Colombia y su economía no competitiva.

Octubre 10 de 2021. Giovanny Cardona Montoya

 

Desde finales de la década de 1980,  en la llamada Sociedad del Conocimiento han proliferado las TIC y las redes; el transporte de personas y mercancías se ha modernizado y masificado; la caída del Muro de Berlín trajo consigo la conexión de Europa del Este al circuito económico global; la ventaja competitiva ha hecho surgir a economías emergentes como Brasil, Chile, Corea, Taiwán, Singapur o China; el sector terciario de la economía ha venido desplazando a la industria manufacturera en el PIB mundial y los mercados globales han bajado sus barreras, especialmente en lo referente al movimiento de capitales y al comercio de bienes manufacturados.

En este contexto, desde la década de 1990, Colombia abandonó el modelo proteccionista y se embarcó en una Apertura Económica. Con este cambio se esperaba una marcada modernización del aparato productivo, una mayor inserción en los mercados globales con participación de exportaciones con valor agregado y, en consecuencia, un incremento de los niveles de bienestar de la población. Como Visión, Colombia en 2005 estableció 3 metas para el año 2032: 1.) Ser la tercera economía más competitiva de LatAm -con exportaciones con valor agregado-; 2.) Una estructura económica menos informal y; 3.) Un ingreso per cápita de nivel de renta media-alta. Pero, los resultados después de 15 años han sido ambivalentes.

A pesar de la relativa estabilidad macroeconómica, el Consejo Nacional de Competitividad -CNC- ha señalado, a través de sus informes anuales, que no hay muchos logros en el proceso de modernización del aparato productivo. Según los datos del Foro Económico Mundial ( 2017), Colombia se mantiene por encima del puesto 60 del Índice Global de Competitividad, por detrás de vecinos como Chile, Panamá, México y Costa Rica y muy cerca de Perú. La explicación de este rezago se da por problemas estructurales en infraestructura, ciencia, tecnología, educación, innovación, salud y empleo formal.

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Según el CNC, la mayoría de los estudiantes colombianos que presentan las pruebas Pisa están por debajo del nivel dos (2) en ciencias y matemáticas, que corresponde al nivel mínimo. En lectura, llegan a este nivel casi el 50%; mientras, en los niveles altos -4, 5 y 6- no se halla ni el 10% de nuestros estudiantes. Este dato es fundamental si se tiene en cuenta que la comprensión lecto-escritora, la lógica y el pensamiento matemático, al igual que el conocimiento y el método de las ciencias se consideran fundamentales para desarrollar el pensamiento crítico y analítico, para la argumentación y para la innovación.

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El CONPES 3674 señala la importancia de una estrategia integrada de gestión de capital humano, lo cual puede implicar, entre otros, fortalecer el perfil de los docentes escolares. El tema de la educación es crítico si se le vincula con su la productividad de los trabajadores en el proceso productivo. Según CNC en todos los sectores (agrícola, manufacturero, servicios y comercio) se presenta una gran brecha entre la productividad promedio de los trabajadores y la mediana. O sea, la mediana muestra que la productividad más recurrente es baja, lo que señala una diferencia en el desempeño de algunas empresas modernas con personal cualificado y procesos organizados, con respecto a la mayoría, Mipymes, ineficientes y de baja productividad.

 

Otra evidencia de este rezago es la falta de inversión en ciencia y tecnología. Mientras los países que nos preceden en el Índice Global de Competitividad (IGC) invierten más del 1% del PIB en I+D+i, Colombia es renuente a reorientar sus recursos de cara a la sofisticación de la producción de bienes y servicios. Según IMD (2017), Corea dedica a I+D+i casi 4% de su PIB, mientras Portugal destina 1.6%. España y Brasil invirten alrededor de 1.5% de su PIB, mientras Colombia apenas rodea el 0.25%. En síntesis, los países que nos preceden en competitividad son aquellos que invierten en educación y en investigación y desarrollo.

Otro indicador que pesa en nuestra baja competitividad es el referente a transporte y logística. Según el ÍGC, Colombia permanece en los últimos años alrededor del puesto 65 con un índice de 2.9, muy por debajo de pares como Chile, Perú, Brasil o México. Según el CNC, los problemas no sólo se asocian con la infraestructura, sino que hay serias debilidades en materia de gestión logística en las empresas.

