¿Podrá la humanidad sobrevivir a pesar de sí misma?

Agosto 9 de 2020.

Homo Sapiens: ser de ciencia, ser de guerra.

La historia de la humanidad es larga y compleja. Desde nuestro abuelo, el Homo Sapiens, hasta nuestros días, han pasado al menos un par de millones de años. Sin embargo, jamás habiamos sido tan poderosos y, a la vez, letales como en los últimos cien años.

La humanidad desde su prehistoria tiene una lista de innumerables desarrollos vitales y, a la vez, de fratricidas guerras. La dialéctica de la humanidad es un constante contraste entre la creación de memorables fuentes de felicidad y la sucesión de devastadoras conflagraciones. Somos una especie muy compleja desde lo biológico -pluricelulares- y desde lo sociológico -nos matamos unos a otros y no lo hacemos por instinto de conservación-.

La ciencia y la religión se han esmerado a lo largo de los siglos por explicar las razones de nuestro histórico y complejo comportamiento.  Tratar de entender qué nos motiva a avanzar y a convivir; y qué nos impulsa a la confrontación y a la destrucción son constantes en la reflexión de científicos, de teólogos y del homo sapiens de a pie. Y no hay respuestas. O, mejor dicho, hay decenas de diversas y antagónicas respuestas.

Civilización: dialéctica de la vida y de la muerte.

Entre pensadores que privilegian la naturaleza biológica -que pareciera dotada de egoismo natural- y aquellos científicos que encuentran en el entorno la oportunidad de moldear nuestro comportamiento social, no hemos podido confirmar si en nuestra naturaleza se halla  el germen para construir una utopia social.  Somos biológicamente complejos. Somos socialmente complejos.

Al margen de dicha inacabada discusión, la realidad es que la dialéctica de creación-destrucción que caracteriza al desarrollo humano y social se ha erigido como una espiral volcánica que gradualmente nos acerca a su erupción.

Uno de los mayores logros de la humanidad a lo largo de los siglos ha sido la marea de la llamada civilización que, habiendo arrasado con las culturas bárbaras, se eleva hasta inundar las extensas playas del planeta. Con sus aguas, han llegado los derechos humanos, las ciencias de la vida, la tecnología de la medicina, las técnicas de cultivos. Se ha bañado al planeta con las frescas aguas de la vida.

La civilización es una categoría que la historia puede asociar al imperio de la razón -griegos, modernidad-, pero que también sirvió de fundamento para distinguir al extranjero, al pobre o al esclavo (no cultivado, inculto) del verdadero habitante de la polis. En otra perspectiva que también tiene su origen en el supuesto imperio de la razón, los bárbaros serían aquellos que no abrazaban las religiones monoteistas -judeo-cristianas-, éstas sí, civilizadas.

Por lo tanto, a pesar de que la razón aparece como eje central de la argumentación histórica y epistemológica de la categoría civilización, la verdad es que la evolución de las grandes civilizaciones ha sido un camino empedrado de muerte y violencia. En otras palabras, la idea de civilización que hemos heredado no trae consigo una implicación universal de convivencia. La convivencia entre los miembros de cierta civilización no es automáticamente extrapolable a otros “seres vivos”, ni siquiera a todos los “seres humanos”

Sembrando la cicuta que beberemos.

Y aquí, bajo esta sombrilla denominada civilización nos hallamos en el actual momento histórico. Desde mediados del siglo XVIII hemos detonado dos procesos implícitamente positivos, esto es, asociados a la vida y no a la muerte; a la alegría y no al dolor.

De un lado, una secuencia de revoluciones industriales que traen consigo bienes y servicios que mejoran la vida de las personas y las sociedades: máquinas (a vapor, eléctricas, electrónicas), vehículos mecánicos y electrónicos, telecomunicaciones y comunicación digital, vacunas, calefacción, técnicas avanzadas de producción de alimentos, etc. Del otro lado, y en consecuencia de la anterior, la población mundial crece a velocidad exponencial. Pasaron más de 2000 años para que la población mundial se duplicara (de 500 a mil millones), pero en tan solo 150 años superamos los 7 mil millones de habitantes.

Paralelo a esta realidad “positiva”, hemos desarrollado las armas más letales jamás construidas, tenemos la capacidad militar de destruir la vida en todas -o casi todas- sus manifestaciones sobre el planeta. Y, de hecho, frecuentemente ponemos a prueba dichas capacidades. Además de las dos guerras mundiales, en el siglo XX se cuentan cerca de 150 confrontaciones internacionales, guerras civiles y genocidios.

Entonces, nos encontramos ante una nueva realidad histórica. Hemos sobrepoblado el planeta, lo habitamos por doquier, y para continuar o alcanzar el estilo de vida soñado (sociedad de consumo) debemos agotar sus recursos. Estamos destruyendo el planeta y lo sabemos; ya pronosticamos el tiempo de vida que le queda antes de colapsar y nadie está hablando de siglos, sino de décadas. Y no hacemos (casi) nada para frenar el apocalipsis.

20 sintomas del calentamiento global

Adicionalmente, el modelo de desarrollo socio-económico hegemónico tiene una naturaleza basada en la competencia, por lo cual, siempre hay ganadores y hay perdedores: hay gente con trabajo y hay desempleados; hay países industrializados y naciones subdesarrolladas; hay familias ricas y poderosas y hay millones de personas con problemas de malnutrición y de desnutrición. Pero, lo crítico no es la existencia de inequidades, son las magnitudes de las mismas:

INEQUIDAD EN EL PLANETA

En síntesis, la capacidad de resolver este tipo de problemas la tenemos. Pero la voluntad para hacerlo parece que no. Por ejemplo,la actual pandemia, -un virus que contagió al planeta en tan sólo seis meses y que provoca la que será seguramente una de las dos peores recesiones económicas de los últimos 100 años- reta a la humanidad como una aldea global y la respuesta parece ser un archipiélago de paliativos que al final dejarán una estela de familias empobrecidas, pequeñas empresas quebradas y millones de muertos.

