Colombia descubre yacimiento de gas en el Caribe: ¡Qué buena noticia! ¡Qué mala noticia!

Giovanny Cardona Montoya (mayo 9 de 2017)

 

Lo peor que le puede pasar a Colombia es que siga encontrando petróleo” (M. Porter, 2011)

 

Hace tan sólo una semana, en mi artículo “Economía colombiana: el problema no es el bajo crecimiento del PIB, es el subdesarrollo” hablaba sobre las bondades de las crisis,  para destacar que los actuales indicadores de desaceleración económica en Colombia servían para recordar que el problema tenía más fondo. Sin embargo, el 4 de mayo (2017) el presidente Santos anunció un hallazgo importante de gas en el Caribe. Y aquí volvemos al pasado…

petroleo en el mar

Desde muchas perspectivas se puede hablar de lo nocivo que puede ser para el desarrollo socio-económico de un país como el nuestro, seguir viviendo de bonanzas (peor aún, burbujas) de hidrocarburos.

Para empezar, nuestro país ha sufrido por décadas las consecuencias de una mala gestión de la industria estractiva: deterioro ambiental, informalidad económica y violencia. En el caso de los hidrocarburos, el problema de la contaminación es el relevante. Pero, adicionalmente, las bonanzas en Colombia (cafeteras, cocalera, petrolera) han mostrado síntomas de “Enfermedad Holandesa“, al terminar provocando inflación, acelerada revaluación de la moneda, aumento de las importaciones y deterioro de las industrias transables (agricultura e industria manufacturera).

Es particularmente notorio que con el aumento en la producción de petróleo (desde Cusiana a finales de los 90) y la bonanza de precios que terminó hace un par de años, el país se fue desindustrializando a la vez que se incrementaba la dependencia de las exportaciones de combustibles fósiles y de las rentas petroleras para el Estado.

La evolución de las exportaciones colombianas en las últimas décadas evidencia una menor sofisticación de la oferta y un aumento en el peso de los commodities de minería e hidrocarburos, hasta tal punto que petróleo y carbón llegaron a pesar 70% del total de la oferta del país. Si a estos productos sumamos oro y ferroníquel, el escenario se muestra mucho más deprimente. Hemos pasado de ser un país agrícola y de agroindustria a convertirnos en una economía minera.

sofisticacion de exportaciones emergentes y Colombia

Estos dos años de crisis de precios del petróleo en el mundo (el precio del bárril en los mercados internacionales se derrumbó de 100 dólares aproximadamente, a 50 dólares, desde finales de 2014), se han traducido en deterioro de la balanza comercial, en déficit fiscal y en caída de las inversiones extranjeras directas (IED) -la exploración de nuevos pozos es menos atractiva y por  ende caen las inversiones en el sector de hidrocarburos-.

Sin embargo, hacía ilusión ver que en menos de tres años de crisis, las discusiones en diversos escenarios giraban alrededor de la reconversión industrial, la necesidad de invertir en innovación, promover nuevos exportadores, etc. Pero, seguramente, con este nuevo “hallazgo” pondremos los ojos nuevamente en la minería de hidrocarburos, en la atracción de IED para exploración de pozos, etc., etc., etc.

No tiene  nada de malo en sí mismo tener hidrocarburos; Estados Unidos tiene grandes reservas, Canadá también y algunas naciones europeas también gozan de esta riqueza. Pero esto no los ha detenido para industrializarse, para proteger su agro, para diversificar sus economías y para estimular la innovación en diversos sectores. Incluso, un país como Chile, nación subdesarrollada como la nuestra, tiene una mejor gestión de su minería (en términos sociales, ambientales y económicos) si se le compara con Colombia o Perú.

Colombia: la hegemonía de una mentalidad cortoplacista y rentista.

El problema es la “mentalidad” cortoplacista y rentista que prima en las élites de nuestro país. No olvido las consignas con las que terminamos el siglo XX y comenzamos el XXI: “Bienvenidos al futuro“, “Antioquia 2020” o “Colombia 2032“. Sin embargo, el mismo Consejo Nacional  Privado de Competitividad nos recuerda año tras año cómo las metas se han venido quedando en sueños a los que no se les pone combustible. Desde la apertura económica (inspirados en los tigres asiáticos y la teoría de la Ventaja Competitiva) venimos hablando de modernización de la economía, de innovaciones y de agregación de valor. Nada de eso se ha hecho realidad; todo lo contrario.