Otra característica de las condiciones de competitividad que envuelven a las empresas colombianas es la que tiene que ver con el ambiente de competencia. Según el ÍGC, hay una percepción baja de que en Colombia funcione de manera efectiva la ley antimonopolio. Aunque la participación de la Mipyme es importante, la concentración del capital es significativa y se percibe como una tendencia que reduce la competitividad, especialmente en las industrias de la esfera de servicios: transporte aéreo nacional, banca, comercio al detal, medios informativos y de entretenimiento, entre otros.

Todos estos indicadores que señalan un rezago absoluto y relativo en materia de innovación y productividad de las industrias colombianas se evidencian en el deterioro de nuestro desempeño exportador. Según el CNC, se ha venido dando un proceso de reducción de la sofisticación de la oferta de bienes que Colombia vende en el exterior. Entre 2007 y 2013 la participación de los bienes primarios en la oferta exportadora colombiana creció en un 40%, llegando a representar el 66% en el total de ventas al exterior. En cambio, las exportaciones de complejidad tecnológica alta y media, que otrora representaban el 20% del total, apenas alcanzan el 10% en la actualidad. Colombia ha pasado de ser un proveedor de agroindustria a un exportador de minería de hidrocarburos. Según datos de la DIAN, antes de la caída de los precios de los combustibles del 2014 (DANE, 2017), el petróleo y el carbón eran responsables del 70% del total de exportaciones al exterior.

La crisis iniciada en el tercer trimestre de 2014, derivada de la caída en los precios mundiales de commodities, particularmente hidrocarburos, es una clara evidencia de la necesidad de tener un aparato productivo más diversificado y con mayor valor agregado. En 2015, los ingresos por exportaciones de petróleo se derrumbaron en un 50%, o sea, un 25% de la totalidad de las importaciones. Adicionalmente, los hidrocarburos golpearon las finanzas públicas, ya que representan el 16%, y además afectó la entrada de inversión extranjera directa, especialmente direccionada a la minería.

En el largo plazo, nuestros empresarios tienen una gran oportunidad, ya que la diversificación y sofisticación de la producción es un reto en ciernes; adicionalmente, hay enormes posibilidades alrededor del aprovechamiento de las tierras no cultivadas (la mayor parte de las tierras aptas para la agricultura están dedicadas a la ganadería), la biodiversidad y el desarrollo de biocombustibles de segunda y de tercera generación (desechos y micro algas).

En consecuencia, reactivar el sector manufacturero, particularmente la agroindustria, al igual que la producción agrícola y ganadera, será de uno de los principales retos de los empresarios colombianos. Las necesidades de infraestructura y las potencialidades que ofrece un entorno cada vez más exigente en materia de preservación del agua, de los bosques y de la calidad del aire, abren un espacio importante para los negocios. Colombia tiene una biodiversidad preponderante a nivel global y posee tierras cultivables que pueden ser utilizadas en el desarrollo de agricultura orgánica y en la producción de biocombustibles de segunda generación, principalmente.

La economía mundial ahora es un entorno complejo con unos niveles de especialización muy profundos (Cadenas Globales de Valor). Para insertarse en dichas cadenas será necesario trabajar en la innovación de valor y en estrategias de internacionalización; los empresarios deberán fortalecer las redes y alianzas estratégicas con proveedores y asociaciones de consumidores e invertir en recurso humano cualificado y en tecnología avanzada.

Aprovechar estas oportunidades de mercado implica revisar los modelos de gestión de las empresas, lo que exige:
– Fortalecer las competencias gerenciales que le den una visión más completa del negocio, basada en el talento humano;
– Formalización del empleo y consolidación de modelos de gestión de talento humano que estimulen nuevas estructuras oorganizacionales en las que quepa el trabajo en equipo, teletrabajo y trabajo en redes;

– Consolidación de estrategias de largo plazo, fundamentadas en gestión del conocimiento con fines de innovación;
– Gestión de cadenas productivas, esto es, trabajar bajo el esquema de “visión compartida” entre las empresas que integran la cadena;
– Centrarse en la innovación y en las estrategias de diferenciación -foco o  atributos- para no depender de los vaivenes de las tasas de cambio o de los aranceles. La estrategia debe buscar un posicionamiento en el imaginario de los clientes a partir de la agregación de valor.
– Consolidar las empresas familiares para que trasciendan en el tiempo y continúen su aporte al desarrollo económico.

