Fracking: plan B de una economía sin propósitos de largo plazo

Hace una década este país declaró un horizonte de largo plazo -hacia el año 2032-: ser la 3a nación más competitiva de la región, tener el 3o ingreso per capita más elevado de la región y elevar el PIB. Sin embargo, el Consejo Nacional de Competitividad reitera, año tras año, que no se toman las medidas necesarias para alcanzar dichos objetivos.

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Colciencias y Publindex: ¿miden lo que se debe medir?

Los hechos:

Colciencias funge como ente rector del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación -SNCTeI-. El nombre del sistema es bastante sugestivo ya que reconoce la relación entre la ciencia pura y dura y su aplicabilidad: las soluciones tecnológicas y las innovaciones.

El papel que juega Colciencias como eje articulador del SNCTeI no está exento de debates.

Durante los últimos años se cuestionaron los mecanismos para distribuir los recursos de las regalías del Fondo de Ciencia, Tecnología e Innovación del Sistema General de Regalías. Bajo la lupa de los más críticos siempre ha estado la politización en el manejo de dichos recursos.

De igual manera, por años se debatió cuál sería el modelo ideal de medición del desempeño de los grupos de investigación. El nuevo modelo comenzó a implementarse en 2013 y la desazón fue mayor cuando muchos grupos “élite” bajaron de categoría bajo los nuevos parámetros. Con el tiempo, las instituciones y sus grupos se han ído acomodando; pero aún persisten debates, entre otros el de las facultades de ciencias sociales y humanas que se consideran tratadas como “de segunda mano” con respecto a las investigaciones relacionadas con tecnología e innovación. Como se preguntaba un crítico que leí:  “¿Cuál es la relevancia de un estudio sobre la literatura colombiana del siglo xix? O, ¿por qué hay que apoyar una investigación sobre el impacto cultural del grafiti?”

Por último, Publindex hace tan sólo unas semanas reportó la evaluación de las revistas indexadas. El modelo de medición ha sufrido un cambio sustancial en el cual se incluye el índice H que se construye a partir del número de veces que los artículos publicados han sido citados en toda la web. Y ahí fue Troya nuevamente: casi el 60% de las revistas que habían sido indexadas en la medición pasada fueron descalificadas esta vez. O sea, de más de 500 revistas indexadas se pasó a poco más de 240.

 

Ideas para revisar los indicadores de medición.

1. Es evidente que las mediciones que se realizan están inspiradas (¿o más que eso?) por modelos extranjeros, particularmente de los países industrializados. O sea que el síndrome de la OCDE cruza directamente nuestro SCTeI.

Las dudas razonables tienen que ver con la pertinencia. Una cosa es que los países industrializados sean un referente y otra muy diferente es que se pueda copiar su modus vivendi. No se puede desconocer la importancia de la investigación para la competitividad, ni la importancia de investigaciones basadas en métodos cuantitativos. Pero eso no quita que un país como el nuestro -o el mundo loco de hoy- requiere de más humanismo y más estudios sociales: el post-conflicto no es un tema de cálculos suma cero, es un tema de repensar el modelo de convivencia social, política y económica. Esto sólo por poner un ejemplo.

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Por lo tanto, tiene validez el cuestionamiento a un sistema global que subvalora al método crítico o a los métodos cualitativos. En esa misma dirección es evidente que las publicaciones top, llámese Scopus o Isi (Web of Science), difícilmente aceptarán un artículo elaborado bajo estos métodos o que se ocupe de temas de interés “parroquial” (país, departamento, zona, etc.).

En otras palabras, no podemos confundir referentes con modelos a copiar. Nuestros investigadores deben preocuparse por los retos de nuestro país y la región, y necesitamos modelos de medición que valoren debidamente estos aportes.

2. A la hora de medir la labor investigativa en nuestro SCTeI, el reinado lo tienen los grupos de investigación y los papers. Y yo quiero sentar bases para un debate.