Lo único evidente, a lo largo de 30 años de internacionalización de la economía, es la modernización del consumo: una mayor oferta y diversidad de bienes y servicios para los colombianos: dispositivos electrónicos, oferta turística y sistemas de financiación de viajes, amplitud en la oferta de marcas de todo tipo de productos, etc. Todo importado. Los consumidores son más felices, pero el empleo ni crece, ni mejora su calidad (remuneración). En otras palabras, entre más satisfactoria se ha puesto la oferta de bienes y servicios para los consumidores colombianos, menos confiable se visualiza el futuro de sus empleos. Todo porque hemos reducido nuestra capacidad de autoabastecimiento: las exportaciones de petróleo financian nuestro consumo ¿hasta cuándo?

El anuncio de nuevos pozos de gas reducirá el stress de los gobernantes de turno e inversionistas, entonces, volveremos a colocar nuestras prioridades en lo urgente: inflación, crecimiento del PIB, inauguración de obras antes de terminar el período. En cambio, mejorar la calidad de la educación, estimular la producción de fuentes limpias de energía, promover la inversión en I+D, fomentar las pymes innovadoras…¿eso?, de eso que se encarguen en el futuro.

¡Bienvenidos al pasado continuo!

 

 

 

Economía colombiana: el problema no es el bajo crecimento del PIB, es el subdesarrollo.

No estamos en recesión, es el subdesarrollo nuestro verdadero problema.

Hace un par de años, con la caída de los precios internacionales del petróleo y otros commodities, las finanzas públicas y los indicadores que miden la producción colombiana, PIB y exportaciones, entraron en crisis y reaparecieron los megáfonos que alertaban una posible recesión.

Algo bueno le encuentro a los anuncios de crisis de la economía colombiana en las últimas décadas, puesto que sirven para recordar lo frágil que es nuestro aparato productivo.

El siglo XX fue el de la industrialización para Colombia; con un modelo proteccionista en boga nacieron y se consolidaron muchas de las grandes manufactureras de este país: textileras, confeccionistas, locerías, productores de alimentos, ensambladores, etc. Gracias a este proceso, el país incrementó el autoabastecimiento de bienes manufacturados; a la vez que las exportaciones de café se acompañaron de productos manufacturados de mediana y baja complejidad tecnológica.

cafe

Sin embargo, lo que sucedió desde finales del siglo XX ha sido todo lo contrario: Colombia se ha convertido  en un país importador, altamente dependiente de bienes manufacturados en el exterior. En el último decenio este país se ha venido desindustrializando de manera alarmante. Desde hace 10 años el Consejo Nacional de Competitividad viene monitoreando el desempeño de la economía colombiana y particularmente señala cómo se viene reduciendo el Valor Agregado Nacional de las exportaciones a lo largo de las años.

sofisticacion de exportaciones colombianas1

El hecho es que después de un cuarto de siglo de Apertura Económica, proceso sugerido para  elevar la competitividad de la economía colombiana, la realidad es que los cambios que se han vivido se pueden sintetizar:

– los consumidores colombianos han ampliado el menú de oportunidades, incrementándose la oferta de bienes y servicios de calidad semejante a la de mercados internacionales;

– la minería se ha expandido, convirtiéndose en la principal fuente de divisas por balanza comercial;

– la esfera de servicios se ha modernizado, especialmente en el ámbito de las TIC.

Sin embargo, el llamado proceso de internacionalización de la economía colombiana deja dos grandes lastres que evidencian que el tren del Desarrollo Económico, en el cual embarcaron los tigres asiáticos (Corea, Taiwán, Singapur, etc.) y algunas naciones de otras latitudes (Sudáfrica, Brasil, Turquía, China, India), ha partido sin nosotros:

la industria manufacturera y la agricultura han contraido su participación en el PIB y en las exportaciones. El país importa un alto porcentaje del valor de las manufacturas y de los alimentos que consume;

– la distribución de la riqueza se ha consolidado como una de las menos equitativas del planeta: cada vez un número más pequeño de millonarios posee una mayor porción de la riqueza del país, mientras el porcentaje que pertenece a los segmentos de la población más pobre ha disminuido.