Crisis racional de la civilización

Más que un debate moral (que buena falta nos haría), asumo una cuestión de carácter racional. Las cualidades de nuestra civilización hacen agua. Desde la lógica de la supervivencia de la humanidad (por no hablar del planeta y de la vida en general), las actuales definiciones de libertad, justicia social y desarrollo socio-económico no son compatibles con la crisis que enfrentamos. Una libertad basada en el mercado y no en las diversas dimensiones del ser, una justicia social centrada en la dádiva y no en el reconocimiento del otro como un semejante; y un desarrollo socio-económico inspirado en crecimiento, derroche y consumo ilimitado, hacen inviable la pervivencia de la especie humana.

Bajo esta lógica, recurriendo a nuestro instinto de conservación y a la racionalidad que nos diferencia de otras especies, se hace necesario revisar aquello que denominamos la civilización más avanzado o el máximo nivel de desarrollo. Estamos llevando al planeta camino del desfiladero.

 

 

¿Educación virtual o virtualidad en la educación?

Giovanny Cardona Montoya, julio 19 de 2020.

 

Los modelos de “escuela” han mutado a lo largo de los siglos. La tradición oral, la lectura del texto escrito o la video-conferencia son manifestaciones de forma de la esencia de las instituciones educativas: la preservación de la cultura. Que las nuevas generaciones apropien el acervo cultural de la humanidad -las ciencias, las artes, las técnicas, etc.-, esa es la razón de ser de la escuela.

A pesar de que la coyuntura que viven los sistemas educativos en el mundo, como consecuencia del requerido distanciamiento social, ha revivido el interés por el uso de las tecnologías de información y comunicaciones (TIC) en los procesos formativos, la realidad es que la virtualidad lleva más de un cuarto de siglo permeando todos los centros de formación: la escuela técnica, el colegio, la universidad; todos.

Ahora se oyen voces -inclusos voces muy autorizadas- que declaran que la virtualidad nunca sustituirá a la presencialidad; que debemos volver al campus -a los edificios con aulas y bibliotecas- cuando la pandemia lo permita. Pero, ¿acaso nos estamos haciendo la pregunta correcta?

- Nos negamos a abandonar el pasado.

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Quienes vivimos la actual coyuntura somos personas nacidas en el siglo XX o en el XXI. De hecho, más del 90% de la población mundial nació después de la segunda guerra mundial. Por lo tanto, tenemos una idea muy lineal y clásica de lo que es una escuela: un salón, una sillas enfiladas hacia el frente, un tablero. Si bien, hay multiplicidad de alternativas, como los talleres, los laboratorios o las granjas, la realidad es que el aula tradicional sigue siendo el eje principal alrededor del cual giran los imaginarios sobre la educación escolarizada.

Pero, la arquitectura del aula de clases no es un capricho o una moda. El aula de clases es el escenario de interacción entre docentes y estudiantes alrededor del conocimiento; y aquel responde a condiciones socio-económicas,  políticas y culturales de la época.

Y, cuando hablamos de época nos referimos a condiciones temporales características de clusters de generaciones que han vivido bajo un paradigma socio-cultural determinado: tal vez la modernidad y la sociedad industrial (siglos), la explosión demográfica (más de un siglo) o la segunda post-guerra mundial (casi un siglo) puedan servir de hitos para diagramar la época en la que se ha desarrollado el actual sistema educativo.

Pero, cada época es un constructo teórico de cualidades dialécticas que indican que persisten rezagos de épocas anteriores, a la vez que se engendran las células de una posterior. Así que, aunque la modernidad tiene su esencia en el uso de la lógica y la razón, las escuelas públicas conservaron por siglos la enseñanza de la religión como componente de sus currículos.  De igual, manera, la necesidad de ampliar la cobertura educativa -por las crecientes aspiraciones de la mujer y la necesidad de cualificar trabajadores para el sector industrial- y la dificultad para crear escuelas fuera de los grandes centros poblacionales, dieron origen a la “educación a distancia”, la cual fue evolucionando del correo a las mediaciones de radio y televisión, para luego fortalecerse con las oportunidades que emergen de la informática e Internet.

- La Sociedad del Conocimiento: el presente hito.

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Desde hace medio siglo la productividad del conocimiento ha sido el motor del crecimiento económico mundial (Drucker, Castells). Y esta realidad -aceleración y globalización de la producción, acumulación, difusión y uso de la información y del  conocimiento- es uno de los ejes de la nueva época. La hegemonía de las escuelas como escenarios de transmisión de información y conocimiento ha caído. La nueva era reclama de las instituciones educativas y particularmente de sus procesos curriculares y de sus docentes, un repensarse de cara a las nuevas posibilidades que ofrecen las TIC y a las nuevas necesidades que enfrentan las sociedades.

Algunos retos de la nueva escuela son heredados de la época anterior: asegurar la suficiente cobertura educativa, detener el holocausto ambiental y crear posibilidades para que millones de personas marginadas accedan a los medios para satisfacer sus necesidades materiales y espirituales. Otros retos se derivan de las nuevas realidades: preparar jóvenes para desempeñarse en red, convivir con diversas culturas, enfrentar la incertidumbre y mitigar la angustia que generan, la velocidad de los cambios y el creciente debate alrededor de paradigmas morales históricamente consolidados.