Un grupo de investigación estructura su trabajo en función de líneas, las cuales son permanentes y se dinamizan a través de los proyectos de investigación, los cuales son temporales. Como resultado de las investigaciones pueden obtenerse diversos productos: artículos científicos, libros, patentes, software, prototipos, diseños industriales, nuevos materiales académicos, diseños curriculares, etc.

Vamos por partes.

a. ¿Por qué no medir las líneas de investigación en lugar de los grupos? Una línea es una categoría duradera que da cuenta de intereses sentidos de un colectivo de investigadores. O sea, si una línea responde a una necesidad social o a un problema teórico concreto, entonces, lo importante sería ver cómo dicha línea madura y avanza en la generación de nuevo conocimiento en función del reto que se intenta abordar. Yo me imagino que buscar la vacuna contra la malaria es una “tremenda” línea de investigación del científico Patarroyo y su equipo de trabajo. Estoy seguro que lo más relevante de este grupo de trabajo no se mide por la cantidad de papers publicados, sino por el grado de avance de su investigación, el cual seguramente se evidencia a través de diversas productos. Esto me lleva a la segunda reflexión.

b. ¿Por qué los grupos de investigación les dan menos importancia a otros productos, resultado de los proyectos de investigación? No tienen nada de malo los artículos publicados en revistas científicas de alto perfil. El problema que se está evidenciando es que el número de papers publicados crece pero no sabemos cuál es el grado de madurez de las líneas de investigación. De hecho, ni el sistema invita, ni la realidad empírica muestra que los investigadores estén interesados en los demás productos que se pueden derivar de proyectos de investigación. O sea, pocos grupos de investigación desarrollan software, realizan consultorías empresariales, patentan innovaciones o evidencian su participación en la generación de políticas públicas, sólo por poner algunos ejemplos.

Ya lo planteaba en un artículo anterior, este sistema de medición está convirtiendo al SCTeI  en un círculo vicioso de “escribir para citar y citar para escribir“, algo muy lejano al propósito científico de “hacer la pregunta para buscar la solución“.

Comentario final.

Hace varios años lidero el grupo de investigación Organización y Gerencia, Orygen, clasificado en Colciencias. Como todos los grupos, con mis colegas se han logrado papers publicados en revistas indexadas. Pero lo que más orgulloso me pone es que muchos de aquellos se acompañan de software, consultorías, diseños industriales, casos de enseñanza y simuladores empresariales que llegan al aula de clase o se ponen al servicio de empresarios y emprendedores. No ha sido fácil mantener esta filosofía -ha sido costoso-, pero la universidad en la que trabajo (Ceipa Business School) es consciente de que se debe hacer investigación pertinente y de impacto.

Estoy seguro que hay otros grupos con una filosofía semejante, y probablemente con muy buenos resultados de impacto; sin embargo, ésta no es la constante. Creo que debemos avanzar en esta dirección.

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El problema de Colciencias no es de presupuesto, es de mentalidad.

Hay suficientes evidencias en el planeta para entender que la competitividad está asociada a la capacidad innovadora de las personas, las empresas y los territorios. Sin embargo, en Colombia parece que no queremos aceptar la tozudez de los hechos.

La evidencia: economías exitosas son aquellas que invierten en educación, ciencia y tecnología.

Si bien no hay garantías de que una patente se pueda convertir en fuente de riqueza, si es evidente que hay una relación directa entre las economías exitosas y el número de patentes que registran anualmente. Por lo tanto, no es sorprendente que el Banco Mundial reseñe que en 2015 China registró cerca de un millón de patentes, Estados Unidos casi 300 mil y Alemania, 47.000. Incluso, los mercados emergentes que vienen ganando participación en los mercados globales, también son líderes en este indicador: Corea, 167.000; Rusia, 27.000; India, 12000; y Brasil, 4600.

 qualcommHace un par de semanas estuve en Qualcomm, una empresa de tecnología de las comunicaciones ubicada en San Diego, California. Esta cuenta con cerca de 30 mil empleados, aunque no manufactura nada, sólo crea, innova, diseña. Sus creaciones las tenemos en muchos de los dispositivos que usamos a diario. Lo que vemos en esta foto es EL MURO DE LAS PATENTES, uno de sus sitios más emblemáticos. No hay que decir más palabras.