En síntesis, el problema de Colombia no es la caída en los precios de los combustibles; no es la desaceleración económica la que nos debe preocupar, sino el modelo de desarrollo que siembra inequidad y pocas posibilidades de que se incremente la riqueza de modo sostenido.

¿Dónde está la base de nuestro subdesarrollo?

El desarrollo económico sostenible de este siglo XXI se apoya en tres pilares:

crecimiento sostenible a lo largo del tiempo;

– preservación del entorno natural y cultural;

– generación de oportunidades para una distribución de beneficios que reconozca las necesidades de toda la población.

En Colombia no sucede ninguna de estas tres condiciones. Si bien Colombia ha vivido pocas experiencias de recesión, técnicamente hablando, la verdad es que raras veces el PIB se expande a tasas significativas. Sin embargo, lo más notorio es que no se crece de manera sostenida y que dicho crecimiento se apoya en gran medida en una minería insostenible.

Y con el tema de la minería se evidencia nuestra segunda ausencia: un entorno preservado y sostenible a largo plazo. Hemos dejado de ser una economía agroindustrial para convertirnos en extractores de minerales e hidrocarburos. El deterioro del medio ambiente como consecuencia de una minería  expansiva y la falta de reservas confirmadas de petróleo, hacen insostenible nuestro modelo económico.

La consecuencia de todo esto es una sociedad injusta, con élites privilegiadas que quieren vivir como en Europa, mientras millones de familias viven como en el país más subdesarrollado del planeta. .

Hay que revisar el Modelo de Desarrollo.

Creo que le hemos dado muchas vueltas al tema. Durante más de 25 años hemos estado esperando los milagros de la inversión extranjera, de los TLC, del mercado sin controles, de las privatizaciones, de la apertura económica. Los ajustes derivados de reformas fiscales, reformas laborales, reformas a la seguridad social y demás reformas han sido paños de agua tibia que no ponen el acento en el problema central: ¿cuál futuro país deseamos construir? Para ello, es necesario repensar algunos temas estratégicos:

– tomar decisiones de fondo en lo referente a la educación, la investigación y la innovación. El actual  sistema educativo no garantiza que los futuros bachilleres y profesionales sean “ciudadanos” e “innovadores”. La ampliación de cobertura no ha sido suficiente. Hay que revisar el tema y tomar decisiones radicales;

– tomar decisiones sobre la necesidad de desarrollar lo rural, la agricultura, la agroindustria y la economía ambiental. No sólo se trata del post-conflicto y el regreso de los campesinos al campo; no sólo se trata de que tenemos un gran potencial para autoabastecernos de alimentos y de otras materias primas de origen vegetal o animal; se trata del hecho que el futuro del planeta depende en gran medida de agua y vegetaciones que existen en pocos países, incluído Colombia. Hacemos parte de la solución al desarrollo sostenible global;

agricultura sostenible

– tomar decisiones sobre lo que significa la integración regional o global. Somos un país “pasivo” sin identidad en los escenarios internacionales. Dependemos de lo que deciden las grandes potencias y los mercados emergentes. Colombia es una de las 35 economías más grandes del planeta (territorio, población y PIB), ese tamaño le genera derechos y deberes frente a la comunidad internacional. Tenemos un enorme potencial en el vecindario, con países grandes y economías significativas, con culturas cercanas que podrían facilitar el intercambio y la integración. Pero para eso hay que romper ciertos paradigmas que sólo nos permiten mirar hacia el Norte.

Podríamos complementar la lista: faltan ingenieros, falta estimular las artes y las ciencias sociales y humanas, hay que resover el problema de la infraestructura, la calidad de la salud, la óptima atención a la primera infancia, etc. Pero  más que una lista, lo que el país necesita es reconocer que somos una economía subdesarrollada, no somos un “mercado emergente” y debemos dejar de mirar nuestros problemas sociales y económicos como retos de corto plazo.

Hace 27 años, el entonces presidente de la Apertura Económica nos anunció: “Bienvenidos al Futuro”…y el futuro llegó. Volvámos a intentarlo. No más pañitos de agua tibia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Instituciones educativas del siglo XIX para una sociedad del siglo XXI?