Retos multidimensionales de las empresas del siglo XXI

Octubre 3 de 2021

 

Las empresas hoy enfrentan retos multidimensionales, los que, en cierto modo, reflejan la existencia de una amplia gama de fenómenos que caracterizan al actual entorno de los negocios y que sirven para delinear el futuro de aquellas. Por ello, es menester reconocer que a los gerentes de las empresas les resulta fundamental hacer lecturas del entorno con perspectivas de largo plazo, que concatenen diversidad de variables; lo que da la pauta para buscar y acceder a la información requerida que reduzca la incertidumbre en el proceso de toma de decisiones estratégicas.
Aplicando técnicas del universo metodológico de la prospectiva a un mundo multidimensional como el actual, encontramos un conjunto de factores de cambio (tendencias) que deben ser monitoreadas y comprendidas para entender el entorno que delimita el desempeño de las empresas; particularmente desde una perspectiva que delinee las decisiones de corto y mediano plazo, de cara a los retos de largo plazo.

Estas tendencias son:

1. La sociedad del conocimiento, fundamentada por primera vez en 1950, por Peter Drucker (Drucker, The new society: The anatomy of industrial order. Edición Revisada., 1993). A lo larg de los últimos 70 años, la llamada Sociedad del Conocimiento se ha ido consolidando y profundizando a través del desarrollo de las TIC y la cuarta revolución industrial. Los gerentes deben entender que hace rato hemos mutado de la producción en serie y los mercados predecibles, a la innovación permanente y los ambientes VUCA (volátiles, inciertos, complejos y ambiguos).

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2. La globalización de la producción de mercancías a través de las cadenas internacionales de valor. Este proceso de profundización en la división internacional del trabajo se viene profundizando desde hace medio siglo. Las empresas no hacen mercancías, sino que se articulan a cadenas de valor que, integradas a lo largo y ancho del planeta, proveen los bienes, servicios y experiencias que requieren los consumidores. Comercio Mundial de Tareas es el nombre del juego.
3. La homogeneización multilateral de las normativas y estándares de calidad de la producción, el intercambio y consumo de bienes y servicios. Este proceso se origina en la firma del GATT en 1947 y se profundiza con la creación de la OMC y los acuerdos de la Ronda de Uruguay en 1994. En esta misma dirección, el regionalismo abierto, caracterizado por el “spaguetti bowl” de TLC que se firman entre países y regiones a nivel mundial, se fundamenta desde sus pilares normativos, en los estándares diseñados por el Sistema Multilateral de Comercio (GATT-WTO).
4. La consolidación de Internet y de las redes sociales como escenarios de producción, intercambio y consumo de información, conocimientos, servicios y experiencias de consumidores. El mundo, en lo empresarial, educativo y socio-cultural, avanza hacia escenarios ubicuos en los que hay una concomitancia de ambientes presenciales y virtuales.

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5. El calentamiento global. Se acabó el tiempo de “cuidar el planeta a las futuras generaciones”. La vida vista con ojos de sociedad humana está ad-portas de mutar dramaticamente. La gerencia del siglo XXI tiene que reconocer el impacto ambiental de las decisiones empresariales, no como una externalidad, sino como una consecuencia directa. Producir impactos ambientales positivos y económicamente rentables, es un imperativo de los estrategias organizacionales. ¿Si producir un litro de cerveza consume más de 150 litros de agua, pueda aquel costar unos pocos centavos de dólar?

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Democracia, la verdadera utopía.

El ser humano se debate entre absolutos y utopías. En alguna época la verdad indiscutible era “exportar mucho e importar poco”. En las últimas décadas el liberalismo económico, en su versión neoliberal, ha sido tratado como una profesía realizada. No por casualidad, Fukuyama alcanzó a declarar que el final de siglo XX, neoliberal y sin la amenaza del comunismo soviético, era “el final de la historia”.

Pero no sólo hay absolutos en la economía; también en la dimensión religiosa, dominada a lo largo de los siglos por paradigmas como el cristianismo, el islam o el hinduismo. Verdades indiscutidas para miles de millones de personas.

En el ámbito político, la democracia es, tal vez, el absoluto más consolidado. Aunque se respeta o se convive con ciertos regímenes no democráticos -como el chino o los tribales de algunas provincias de países africanos o de pueblos originarios en Suramérica y Centroamérica-, la realidad es que la democracia se venera como uno de los mayores bienes públicos de la humanidad: “hemos llegado a Itaca” ó “hemos encontrado el Dorado“.

