El problema de Colciencias no es de presupuesto, es de mentalidad.

Hay suficientes evidencias en el planeta para entender que la competitividad está asociada a la capacidad innovadora de las personas, las empresas y los territorios. Sin embargo, en Colombia parece que no queremos aceptar la tozudez de los hechos.

La evidencia: economías exitosas son aquellas que invierten en educación, ciencia y tecnología.

Si bien no hay garantías de que una patente se pueda convertir en fuente de riqueza, si es evidente que hay una relación directa entre las economías exitosas y el número de patentes que registran anualmente. Por lo tanto, no es sorprendente que el Banco Mundial reseñe que en 2015 China registró cerca de un millón de patentes, Estados Unidos casi 300 mil y Alemania, 47.000. Incluso, los mercados emergentes que vienen ganando participación en los mercados globales, también son líderes en este indicador: Corea, 167.000; Rusia, 27.000; India, 12000; y Brasil, 4600.

 qualcommHace un par de semanas estuve en Qualcomm, una empresa de tecnología de las comunicaciones ubicada en San Diego, California. Esta cuenta con cerca de 30 mil empleados, aunque no manufactura nada, sólo crea, innova, diseña. Sus creaciones las tenemos en muchos de los dispositivos que usamos a diario. Lo que vemos en esta foto es EL MURO DE LAS PATENTES, uno de sus sitios más emblemáticos. No hay que decir más palabras.

Las patentes son sólo una evidencia. Detrás de ellas vienen los recursos destinados a I+D+i, la cantidad de PhD por millón de habitantes, los grupos de investigación, la calidad educativa, etc. Y en esos indicadores, también se destacan las mismas naciones. En 2014, Corea destinó más del 4% del PIB a la investigación y el desarrollo; mientras que Estados Unidos, Austria, Alemania o China dedicaron más del 2%. En cambio Colombia, según el Banco Mundial, apenas destinó el 0,2%; lo que explica que esta nación suramericana apenas tenga 321 patentes en 2015.

¿Qué pasa en Colombia?

En las últimas semanas, las redes sociales han estado invadidas de recriminaciones y manifestaciones de enojo ante la decisión del gobierno Santos de recortar el presupuesto a Colciencias. Pero, como en otros temas relacionados con desarrollo económico y competitividad, parece que siempre nos quedamos en las manifestaciones coyunturales y omitimos la búsqueda de razones estructurales y objetivos de largo plazo.

Con lo anterior no estoy defendiendo la decisión del actual gobierno colombiano; todo lo contrario. Sin embargo, invito a que revisemos el tema desde raíces más profundas y problemas más complejos. Así que voy a exponer algunos elementos críticos de lo que creo se ha convertido un malestar endémico en el Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación que lidera Colciencias.

Lo aparente por encima de la sustancia.

El Estado, a través de sus gobernantes, ha desarrollado políticas inconclusas; de hecho, más que inconclusas, son políticas que parecen buscar un objetivo, pero que por lo frágiles sólo terminan aparentando que lo logran. Así, por ejemplo, con las reformas al sistema de salud, hace ya un cuarto de siglo, se buscaba generar una cobertura universal para la población. La realidad hoy es que todos estamos afiliados a una EPS o al sistema subsidiado, pero la capacidad médica y hospitalaria es muy inferior a las necesidades. En otras palabras, en el papel el derecho a la salud es universal, pero en la práctica no lo es.

Algo semejante ha sucedido con el sistema educativo. Desde la década de 1990 se vienen tomando medidas para ampliar cobertura educativa, supuestamente con calidad y pertinencia. Sin embargo, hay varios baches que permiten cuestionar la calidad de nuestro sistema educativo (además de que la cobertura aún no es universal). Hay suficientes estudios que evidencian que el nivel de formación de los profesores de inglés de las escuelas es inferior al requerido para formar una población bilingüe. Del mismo modo, el Consejo Nacional Privado de Competitividad ha demostrado que los mejores bachilleres no eligen la profesión de maestro; contrario a lo que sucede en Finlandia o Corea. En nuestro país, ser maestro no es prestigioso ni tampoco bien remunerado. En cualquier país, y no sólo por argumentos económicos, los maestros deben ser ejemplo y orgullo social.

Todo lo anterior se traduce en una educación anacrónica, para el siglo XIX, con metodologías tradicionales que desconocen las nuevas realidades del acceso a la información, la posibilidad de generar conocimientos en diferentes escenarios, las particularidades de las nuevas generaciones (millennials y centennials) y los retos del futuro: sociedad del conocimiento para un desarrollo ambiental y socialmente sostenible.

Pero el punto central de mi análisis es que se toman decisiones incompletas o cosméticas. Y esta costumbre no es exclusiva del Estado, también se da en las empresas y se viene arraigando en la sociedad.