Se ha vuelto frecuente cuestionar al profesor que, recurriendo a la metodología de reproducción de conocimiento, “dicta clase” en un formato magistral para, posteriormente, verificar lo que sus estudiantes aprendieron.

Flaco favor se le hace a la educación cuando las metodologías son cuestionadas sin mayores análisis.

La palabra pedagogía tiene su sentido etimológico en el griego (paida -niño- y gogos -acompañante, guía-), que hace referencia a la persona que llevaba al niño. La pedagogía es la ciencia que se ocupa de estudiar todos los procesos de aprendizaje de las personas, ya sean estos en escenarios escolarizados (didáctica escolar) o no escolarizados (la casa, por ejemplo). En este contexto, somos maestros (educadores, acompañantes) todos aquellos que tenemos como labor facilitar, el aprendizaje del prójimo.

El maestro en la sociedad industrial.

Desde hace medio siglo, aproximadamente, la sociedad ha venido viviendo una seria transformación en la gestión de la cadena datos-información-conocimiento; dicho cambio está afectando todas las facetas de la vida de las personas: la económica, la social, la cultural, la política, etc. Las manifestaciones concretas de este cambio se traducen en:

– la cantidad de datos e información que se ponen a nuestra disposición crece exponencialmente y a una gran velocidad;

- cualquier individuo puede ser autor y llegar con sus contenidos a receptores en cualquier lugar del planeta en tiempo real;

– casi han desaparecido las barreras de tiempo (7/24) o distancia para acceder a contenidos o para transmitirlos.

Hago la anterior aclaración para señalar uno de los problemas del sistema educativo actual y, así, recoger el debate con el que comenzamos este artículo. Durante el siglo XIX y hasta la década de 1980, transmitir información o actualizar en contenidos temáticos era una de las principales funciones del docente. Las limitaciones de acceso al conocimiento, especialmente científico y tecnológico, -libros impresos y costosos, bibliotecas de horario limitado, producción en otra lengua, etc.- implicaban que alguien cumpliera las veces de “transmisor” para lograr masificar el acercamiento al acervo de la humanidad.

En consecuencia, la clase magistral o conferencia a un grupo amplio de estudiantes era una de las mejores herramientas que tenía el maestro para acompañar en el aprendizaje a sus pupilos. Difícilmente en la sociedad industrial se hubiera podido pensar en otro camino didáctico para llegar a masas crecientes de estudiantes que necesitaban formarse para trabajar en procesos productivos estandarizados. Así era el siglo pasado: aprendias tareas, te preparabas para cumplir funciones y vivias en un mundo mecanizado -aplicar el manual de funciones en la oficina, leer el periódico los domingos en la mañana, trabajar de 8 a.m. a 6p.m., tomar el bus de las 7 a.m., etc.-

procesos mecanicos

Pero el mundo ha cambiado.

La informática, Internet, las tecnologías del transporte y las migraciones masivas han transformado al mundo. No sólo ha cambiado el mundo productivo, sino que la cultura en su más alta expresión se transforma, a la vez que se derrumban las fronteras locales, haciéndonos cada vez más globales: dominamos una segunda lengua, tenemos contactos por todo el planeta (amigos, socios, colegas, familiares, clientes, proveedores) e intercambiamos en tiempo real conocimientos y valores sobre la vida y la convivencia, afectándose permanentemente nuestra cosmovisión.

En consecuencia, la docencia de los siglos pasados se ha quedado anacrónica. La nueva realidad reta a los docentes porque:

– nuestros estudiantes se deben preparar para ser productivos y felices en un mundo cambiante y globalizado;

– el futuro de las sociedades, los territorios y las empresas, estará marcado por la capacidad de innovar de las personas, o sea, de tomar el conocimiento científico y de aplicarlo en la solución de problemas y retos inesperados pero permanentes.

Es aquí donde se evidencia que el sistema educativo requiere de una revolución.

EDUCACION ANTICUADA

¿Qué aprender? ¿Cómo hacerlo?

