Ucrania: ¿Qué quieren Putin y la OTAN? ¿y los ucranianos qué?

Giovanny Cardona Montoya, febrero 20 de 2022.

 

Se ha vuelto moda Ucrania. O, mejor dicho, está de moda preocuparnos por Ucrania. Como lo estuvo Siria: qué ya no lo está, a pesar de que se sigue desangrando en una guerra cruel que tiene mil razones por las que no para. No ha sido moda Libia, país que se diluye en una guerra civil entre tribus. Ya ni cuenta nos damos de lo que pasa en esas guerras…y en otras. El rating se lo lleva Ucrania.

La siguiente reflexión no busca corregir lo que se dice cotidianamente sobre este conflicto. Más bien, me propongo enriquecer el marco de referencia para que la comprensión de los hechos se enfoque en un escenario más amplio y complejo que lo que se destila cotidianamente en los medios de comunicación y redes sociales.

Los medios de comunicación que nos informan en Occidente -seguramente los rusos están viendo otra perspectiva-, ponen el acento en el riesgo de que Putin invada a su vecino occidental -temor que no es infundado-; sin embargo, la situación es mucho más compleja. Esta crisis en la frontera ruso-ucraniana tiene muchas aristas y yo voy a poner el acento en tres de éstas:

1.) Los rusos nunca han conocido la democracia y sus élites promueven una idea de potencia que es muy atractiva para la población;

2.) La OTAN y Rusia siguen siendo rivales geopolíticos a pesar de que la guerra fría terminó hace más de 30 años;

3.) Rusia y Ucrania comparten una  larga historia común.

1.) Rusia apenas conoce lo que es la llamada “democracia liberal”. El imperio ruso sucumbió ante la fuerza de los bolcheviques de Lenin y éstos crearon un modelo político “democrático” -mis comillas no son simbólicas-, en el cual un solo partido gobernaría. Y así lo hizo por más de 70 años. Posteriormente, con la caída de la URSS en 1991, la infantil democracia rusa dio sus primeros pasos.

Sin embargo, desde 1999, con diferentes roles -interino, presidente, primer ministro- Vladimir Putin ha gobernado al país más grande del planeta. La oposición ha sido controlada con mano dura; pero, la verdad sea dicha, a muchos rusos les gusta su “nuevo zar”. Con la reforma constitucional, todo indica que el presidente Putin pretende permanecer en el poder varios lustros más.

Bajo esta realidad de un país que cuenta con una democracia formal pero no real, Putin ha reavivado en muchos de los habitantes del país la idea de la Gran Madre Rusia. El espíritu de que Rusia es una potencia renace o pervive en los corazones de muchos rusos, de ahí que frecuentemente los medios de comunicación dan cuenta de que en grandes grupos de la población se aprueba dicha perspectiva en la política exterior de su gobierno.

Entonces, con un discurso grandilocuente de potencia militar (nuclear para ser más exactos), la élite política rusa, con Putin a la cabeza, demarca las zonas de influencia, especialmente alrededor de sus extensas fronteras en Eurasia, el Pacífico, el mar Negro y el ártico. Con especial interés Moscú vigila territorios ex-soviéticos como Bielorrusia, Kazajistán, Ucrania y Georgia. Por diferentes razones trata de evitar que otras potencias (léase OTAN, principalmente) lleguen a controlar dichos países. Entonces, Putin le echa leña al fuego.

2. A pesar de que el país socialista se disolvió -la URSS- y que en Rusia emergió el capitalismo, la OTAN y este país se comportan como potencias antagónicas. La OTAN y el Pacto de Varsovia surgieron como instrumentos de “diplomacia de guerra” entre Occidente y el comunismo liderado por la Unión Soviética. Sin embargo, ya no hay comunismo en Europa del Este, el Pacto de Varsovia se disolvió, la URSS se desintegró y el capitalismo se expandió por toda Europa Oriental. Aún así, el tratado militar de la OTAN no desapareció; al contrario, se expandió, particularmente hacia el Este de Europa. Qué alguien diga que la OTAN pervive porque le preocupa la democracia, estaría siendo muy cándido.

