El suicidio de la democracia real.

Giovanny Cardona Montoya, noviembre 3 de 2020.

Recuerdo hace un par de décadas cuando el partido socialista francés convocó a sus electores a votar en segunda vuelta por el conservador Jacques Chirac. ¿Y por qué? porque había que detener al ultraderechista y populista Frente Nacional (FN) de Jean Marie Le Pen. En 2017 se repitió la escena, esta vez los partidos de izquierda apoyaron a Macron para evitar que Marine Le Pen, hija del fundador del FN, tomara las riendas del país.

Por medio de procesos democráticos el mundo ha visto ascender al poder a políticos que representan la negación del pluralismo político e ideológico y de la división de las ramas del poder público. Políticos de talante totalitarista, autocrático o, incluso, teocrático, han llegado a regir los destinos de sus naciones gracias a procesos electorales pluripartidistas.

Hitler, Daniel Ortega, Hugo Chávez,  Robert Mugabe, Vladimir Putin o el mismo Donald Trump son algunos ejemplos de políticos que han usado la democracia para el ascenso a la cúspide del Estado y luego desdecir de sus instituciones.

¿Por qué la democracia sirve de escenario para que populistas, xenófobos, racistas, totalitaristas , guerreristas, negacionistas, etc. asciendan al poder por la vía legal?

Voy a proponer una respuesta a esta pregunta: la democracia a medias no es democracia.

Tenemos varios imaginarios sobre lo que significa democracia. El más común es el que hace referencia a “la voluntad popular”, “el contrato social” o el triunfo de las mayorías. Es una idea que viene de Rousseau y otros representantes de la Ilustración, quienes delinearon los principios de un sistema donde todos los ciudadanos son iguales, racionales y eligen a sus gobernantes.

Pero hay postulados menos idealistas. J. A. Schumpeter sólo reconoce la existencia de la democracia formal: las campañas, las convenciones, los discursos, el día de las elecciones, los escrutinios, etc. Pero, este autor austriaco-norteamericano cuestiona la existencia de la voluntad popular;  para él se trata de una categoría ficticia, utópica.

Schumpeter declara la existencia del Caudilismo Competitivo, que no es otra cosa que la puja de las élites por el voto de las masas. Este autor tiene una perspectiva denominada “realista” opacando la importancia del pueblo a la hora de elegir a los gobernantes. Para Schumpeter es claro que los vencedores en la contienda electoral no tienen compromisos con los votantes, lo que no significa que sus actuaciones no puedan verse como favorables a unos u otros sectores de la sociedad.

elecciones

Más dramática aún es la perspectiva marxista: no puede existir democracia con propiedad privada, ya que, las instituciones del Estado son coptadas por las clases propietarias de los medios de producción. En otras palabras, el Estado es la estructura política de las clases dominantes -la burguesía, no de los trabajadores.

Luego de ver estas tres perspectivas conceptuales, vamos a desarrollar la tesis que provoca esta columna. La democracia supone ciertas condiciones sin las cuales esta institución es simplemente formalidad. Desde la perspectiva del elector sugiero dos condiciones claves: 1. Conocimiento mínimo; 2. independencia del elector.

La idea de conocimiento mínimo se fundamenta en la tesis kantiana de la mayoría de edad. Se trata de ciudadanos dotados de pensamiento crítico y autónomo, capaces de argumentar y debatir alrededor de sus decisiones políticas. La cobertura educativa y la calidad de las escuelas es fundamental para fortalecer un sistema democrático. Bajas tasas de cobertura y un sistema pobre en formación de competencias ciudadanas, son caldo de cultivo para una débil democracia.

La calidad y cobertura educativa se amalgaman con el acceso a información suficiente y confiable. Además de que los medios de comunicación y particularmente los noticieros, puedan representar intereses políticos, económicos, sociales o religiosos particulares (o privados), hoy existe el riesgo de acceder a Fake News en las redes sociales. Un ciudadano no cultivado en lo político es presa fácil de información falsa o poco objetiva.

La independencia mínima del elector está relacionada con su libertad de movimiento y de actuación. Territorios donde el Estado reina son fundamentales para que los electores se puedan expresar sin presiones. Y, tal vez, esta libertad se vive en muchos territorios del planeta, pero no en todos. Zonas donde la ley la imponen las bandas criminales (con fines políticos o de otra índole), la autonomía del elector se constriñe, se reduce. Ahí se debilita la democracia.

Pero, la mayor talanquera para que el elector actue con independencia es la pobreza. Familias con necesidades básicas insatisfechas son presa fácil de la corrupción electoral. La venta del voto y el clientelismo (que se traduce en prevendas estatales a cambio del voto) son el mayor cáncer de la democracia.