Pero, así como los grupos sociales, los pueblos o las llamadas civilizaciones (occidental, árabe-islámica, etc.) se han erigido sobre paradigmas temporalmente indiscutibles (décadas, siglos, milenios); también es verdad que la dialéctica de los procesos sociales y de la naturaleza ha servido de método para estructurar las antítesis que nuevas generaciones han antepuesto a los postulados dominantes de las diferentes épocas.

A lo largo del siglo XX, el capitalismo fue confrontado con la utopía del socialismo: “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo” sentenciaba Marx en su manfiesto,a finales del siglo XIX. Y su fantasma se materializó en forma de un bolchevismo que sacudió el orden establecido hasta la caída del muro de Berlín. A las religiones se les han antepuesto el ateismo y el agnosticismo, dos primos que a veces confundimos con gemelos.

Pero estos son sólo ejemplos del binomio diálectico, absolutos-utopías, que ha guiado a la humanidad a lo largo de su historia. Aunque suene muy contundente, desde diversas perspectivas se puede afirmar que hemos llegado a nuestra mejor versión posible de la historia: nunca habíamos desarrollado, como especie humana, tanta capacidad de dominar la naturaleza para nuestro beneficio.

Pero, nuestra mejor versión posible de la historia no significa que sea la ideal; menos aún, que sea la apropiada para nuestro futuro.

En este momento histórico, la humanidad enfrenta un conjunto de retos que llevan a crecientes grupos poblacionales a clamar por nuevas utopías: la crisis del calentamiento global; la inequidad socio-económica que se traduce en millones de personas que viven en condiciones que creiamos superadas hace más de un siglo (desnutrición, mortalidad infantil, analfabetismo, discriminación de raza y género); y los riesgos de una guerra o de un “accidente” nuclear de magnitudes intercontinentales.

Democracia: ¿absoluto o utopía?

Para quienes vivimos en Occidente -los latinoamericanos nos consideramos hijos de la declaración de los derechos del hombre y el ciudadano-, la democracia es el mejor vehículo que ha diseñado la especie humana para cruzar la autopista que nos lleva del oscurantismo (racismo, inequidad, crisis ambiental) a la luz, esto es, al desarrollo social y ambientalmente sostenible. Pero, ¿realmente vivimos en democracia?

La democracia es una categoría creada por los griegos para impulsar su propia utopía -la utopía de su época-, la cual involucraba a un número importante de ciudadanos. Era pasar del monarca absoluto (llámese este emperador, rey, zar, etc.) al ciudadano como sujeto político. Para el momento histórico, dar poder político a los ciudadanos propietarios de tierras y esclavos y que pagaban tributos, era un “salto social”.

Pero la categoría democracia en sí se refiere al poder del pueblo. El poder que emana del pueblo. Y hoy, más de dos siglos después de la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, esto de “poder del pueblo” se entiende indiscutiblemente como una dimensión que cobija a todos los seres humanos. Y, aquí comienza a develarse la brecha entre la teoría y la realidad.

La costumbre es una clara enemiga de la duda. Cuando nos acostumbramos, no cuestionamos. ¡Eso no se hace!, decía mi madre. ¿Y por qué no?, preguntaba yo. Porque no, contestaba ella, -no siempre, pero sucedía-.

Nos hemos acostumbrado a reconocer y señalar que hay democracia en los países en los que dos o más candidatos, bajo un régimen electoral constitucionalmente concebido y legitimado por la comunidad nacional e internacional, se disputan el poder político, evidenciando una real posibilidad de alternancia. Entonces, hay democracia en casi toda América, en casi toda Europa y en muchos países asiáticos y africanos.

Así, por ejemplo, nos genera dudas Rusia, porque, a nivel internacional, gobiernos y medios de comunicación indican que la oposición goza de pocas garantías para el real ejercicio de la política. De igual manera, nos parece inaceptable la democracia china o cubana que se fundamentan en un solo partido político. No entendemos la democracia al interior de un solo partido. Vivimos el paradigma de la multiplicidad de partidos en el marco de la demoocracia. La costumbre enseña, entonces, que la presencia de varios partidos sería sinónimo de democracia.

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Si vemos la democracia como una cebolla, entonces, las elecciones entre candidatos de varios partidos son la capa superior. Pero, incluso, reduciendo el tema de la democracia a los procesos electorales y a la existencia de un Estado liderado por las fuerzas que triunfan en elecciones pluripartidistas, existen razones para llorar. Tanto Schumpeter (funcionalista) como Marx, encuentran insuficiencias en la contienda electoral por el control político del Estado.