Así que, la crisis de Ucrania, exacerbada por las últimas acciones de Rusia, es una fogata que se alimenta de muchos leños. Si algo le da fuerza a Putin para desarrollar su política de potencia militar es la expansión de la OTAN. La otrora Unión Soviética tenía a sus enemigos armados en Alemania y Turquía, hoy Rusia ve a su némesis en los países que antes eran sus aliados en el Tratado de Varsovia. En otras palabras, la expansió de la OTAN hacia el Este legitima entre sus electores la estrategia político-militar de Putin. La OTAN le echa leña al fuego.

OTAN vs PACTO DE VARSOVIA

 

 3. Es bien conocido que el origen del pueblo ruso se halla en Ucrania (la kievskaya rus -киевская русь-) a finales del siglo IX; y que ambos territorios (Ucrania y Rusia) son habitados por pueblos eslavos con afinidad lingüística, religiosa y folklórica, entre otros. Adicionalmente, esta afinidad (aunque Rusia es pluricultural en su interior y en Ucrania conviven ortodoxos y católicos) se complementa con la historia socio-económica y política que los unió por más de tres siglos.

Con el Tratado de Pereyáslav, el 18 de enero de 1654 Bogdán Jmelnitsky  -Богдан Хмельницький- selló la unión de Ucrania con el Zar de Rusia. Desde entonces, la mayor parte de lo que hoy conocemos como Ucrania hizo parte de un mismo imperio y luego Estado, hasta 1991. Así que, no es de poca relevancia el hecho que muchos ucranianos, mayores de 30 años, hayan nacido y vivido en un país cuyas fronteras se extendían hasta el Pacífico y no en las estrechas actuales:

rusia y ucrania

Nota al mapa: la parte Occidental de Ucrania, más católica y ucranianoparlante, fue parte de Polonia entre 1919 y 1939 como resultado de la guerra polaco-ucraniana de 1918-1919. Luego, en 1939, Stalin “reunió” a los ucranianos en la URSS, apoyado en el Tratado Ribentrop-Molotov y en un pacto secreto firmado con Hitler, y reconocido por la URSS en tiempos de Gorbachov.

Pero, más allá de las perspectivas geopolíticas, deseo preguntarme si estamos teniendo en cuenta suficientemente a los ucranianos en este ajedrez. No dudo que Ucrania como Estado soberano se merece toda la autonomía para firmar tratados y establecer alianzas. Sin embargo, en lenguaje geopolítico es claro que Rusia y la OTAN se juegan una partida en la que priman sus intereses militares y económicos y, en este caso, “Ucrania aparece en la mitad del sanduche”: Rusia habla de su zona de influencia y ve a la OTAN como su enemigo; la OTAN expande sus fronteras hacia el vecindario ruso, seduciendo con el atractivo de la economía de la Unión Europea y fundamentado en la idea del derecho soberano de las naciones para firmar tratados.

Pero, ¿qué piensan los ucranianos de todo esto? Poco sabemos.

Recordemos estos hechos:

La mayor parte de la población ucraniana habla 2 idiomas (ruso y ucraniano). En el censo de 2001, se señala que casi el 30% de los habitantes de Ucrania consideran el ruso como su lengua materna. Adicionalmente, en varias ciudades, incluida Kiev, el ruso se habla a la par o por encima del ucraniano.

Más de la mitad de la población nació en la URSS, no en el Estado soberano de Ucrania; entre los mayores hay grupos poblacionales importantes que reconocen una nostalgia por el otra enorme país que habitaban.

– Al oriente del país (Donbáss, una rica zona minera del carbón) se libra una guerra civil protagonizada por rebeldes pro-rusos y el gobierno ucraniano.