Con lo anterior quiero señalar que a lo largo de las décadas hemos estado idealizando una democracia imperfecta. La comparamos con China o con Arabia Saudita o con Corea del Norte y, entonces, nos sentimos orgullosos. Pero nuestra autocomplacencia y la crónica tolerancia frente a las debilidades del sistema corroen a la democracia, la debilitan. La venta de los votos y el clientelismo crónico asfixian a la democracia real.

Ahora, una dimensión más profunda de la ausencia de estas dos condiciones es la marginalidad. Grupos poblacionales de desplazados, de mendigos y de habitantes de la calle se convierten en ciudadanos de segunda y de tercera. Ellos no cuentan, no participan, ni siquiera se dan cuenta; son la máxima evidencia de la ausencia de una democracia real. ¿Dónde queda entonces, la voluntad popular? ¿De qué mayorías hablamos?.

Ahora, cuando las debilidades democráticas del elector -poco conocimiento e independencia- se perpetúan, entonces, crece la privatización de los bienes públicos del Estado: familias que se apoltronan en el poder, empresas que cobran con contratos y personas naturales que lo hacen con cargos públicos, los servicios prestados (dinero y votos) durante las elecciones.

Una democracia débil, caldo de cultivo para candidatos tiranos y populistas.

Ahora, volviendo al punto original, podemos comprender por qué electores insatisfechos, decepcionados de demócratas “aparentes”, de gobernantes que no cumplen sus programas de gobierno y de problemas sociales que no se resuelven o, peor aún, se agudizan, son caldo de cultivo para que mesías, demagogos y vendedores de ilusiones accedan al Estado. Es la frustración de los demócratas de la base la que catapulta a populistas y tiranos a las más altas esferas del poder político.

El populista Trump derrotó hace 4 años a una Hillary Clinton que representaba a las tradicionales castas corruptas y se erigía como símbolo del nepotismo político (la consolidación de la familia Clinton, otro clan como los Bush o los Kennedy). Chávez fue elegido como respuesta a la frustración de los venezolanos con un bipartidismo que gobernó por décadas y dilapidó la riqueza de las bonanzas petroleras.

Una democracia aparente es el suicidio de la democracia real.

 

 

El día después de mañana.

Giovanny Cardona Montoya, 3 de mayo de 2020 (8 semanas desde el inicio del confinamiento).

 

Se ha vuelto lugar común decir que las cosas no serán igual después de esta pandemia. Pero son palabras vacías si cada uno de nosotros no las reflexiona. Facilmente, como ya ha sucedido, podemos caer en los cambios de las apariencias y de las formas, dejando que la naturaleza de los hechos que nos han traido ésta y otras crisis siga incólume.

 

El día de ayer.

Son incontables las veces que la humanidad ha sufrido encierro, hambre, angustia o enfermedad por culpa de sí misma.

La segunda guerra mundial acabó con la vida de 50 millones de personas y dejó hambre, dolor y desolación por toda Europa, parte de Asia y Africa, duante seis largos años. Y después de semejante catástrofe no amprendemos la lección. Han habido más guerras; decenas de guerras en los últimos 75 años.

Y no son sólo las guerras. En la década de 1970 la ONU y luego el Club de Roma con su documento “Los límites del crecimiento” prendieron las alarmas sobre los riesgos de insostenibilidad de un modelo de desarrollo basado en el consumo ilimitado de recursos. En 1987 la Comisión Brundtland en su informe “Nuestro futuro común” formalizó el concepto Desarrollo Sostenible  como «la satisfacción de las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades».

Muchas de las catástrofes ambientales (sequías con las consecuentes hambrunas; tormentas y derrumbes) son resultado de la mala gestión que hacemos de los recursos del planeta. Recursos finitos para una población que se multiplicó por 5 en el último siglo. Somos demasiados para conservar el tren de destrucción de recursos -agua, aire, flora, fauna- que traemos del pasado. Por encima de una ética ascética, la realidad señala que es materialmente imposible mantener la actual cultura de consumo. El planeta tierra es insuficiente para esta sociedad derrochadora.

Desde 1970 venimos evidenciando que la humanidad consume

Pero también sufrimos catástrofes cuyo origen puede ser difícil de explicar. Tal vez el hombre ha hecho enojar la naturaleza; tal vez aquellas son resultado de la esencia misma del planeta. Pero, con culpa o sin culpa, son reiterativas y podemos aprender de lecciones pasadas: terremotos, huracanes, erupciones volcánicas, epidemias y pandemias. La gripe española, gripe porcina, gripe asiática, ébola, dengue, cólera, malaria, H1 N1. La naturaleza no se cansa de darnos lecciones.