El ejemplo más evidente de esta perversidad es el de las certificaciones de calidad. Es un trauma para los empleados cuando en la empresa se habla de que se acerca la fecha de la renovación de la Norma ISO 9000  o cualquier otra. “A llenar papeles”. Dicho malestar evidencia que no hemos logrado interiorizar el valor de la certificación como faro de la gestión de calidad de los procesos de una organización. Todos se certifican, pero pocos viven o respiran el espíritu de la calidad en los procesos.

(Aún recuerdo una vez que asistí a una universidad como Par Evaluador del Ministerio de Educación. A la salida del edificio me abordaron unas estudiantes y me dieron las gracias -con cierto morbo- porque habían pintado el edificio para atender la visita de pares). No se respira la calidad, sólo se cumplen las formalidades.

Pero hay una evidencia que me preocupa más. El Sistema Nacional de Ciencia Tecnología e Innovación ha diseñado un modelo interesante de indicadores para medir la productividad de las instituciones que pertenecen al Sistema, de los grupos de investigación y de los investigadores mismos. Hasta ahí, todo bien. Hay investigadores e instituciones cuyo prestigio se fundamenta en hallazgos relevantes que se traducen en verdaderas soluciones para la economía o la sociedad.

Sin embargo, se viene diseminando una costumbre perversa: hacer puntos. ¿Qué significa hacer puntos? Es escalar en el Sistema de CTeI, independiente la pertinencia de mis investigaciones. Un autor, por ejemplo, le pide a sus colegas que cuando escriban un paper, lo citen, para elevar su índice H en Google Scholar; en contraprestación, él los citará en su próxima publicación. Esto es sólo un ejemplo de la mercantilización de la ciencia. Se ha creado un modelo con indicadores de propósitos loables, complementado con esquemas de bonificación bienintencionados. Sin embargo, éste está siendo aprovechado con un falso espíritu meritocrático ajeno a los objetivos originarios.

Hace poco un colega, Hugo Macías Cardona, hacía una reflexión a partir de sus hallazgos al revisar  artículos de autores colombianos que llegaban a revistas denominadas “de alto impacto” pero que no estaban siendo citados; o sea, no eran parte de la supuesta discusión en la frontera del conocimiento. Autores que aprenden las reglas de juego de esas revistas para lograr “colar” sus papers sin propósitos claros desde la perspectiva de su pertinencia o nivel de impacto.

Nuevamente, estamos ante el problema de la apariencia por encima de la esencia. No desconozco que es preocupante que se reduzcan los recursos para Colciencias, pero debemos tomarnos más en serio este tema de la educación para el postconflicto y de la investigación y el desarrollo para la innovación y la competitidad. Hoy tenemos más magisters y más PhD, pero el sistema educativo no avanza, el sistema de salud está en crisis y la competitividad de nuestras empresas está estancada. Como lo he reiterado muchas veces en La Caja Registradora, hoy agregamos mucho menos valor a nuestras exportaciones que hace un cuarto de siglo. ¿Entonces, de qué investigación estamos hablando?

Mientras los intereses individuales no se conecten con los de la sociedad; y mientras el éxito inmediato sea más valorado que el esfuerzo por construir futuro, estaremos condenados a ver “universidades acreditadas”, “empresas certificadas”, “investigadores senior” y “grupos de investigación categoría A”, pero en un país que no sale del subdesarrollo y que parece condenado a un oscuro futuro.

Reforma a la Educación Superior en Colombia: ¿qué está en juego?

Versión en inglés: http://www.elcolombiano.com/blogs/lacajaregistradora/?cat=4

Traductor: Andrés Fernando Cardona Ramírez.

Colombia es un país que ocupa lugares poco destacables en dos indicadores de medición de Bienestar a nivel mundial: Competitividad y Distribución del Ingreso.

Desde la perspectiva de la competitividad, a nuestro país se le señalan debilidades en infraestructura, innovación y ambiente legal. Con respecto a la distribución del ingreso, el recién posesionado Ministro de Trabajo acaba de señalar que 14 millones de colombianos no cuentan con un trabajo digno. Adicional a esto, el salario mínimo colombiano es de los más bajos de Suramérica y la cobertura educativa está lejos del promedio de países de nivel de desarrollo como el nuestro.

Sin embargo, competitividad y distribución del ingreso no siempre son compatibles. O sea, pueden no serlo bajo ciertas ópticas, ideológicamente concebidas. Y estas miradas harán parte de la discusión que se re-inicia en el país con respecto al futuro de la Educación Superior.

Si hablamos de competitividad, hay una variable que tiene un peso fundamental: el emprendimiento empresarial. El éxito de muchos de los Mercados Emergentes  que lideran la locomotora de la economía mundial en la actualidad se debe, en gran medida, al surgimiento y consolidación de nuevas industrias: nuevas empresas en sectores intensivos en conocimiento; empresas que agregan valor a sus procesos, bienes y servicios, como estrategia central de éxito.

En materia de emprendimiento, la Universidad está haciendo mucho, pero está logrando poco. El emprendimiento se ha vuelto un lugar común en el lenguaje coloquial universitario, especialmente de las facultades de administración y afines. Incluso, pululan las cátedras de emprendimiento, la enseñanza para la formulación de Planes de Negocio y los concursos que premian a los planes mejor formulados. Pero, a la vez, cada vez hacemos menos por profundizar los cimientos del emprendimiento: la innovación.