– Hace 9 años Kiev se bañó de sangre cuando el gobierno de Yanukovich titubeó para llegar a un acuerdo comercial con la Unión Europea (una zona de libre comercio en el marco de un Acuerdo de Asociación), mientras, al tiempo, intentaba negociar con la Unión Aduanera de Rusia, Bielorrusia y Kazajistán. Muchos ucranianos pro-occidentales consideraban que aquel era la cuota inicial para entrar a la UE.

La región de Crimea -de facto hoy controlada por Moscú-, más allá de su valor geopolítico y militar (la Flota del Mar Negro), es un territorio poblado en su mayoría por habitantes de raíces rusas (más del 70% consideran el ruso su lengua nativa). Dicho territorio fue reubicado dentro de la URSS por Nikita Krushov en la década de los 50s, convirtiéndola en parte constitutiva de la República Socialista Soviética de Ucrania. El entonces premier soviético -de origen ucraniano- no se imaginaba que medio siglo después este territorio sería objeto de disputa político-militar entre Rusia y Ucrania.

Los ucranianos aún no terminan de construir su identidad nacional. Si bien no tiene discusión el derecho y el interés de gran parte de la población por pertenecer a la Unión Europea, el debate de fondo es geopolítico: dos potencias se disputan el control territorial de la región y a Ucrania sólo le ofrecen carnadas (Unión Europea) o amenazas (invasión rusa).

Poco importa a rusos y a la OTAN -léase Estados Unidos-, el hecho de que Ucrania es un Estado joven, una democracia en construcción. Aunque claramente la mayoría de su población es ucraniana, en algunas zonas del país dichas mayorías no son tan notorias.Adicionalmente, las minorías más grandes -rusos, bielorrusos, moldavos-, se instalaron allí cuando Ucrania hacía parte del pluricultural imperio ruso o de la Unión Soviética; o sea, no existía el Estado soberano ucraniano.

Ucrania tiene 31 años, es joven; apenas está construyendo su identidad nacional pluricultural, para lo cual debe resolver temas domésticos fundamentales como el de la coexistencia de dos lenguas, varias étnias y, al menos dos religiones preponderantes. De manera especial, hay que reconocer la brecha intergeneracional entre los mayores, nacidos en la URSS, con una visión menos pro-occidental, y los jóvenes, nacidos en la soberana Ucrania. Adicionalmente, algunos retos de política interna ya fueron internacionalizados por Rusia: la confrontación en Donbass y la separación de facto de Crimea.

Por último, en el plano internacional, Ucrania necesita que se le permita ejercer con autonomía su política exterior, que se le respete la soberanía. Sin embargo, vive en un mundo bipolar (el naciente eje Rusia-China contra el eje OTAN) y en ese contexto debe tomar las decisiones en materia de política internacional. En otras palabras, OTAN y Rusia deberían respetar el naciente proceso de desarrollo nacional de Ucrania y reconocer los complejos intereses de los ucranianos, y estos últimos deben actuar con sabiduría ante las realidades geopolíticas que les rodean.

 

 

 

 

 

 

 

A 30 años de la caída del Muro de Berlín: Gorbachov en su laberinto.

Aún tengo frescos los recuerdos de aquellos días. Lo de noviembre de 1989 fue una ficha de dominó empujada por otra que se movió en Polonia…y no sería la última: faltaba la de Moscú.

Con el tiempo, los relatos históricos tienden a ser más generalistas y a omitir los detalles de los hechos que se estudian. Cada año, al rememorar los hechos, revive la admiración mundial por Gorbachov, por Kohl y por el pueblo alemán, y todo se recuerda como un camino de rosas. Pero la realidad es más compleja y para ello es necesario retar la memoria.

muro de berlin

El ascenso de Gorbachov.