Por lo tanto, el necesario debate acerca de las instituciones educativas después de la pandemia no se puede enfocar en un supuesto antagonismo entre la virtualidad y la educación denominada “presencial”. En esta sociedad del conocimiento no hay educación de calidad si ésta no incluye dispositivos tecnológicos, acceso a suficiente y permanente  información, comunicación en red y uso de softwares especializados.

- Repensar la institución educativa.

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Una propuesta curricular es un sistema consciente de relaciones entre profesores y estudiantes alrededor de las necesidades de aprendizaje, los contenidos, las metodologías y la evaluación de resultados. Por lo tanto, el aula de clases es sólo un componente, un ambiente que facilita la experiencia curricular. El aula ideal de clases (el salón en una escuela, la plataforma zoom, la granja agrícola, la sala de cirugías, etc.) depende de los componentes señalados (objetivos, contenidos, métodos) y de las particularidades y condiciones socio-económicas y culturales de los participantes del proceso de formación.

La educación de calidad debe llegar a jóvenes cuya actividad principal es el estudio, pero también debe atender a los campesinos, a las personas que trabajan en el día y deben estudiar en la noche, a las personas con limitaciones físicas (de movilidad, auditivas, de la vista, etc.). Frente a necesidades tan diversas, las mediaciones virtuales son una excelente herramienta que complementa (siempre) o sustituye (en muchos casos) a la educación que se puede realizar en encuentros presenciales.

Si bien, hay actividades de aprendizaje que deben llevarse a cabo en escenarios especializados (el hospital, la granja, la obra de construcción), también es verdad que la virtualidad no se reduce a una comunicación en línea entre estudiantes y profesores (la video-conferencia). La virtualidad en la educación tiene que ver con el acceso y uso de información pertinente producida por toda la humanidad (bases de datos, virtualtecas); el uso de softwares y simuladores especializados para diferentes actividades sociales y económicas; y la co-creación de conocimiento en red (comunidades de conocimiento).

Con seguridad los encuentros en el campus físico de una universidad tienen un sinnúmero de bondades para el aprendizaje y la co-creación de conocimiento, entre otras, gracias a los efectos emocionales que puede tener el contacto personal y la comunicación face to face. Pero, eso no significa que los encuentros en línea, al igual que la comunicación asincrónica, no puedan ofrecer otras ventajas en el proceso de formación. La comunicación en red tiene una mayor cobertura (estudiantes con dificultades de movilidad), acerca al diálogo a profesores extranjeros (calidad sin costos de desplazamiento) y a estudiantes de otras regiones y países (interculturalidad).

En síntesis, las fortalezas de la virtualidad o de los campus universitarios en los procesos educativos no son fuente de antagonismos. La educación de calidad en la actualidad debe asegurar que el acervo de conocimiento de la humanidad se preserve y ello incluye las capacidades desempeñarse en red y convivir en un mundo multicultural.

Las particularidades de los saberes especializados (las ciencias puras, las ciencias sociales, las tecnologías, las técnicas, las humanidades, la estética), las condiciones socio-económicas de los estudiantes, el desarrollo de las didácticas por parte de los pedagogos y los retos de futuro, deben ser los factores que determinen la combinación ideal de mediaciones (presenciales y virtuales) para asegurar una amplia cobertura educativa con calidad.

En cambio, estamos en mora de revisar los calendarios rígidos, los contenidos excesivamente estandarizados que desconocen las particularidades del estudiante, las metodologías tradicionales y unidireccionales que aún acostumbran muchos docentes y las evaluaciones “enciclopedistas” que verifican la asimilación de contenidos pero no las capacidades o competencias que deben desarrollar los estudiantes para vivir en esta compleja sociedad del conocimiento: aprender a aprender, aprender a hacer, aprender a preguntar, aprender a debatir, aprender a conocer y respetar la diferencia, aprender a descubrir, aprender a co-crear…

 

 

 

 

 

Covid desnuda las debilidades de la ONU y del Sistema de Cooperación Internacional.

Giovanny Cardona Montoya, julio 5 de 2020.

 

En 1944 fue Bretton Woods; en 1945, San Francisco y en 1947, La Habana. La arquitectura de la cooperación internacional post segunda guerra mundial nació en esas tres conferencias. El Sistema de las Naciones Unidas, las instituciones FMI-BIRF y el binomio GATT-OMC fueron erigidos con el propósito de asegurar el desarrollo y la convivencia pacífica entre las naciones, la estabilidad del sistema monetario internacional y un comercio con reglas transparentes y previsibles para los gobiernos y las empresas.

La arquitectura de la cooperación internacional, a pesar de sus críticos.

Por décadas, los teóricos de las relaciones internacionales han debatido acerca de los principios rectores, la eficiencia y la pertinencia de la actual arquitectura de la cooperación internacional. Algunos positivistas ven en la Asamblea General de la ONU el espíritu de “los 14 puntos de Wilson”, mientras los padres de la Realpolitik tienden a endilgarle al Consejo de Seguridad la condición de escenario de negoción entre potencias en un mundo claramente polarizado.

Las instituciones de Bretton Woods (el FMI y el Banco Mundial) tampoco se libran de cuestonamientos teóricos y de señalamientos por parte de movimientos sociales. Los partidos que se ubican del centro a la izquierda del espectro político (laboristas, sociademócratas, verdes y comunistas) tienden a ver al FMI como instrumento para la defensa de los intereses de las grandes potencias y particularmente de sus bancos multinacionales.

El sistema GATT-OMC ha sido duramente criticado por los pensadores de la teoría de la dependencia (Cardoso, Faletto y los cepalinos de los 60s y 70s) por concebirse como un instrumento que facilita a las naciones del Centro acceder a los mercados y a los insumos de la Periferia, condenando a estos últimos a la condición de productores de materias primas.