 

El día de hoy.

Muy seguramente la pandemia la superaremos. En un par de años tal vez habremos sido vacunados y algunos hábitos habrán cambiado: aviones con sillas separadas, tapabocas cada vez que tengas gripe, restaurantes con mesas más distantes, algo de teletrabajo, más educación virtual, termómetro en todos los hogares y oficinas, etc. Cambios de forma, de apariencia.

Pero, ¿qué hemos aprendido de la  primera pandemia que amenazó al planeta entero al mismo tiempo? ¿qué aprendimos de las nefastas guerras, catástrofes y pandemias que han traído sufrimiento y muerte en el último siglo? ¿Qué estamos aprendiendo de la crisis  de este modelo de desarrollo socio-económico?

La llamada Cultura Occidental que se predica particularmente en Europa y América, tiene profundas raíces. La Ilustración Francesa, la Racionalidad Kantiana y el Liberalismo Inglés dieron cuerpo a lo que en la actualidad reducimos a Democracia Occidental y Economía de Mercado.

Pero, cuando volvemos a dichas raíces encontramos que el uso de la razón y la mayoría de edad kantiana son una invitación a hacernos cargo, a hacernos responsables de nuestras palabras, de nuestros actos y de nuestras omisiones. Por lo tanto, no podemos vivir tutelados por medios de comunicación amarillistas o entregados a intereses políticos y económicos, por redes sociales cargadas de fake news o por gobernantes que entienden la democracia exclusivamente como un juego electoral entre élites (Schumpeter).

Pero la ética kantiana y la ilustración francesa también traen como paradigma, el valor supremo de la humanidad como un fin, no como un medio; al igual que la democracia como un acuerdo de voluntades, no como un negocio de partidos.

voto si o no

Por lo anterior, deberían estar arraigados, en el ciudadano y en el gobernante, los valores supremos del bienestar individual y colectivo, del respeto al prójimo y de la fraternidad entre diferentes.

El espíritu liberal de Occidente no hace referencia solamente al mercado. No, lejos de eso. Se trata de la convivencia entre la individualidad (emocional, material, ética, estética) y la colectividad social. La idea de tener deberes y derechos implica la necesidad de reconocer al otro, a la vez que me reconozco frente a él. Soy “yo” y hago parte de un “nosotros”, pero también está “él” que existe y es en sí mismo, a la vez que es parte de “nosotros” también.

Debemos dejar de reducir el liberalismo filosófico a la premisa de la libertad de empresa y la libertad del mercado. No, se trata de la libertad de ser. Para “yo” poder ser y para “nosotros” poder ser, es necesario el ejercicio efectivo de deberes y de derechos.  Ambos a la vez.

Pero, un planeta en el que el 10% de su población vive con menos de 1,90 dólares al día, y 20% son pobres en todos los sentidos (no tienen suficientes alimentos, agua potable, electricidad) no puede ufanarse de que se respira la libertad. Es una falacia.  Este es un planeta en el que a muchos (demasiados) se les tienen negados los derechos y unos pocos no están cumpliendo con sus deberes.

Sacar al 20% de la pobreza es sólo el primer paso para que ellos puedan comenzar, al menos, a hacer consciencia de que tienen derechos. Quitar el hambre no es sinónimo de libertad, pero no hay libertad con hambre.

El hambre y la enfermedad son comprensibles en un mundo sin recursos y en una sociedad sin capacidades. Pero no es éste el caso. Según CNN “La fortuna combinada de las 26 personas más ricas del mundo llegó a US$ 1,4 billones el año pasado (2018), la misma cantidad que la riqueza total de los 3.800 millones de personas más pobres.” Los recursos son suficientes para que todo el planeta haga la cuarentena, nadie debería estar en la calle rebuscando el alimento en medio de la pandemia.

muro entre ricos y pobres

El día después de mañana.

En medio de nuestras vicisitudes y de los errores cometidos por la humanidad en general a lo largo de los últimos siglos, la sociedad del siglo XXI tiene unos paradigmas ideológicos que se deben rescatar. Rescatarlos es salvar la humanidad. ¿Salvarla de qué? Salvarla de su autodestrucción.

Covid 19 nos ha demostrado que somos inviables con los niveles de pobreza existentes. No se le puede pedir a 1300 millones de pobres multidimensionales que se queden en sus casas a esperar que la pandemia pase. No, no se puede, los matará el hambre.