Aunque fue Polonia, con el Sindicato Solidaridad, el país que dio pie a una nueva ola de descontentos y reclamos de cambio en la Europa del Este, fue el ascenso de Gorbachov el que hizo que las crecientes protestas no terminaran como en la Hungría en 1956 o en la Primavera de Praga. El nuevo Secretario General del Partido Comunista de la URSS creo un nuevo ambiente…abrió una puerta que no se cerró ya más.

A comienzos de la década de 1980 parecía que la guerra fría se mantendría incólume. Con la muerte de Brezhnev en 1982, el PCUS mantuvo su línea de mando al sustituirlo por un “vieja guardia” como lo era Andropov; a la muerte de este último, ascendió Chernenko, otro veterano. Pero en marzo de 1985, el nombramiento de Gorbachov como Secretario General tomó por sorpresa al planeta. Casi nadie le conocía y no era un veterano de la segunda guerra mundial. Sin embargo, la Dama de Hierro de Inglaterra, Margaret Tatcher, le conoció en Londrés en 1984 e incluso llegó a insinuar que “con ese hombre se podrían negociar”.

Gorbachov abre la puerta.

Desde un inicio, Mijail Gorbachov dejó claro que su prioridad serían las reformas. El consideraba y lo remarcó en el XVII Congreso del PCUS en 1986, que el sistema socialista tenía fallas en lo político y en lo económico. La Perestroika y la Glasnost eran su respuesta a los dos tipos de fallas. Lo que es claro y quiero resaltar, es que en ese momento y – a mi concepto- por varios años, el premier soviético sostuvo que el sistema podía corregir sus errores y retomar la senda hacia el comunismo puro.

Aunque en entrevistas posteriores a 1991, Gorbachov ha dejado entrever que quiso llevar al país hacia la modernidad occidental (léase economía de mercado y régimen político pluripartidista), considero que múltiples evidencias, incluido su primer libro, señalan que Mijail Sergueievich creía en el futuro del socialismo, siempre y cuando se corrigiera el camino. Y es aquí, en su apuesta por la Perestroika, que se abre la puerta hacia la caída, no sólo del Muro de Berlín, sino de todo el mundo socialista y, además, de la disolución de la URSS como país.

gorbachov

La Perestroika se tradujo en apertura política, en generación de debates, en democratización de la sociedad. Tuve la oportunidad de vivir esos momentos en las aulas de clase, en las calles de Kiev -en Ucrania-  y a través de los medios de comunicación soviéticos. Se inició un debate inesperado, los profesores comenzaron a expresas posiciones diversas, mis compañeros de aula, checos, soviéticos y polacos, se comenzaron a distanciar de las posiciones oficiales de sus gobiernos. En la televisión, las visitas de Gorbachov a las fábricas y a los koljoses se traducían en debates en los cuales los trabajadores expresaban sus quejas e insatisfacciones. Era algo que no se había visto en décadas.

En consecuencia, el pensamiento monolítico del partido comunista se desmoronaba, la multiplicidad de ideas comenzaban a surgir, a velocidad de tortuga al inicio, pero con los años, cada vez más aceleradamente. La población y los políticos empezaron a dividirse: inicialmente muchos apoyaban a Gorbachov y sus reformas, otros lo consideraban un traidor (con Ligachov a la cabeza, dentro del Comité Central). Pero una tercera corriente comenzaba a surgir: la que consideraba que lo que Gorbachov estaba haciendo eera poco, que era necesario derrumbar el sistema, derrocar al PCUS.

Gorbachov es arrasado por el carro de la historia.

Los cambios democráticos de 1988 en Polonia fruto de las huelgas que lideró Lech Walesa del sindicato Solidaridad y la ebullición de movimientos sociales en Hungría, Checoeslovaquia y en la misma Unión Soviética, hicieron difíciles los planes iniciales de Gorbachov. Con cierta vocación de caudillo (como sus antecesores), Gorbachov intentó guiar a su pueblo en la dirección que él consideraba correcta. Pero la Glasnost trajo consigo el despertar político de los ciudadanos. Sucedió lo esperable: el pueblo  se dividió, y las posiciones se ampliaron y se hicieron más y más intransigentes.