Para el primero, la única democracia que existe es la aparente -las campañas-, que en la realidad se traduce en “la lucha de las élites por el voto de las masas”, sin configurar una verdadera “voluntad popular” si retomamos el espíritu del Contrato Social de Rousseau. El elegido no tiene compromisos con sus electores, se puede interpretar de Schumpeter.

En el caso de Marx, la democracia bajo la égide del capitalismo no es posible, ya que, son los dueños de los medios de producción  los únicos que pueden tener real injerencia sobre el Estado. De hecho, lo coptan.

Pero, más allá de este debate sobre la manifestación más superficial de la democracia: los partidos y las elecciones; la realidad es que como utopía, la democracia está lejos de materializarse.

Para adentrarnos en una segunda capa de la cebolla, preguntémonos sobre la “calidad” de los electores.

Si bien, la democracia formal declara el derecho de todos los ciudadanos a elegir y ser elegidos, la realidad es que hay millones de seres humanos que tienen una condición “infrademocrática”. El analfabetismo, la pobreza extrema y el desplazamiento forzoso -ciudadanos que viven sin techo, que no cuentan con documentos de identidad, que desconocen la realidad política de su territorio y que no tienen tiempo para pensar en algo diferente que no sea la supervivencia diaria-, son fuentes de exclusión democrática. Si Prahalad (2004) declaró que el planeta contaba con cerca de 2 mil millones de personas que vivían con menos de dos dólares al día, probablemente este dato pueda ser el punto de partida para formular la hipótesis de que, al menos, 1/4 parte de la población mundial vive por fuera de la democracia real, así ésta exista en su país.

Otro elemento que incide sobre la “calidad” del elector, es el acceso a la información veraz, suficiente y oportuna. Descontando el analfabetismo funcional, por suerte cada vez más reducido en el mundo, está la cuestión de las fuentes de información. El debate sobre las condiciones ideales nos ha llevado a un mundo en el cual conviven los medios de comunicación privados -frecuentemente conectados con grupos de interés económico o político-, los públicos -probablemente inclinados hacia los intereses del gobierno de turno-, y los llamados independientes, que tienden a relacionarse con movimientos sociales y ONG.

Si bien la diversidad es un preciado bien, el riesgo está en la intención del comunicador. ¿De qué sirve la diversidad, si se trata de fuentes que informan con la intención de vender una postura, de convencernos con respecto a ella? Estamos hablando de ética. ¿Cuál es la frontera ética de los medios de comunicación en la sociedad actual? Los médicos, esperamos que se rijan por el Juramento Hipocrático cuando intervienen nuestro cuerpo; ¿qué código guía al medio de comunicación a la hora de informarnos?

Entonces, la “calidad” del elector se halla en riesgo día a día, cuando los medios de comunicación tienen motivaciones comerciales o políticas a la hora de informar. Y eso parece suceder frecuentemente. De hecho, a propósito de las costumbres, nos hemos habituado a aceptar que un medio es gobiernista o de oposición, que un periódico pertenece a un grupo empresarial y que informa sobre temas económicos que interesan a las empresas del grupo. Y sólo decimos “es que ese medio les pertenece”. ¿Acaso esto es un entorno favorable a la vida democrática?

Ahora con el desarrollo de las telecomunicaciones e Internet, la situación se ha vuelto más compleja. El extremos son las fake news, de las cuales no hay que hablar mucho, ya que,  son una clara transgresión del espíritu democrático.

Pero está el tema de los algoritmos y las redes sociales. La verdad es que no es fácil entender este nuevo mundo de las comunicaciones (yo también lo entiendo poco, por eso me esmero en pisar suave cuando recorro esa autopista), pero hay dos realidades que, a mi gusto, son palpables. La primera es que las redes tienden a darme “gusto” no a “informarme”: los algoritmos de las redes sociales existen para tratar de entenderme como sujeto de mercado, no como ciudadano. No lo digo yo, lean a Harari o a Chomsky o vean el documental Dilema Social.

La segunda realidad es que las redes sociales desataron la bestia que llevamos dentro. La timidez ha desaparecido, la apatía ha muerto, la erudición nos ha aflorado. Gracias a las redes hablamos todos, de todo y en todo momento. Desaparecieron nuestras dudas, hemos visto la luz. Cuestionamos, opinamos, aseveramos y enjuiciamos sin pensarlo dos veces. Ahora que todos podemos ser autores, también tenemos acceso a demasida información inutil, poco rigurosa y, a veces, peligrosa. El riesgo no nace en las redes, emana de la “calidad” de ciudadano democrático que ya somos. Y la consecuencia será la “calidad” de ciudadano que estamos construyendo.