De hecho, el Sistema Generalizado de Preferencias (SGP) nació como un reclamo del G-77 en el marco de la UNCTAD, al considerar que la Cláusula de la Nación Más Favorecida pone a desiguales a competir en condiciones iguales, lo que desdice de la realidad del mundo en el que conviven naciones industrializadas, economías emergentes, otros países en vía de desarrollo y aquellos que parecieran inevitablemente condenados a la pobreza -las Naciones Menos Avanzadas-.

La arquitectura de la cooperación internacional, que nació con el final de la segunda guerra mundial y que buscaba aprender las lecciones de los errores cometidos durante la primera mitad del siglo XX, se ha transformado a lo largo de las décadas y, a pesar de las críticas (conceptuales y socio-políticas), ha mantenido cierto nivel de legitimidad…hasta ahora.

Relación dialéctica entre la globalización y el Sistema de Cooperación Internacional.

Tal vez los defensores del Sistema de Cooperación Internacional puedan esgrimir como su mayor logro el auge de la globalización, entendida esta última como un proceso continuo de unificación y homogeneización de mercados y culturas. Muchos eventos dan cuenta que en los últimos 30 años los habitantes del planeta vivimos más juntos (viajamos más, vivimos más conectados) y más integrados -usamos microsoft, consumimos Hollywood, vemos el mundial de fútbol, compramos en Amazon, hablamos inglés-.

Pero obviamente, la realidad no es tan simple. No somos tan homogéneos, no estamos tan integrados y, peor aún, la globalización no es muy justa en la distribución de beneficios y costos.La pésima distribución de la riqueza mundial  (G-7 +3 produce el 66,5% del PIB mundial) y la gradual desaparición de manifestaciones culturales de pueblos y naciones del “Sur”, dan cuenta de una muy inequitativa globalización.

Eso sí, la globalización de los mercados financieros, de bienes industriales y de servicios es una realidad. El FMI y el sistema GATT-OMC (reforzado este último por los TLC), han facilitado la expansión del comercio mundial y del mercado global de capitales.

Ahora, hay que reconocer que existen avances en dimensiones que inciden positivamente en el desarrollo humano y social. Algunos críticos podrán señalar -no sin razón- que no es suficiente, que se ha privilegiado el lucro privado por encima del bienestar social; pero en una línea de tiempo se puede demostrar que el planeta en general -aunque con diferentes niveles de logro entre regiones- ha avanzado, en parte gracias a la globalización y a la cooperación internacional. Los números no mienten.

Datos estimados entre 1800 y 2015

Pero la globalización, con sus aportes y sus defectos, tiene en su naturaleza un principio que le es inherente:

“todo lo que sucede en un lugar impacta al planeta entero; por lo tanto, nada tiene una solución exclusivamente local.”

Ahora, el coronavirus.

Todo indica que nace en un lugar determinado -Wuhan, China-, pero en seis meses (entre noviembre y abril)  invade el planeta. La globalización -viajes internacionales en este caso- acelera el proceso de contagio a nivel planetario. Las consecuencias son amplias y diversas: contagios crecientes, colapso de los sistemas sanitarios locales y muerte de la población más vulnerable. No hay vacuna, por ende, es enorme la incertidumbre sobre la posible duración de la pandemia. Hasta ahí las consecuencias más evidentes.

Pero esta es la pandemia más compleja que ha vivido el planeta como un todo. Aunque hasta ahora los números de víctimas no superan a los de otras pandemias, las dimensiones globales de la crisis sanitaria en tan corto tiempo, son únicas en la historia moderna. De ahí las otras consecuencias.

La mayoría de los países del planeta han tenido que hacer cuarentena y cerrar empresas o diezmar servicios. Se ha deprimido la economía mundial; se estima que la recesión global y el desempleo a finales de 2020 serán comparables con las peores crisis económicas vividas en el siglo XX, incluida la de 1929-1933.

Adicionalmente, casi que se han paralizado los sistemas educativos. Hoy las escuelas y universidades intentan dar continuidad a los procesos formativos a través de la comunicación remota. Pero las evidencias señalan que no había una preparación pedagógica por parte de la mayoría de los docentes, los estudiantes no estaban emocionalmente dispuestos y las inequidades socio-económicas imposibilitan que grandes porcentajes de la población puedan acceder a esta educación por falta de recursos tecnológicos (sin conectividad, sin computador).

Y hay más preocupaciones: crisis emocionales de personas y familias por el encierro y la incertidumbre, dificultades para realizar procesos electorales, limitaciones para que las personas realicen actividad física, pérdida de libertades de los individuos sobre la base de cuidar la vida y la salud de la población, etc.

El problema es global pero la solución se está dando localmente.

La OMS trata de mantener su rol de ente rector para enfrentar la pandemia pero, más allá de dar lineamientos y recomendaciones en materia de salud pública -no sin debates-, su participación es marginal. El problema se está resolviendo en cada país y en cada localidad, según los niveles de autonomía que establezcan las constituciones políticas de cada nación. Así, ha sido caótico el manejo de la pandemia en Estados Unidos, en parte por las disputas entre la Casa Blanca y los gobernantes de cada Estado.

Por lo tanto, la primera cuestión fue la ausencia de concertación para haber frenado o desacelerado la expansión de un virus que fue detectado en un territorio específico. Cada país tomó sus decisiones haciendo lecturas particulares de la situación internacional y de las capacidades y riesgos locales. En otras palabras, el orden multilateral ha sido débil en materia ejecutiva.