Las patentes son sólo una evidencia. Detrás de ellas vienen los recursos destinados a I+D+i, la cantidad de PhD por millón de habitantes, los grupos de investigación, la calidad educativa, etc. Y en esos indicadores, también se destacan las mismas naciones. En 2014, Corea destinó más del 4% del PIB a la investigación y el desarrollo; mientras que Estados Unidos, Austria, Alemania o China dedicaron más del 2%. En cambio Colombia, según el Banco Mundial, apenas destinó el 0,2%; lo que explica que esta nación suramericana apenas tenga 321 patentes en 2015.

¿Qué pasa en Colombia?

En las últimas semanas, las redes sociales han estado invadidas de recriminaciones y manifestaciones de enojo ante la decisión del gobierno Santos de recortar el presupuesto a Colciencias. Pero, como en otros temas relacionados con desarrollo económico y competitividad, parece que siempre nos quedamos en las manifestaciones coyunturales y omitimos la búsqueda de razones estructurales y objetivos de largo plazo.

Con lo anterior no estoy defendiendo la decisión del actual gobierno colombiano; todo lo contrario. Sin embargo, invito a que revisemos el tema desde raíces más profundas y problemas más complejos. Así que voy a exponer algunos elementos críticos de lo que creo se ha convertido un malestar endémico en el Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación que lidera Colciencias.

Lo aparente por encima de la sustancia.

El Estado, a través de sus gobernantes, ha desarrollado políticas inconclusas; de hecho, más que inconclusas, son políticas que parecen buscar un objetivo, pero que por lo frágiles sólo terminan aparentando que lo logran. Así, por ejemplo, con las reformas al sistema de salud, hace ya un cuarto de siglo, se buscaba generar una cobertura universal para la población. La realidad hoy es que todos estamos afiliados a una EPS o al sistema subsidiado, pero la capacidad médica y hospitalaria es muy inferior a las necesidades. En otras palabras, en el papel el derecho a la salud es universal, pero en la práctica no lo es.

Algo semejante ha sucedido con el sistema educativo. Desde la década de 1990 se vienen tomando medidas para ampliar cobertura educativa, supuestamente con calidad y pertinencia. Sin embargo, hay varios baches que permiten cuestionar la calidad de nuestro sistema educativo (además de que la cobertura aún no es universal). Hay suficientes estudios que evidencian que el nivel de formación de los profesores de inglés de las escuelas es inferior al requerido para formar una población bilingüe. Del mismo modo, el Consejo Nacional Privado de Competitividad ha demostrado que los mejores bachilleres no eligen la profesión de maestro; contrario a lo que sucede en Finlandia o Corea. En nuestro país, ser maestro no es prestigioso ni tampoco bien remunerado. En cualquier país, y no sólo por argumentos económicos, los maestros deben ser ejemplo y orgullo social.

Todo lo anterior se traduce en una educación anacrónica, para el siglo XIX, con metodologías tradicionales que desconocen las nuevas realidades del acceso a la información, la posibilidad de generar conocimientos en diferentes escenarios, las particularidades de las nuevas generaciones (millennials y centennials) y los retos del futuro: sociedad del conocimiento para un desarrollo ambiental y socialmente sostenible.

Pero el punto central de mi análisis es que se toman decisiones incompletas o cosméticas. Y esta costumbre no es exclusiva del Estado, también se da en las empresas y se viene arraigando en la sociedad.