La población que estudia ingenierías es cada vez menor, a la vez, que hay un desaliento por profundizar en matemáticas, física, química y biología. No es que todos debamos ser biólogos o matemáticos. Pero, un país que desea ser competitivo y una empresa que pretenda ser innovadora, requieren de masa crítica que patente nuevos productos, diseñe procesos nuevos, modele nuevos productos o servicios y registre software que solucionen necesidades de la sociedad. Y eso no se logra sin estas ciencias. Incluso, un país que, como Colombia, cuenta con gran potencia en agricultura, agroindustria y recursos naturales, tiene pocos recursos humanos dedicados a la investigación, el desarrollo y el estudio en carreras relacionadas con el mundo rural y el medio ambiente.

Si damos una mirada al grueso  de planes de negocio que se elaboran en las universidades, encontraremos que se fundamentan en ideas que tienen que ver con negocios o industrias tradicionales –comercializadoras, confeccionistas, procesamiento de alimentos o restaurantes y otros locales para el comercio de bienes de consumo masivo-. Esto no tiene nada de malo, pero la realidad es que esta situación demuestra lo estrecho que es el universo empresarial de nuestros universitarios y, lo que es más crítico, la mayoría de estos proyectos empresariales no se fundamentan en procesos estructurados de innovación y el valor agregado que proponen tiende a ser superfluo.

Colombia es un país que no invierte en investigación y tecnología. No sobresalimos en materia de patentes y licencias. Aquellos que van a la cabeza del pelotón en competitividad si lo hacen: Alemania, Corea, Japón, China. De hecho, si damos un vistazo a los grupos de investigación que clasifica COLCIENCIAS, son pocos los que se destacan por patentes, registros de nuevos software o productos o, incluso, spin off. No es malo publicar libros o artículos en revistas indexadas –por suerte algunos se esmeran en este frente-, pero hay un desequilibrio en la distribución de los pocos recursos que se dedican a la investigación y al desarrollo.

Pero, la Universidad no es una maquina que produce mano de obra cualificada. La Universidad es el escenario en el que se delinea el futuro de un país. Y estamos en un momento de quiebre de la historia mundial y nacional: la sociedad industrializada, de una marcada filosofía consumista, está en crisis; el país vive un momento trascendental en lo que ha sido uno de sus mayores karmas del último medio siglo: el conflicto armado; igualmente, después de 20 años, el sistema político colombiano, al igual que el de nuestros vecinos suramericanos, parece estar viviendo una gran transición. ¿Cuál es la respuesta de la Universidad frente a estos retos? ¿cuál es el país que vamos a construir ante los retos en Derechos Humanos, Participación Política, Medio Ambiente, Competitividad y Cultura, por ejemplo?

Este último planteamiento lo hago para preguntarnos por la formación ética, estética, política y humanística de nuestros universitarios.  La Universidad está llamada a formar ciudadanos integrales y, en su claustro, se debe asegurar una apertura al discurso diverso, a la metáfora y a la reflexión política. En los últimos 20 años, la cátedra universitaria parece haber caído en los dominios del paradigma realista: un pragmatismo individualista e inflexible, ausente de compromiso social, ajeno a las preocupaciones políticas y cerrado a la lectura de miradas alternativas.

Entonces, si vamos a hacer una reforma al sistema educativo, que eleve nuestra competitividad y mejore la distribución del ingreso, en un ambiente de formación de seres humanos -con calidad de mayores de edad como lo explica Kant- y no simplemente de mano de obra, la pregunta es ¿cómo se va a financiar ésta?

Una educación de cobertura universal y de calidad no es un reto de poca monta. En Colombia de 100 bachilleres que entran a la universidad, sólo 50 se gradúan. Y de 100 jóvenes que terminan el bachillerato, sólo 35 entran a la educación superior. Y no sigamos hacia atrás, porque en el mundo del bachillerato y la primaria, inclusive, queda otro tanto de sueños frustrados en el camino. En otras palabras, la inversión que hay que hacer para este objetivo es de magnitudes comparables con la reforma al sistema de seguridad social o la ley de reparación de víctimas del conflicto armado. Porque los problemas que vive la Educación Superior no comienzan allí…despegan en la primera infancia y el preescolar.

No es gratuito que Estados Unidos en las negociaciones del TLC, haya puesto sobre la mesa la exigencia que la Universidad colombiana pudiera ser con ánimo de lucro…evidenciaban nuestros socios un potencial y enorme negocio. Aunque Colombia no aceptó tal exigencia, el hecho de que el gobierno de Santos, en la propuesta inicial, haya incluido la inversión privada para financiar el futuro de la educación, da una idea de quienes han sido los inspiradores de la reforma.

Jóvenes estudiantes: a leer nuevamente a Keynes, Prebisch, Marx, Ricardo y Friedman para poder terciar en el debate.