Los cambios económicos comenzaron a dar resultados contradictorios. Los ajustes estimularon la iniciativia particular (negocios familiares sin emplear trabajadores externos) pero a la vez comenzaron a escasear los bienes de los anaqueles de los supermercados. Los soviéticos que vivian una relativa tranquilidad en lo referente a los abastecimientos básicos, comenzaron a recordar los duros tiempos de décadas anteriores: el desabastecimiento.

Alcancé a vivir en parte esta situación entre los años 1989 y 1990. Mi condición de extranjero me generaba ciertas ventajas por los viajes esporádicos que hacía a Occidente – Alemania e Italia principalmente- pero igual, notaba como las filas comenzaban a hacerse más largas, más recurrentes y más inútiles.

El deterioro en el abastecimiento comenzó a jugar en contra de Gorbachov. Cada vez más veteranos comenzaron a considerarlo un traidor, culpándolo por el desabastecimiento, aunque muchos expertos esgrimian que éste también era consecuencia del sabotaje de enemigos de la Perestroika. Pero, los que lo apoyaban en sus reformas también comenzaron a abandonarlo, ahora reclamaban que los cambios fueran más radicales, se distanciaban del partido comunista y de la economía planificada. Pedían reformas más contundentes. Y esto empezó a hacer mella en el mismo líder.

Recuerdo los debates por televisión del Congreso en el otoño-invierno de 1989. Ya habían diputados independientes y las decisiones no se tomaban por unanimidad (fue increible poder ser observador en primera fila de ese momento histórico). En dicha época comenzaron a hacerse propuestas para que el sistema política permitiera la aparición de nuevos partidos, pero Gorbachov se opuso con vehemencia. Aliado con la vieja guardia, el presidente soviético derrotó la iniciativa.

Sin embargo, la velocidad de los cambios fue cada vez mayor. Increiblemente en la primavera de 1990, fue el mismo Gorbachov quien presentó la propuesta de un sistema multipartidista. En ese momento comprendí que el sueño de Mijail Sergueievich de aplicar correctivos al sistema había desaparecido. El cambio de 180 grados se veía inevitable.

A finales de 1990, Gorbachov era un ídolo mundial pero a la vez uno de los políticos más desprestigiados de la URSS: los reformistas lo tildaban de lento, la vieja guardia lo consideraba traidor.

La caída del Muro de Berlín sobrevino a los cambios en Polonia, posteriormente se levantaron los pueblos checo y eslovaco, los búlgaros y los rumanos (estos últimos con un sangriento balance). Incluso, la URSS comenzó a desmoronarse con Gorbachov en el poder: Estonia, Letonia y Lituania alzaron vuelo.

El primero de enero de 1992 Gorbachov era un desempleado. Su país había desaparecido en la noche de año nuevo.

 

 

Algo va de Catalunya a la disolución de la URSS.

En el año en que España vive el episodio más real de separatismo desde que se reinstauró la democracia en la década de 1970, también se conmemoran 100 años de la creación del, otrora, país más grande del mundo, el cual no alcanzó a vivir siquiera 75 años.

¿Por qué los países se dividen?

Yugoslavia, Etiopía o Checoeslovaquia fueron casos concretos de división de estados nacionales en el siglo XX. Pero hay otros fenómenos latentes en Bélgica, Italia, España, Canadá y en las naciones donde viven los kurdos.

Sin embargo, cada caso tiene su propia historia. Algunas secesiones se dieron cuando naciones existentes (con identidad cultural, económica e histórica) hacían parte de Estados más grandes donde se asfixiaba su identidad nacional. Probablemente esto explique la separación de la república Checa y Eslovaquia, o tal vez sea el caso de las naciones balcánicas que se habían organizado como Yugoslavia al desaparecer los grandes imperios al final de la primera guerra mundial; pero que se separaron después de un sangriento “divorcio”.