El ejemplo más evidente de esta perversidad es el de las certificaciones de calidad. Es un trauma para los empleados cuando en la empresa se habla de que se acerca la fecha de la renovación de la Norma ISO 9000  o cualquier otra. “A llenar papeles”. Dicho malestar evidencia que no hemos logrado interiorizar el valor de la certificación como faro de la gestión de calidad de los procesos de una organización. Todos se certifican, pero pocos viven o respiran el espíritu de la calidad en los procesos.

(Aún recuerdo una vez que asistí a una universidad como Par Evaluador del Ministerio de Educación. A la salida del edificio me abordaron unas estudiantes y me dieron las gracias -con cierto morbo- porque habían pintado el edificio para atender la visita de pares). No se respira la calidad, sólo se cumplen las formalidades.

Pero hay una evidencia que me preocupa más. El Sistema Nacional de Ciencia Tecnología e Innovación ha diseñado un modelo interesante de indicadores para medir la productividad de las instituciones que pertenecen al Sistema, de los grupos de investigación y de los investigadores mismos. Hasta ahí, todo bien. Hay investigadores e instituciones cuyo prestigio se fundamenta en hallazgos relevantes que se traducen en verdaderas soluciones para la economía o la sociedad.

Sin embargo, se viene diseminando una costumbre perversa: hacer puntos. ¿Qué significa hacer puntos? Es escalar en el Sistema de CTeI, independiente la pertinencia de mis investigaciones. Un autor, por ejemplo, le pide a sus colegas que cuando escriban un paper, lo citen, para elevar su índice H en Google Scholar; en contraprestación, él los citará en su próxima publicación. Esto es sólo un ejemplo de la mercantilización de la ciencia. Se ha creado un modelo con indicadores de propósitos loables, complementado con esquemas de bonificación bienintencionados. Sin embargo, éste está siendo aprovechado con un falso espíritu meritocrático ajeno a los objetivos originarios.

Hace poco un colega, Hugo Macías Cardona, hacía una reflexión a partir de sus hallazgos al revisar  artículos de autores colombianos que llegaban a revistas denominadas “de alto impacto” pero que no estaban siendo citados; o sea, no eran parte de la supuesta discusión en la frontera del conocimiento. Autores que aprenden las reglas de juego de esas revistas para lograr “colar” sus papers sin propósitos claros desde la perspectiva de su pertinencia o nivel de impacto.

Nuevamente, estamos ante el problema de la apariencia por encima de la esencia. No desconozco que es preocupante que se reduzcan los recursos para Colciencias, pero debemos tomarnos más en serio este tema de la educación para el postconflicto y de la investigación y el desarrollo para la innovación y la competitidad. Hoy tenemos más magisters y más PhD, pero el sistema educativo no avanza, el sistema de salud está en crisis y la competitividad de nuestras empresas está estancada. Como lo he reiterado muchas veces en La Caja Registradora, hoy agregamos mucho menos valor a nuestras exportaciones que hace un cuarto de siglo. ¿Entonces, de qué investigación estamos hablando?

Mientras los intereses individuales no se conecten con los de la sociedad; y mientras el éxito inmediato sea más valorado que el esfuerzo por construir futuro, estaremos condenados a ver “universidades acreditadas”, “empresas certificadas”, “investigadores senior” y “grupos de investigación categoría A”, pero en un país que no sale del subdesarrollo y que parece condenado a un oscuro futuro.

Política Nacional de Competitividad: rosario de buenas intenciones.

Por Giovanny Cardona Montoya.

Versión en inglés: http://www.elcolombiano.com/blogs/lacajaregistradora/?p=1146

Traductor: Andrés Fernando Cardona Ramírez.

Hace ya más de 20 años, Colombia, al igual que la mayoría de las naciones latinoamericanas, renunció al modelo desarrollista inspirado por la Cepal y se matriculó en el modelo aperturista derivado del Consenso de Washington. Este cambio conllevó la reducción en la participación del Estado en la dinámica económica, la privatización de empresas, la liberalización unilateral del comercio y la masificación de acuerdos regionales de comercio (ARC) con los vecinos y con naciones del resto del mundo.