Tenemos los recursos suficientes para permanecer en nuestras casas varias semanas y salvar a toda la humanidad del contagio. Pero, Covid 19 nos ha puesto a prueba y hemos demostrado que no lo vamos a hacer, que no tenemos suficiente capacidad de reconocer al otro como igual. Nos hemos educado un egoismo extremo que invita al autocuidado en detrimento del prójimo. Pero, Covid 19 nos dice que no hay auto-protección sin la protección del otro. Si otra persona está en riesgo de contagiarse, entonces, yo también lo estoy.

Por eso, el Estado, la idea de Empresa y el Individuo debemos repensar nuestros valores para construir el trinomio yo-él-nosotros como célula indisolubre y fundacional de la sociedad sostenible. La idea de riqueza que nos inspira actualmente, nos va a destruir.

Por lo anterior, ésta debe ser la primera lección: la ética racional y la solidaridad puestas en un mismo pedestal.

Nuestro futuro se debe apalancar en un Estado Social de Derecho que garantice a todos -absolutamente a todos-, unos recursos materiales y culturales mínimos -significativamente superiores a los requeridos para superar la pobreza multidimensional-, que coloquen a cada individuo en un punto de partida suficiente para que pueda ejercer efectivamente sus derechos.

La segunda lección. La actual Sociedad de Consumo es Inviable.

Décadas de discusión sobre Desarrollo Sostenible no fueron suficientes. Sin embargo, hoy, el Covid 19 nos ha obligado a la frugalidad, a la mesura, a la racionalidad del gasto. Todos en nuestras casas, preocupados por el empleo incierto, la empresa incierta, el ingreso incierto, hemos recurrido a la austeridad. El pánico nos ha acercado a una cotidianidad ascética. Incluso, reflexiva.

La pandemia pasará, pero la lección debe quedar. No existe un futuro posible con el actual tren de consumo desmesurado e inequitativo. Esto debe parar.

Por lo tanto, cuando pienso que el mundo no será el mismo después de la pandemia, quiero proponer que sea un mundo inspirado en las raíces de la la razón humanista, la democracia y la libertad. No me refiero a la precaria democracia y  a la casi exclusiva libertad de mercado. No me refiero a un mundo poblado por personas que no se pueden dar la mano, pero que siguen reproduciendo el veneno del consumismo ilimitado, la inequidad vergonzosa y la insolidaridad, que van destruyendo el planeta.

Si realmente el mundo después de mañana va a ser diferente, debemos preguntarnos por las condiciones para el verdadero ejercicio de la democracia (ciudadanos educados y sin necesidades básicas insatisfechas, eligiendo a sus gobernantes); y por las nuevas características del Bienestar como bien público en convivencia con la libertad del mercado.

El concepto de Bienestar se debe reconstruir, no puede seguir fundado sobre las posesiones materiales, se requiere una categoría más cercana al “estar y al ser” de la persona y a su “convivir” con los demás y con el planeta. Un bienestar que se sienta, que se viva, no que se posea. 

Por lo anterior, no debe haber dudas sobre el derecho efectivo a la educación de calidad, a la salud, a la vivienda digna, a la nutrición adecuada y a la libertad de expresión. La verdadera libertad de informar conlleva que los medios de comunicación  se desaten de los intereses de las élites políticas y económicas. Parodiando al Juez Hugo L. Black de la Corte Suprema de los Estados Unidos, la libertad de prensa fue concebida para proteger al gobernado (al débil), no al gobernante (al poderoso).

Por último, no todo puede ser objeto de mercado y el mercado no puede ser entendido como un recinto sagrado. El equilibro requerido entre Estado y Mercado como ordenadores sociales debe revisarse y ajustarse en función del Desarrollo Sostenible, el cual se refiere a una triada indisoluble, lo económico, lo social y lo ambiental.

Si el mundo después del Covid 19 va a ser diferente, hagamos que valga la pena para todos y para el planeta.

 

 

 

 

 

 

 

 

Economía: Colombia necesita un nuevo Contrato Social

La política económica de los estados se mueve entre dos pilares complementarios: de un lado está la necesidad de asegurar el equilibrio macroeconómico (estabilidad) y, del otro, la búsqueda de un desarrollo económico (crecimiento sostenible a largo plazo). Desarrollar una política económica coherente implica moverse entre ambos propósitos, los cuales son complementarios: sin equilibrio de los indicadores macroeconómicos no se puede pensar en generar procesos de transformación a largo plazo: industrialización, sostenibilidad ambiental y social, reducción consistente de la pobreza, etc.

Continuar leyendo