Geopolíticamente hablando, estas separaciones lograron cierta legitimidad internacional, la cual se fundamentó (o excusó) en la reconocida identidad nacional de los territorios que se separaron.

 

El aún inexplicable caso de la implosión de la URSS.

El caso de la Unión Soviética no es tan simple. Tal y como lo argumenté en un artículo que escribí hace varios años durante mis estudios en Argentina, la implosión de la URSS es compleja, ya que, si bien el país se conformaba por 15 repúblicas, de las cuales algunas tenían una clara identidad nacional (Estonia, Letonia, Lituania, por ejemplo), otras poseían una historia más compleja: una Ucrania culturamente dividida (un Occidente católico y ucraniano-parlante enfrentado a un Oriente ruso-parlante y ortodoxo) o las repúblicas del Cáucaso, creadas artificialmente por el gobierno bolchevique de Moscú en la primera mitad del siglo XX.

Tal vez pocos discuten por qué el partido comunista perdió el poder en ese enorme país o por qué todas naciones de la exURSS abandonaron el socialismo y transformaron sus sistemas, social, político y económico en democracias liberales y mercados capitalistas. Sin embargo, no es claro por qué un país conformado por territorios que por siglos estuvieron unidos, se desmoronó.

En este caso, mi hipótesis, -ver artículo- es que se dio una combinación de factores: nacionalismos en algunos casos -los bálticos, por ejemplo-, antipatía hacia las élites rusas que gobernaban en diferentes regiones de la URSS -las cuales pasaron a ser minorías étnicas en cada nuevo país- y la necesidad de élites locales de controlar sus mercados, incluído el político.

¿Por qué la complejidad del caso de Catalunya?

En otro estudio que hice hace varios años, -ver artículo- señalé la contradicción dialéctica que se presenta entre la globalización y la descentralización (o, incluso, separatismos). El caso de España cabe dentro de esta reflexión.

España es un país conformado por regiones autónomas, con una legendaria historia de unidad territorial -siglos-, a pesar de que en varias de aquellas se tiene una lengua propia. España es multicultural, eso no se discute. De hecho los vascos tienen una identidad cultural con significtivas diferencias con respecto a las demás regiones, cuyas lenguas tienen el mismo origen: son lenguas romances.

Pero, la otra categoría que marca la evolución del estado nacional en las últimas décadas es la globalización. Esta última genera un cambio en el ejercicio de la soberanía por parte de los estados. Para España este fenómeno es particularmente evidente en las últimas tres décadas desde que ingresó al bloque europeo, el cual se caracteriza por un proceso gradual de supranacionalidad por el cual la Unión Europea asume funciones que anteriormente ejercían los estados nacionales; como es el caso de la soberanía comercial, la monetaria y, en parte, la fiscal. O sea, los estados miembros de la Unión Europea renuncian a parte de sus funciones soberanas en favor del bloque.

Bajo este contexto es que se nace la pregunta ¿por qué se separan los catalanes? no tienen una historia de identidad nacional que les preceda, por lo menos durante siglos; tienen una fuerte interdependencia económica con las demás regiones de España y, además, quieren ser parte de la Unión Europea. O sea, ¿se separan de España para unirse a la Unión Europea y convertirse en socios de España?

ingreso a la zona euro

Como se puede ver, no es fácil de entender este caso de separatismo. Sin embargo, a riesgo de reducir el tema, no se puede negar que en España se mantiene viva la discusión por la necesidad de ampliar la autonomía en el marco de un proceso histórico de descentralización del país.

La autonomía fiscal aparece en el orden del día de las relaciones entre Madrid y las regiones autonómicas de España. Este tema, que como todo proceso de descentralización es una manera de hacer más real la democracia en tanto se acercan las decisiones mayores al constituyente primario, también es un mecanismo para fortalecer la convivencia entre las élites centrales y las regionales.

