacional Privado de Competitividad ha llamado la atención sobre la “dessofisticación” de nuestra oferta exportadora. Hace un cuarto de siglo exportábamos el doble de manufacturas que hoy. Evidentemente estamos en retroceso, tal y como lo muestra el siguiente cuadro de exportaciones colombianas al mundo y por regiones, durante más de tres décadas:

Según datos de Buitrago y Garay, década tras década, nuestras exportaciones dependen más de los hidrocarburos que de las manufacturas o, inclusive, los bienes agropecuarios. Sólo algunos mercados andinos han sido importantes para venderles manufacturas y alimentos made in Colombia. Europa Occidental y Estados Unidos nos aprecian por el petróleo, el carbón, el café, las flores y los bananos.

2. El problema no es que llegue Starbucks; de hecho es una empresa que generará nuevos empleos y que consumirá más café colombiano. El problema es que el país no está tomando decisiones agresivas para fortalecer la capacidad creativa, productiva e innovadora de su sociedad. Como se ha reiterado en este mismo espacio, nuestros avances en materia educativa son lentos. Ni qué decir en materia de investigación, desarrollo, innovación y emprendimiento.

En días pasados se armó un escándalo nacional por una supuesta reducción de recursos a Colciencias. Pero, con o sin reducción, el país no avanza. El uso de las regalías se ha politizado y Colciencias es un monstruo sin dientes; a la vez que el resto de la comunidad de investigadores nos hemos convertido en generadores de “puntos” para que Colciencias nos suba en su escalafón.

El país no avanza en materia de patentes, la formación en matemáticas, ciencias naturales e idiomas es débil. Pero no se toman decisiones de largo plazo, sólo se aplican paños de agua tibia.

Se requieren políticas de Estado para cambiar el rumbo, las universidades deben focalizarse en los problemas de desarrollo del país, los preescolares y la primaria deben priorizar las competencias relacionadas con la cotidianidad de las personas y con el espíritu crítico y analítico de nuestros niños, y las empresas deben crear condiciones para una gestión del conocimiento coherente con su visión y las tendencias del mundo.

3. Por último, la división internacional del trabajo se ha transformado en cadenas globales de valor en las cuales las empresas NO HACEN PRODUCTOS, sino que HACEN TAREAS. La profundización de esta división internacional del trabajo es una realidad que debemos comprender y aceptar, sin ello, no podremos convertirnos en eslabones que generen mayor valor agregado. La integración inter-empresarial es el mayor potencial de generación de valor agregado.

No es pecado tener tierras tan fértiles, ni caficultores tan laboriosos como los que tenemos; pero debemos conectarnos a la Cadena Global del Café para obtener mayores beneficios de nuestro trabajo. Participar en la producción  de bebidas especiales, de cafeina, de repostería, de confitería, etc., etc. Juan Valdez va por el camino correcto.

Pero en esa misma dirección deben entrar los bananeros, los floricultores, los textileros y confeccionistas, etc., etc., etc.

La división internacional del trabajo es una realidad y si no fortalecemos nuestro talento humano podremos quedar por fuera de la elaboración de productos tan elementales como el siguiente: http://chain.net/photo/today-s-globalized-toy?overrideMobileRedirect=1#.U8sObLEuLXA

La elaboración de un juguete de peluche requiere del concurso de 12 fábricas ubicadas en seis países diferentes. Cada una de ellas, realiza una tarea particular, sin la cual no se logra el producto final.

 

 

 

 

 

¡A crear el Cartel de los Caficultores!

Autor: Giovanny Cardona Montoya

Esta última semana de noviembre de 2013, El Colombiano reseñó que Roberio Oliveira Silva, Director Ejecutivo de la Organización Internacional del Café, OIC, está vislumbrando la posibilidad de un nuevo Pacto Cafetero.

Sin embargo, no se trata de un acuerdo como los de vieja data -aquellos que rigieron el mercado entre la década de 1960 y el año 1989. No, el señor Oliveira hace referencia a un acuerdo entre países productores y las grandes firmas torrefactoras que procesan y comercializan la bebida en el mundo: Jacobs, Nestlé, PyG, entre otros.

¿Por qué puede ser viable y qué tan pertinente puede ser una decisión de esta envergadura? Para comprender este tema, es necesario conocer las particularidades del mercado mundial cafetero.