Yo no diría que el presente mundo es peor que aquel de la desinformación de siglos pasados, cuando unos pocos -el rey o el papa- eran los únicos iluminados que podían enriquecer nuestra “calidad” de ciudadanos. Pero tampoco aseveraría que esta maraña en la que se han convertido los sistemas de información y comunicaciones nos está dando más luz.

¿Qué nos queda?

Nos quedan los maestros, con su invaluable tarea de ayudar a desarrollar el pensamiento crítico y autónomo de sus estudiantes. Maestros que siembren, no que ilustren. Maestros que despierten almas, no que llenen cerebros como repositorios de información. También nos quedan los políticos decentes y los periodistas responsables. Los hay.

En manos de ellos está que esta capacidad que el ser humano ha creado con su ingenio (la 4a revolución industrial) nos impulse hacia la utopía y no a la destrucción de la especie. Porque con los riesgos de insostenibilidad social y ambiental y de una catástrofe nuclear, esto último podría suceder.

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Chernobyl: una cicatriz que nos recuerda lo frágil que es la humanidad.

Reproduzco un texto que escribí hace 5 años, a propósito del aniversario de uno de los dos mayores accidentes nucleares de la historia.

Hace 35 años, en esta misma fecha, abril 26, me encontraba yo en Kiev. Todo parecía normal, el año académico estaba en su última etapa, comenzaba a florecer la ciudad y se acercaba el puente festivo del 1º de mayo. Lejos estábamos de imaginarnos que un riesgo mortal se incubaba a unos 100 kilómetros de la ciudad.

El accidente en el 4º reactor de la estación nuclear de Chernobyl pendía como espada de Damocles sobre la vida de millones de europeos de la otrora Unión Soviética y algunos de sus países vecinos. De hecho, nos enteramos de la catástrofe cuando el Kremlin tuvo el deber de dar respuesta a las inquietudes que desde Suecia se presentaban con respecto a un incremento inusitado de niveles de radiación en aquel país escandinavo.

Años después, la crisis de Fukushima, al conmemorar las “bodas de plata” de Chernobyl, debe hacer pensar nuevamente a los políticos, a los empresarios y a los expertos sobre las implicaciones ambientales y planetarias del consumo ilimitado y de la búsqueda acelerada y “salvaje” de fuentes alternativas de energía.

Las preguntas que surgen en la actualidad no sólo tienen que ver con la producción de energía o el desarrollo de alternativas diferentes a los combustibles fósiles. Adicionalmente hay que destacar:

1. Los accidentes producidos en reactores nucleares (de los cuales, Chernobyl y Fukushima son los más conocidos pero no los únicos) demuestran que la tecnología moderna aún no es capaz de controlar los monumentales daños que aquellos pueden producir. Según la OMS, los afectados por la radiación de Chernobyl superan los 5 millones y, aunque fuentes oficiales rusas y ucranianas hablan de 10.000 muertos, Greanpeace asegura que el número de fallecidos supera los 100.000. Pero, lo destacable es que la magnitud de los daños es monumental a pesar de que la energía nuclear sigue siendo una fuente menor.

2. El creciente consumo frente a la capacidad limitada del planeta. Los economistas y los hacedores de políticas públicas hemos permitido que por décadas, tal vez siglos, se deje al crecimiento del PIB como eje del Desarrollo Económico -significativo ejemplo es el de la expansión de los llamados mercados emergentes-. Pero, los problemas ambientales del presente muestran que el ilimitado Crecimiento Económico es un verdadero riesgo para la sostenibilidad del Desarrollo: ¡vivimos en un planeta de recursos limitados!

3. La búsqueda permanente por el control de las fuentes de energía, particularmente las fósiles, explica en gran medida la dinámica de las mayores crisis geopolíticas del mundo. No es casual que en el último siglo, los mayores conflictos bélicos focalizados se hayan realizado en el Medio Oriente y Norte de Africa, o que a Rusia y Estados Unidos les preocupe tanto la situación política del Caucaso. Estas son dos de las regiones que poseen las mayores reservas de petróleo y gas del mundo.