Para darle un marco de referencia que legitime política y  económicamente el nuevo rumbo el país ha sido dotado de documentos como el Informe Monitor, también hace 20 años, y una docena de CONPES que han pretendido ser faro para guiar hacia un puerto seguro.  Pero, el tiempo pasa y el balance no es nada satisfactorio. A pesar de ser, por décadas, una de las naciones más estables de la región en materia macroeconómica, de lograr un significativo crecimiento exportador y de ser una nación atractiva para la inversión extranjera, especialmente en los últimos años, los datos de desarrollo –que no es sinónimo de crecimiento- indican que el país no avanza en ninguna dirección.

La brújula:

En 2006 se aprobó el Conpes 3439 que creó el Sistema Nacional de Competitividad. Dicho sistema estableción una Visión del país para el futuro:

“En 2032 Colombia será uno de los tres países más competitivos de América Latina y tendrá un elevado nivel de ingreso por persona, equivalente al de un país de ingresos medios altos, a través de una economía exportadora de bienes y servicios de alto valor agregado e innovación, con un ambiente de negocios que incentive la inversión local y extranjera, propicie la convergencia regional, mejore las oportunidades de empleo formal, eleve la calidad de vida y reduzca sustancialmente los niveles de pobreza”.

Pero, el tiempo nos está pasando cuenta de cobro por las tareas no realizadas. En 2006, en el Indicador Global de Competitividad del Foro Económico Mundial -que mide a 142 naciones-, el país se ubicaba en el puesto 65 entre 125 países. En 2011, Colombia se ubicó en el puesto 68 y en 2012 en el 69. Si nos comparamos con nuestros vecinos latinoamericanos, el escenario no es mejor: pasamos del 5º a 8º puesto.

Este indicador muestra que nuestra posición relativa no ha mejorado. Ahora, para lograr esta meta es necesario tener avances en otros indicadores relacionados con la producción y el ingreso:

–          Según el Consejo Privado de Competitividad, entre 2006 y 2010, el ingreso por persona en Colombia ha venido creciendo a una tasa promedio de 4,4%. Sin embargo, considera el Consejo, si se quisiera cumplir con la meta de ser al año 2032 un país de ingresos medios altos, se deberán alcanzar tasas de crecimiento entre 6% y 7% anual en promedio.

–          A comienzos de la última década del siglo XX, Colombia dependía en gran medida de las exportaciones de café, algunos hidrocarburos y otras exportaciones agrícolas o agroindustriales, principalmente. Después del hallazgo de petróleo en Cusiana y de la crisis mundial cafetera, Colombia  se hizo más dependiente de la minería. En 2006, las exportaciones colombianas con bajos niveles de innovación ascendían a 83% del total, para 2012, esta cifra alcanzó el 90%.  ¿Estamos retrocediendo? Todo indica que sí.

¿Es malo crecer dependiendo de la minería casi que exclusivamente?

No, no es malo. Primero hay que decir que un país con suficientes reservas para varias décadas puede financiar la dinámica de sus proyectos de desarrollo, incluso, apalancarse en aquellas para generar nuevas industrias (manufactureras, de servicios, etc.). Sin embargo, Colombia no ha logrado un aumento sustancial de sus reservas de petróleo. Estas se encuentran en promedio en 2.200 millones de barriles, una cifra muy baja comparada con otros países de América Latina como Ecuador que tiene 6.200 millones o México con 11.400 millones o Venezuela que tiene casi 300.000 millones.

Entonces, además de que necesitamos que los recursos de la “bonanza de hidrocarburos” se utilicen para crear capacidades (infraestructura, educación, CT+I, etc.) también se requiere que las exploraciones incrementen las reservas para tener el colchón que financie la reconversión industrial de nuestra economía.