La anterior explicación sirve para entender, al menos parcialmente, cómo el separatismo catalán en tan sólo unos años logró poner en jaque la soberanía española, algo que no alcanzaron los vascos -con una combinación de formas de lucha- a lo largo de décadas.

A modo de conclusión.

Los separatismos no tienen explicaciones unidimensionales. Son complejos. Cada caso tiene sus propias razones e historia. La identidad nacional (o al menos la identidad local) se combina con los interese de élites para argumentar un proceso separatista, a pesar de los costos que genera la incertidumbre del cambio.

Sin embargo, es evidente también que las democracias maduras tienden a ser descentralizadas como un mecanismo que hace más real la participación del ciudadadano en las decisiones que le son importantes.

Seguramente con la aplicación del artículo 155, el gobierno de Rajoy logrará detener, al menos temporalmente, este intento separatista. Pero las huellas que este proceso dejará en las presentes y futuras generaciones no sabemos que tan profundas serán. O sea, seguramente en el campo jurídico se socava la independencia, pero en el político “el fuego seguirá quemando el bosque.”

En consecuencia, ya sea por identidad nacional o por negociaciones de élites, el futuro de España está atado a una revisión de su constitución, particularmente en aquello que tiene que ver con las autonomías locales.

La globalización es compleja: los países se unen entre ellos -o al menos sus mercados- mientras sus hilos internos se descosen.

 

 

 

Muere el último ícono del socialismo del siglo pasado.

Este 25 de noviembre no sólo murió el líder de la revolución cubana, también lo hizo el último representante del socialismo tal y como lo entendieron Lenin y sus seguidores en 1917. Con la muerte de Fidel Castro también se aproxima el final del centenario modelo bolchevique de revolución socialista. Continuar leyendo

El fin de la utopía en Cuba: camino hacia la economía de mercado

A mediados de marzo tuve la oportunidad de visitar la mayor de Las Antillas. Durante una semana pude echar un vistazo a Cuba, país que no visitaba desde 2007 pero que he podido recorrer varias veces en la última década. Y, como a la mayoría de la gente, me llama mucho la atención su sistema económico socialista. La experiencia vivida parece ratificarme lo que muchos creen ver venir desde hace varios años: la caída del sistema de economía planificada y la incursión plena de la isla en el mercado capitalista. Así que voy a explicar como percibo la evolución de la economía cubana.

El modelo económico socialista se ha centrado, en casi todos los países donde se ha experimentado, en la propiedad estatal y las cooperativas. El mercado, como manifestación espontanea de la oferta y la demanda, es remplazado por la planeación estatal, la cual regula la producción y el abastecimiento de bienes y servicios.

Hasta 1990,  los cubanos gozaron de una visible comodidad económica, reflejo de los relativos éxitos del modelo pero, especialmente, de las privilegiadas relaciones económicas que sostenía el país con sus aliados de Europa del Este y la Unión Soviética. Pero, la caída del muro de Berlín y del comunismo en la URSS desnudaron las debilidades del sistema económico cubano: el desabastecimiento de combustibles –históricamente provistos por los soviéticos en condiciones altamente favorables- y la pérdida de un mercado estable para sus exportaciones no manufacturadas o de industria liviana –particularmente el azúcar- demostraron que el país en 30 años de revolución no había construido una economía suficientemente sólida para interactuar en un mundo globalizado.

El llamado “período especial” que inspiró las políticas del gobierno para enfrentar la advenediza crisis (década de 1990) no mostró mayores avances. Sólo cuando el país abrió las puertas a la inversión extranjera, especialmente en el sector turismo, y flexibilizó el régimen de remesas –cientos de miles de cubanos viven fuera de la isla- comenzaron a sentirse los alivios. Sin embargo, en términos generales, lo que se evidencia es que 50 años de revolución socialista no lograron consolidar una economía competitiva y justa. No conservaron los logros del capitalismo anterior a la revolución (productividad, eficiencia, calidad), ni se logró superar a la economía de mercado en materia de equidad en la distribución: hoy en Cuba hay ineficiencia en el aparato productivo y escasez de bienes y servicios para un importante número de cubanos.