Y esta debilidad hace temer por lo que será la implementación de la solución cuando se descubra la vacuna. ¿Se tendrá el orden más adecuado para producir, distribuir y aplicar, de modo tal que se tenga eficiencia y equidad? La ineficiencia y la inequidad en el proceso de vacunación no sólo afectará a los países más pobres. Este es un virus muy “globalizado”, si no se le atiende con ojos planetarios, todos los países correrán el riesgo de una nueva recaída.

Pero lo multilateral no sólo se ve débil en materia sanitaria. La mayoría de los países, de manera unilateral, están flexibilizando las políticas monetarias y la regla fiscal; hay problemas y retos en materia aeronáutica; el año escolar será cuasi-fallido en muchos países, el comercio mundial probablemente vea una nueva ola de neo-proteccionismo, etc.

Un ejemplo muy palpable de extensa y profunda interdependencia es el económico. Cada país ha venido reactivando sus sectores económicas de acuerdo a la evolución de los indicadores sanitarios locales (curva de contagios y fallecidos por coronavirus). Pero la conexión intersectorial es una de las realidades más significativas de la globalización: ninguna empresa hace un producto completo, sino que, depende de proveedores a lo largo y ancho del planeta.

cadenas globales de valor, un avion

Las Cadenas Globales de Valor y el Comercio Mundial de Tareas son la característica más significativa de los procesos productivos en tiempos de la globalización. Por lo tanto, si no se da una coordinación intersectorial -nacional e internacional- la reanimación del ciclo económico será lenta e ineficiente. De nada le sirve a una empresa que su gobierno le autorice a reiniciar labores si sus proveedores no pueden hacerlo o si no hay vuelos programados que transporten los insumos de un lugar a otro. La ausencia de coordinación multilateral pasa cuenta de cobro con consecuencias notorias en la recuperación del empleo.

De la ONU para abajo, el espíritu de La Carta de San Francisco brilla por su ausencia. Bajo el principio de “sálvese quien pueda”, las decisiones locales se imponen, con una frágil excepción en el concierto de la Unión Europea.

El coronavirus ha desnudado las debilidades de la arquitectura del Sistema de Cooperación Internacional. Casi nada se está resolviendo de manera concertada y es muy probable que cierto nivel de autarquia y proteccionismo emerjan en el mundo post-pandemia.

El actual Sistema de Cooperación Internacional se erige sobre pilares de barro. Los intereses mezquinos de ciertos países, reflejados, por ejemplo, en las constantes amenazas de Estados Unidos para desfinanciar a la ONU, a la UNESCO, a la OMS o a cualquier organismo que le sea contrario a sus intereses, así lo demuestran. De igual manera, la naturaleza depredadora del sistema socio-económico imperante no permite a la cooperación internacional de carácter multilateral asumir un protagonismo verdaderamente relevante y trascendental.

En pocos meses el covid-19 nos ha recordado -como lo han hecho  a lo largo de las décadas, la carrera armamentista nuclear y el calentamiento global- que la extinción de la especie humana sí es posible, pero que la solución en gran medida está en nuestras manos. Y dicha solución, en un mundo globalizado, depende de la capacidad de concertación multilateral en función de propósitos superiores.

Pero el actual Sistema de Cooperación Internacional aún se nutre del espíritu insolidario de la desaparecida guerra fría y de la soberbia antropocéntrica de siglos pasados. Esta no es una arquitectura adecuada para el siglo XXI; sus principios no se derivan de los retos compartidos de la humanidad y del planeta.

El día después de mañana.

Giovanny Cardona Montoya, 3 de mayo de 2020 (8 semanas desde el inicio del confinamiento).

 

Se ha vuelto lugar común decir que las cosas no serán igual después de esta pandemia. Pero son palabras vacías si cada uno de nosotros no las reflexiona. Facilmente, como ya ha sucedido, podemos caer en los cambios de las apariencias y de las formas, dejando que la naturaleza de los hechos que nos han traido ésta y otras crisis siga incólume.

 

El día de ayer.

Son incontables las veces que la humanidad ha sufrido encierro, hambre, angustia o enfermedad por culpa de sí misma.

La segunda guerra mundial acabó con la vida de 50 millones de personas y dejó hambre, dolor y desolación por toda Europa, parte de Asia y Africa, duante seis largos años. Y después de semejante catástrofe no amprendemos la lección. Han habido más guerras; decenas de guerras en los últimos 75 años.

Y no son sólo las guerras. En la década de 1970 la ONU y luego el Club de Roma con su documento “Los límites del crecimiento” prendieron las alarmas sobre los riesgos de insostenibilidad de un modelo de desarrollo basado en el consumo ilimitado de recursos. En 1987 la Comisión Brundtland en su informe “Nuestro futuro común” formalizó el concepto Desarrollo Sostenible  como «la satisfacción de las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades».

Muchas de las catástrofes ambientales (sequías con las consecuentes hambrunas; tormentas y derrumbes) son resultado de la mala gestión que hacemos de los recursos del planeta. Recursos finitos para una población que se multiplicó por 5 en el último siglo. Somos demasiados para conservar el tren de destrucción de recursos -agua, aire, flora, fauna- que traemos del pasado. Por encima de una ética ascética, la realidad señala que es materialmente imposible mantener la actual cultura de consumo. El planeta tierra es insuficiente para esta sociedad derrochadora.

Desde 1970 venimos evidenciando que la humanidad consume

Pero también sufrimos catástrofes cuyo origen puede ser difícil de explicar. Tal vez el hombre ha hecho enojar la naturaleza; tal vez aquellas son resultado de la esencia misma del planeta. Pero, con culpa o sin culpa, son reiterativas y podemos aprender de lecciones pasadas: terremotos, huracanes, erupciones volcánicas, epidemias y pandemias. La gripe española, gripe porcina, gripe asiática, ébola, dengue, cólera, malaria, H1 N1. La naturaleza no se cansa de darnos lecciones.