El mercado mundial del grano se caracteriza por una crónica sobreoferta: muchos países produciendo café, lo que genera excedentes que deben ser almacenados, generando altos costos financieros por el inventario de mercancía. De igual manera, la oferta del grano se halla dispersa por el mundo con una participación importante de naciones centroamericanas, africanas, asiáticas, Brasil y Colombia. En cambio la demanda del grano es oligopsónica, o sea, un pequeño grupo de multinacionales demanda la mayor parte del café verde que se comercializa en el mundo.

Adicionalmente, las multinacionales, a lo largo del siglo XX guiaron al consumidor final hacia las mezclas de granos, evitando que éstos prefieran el café de un país en particular. Ello menguó siempre la capacidad de negociación de los paises cultivadores. Por último, se distingue la existencia de diversas variedades de café, las cuales son reconocidas en el mercado mayorista: robustas y arábica son los más relevantes, teniendo la última una prima especial en el mercado, y siendo las robustas el grano de menor valor.

Desde la década de 1960 se firmaron pactos entre países productores y naciones consumidoras del grano. Con ello, los caficultores aseguraban unas cuotas de exportación, los importadores tenían un tranquilo abastecimiento, y el mercado se caracterizaba por tener precios sin mayores sobresaltos: si la cosecha caía, los productores liberaban sus inventarios, y si había una bonanza de producción, los stock se incrementaban.

Este tipo de acuerdos se rompe en 1989 y desde dicho año el mercado mundial del café se mueve al vaivén de la libre oferta y demanda. La mayor consecuencia de este hecho fue la caida en los precios mundiales del grano. Durante dos décadas, los cafeteros colombianos apenas han logrado sobrevivir a un mercado que no paga un precio justo por la mercancía que ofrecen. Los efectos han sido varios: reducción de frontera agrícola cafetera en países con grano de mayor valor y aparición de grandes competidores con cafés más baratos: Vietnám e Indonesia, principalmente. Igualmente, hay que reconocer como un hecho positivo el lento auge de algunos negocios más sofisticados relacionados con el café gourmet y productos con valor agregado en los países productores: tiendas Juan Valdez, confitería, repostería, artesanías, agroturismo, etc.

¿Qué puede explicar que las firmas multinacionales dueñas del gran mercado del grano estén dispuestas a firmar acuerdos que beneficien a los países productores? La primera hipótesis que se me ocurre es que “el mercado lo equilibra todo“. Después de comprar el grano a precios cercanos a sus costos de producción durante un cuarto de siglo, es muy probable que el mercado les esté enviando señales prospectivas: escasez absoluta de ciertas variedades en el mediano plazo -por la reducción de la frontera agrícola- e inminente crecimiento de las industrias nacionales de los países productores con variedades gourmet y nuevas marcas en los mercados.

En otras palabras, las grandes multinacionales pueden estar leyendo el futuro, el cual les depararía escasez de materia prima y aumento de la competencia de nuevas marcas y de granos especiales posicionados en los consumidores finales.

Habría que hacer estudios pero seguramente los bajos precios han hecho que los productores de suaves colombianos y otras variedades de arábica no renueven cafetales o, incluso, sustituyan cultivos (por cítricos, ganadería, turismo, etc.) y que, a la vez, los emprendedores en el mercado de cafés especiales y con valor agregado ya estén logrando un nivel de madurez que les permita consolidar en el largo plazo su presencia con marcas propias y productos de una sola variedad: suaves colombianos, por ejemplo.

Reflexión final:

El tema del café en Colombia es muy complejo, está relacionado no sólo con los precios internacioinales sino también con la tecnificación del campo, con la distribución de la tierra y con las vías de acceso, entre otros. Pero en el mercado mundial hay un hecho trascendental, el control que las multinacionales han ejercido durante casi un siglo ha menguado la capacidad de los países productores de obtener mejores resultados en la comercialización del grano.

En consecuencia, un nuevo pacto cafetero, en el marco de un contexto diferente al de 1989, puede ser una estrategia que ayude a aliviar los dolores de miles de familias campesinas que apenas logran sobrevivir en una industria históricamente tan importante para nuestro país. Sin embargo, me surge la duda de si deberíamos incursionar en un acuerdo con las multinacionales o es hora de que los países productores reconozcan intereses comunes y lleguen a un acuerdo que genere un CARTEL DE PRODUCTORES, el cual trate de tener una mayor incidencia en la definición del rumbo del mercado internacional cafetero.

El tema queda abierto…

 

 

 

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