¿A qué me refiero? La idea era crear un sistema económico más justo, con más equidad. Y, sin hablar de la historia, sino remontándonos a la situación presente, está pasando todo lo contrario; se evidencia que se está gestando una reorganización de clases: los pobres que cobran su salario en pesos cubanos y los no-pobres que utilizan el CUC como moneda para sus pagos. El CUC es una moneda convertible a dólar que pueden utilizar cubanos o extranjeros para hacer sus compras en el mercado de divisas: taxis, hoteles extranjeros o mixtos, tiendas privadas o mixtas, etc. Hoy en Cuba hay una amplia dotación de bienes y servicios. Pero, sólo los cubanos que tienen acceso a las divisas pueden comprarlos.

¿Y quién puede acceder a los CUC? Todos los cubanos que tienen familiares en el extranjero y aquellos que trabajan en áreas relacionadas con el exterior: médicos, militares, docentes o artistas que viajan a otros países y los empleados del sector turístico, son la nueva élite económica cubana. Ellos tienen un ingreso  en CUC que les permite resolver sus necesidades y disfrutar de la nueva ampliada oferta de bienes y servicios.

¿Qué pasa con el resto de la población? Obreros, funcionarios rasos, campesinos o maestros de escuelas, que no tienen un trabajo relacionado con el CUC, que cobran salarios entre 250 y 1000 pesos cubanos (entre 10 y 40 dólares), sólo pueden comprar aquello que les ofrece el sistema de economía planificada. Si bien el acceso a la educación y la salud sigue siendo gratuita, la calidad y cantidad del transporte público es deplorable, las viviendas se deterioran por falta de mantenimiento, a la vez que el abastecimiento de alimentos e implementos para el hogar en el mercado de pesos cubanos es cada vez más precario. Hoy la subsistencia básica es imposible si un cubano no puede acceder al mercado del CUC.

En conclusión, las reformas que se están implementando están alivianando la situación de millones de cubanos, los del CUC, pero la calidad de vida del resto del país se deteriora porque su salario no permite acceder al bienestar que está surgiendo.

Crece la inequidad, pero lo hace de la mano de la baja productividad. La realidad última es una: en Cuba hay empleo para toda la población pero no hay trabajo. Esto no es un juego de palabras, es una realidad. La gente tiene empleo, pero la organización social del trabajo es perversa, las personas asisten a sus oficinas o fábricas pero ocupan su tiempo con una improductividad pasmosa.

Seguramente las reformas de los próximos años incluirán más libertad de mercado y privatizaciones, pero también desempleo para poder ajustar las cargas, reducir costos y reformar las empresas que sobrevivan. La inversión extranjera, que ya opera exitosamente en la isla, especialmente en la industria del turismo, mostrará el camino. 

Reflexiónes finales:

Los logros de Cuba en materia de medicina y educación son innegables, además son necesarios. No tienes una economía competitiva con una población sin salud y con bajos niveles de formación. Pero, esto, si bien es necesario, no es suficiente. El modelo de gestión socio-económica debe ser eficiente para que la organización de la producción cree la riqueza que se requiere para la población. 

Peor, si bien el bloqueo estadounidense a la economía de la isla fue por décadas un gran lastre para que el gobierno sacara adelante sus políticas económicas, la realidad es que medio siglo ha sido más que suficiente tiempo para que el partido comunista cubano demostrara su capacidad de gestión y consolidara el modelo de economía planificada. No lo ha logrado. Seguramente los nuevos líderes mirarán a China y a Rusia para escoger el nuevo rumbo de la economía cubana.

 

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