4. ¿Se da suficiente importancia a la búsqueda de nuevas fuentes de energía que sean ambientalmente limpias? La producción de energía limpia implica grandes inversiones con retornos en el largo plazo. El tema aún está en los niveles de la ciencia (innovación) y de la tecnología (implementación). Hay hallazgos económicamente inviables y hay temas aún sin explorar. En el caso de la viabilidad económica estamos encontrando externalidades gigántescas: de un lado, la producción de biocombustibles de primera generación reduce la frontera agrícola de alimentos y, del otro, se hace necesario mantener el precio de los combustibles fósiles en niveles elevados, para hacer viable la inversión en energías limpias.

Sean, este momento conmemorativo -35 años de Chernobyl- y la década de Fukushima, escenarios propicios para una gran reflexión económica: la economía de mercado no puede seguir de espaldas a la realidad ambiental. Más que continuar con la línea de crecimientos ilimitados, la política económica debe moverse en dos direcciones pertinentes: mejorar la capacidad de distribución de la riqueza y asegurar la sostenibilidad del desarrollo.

Colombia no es una Economía Emergente, es un país subdesarrollado.

Giovanny Cardona Montoya, marzo 6 de 2021.

 

Dice Harari Y. N. que los sapiens dominamos el mundo porque somos la única especie capaz de crear historias ficticias y “tragarse el cuento”. A propósito de esta premisa, viene a mi memoria que hasta la década de 1980 en el imaginario social (incluidas las instituciones educativas, las empresas y el Estado), existian tres grupos de países: los del primer mundo (capitalistas desarrollados), los del segundo mundo (socialistas) y tercer mundo (subdeasarrollados).

Sin embargo, con la caída del socialismo en Europa del Este y la URSS y con la notoria transformación económica de países del este y sudeste asiático (China, Corea, Taiwán Singapur), esta clasificación entró en desuso. En su lugar, aparicieron nuevas categorías, la mayoría de ellas asociadas a la idea de Economías Emergentes, para señalar que abandonan el subdesarrollo o que se convierten en naciones industrializadas.

En ese contexto, hace un par de décadas, John O´Neill de Goldman Sachs acuño el acrónimo BRIC para indicar que Brasil, Rusia, Chna e India tenían ciertas características comunes que elevaban su atractivo para los inversionistas. Pero, nuestra capacidad de crear fantasías transformó BRIC en BRICS (para sumarle a Sudáfrica) y luego se extendió la cadena con otros acrónimos como MINT,  y CIVETS -creado por The Economist-, en el cual ingresa Colombia con Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía y Sudáfrica.

De hecho, un estudio indicaría que las acciones de los países envueltos en alguna de estas siglas, valorizan hasta 8,5% más que las de los que no están. Sin embargo, lo que nace de un estudio técnico se va conviritiendo en “moda” que hace eco en diferentes dimensiones de la sociedad, ya no sólo en el mundo de las inversiones. El imaginario colectivo comienza volar.

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Pero, ¿se puede considerar a Colombia una Economía o Mercado Emergente?   

Según Antoine Van Agtmael (quien fuera economista del Banco Mundial), la combinación entre desarrollo tecnológico y transformación demográfica del planeta genera una nueva categoría de países. Mano de obra barata en acelerado proceso de cualificación, guiada por empresarios y gobernantes emprendedores, da pie a una transformación cuantitativa y cualitativa de las economías regionales. De ahi salen países en proceso de industrialización con un significativo crecimiento de su poder adquisitivo. He aquí los llamados mercados emergentes.

Colombia es un país grande en extensión y en población (entre las 30 naciones más grandes y pobladas del planeta), pero éstas son ventajas naturales. Pongamos el foco en las ventajas que denotan evolución: la transformación de la mano de obra, la evolución de su estructura productiva y el crecimiento del ingreso per cápita.

Para tener una mano de obra más cualificada, un acelerado proceso de industrialización y un crecimiento del ingreso per cápita, se hace necesario, primero que todo, tener buenos resultados en materia de cobertura y calidad educativa. De acuerdo con estudios realizados, entre 2010 y 2014 Dinamarca invirtió en educación el 8% de su PIB, mientras Colombia dedicó el 4,64%, guarismo inferior al de Bolivia, Argentina, Ecuador y Brasil. Un dato complementario es que en 2019, el porcentaje dedicado a la educación cayó a 4,3%.