 

El día de hoy.

Muy seguramente la pandemia la superaremos. En un par de años tal vez habremos sido vacunados y algunos hábitos habrán cambiado: aviones con sillas separadas, tapabocas cada vez que tengas gripe, restaurantes con mesas más distantes, algo de teletrabajo, más educación virtual, termómetro en todos los hogares y oficinas, etc. Cambios de forma, de apariencia.

Pero, ¿qué hemos aprendido de la  primera pandemia que amenazó al planeta entero al mismo tiempo? ¿qué aprendimos de las nefastas guerras, catástrofes y pandemias que han traído sufrimiento y muerte en el último siglo? ¿Qué estamos aprendiendo de la crisis  de este modelo de desarrollo socio-económico?

La llamada Cultura Occidental que se predica particularmente en Europa y América, tiene profundas raíces. La Ilustración Francesa, la Racionalidad Kantiana y el Liberalismo Inglés dieron cuerpo a lo que en la actualidad reducimos a Democracia Occidental y Economía de Mercado.

Pero, cuando volvemos a dichas raíces encontramos que el uso de la razón y la mayoría de edad kantiana son una invitación a hacernos cargo, a hacernos responsables de nuestras palabras, de nuestros actos y de nuestras omisiones. Por lo tanto, no podemos vivir tutelados por medios de comunicación amarillistas o entregados a intereses políticos y económicos, por redes sociales cargadas de fake news o por gobernantes que entienden la democracia exclusivamente como un juego electoral entre élites (Schumpeter).

Pero la ética kantiana y la ilustración francesa también traen como paradigma, el valor supremo de la humanidad como un fin, no como un medio; al igual que la democracia como un acuerdo de voluntades, no como un negocio de partidos.

voto si o no

Por lo anterior, deberían estar arraigados, en el ciudadano y en el gobernante, los valores supremos del bienestar individual y colectivo, del respeto al prójimo y de la fraternidad entre diferentes.

El espíritu liberal de Occidente no hace referencia solamente al mercado. No, lejos de eso. Se trata de la convivencia entre la individualidad (emocional, material, ética, estética) y la colectividad social. La idea de tener deberes y derechos implica la necesidad de reconocer al otro, a la vez que me reconozco frente a él. Soy “yo” y hago parte de un “nosotros”, pero también está “él” que existe y es en sí mismo, a la vez que es parte de “nosotros” también.

Debemos dejar de reducir el liberalismo filosófico a la premisa de la libertad de empresa y la libertad del mercado. No, se trata de la libertad de ser. Para “yo” poder ser y para “nosotros” poder ser, es necesario el ejercicio efectivo de deberes y de derechos.  Ambos a la vez.

Pero, un planeta en el que el 10% de su población vive con menos de 1,90 dólares al día, y 20% son pobres en todos los sentidos (no tienen suficientes alimentos, agua potable, electricidad) no puede ufanarse de que se respira la libertad. Es una falacia.  Este es un planeta en el que a muchos (demasiados) se les tienen negados los derechos y unos pocos no están cumpliendo con sus deberes.

Sacar al 20% de la pobreza es sólo el primer paso para que ellos puedan comenzar, al menos, a hacer consciencia de que tienen derechos. Quitar el hambre no es sinónimo de libertad, pero no hay libertad con hambre.

El hambre y la enfermedad son comprensibles en un mundo sin recursos y en una sociedad sin capacidades. Pero no es éste el caso. Según CNN “La fortuna combinada de las 26 personas más ricas del mundo llegó a US$ 1,4 billones el año pasado (2018), la misma cantidad que la riqueza total de los 3.800 millones de personas más pobres.” Los recursos son suficientes para que todo el planeta haga la cuarentena, nadie debería estar en la calle rebuscando el alimento en medio de la pandemia.

muro entre ricos y pobres

El día después de mañana.

En medio de nuestras vicisitudes y de los errores cometidos por la humanidad en general a lo largo de los últimos siglos, la sociedad del siglo XXI tiene unos paradigmas ideológicos que se deben rescatar. Rescatarlos es salvar la humanidad. ¿Salvarla de qué? Salvarla de su autodestrucción.

Covid 19 nos ha demostrado que somos inviables con los niveles de pobreza existentes. No se le puede pedir a 1300 millones de pobres multidimensionales que se queden en sus casas a esperar que la pandemia pase. No, no se puede, los matará el hambre.

Tenemos los recursos suficientes para permanecer en nuestras casas varias semanas y salvar a toda la humanidad del contagio. Pero, Covid 19 nos ha puesto a prueba y hemos demostrado que no lo vamos a hacer, que no tenemos suficiente capacidad de reconocer al otro como igual. Nos hemos educado un egoismo extremo que invita al autocuidado en detrimento del prójimo. Pero, Covid 19 nos dice que no hay auto-protección sin la protección del otro. Si otra persona está en riesgo de contagiarse, entonces, yo también lo estoy.

Por eso, el Estado, la idea de Empresa y el Individuo debemos repensar nuestros valores para construir el trinomio yo-él-nosotros como célula indisolubre y fundacional de la sociedad sostenible. La idea de riqueza que nos inspira actualmente, nos va a destruir.

Por lo anterior, ésta debe ser la primera lección: la ética racional y la solidaridad puestas en un mismo pedestal.