Pero, a pesar de la relativa y sostenida estabilidad macroeconómica, del auge exportador minero y del creciente flujo de inversiones extranjeras, en el país se preservan unos lastres que no nos permiten avanzar hacia una economía más competitiva:

–          Debilidades del sistema educativo. Además de la baja cobertura -25% de los adultos no son bachilleres, menos del 40% de los bachilleres entran a la educación superior y sólo la mitad de estos se gradúa- hay serios problemas de calidad: la carrera de maestros (licenciados) no es elegida por los mejores bachilleres, hay poca demanda de cupos para estudiar carreras agropecuarias –sector que tiene gran potencial-, a la vez que los jóvenes manifiestan poco interés por la formación en matemáticas, física, química o biología, disciplinas fundamentales para la innovación y el desarrollo de nuevos productos, procesos y servicios;

–          Ausencia de una política de Estado en materia de infraestructura. Desde décadas atrás en este país se habla de la necesidad de un canal interoceánico, de túneles que faciliten el tránsito entre tantas montañas, de una nueva propuesta ferroviaria, de un proyecto de navegación por el río Magdalena, de otro puerto en el Pacífico, etc. Sin embargo, la mayoría de estas propuestas aún están en el papel y las que están en construcción tienen años de retraso.

–          Alta informalidad laboral. Lo que se maneja como una estrategia de reducción de costos laborales, la informalidad, es  realmente un lastre que no permite modernizar nuestra economía: hay trabajadores que no cotizan a la seguridad social,  existen cooperativas de trabajo asociado que precarizan el salario, existen oficios que se desempeñan a través de contratos de prestación de servicios en lugar de vinculaciones laborales a término indefinido, etc. Todo esto agudiza el déficit fiscal –SISBEN-, debilita la base de ingresos de los hogares y, por ende, su capacidad de compra y endeudamiento, estancando al mercado doméstico.

–          Abandono del sector rural. El campo no es el proveedor de materias primas para la ciudad y, en consecuencia, no es un mercado sólido para la compra de bienes industriales y servicios. Aunque el conflicto armado es un determinante de este abandono, la informalidad rural, el latifundismo extensivo y de “engorde”, acompañados de un minifundismo improductivo, no facilitan el paso hacia un campo competitivo.

–          Colombia: un país que no invierte en I+D. Esto se evidencia de manera simple: nuestra oferta exportable de alta y mediana tecnología apenas alcanza el 9%, además somos un país sin trayectoria en materia de patentes. Mientras mercados emergentes exitosos dedican varios puntos de su PIB a CT+I, Colombia apenas dedica menos del 0,3%.

Aunque se ha definido un nuevo Sistema de Ciencia, Tecnología e Innovación y a Colciencias se le ha dado la condición de Departamento Administrativo –un grado menos que  Ministerio-, a la vez que se han aprobado cuantiosos recursos de regalías para la investigación y la innovación, ya hay indicios de que la rapiña política por los recursos se impondrá por encima de las aspiraciones de largo plazo de este país.

Todas estas insuficiencias evidencian que estamos lejos de un nuevo Proyecto País, en otras palabras, que Colombia 2032 es un canto a la bandera…y nada más.

Higher Education Reform in Colombia: What is at stake?

Versión en español:  http://www.elcolombiano.com/blogs/lacajaregistradora/?p=811

Traductor: Andrés Fernando Cardona Ramírez.

 

Colombia is a country that occupies unremarkable places in of the two indicators measuring global Welfare: Competitiveness and Income Distribution.

When referring to competitiveness, our country is noted weaknesses in infrastructure, innovation and legal environment. Regarding income distribution, Labor Minister, Rafael Pardo, pointed out that 14 million Colombians do not have a decent job. In addition to this, the Colombian minimum wage is among the lowest in South America and education coverage is far from the average level of developing countries like ours.

However, competitiveness and income distribution are not always compatible. In other words, they may not be under certain ideologically conceived points of view. These will take part in the discussion that will re-start in the country about the future of higher education.