Como resultado de estos esfuerzos, los departamentos más exitosos en cobertura neta en educación media (porcentaje de niños en edades entre 14 y 17 años, que efectivamente estudian) alcanzan el rango de 50-60% de esta población. En otras regiones dicho indicador oscila entre 40% y 50%. Pero los de peor desempeño alcanzan resultados muy bajos, incluso del 10%.

Adicionalmente, con datos del Ministerio de Educación Nacional, el Consejo Nacional de Competitividad deduce que para las cohortes de 2014 a 2017, de 100 niños que toman el grado 1 de primaria, sólo 44 alcanzan a terminar la educación media (grado 11). Y de los que ingresan a la educación superior, la tasa de deserción por cohorte en la educación técnica profesional, tecnológica y universitaria en 2016 es de 52,3 %, 53,5 % y 45,1 %, respectivamente.

Si nos comparamos con un claro referente de Mercado Emergente, Corea del Sur, la diferencia es contundente: Su sistema educativo “ha logrado alcanzar prácticamente la cobertura total en todos sus niveles: en 2009 tuvo una tasa neta de 99 por ciento en educación primaria y 96 por ciento en educación secundaria, mientras que en la enseñanza terciaria llegó a uan cobertura bruta de 100%.”

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La idea es que la población cada vez más cualificada permee el mercado laboral, pero si nos comparamos con los demás integrantes de la OCDE (organización de países desarrollados y emergentes a la que ya pertenece Colombia), nuestra población económicamente activa -PEA- y de ésta, la que se halla ocupada, siguen siendo mucho menos cualificadas. En 2019, sólo 19% de la población que labora tiene educación terciaria, mientras los que tienen básica o menos superan el 44%. En la OCDE estos indicadores son inversamente proporcionales (39,3% y 19,3%, respectivamente).

Como segundo indicador, es fundamental ver la transformación de la estructura productiva. Las economías emergentes vienen cambiando su vocación productiva; de commodities han evolucionado a la producción de bienes con creciente valor agregado.

A lo largo de 30 años de apertura económica, la estructura exportadora del país se ha concentrado y es menos diversificada; depende más de los bienes sin transformar de origen minero que en la segunda mitad del siglo XX. En 2019, las exportaciones mineras sin transformación son el 48% de la canasta de bienes y servicios vendidos al exterior; mientras para América Latina en promedio este indicador es del 25% y para la OCDE es de apenas 7%. Una economía emergente como Sudáfrica apenas llega al 20% en este indicador y para Singapur el dato es de 1%.

Las exportaciones colombianas de alta intesidad tecnológica apenas llegan al 2% de toda la oferta, mientras para la OCDE este indicador es de 13%; para América Latina es 9% y para Singapur es de 26%.

En síntesis, no se avanza suficiente en la cualificación de la mano de obra y ello dificulta la transformación de la oferta productiva. Seguimos siendo un país no industrializado, dependiente de la exportación de recursos naturales y atado a las importaciones de bienes intensivos en conocimiento.

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Por último, si bien la renta per cápita de Colombia ha aumentado, su volumen y tasa de crecimiento reflejan el relativo rezago con respecto a otras economías emergentes. Según el Banco Mundial, Corea del Sur tiene una renta per cápita en 2019 (a precios constantes de 2010), de 28.675 dólares; la cual se duplicó en 20 años (desde 1999). Chile la duplicó en 15 años, alcanzando los 15.091 dólares, mientras que Colombia llegó a 11.059, tomándose 35 años para duplicarla.

Como dice, Harari, el homo sapiens tiene la capacidad de fantasear y esto ha sido un motor para convertirnos en la especie dominante del planeta. Pero, cuando autodenominarse Mercado Emergente no es un instrumento que mueva a las diferentes organizacione sociales y al sector público para avanzar en una cierta dirección, sino que se convierte en una simple declaración retórica, entonces, aquella no hace ningún aporte.

A pesar de los debates que se puedan suscitar, hay un grupo de países que eran denominados subdesarrollados a finales del siglo XX y que emprendieron una ruta de transformación productiva, lo que se refleja en un cambio cualitativo de sus estructuras productivas. Corea del Sur, China o Taiwán, son países que pasaron de ser proveedores de materias primas sin procesar y de ocupar una mano de obra sin cualificar, a ser motores de las Cadenas Globales de Valor, para lo cual han desarrollado un sólido plan de inversiones en educación, ciencia y tecnología. Han sido constantes y han sido persistentes, en otras palabras, son consecuentes en la relación entre lo que declaran y lo que hacen. Eso no ha sucedido en Colombia.