Nuestro futuro se debe apalancar en un Estado Social de Derecho que garantice a todos -absolutamente a todos-, unos recursos materiales y culturales mínimos -significativamente superiores a los requeridos para superar la pobreza multidimensional-, que coloquen a cada individuo en un punto de partida suficiente para que pueda ejercer efectivamente sus derechos.

La segunda lección. La actual Sociedad de Consumo es Inviable.

Décadas de discusión sobre Desarrollo Sostenible no fueron suficientes. Sin embargo, hoy, el Covid 19 nos ha obligado a la frugalidad, a la mesura, a la racionalidad del gasto. Todos en nuestras casas, preocupados por el empleo incierto, la empresa incierta, el ingreso incierto, hemos recurrido a la austeridad. El pánico nos ha acercado a una cotidianidad ascética. Incluso, reflexiva.

La pandemia pasará, pero la lección debe quedar. No existe un futuro posible con el actual tren de consumo desmesurado e inequitativo. Esto debe parar.

Por lo tanto, cuando pienso que el mundo no será el mismo después de la pandemia, quiero proponer que sea un mundo inspirado en las raíces de la la razón humanista, la democracia y la libertad. No me refiero a la precaria democracia y  a la casi exclusiva libertad de mercado. No me refiero a un mundo poblado por personas que no se pueden dar la mano, pero que siguen reproduciendo el veneno del consumismo ilimitado, la inequidad vergonzosa y la insolidaridad, que van destruyendo el planeta.

Si realmente el mundo después de mañana va a ser diferente, debemos preguntarnos por las condiciones para el verdadero ejercicio de la democracia (ciudadanos educados y sin necesidades básicas insatisfechas, eligiendo a sus gobernantes); y por las nuevas características del Bienestar como bien público en convivencia con la libertad del mercado.

El concepto de Bienestar se debe reconstruir, no puede seguir fundado sobre las posesiones materiales, se requiere una categoría más cercana al “estar y al ser” de la persona y a su “convivir” con los demás y con el planeta. Un bienestar que se sienta, que se viva, no que se posea. 

Por lo anterior, no debe haber dudas sobre el derecho efectivo a la educación de calidad, a la salud, a la vivienda digna, a la nutrición adecuada y a la libertad de expresión. La verdadera libertad de informar conlleva que los medios de comunicación  se desaten de los intereses de las élites políticas y económicas. Parodiando al Juez Hugo L. Black de la Corte Suprema de los Estados Unidos, la libertad de prensa fue concebida para proteger al gobernado (al débil), no al gobernante (al poderoso).

Por último, no todo puede ser objeto de mercado y el mercado no puede ser entendido como un recinto sagrado. El equilibro requerido entre Estado y Mercado como ordenadores sociales debe revisarse y ajustarse en función del Desarrollo Sostenible, el cual se refiere a una triada indisoluble, lo económico, lo social y lo ambiental.

Si el mundo después del Covid 19 va a ser diferente, hagamos que valga la pena para todos y para el planeta.

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Educación Presencial o Virtual? Falso Dilema.

Giovanny Cardona Montoya, 5 de abril de 2020 -tercera semana de la cuarentena por el Covid-19-

 

1. El detonante.

Enfrentamos un virus que ha alterado el ritmo de nuestras vidas. No hubo tiempo para preparar un “Plan B”. A las escuelas y universidades les sucedió lo mismo y la respuesta fue: ¡vámonos a la virtualidad!

Las instituciones educativas dieron un virage de 180 grados a sus procesos formativos al trasladar las clases de las aulas a las plataformas digitales. La medida era necesaria, eso no se discute, y la respuesta de docentes y estudiantes  ha estado a la altura de las circunstancias: todos hacen lo que está en sus manos para que esta experiencia salga lo mejor posible.

niño con computador y abuela en el campo

Sin embargo, aunque este cambio ha sido necesario, la premura con la que se tuvo que dar el cambio conlleva que lo que está sucediendo se distancie de un proceso formativo virtual estructurado.

 

2. El contexto.

Alvin Toffler en sus reflexiones sobre el futuro señala que los fenómenos tecnológicos, sociales o económicos van a una gran velocidad, la escuela lo hace a una velocidad mucho menor, mientras la legislación es como una tortuga.  Y esa contradicción es la que actualmente se vive en la relación entre la comunicación a través de ambientes virtuales, las escuelas y la legislación de educación superior en Colombia.

La legislación colombiana diferencia las carreras universitarias según la mediación que conecta al docente con sus estudiantes: presencial -face to face-, distancia tradicional y distancia virtual. Tanto la distancia tradicional como la virtual se pueden complementar con encuentros esporádicos entre el docente y sus estudiantes. De hecho las normas establecen que la educación virtual puede tener encuentros presenciales equivalentes a, máximo, 20% del curso.

 

3. La realidad.

En la Sociedad del Conocimiento y con el desarrollo de las tecnologías de información y comunicaciones -informática, computadores y dispositivos móviles, Internet, redes, softwares, plataformas, etc.-, la creación, preservación, utilización y transferencia del conocimiento no tiene barreras, ni de tiempo, ni de espacio. La época en la cual el estudiante iba al aula de clase para “ilustrarse”, o sea, para recibir información y conocimiento, es ya pretérito; el aula de clases debe cumplir propósitos superiores.

La biblioteca global funciona 7/24, los docentes publican en la web sus contenidos -textos, videos, presentaciones, fotos-, las comunidades de conocimiento comparten todo tipo de dudas y respuestas en Internet. Un sinnúmero de softwares permiten simular realidades laborales -laboratorios financieros, simuladores jurídicos, sanitarios o ingenieriles, etc.-

Every time, everywhere learning es el nombre del juego.