If we talk about competitiveness, there is a variable that has a fundamental weight: entrepreneurship. The success of many of the emerging markets leading the locomotive of the world economy today is due in large part to the emergence and consolidation of new industries: new firms in knowledge-intensive sectors, companies that add value to their processes, goods and services as a central strategy for success.

In terms of entrepreneurship, the Universities are doing a lot, but achieving little. Venture has become a commonplace word in colloquial university talk, especially with the powers of administration and the like. It abounds classes of entrepreneurship, teaching how to formulate business plans and contests that reward the best formulated plans. But, at the same time, we do less and less to deepen the foundations of entrepreneurship: innovation.

The number of new engineering students is declining, which is a discouragement to deepen in mathematics, physics, chemistry and biology.  It’s not that we should all be biologists or mathematicians. But a country that wants to be competitive, or a company that claims to be innovative, requires massive think tank to patent new products, design new processes, model new products or services and register software that solves societal needs. And that is not achieved without these sciences. Even a country like Colombia, that has great power in agriculture, agribusiness and natural resources, has few resources dedicated to research, development and study in careers that deal with the rural world and the environment.

If we look at the bulk of business plans that are developed in universities, we find they are based on ideas that have to do with business or traditional industries, marketing, couture, food processing or restaurants and other venues for trade in mass consumption goods. This is not bad, but the reality is that this situation shows how narrow the entrepreneurial universe of our university students truly is, and, more critically, most of these enterprises are not based on structured processes of innovation and the proposed aggregate value tends to be superfluous.

Colombia is a country that does not invest in research and technology. We don’t excel in patents and licenses. Those who go at the head of the pack in competitiveness do: Germany, Korea, Japan, China. In fact, if we look at the research groups that COLCIENCIAS classifies, few stand out for patents, registrations of new software or products or even spin offs. It’s not bad to have books or articles published in indexed journals, fortunately some thrive on this front, but there is an imbalance in the distribution of the few resources devoted to research and innovation.

But the university is not a machine that produces skilled labor. The University is the setting in which the future of a country is outlined. And we are at a turning point in world, and national history: industrialized society, follower of a strong consumerist philosophy, is in crisis, the country is in the midst of a pivotal moment paying dues for what has been one of its biggest karmas of the past half century: armed conflict, also, after 20 years, the Colombian political system, like that of our South American neighbors, seems to be undergoing a great transition. What is the response of the Universities to address these challenges? What type of country will we build for the challenges in Human Rights, Political Participation, Environment, Competitiveness and Culture, for example?

I bring up the last point so I can ask about the ethical, aesthetic, political and humanistic formation of our collegians. The university is called to form well rounded citizens and in its core, ensure openness to diverse speech, to metaphors and political reflections. In the past 20 years, university education systems seem to have fallen into the realm of realist paradigm: individualistic pragmatism and inflexible, lacking social commitment, oblivious to the political concerns, and closed to reading alternative views.

So, if we are to reform the education system to raise our competitiveness and improve income distribution in an environment that shapes humans with faculties of grownup quality as Kant says, not just laborers, the question is how are you going to finance it?

Universal coverage on quality education is not a minor undertaking. In Colombia out of every 100 students who enter college, only 50 graduate. And out of 100 young people that complete high school, only 35 enter college. And let’s not go back any further, because even on the road between high school and elementary school, are just as many broken dreams along the way. In other words, the investment that needs to be made for this purpose is of comparable magnitude to the reform of the social security system or the law of reparation for victims of armed conflict. Because the problems facing higher education do not begin there … but take off in early childhood and pre-school.

It was not for our benefit that the U.S., during the FTA negotiations, put on the table the requirement that the Universities be profit organizations…  our partners point out a huge potential business. Although Colombia did not accept said requirement, the fact that Santos’s government, in the initial proposal, included private investments to fund the future of education, shapes an idea of ​​who have been the instigators of the reform.

Young students: back to reading Keynes, Prebisch, Marx, Ricardo and Friedman so you can participate in the debate.

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