En síntesis, la educación no sólo sucede en el aula de clases. Hoy quienes aprenden, quienes enseñan y quienes ponen en práctica los conocimientos profesionales se encuentran todo el tiempo en Internet, en las redes y en plataformas especializadas; conviven virtualmente intercambiando conocimiento.

De hecho, es tan claro que el aula de clases es sólo uno de los ambientes de aprendizaje, que la legislación habla de formación por créditos académicos. Y el crédito académico mide el tiempo que el estudiante dedica al aprendizaje -dentro del aula y fuera de ella. ¿Y fuera del aula qué sucede? Fuera de sus clases el estudiante consulta bases de datos bibliográficas, interactúa con sus compañeros, visita páginas web, entrevista expertos, hace simulaciones, ve videos, visita lugares de práctica, publica sus trabajos, etc.

En consecuencia, lo que hoy llamamos educación presencial es un proceso continuo de aprendizaje en ambientes discontinuos.

enseñando en el bosque

Ahora, así como la educación presencial no se reduce al aula de clases, la educación virtual no se puede simplificar como un encuentro docente-estudiante mediado por una plataforma de video-conferencia aunado a unos e-mails de ida y vuelta.

 

4. La Educación Virtual.

Cuando se habla de educación virtual o presencial, siempre estamos haciendo referencia a un proceso curricular, lo que no se reduce a unas clases magistrales o a unas conversaciones entre estudiantes y profesores.

El currículo es un sistema de relaciones entre diferentes actores  -docentes y estudiantes- que se llevan a cabo alrededor de un objeto de estudio con el fin de lograr ciertos aprendizajes. En términos simples, el currículo se compone de objetivos, contenidos, metodología, participantes, mediaciones y evaluaciones.

La educación virtual es la estrategia didáctica que permite la materialización del currículo, sin barreras de tiempo o espacio.

Hay dos corrientes de pensamiento que tratan de explicar la naturaleza de la educación virtual. Según Wedemeyer, Garrison y otros, la educación virtual es la nueva etapa de la educación a distancia que nació con el correo hace siglo y medio. Sin embargo, otros autores -Keagan, Moore- consideran que la educación virtual (al igual que la educación a distancia en general) tiene su propia naturaleza y ésta puede explicarse a.) desde las mediaciones, b.) desde los contenidos o c.) desde el nivel de autonomía de los participantes.

Para explicar de una manera básica, se puede decir que la educación virtual se mueve entre dos extremos: el autoaprendizaje o el aprendizaje colaborativo. El primero caracteriza a procesos de formación virtual que se centran en las plataformas y los materiales alojados para que el estudiante gestione de manera autónoma su formación (a qué horas estudio, con qué ritmo). En cambio en el aprendizaje colaborativo se privilegia la comunicación entre los actores (videoconferencias, debates, asesorías, correos). Entre estos dos extremos hay multiplicidad de opciones que implican encuentros sincrónicos, exámenes en línea, materiales de estudio en plataformas virtuales, intercambio de correos, asesorías a los estudiantes, etc.

Lo que deben hacer los colegios e instituciones de educación superior en la actual crisis no es trasladar el aula de clases a una pantalla de computador o de un dispositivo móvil. No, su reto es darle continuidad al proceso curricular adecuándolo a las nuevas mediaciones, reconociendo las particularidades de sus estudiantes y conservando las metodologías y objetivos propuestos.

Las plataformas digitales gestionadas bajo principios pedagógicos y metodológicos claros facilitan procesos de aprendizaje complejos, tal y como lo ha demostrado la educación virtual con sus dos décadas de experiencia. Así, por ejemplo, la Institución Universitaria CEIPA ha venido monitoreando en los últimos cinco años el desempeño de sus egresados en las pruebas Saber Pro -tanto los presenciales (40%), como los virtuales (60%)-. Los análisis estadísticos demuestran que en este caso no hay brechas significativas de desempeño entre ambas modalidades (diferencias inferiores al 5% en todos los casos y no siempre a favor de los presenciales).

 

 5. El futuro: la educación blended (híbrida).

La educación presencial ya tiene cualidades de una modalidad blended. Las aulas de clase son invadidas por estudiantes que llevan sus computadores conectados a Internet, el correo electrónico es un canal de comunicación entre docentes y estudiantes y entre estos últimos; algunas universidades utilizan plataformas digitales para alojar sus contenidos curriculares, los estudiantes visitan escenarios de prácticas, se dictan video-conferencias con expertos internacionales, los estudiantes utilizan más el material bibliográfico de las bases de datos digitales que los libros o revistas impresos.

Sin embargo, a pesar de esta realidad y del hecho de que la educación se mide en créditos académicos -con una gran relevancia del trabajo autónomo de los estudiantes-, los docentes, el gobierno y la misma comunidad de estudiantes no han entendido que la frontera entre la virtualidad y la educación presencial se ha diluido. No hay calidad educativa en el presente sin computadores, sin redes, sin softwares especializados, sin comunidades virtuales, sin bases de datos digitales. No, no la hay.

El paso que sigue es darle coherencia pedagógica y didáctica al potencial que ofrecen las TIC. El estudiante no siempre puede ir al aula de clases -movilidad, trabajo, distancia- y no todo el conocimiento se gestiona en un aula de clases -también se logra en los centros de prácticas, en comunidades virtuales, en plataformas LMS, en virtualtecas, etc.-

Por lo tanto, el futuro de la educación es una simbiosis pedagógicamente bien concebida entre los encuentros presenciales y las mediaciones digitales, en el marco de una clara propuesta curricular que reconozca las necesidades de los que aprenden, las oportunidades que ofrece el desarrollo de las TIC y las posibilidades limitadas del entorno socio-económico.