La vida se transforma de manera acelerada desde todas sus dimensiones. La familia cambia (hogares unipersonales, divorcios, parejas interculturales, etc.); la tecnología evoluciona acelaradamente (los dispositivos que hoy utilizamos serán obsoletos en pocos años); las culturas se mezclan (idiomas, valores, costumbres, religiones); las empresas mutan (cadenas globales de producción, teletrabajo, auge del comercio de servicios), la naturaleza se deteriora (picos climáticos, estaciones inesperadas, pérdida de bosques, etc.)

Estos ejemplos son cambios que se ven desde hoy; pero ¿y las transformaciones que vendrán y que aún no conocemos?

Por lo tanto, es necesario que las personas que lideran el sistema educativo hagan una lectura prospectiva de los retos que enfrentarán nuestros jóvenes en las próximas décadas. La formación en conocimientos, en habilidades y en valores debe ser consecuente con el mundo cambiante y con las necesidades de las futuras generaciones.

Los conocimientos deben ser más universales, mejor fundamentados, más transversales y más interdisciplinarios. Se necesita formar en conocimientos que puedan conversar con los de otros “terrícolas” formados en otras culturas, venidos de otras latitudes del planeta.

Las habilidades que necesitan nuestros estudiantes, son de pensamiento: capacidad de análisis, de síntesis, de abstracción, de comunicación, de interacción, de adaptación. de lectura del entorno, de construcción de conocimiento. Son estas habilidades las que le permitirán al estudiante enfrentar la incertidumbre, trabajar con la información existente e innovar para resolver los retos que vivira.

Los valores que debe apropiar el estudiante deben ser los más universales, los que partan del reconocimiento de la diferencia y de la valoración del planeta como una “casa común” para muchas culturas, incluso, para muchas especies. Se necesita una ética que parta de la humildad, esto es, la ética de un ser que se reconoce a sí mismo como inacabado pero perfectible.

Para lograr este nuevo cometido, es necesario repensar la forma como se desarrolla el proceso de enseñanza y aprendizaje. El debate debe sustituir a la magistralidad “ilustradora”y el experimento se tiene que convertir en la principal tarea de los estudiantes: probar, revisar, corregir y volver a intentarlo. En consecuencia las aulas de cuatro paredes tienen que rediseñarse, los pupitres habrá que moverlos, el tablero debe estar libre para el uso de todos -no sólo del profesor-, los grupos deben estar compuestos de mentes que conversan entre ellas y que, a la vez, lo hacen con las de otros grupos.

El conocimiento se construirá de manera colectiva, reconociendo los particulares intereses, motivaciones y capacidades de cada uno de los estudiantes.

niños estudiando

 

¿Por qué ser “Occidental” frena el Desarrollo Sostenible?

Cuando recuerdo que en el aula de clase me enseñaban el mundo, los profesores hablaban de Occidente y Oriente. Con cierto orgullo, consensuábamos con los docentes que nosotros los colombianos éramos occidentales, porque con Occidente se relacionan el Estado de Derecho, los Derechos Humanos, la Racionalidad y el Enciclopedismo. Hoy me genera sospecha esa afirmación.

¿Qué es ser Occidental en el presente?

El planeta se está agotando: tala de bosques, se reduce el oxígeno de calidad, escasez de agua potable, deterioro del clima (cada vez menos  predecible y con temperaturas extremas) y hambrunas son, tal vez, las principales características de esta crisis.

Una de las principales razones de esta crisis es el comportamiento de la especie humana, con un protagonismo no desdeñable de nosotros “los occidentales”. ¿Por qué esta afirmación? Porque algo que caracteriza a “los occidentales” del último siglo es que nos gusta poseer y consumir ilimitadamente. He ahí el problema si se le entiende desde la perspectiva cultural e individual.

Poseer, ¿sinónimo de bienestar?

Vivimos en una sociedad donde medimos el éxito, la felicidad e, incluso, el bienestar con base en el valor de las posesiones. Poseer más significa más riqueza, más satisfacción, más estatus, más felicidad…más bienestar. Así nos sentimos y eso no se puede cambiar de la noche a la mañana.

Pero la crisis que vive el planeta conlleva repensar esta forma de medir el desarrollo de las personas y las familias. Y no se trata de abandonar lo mejor de la cultura occidental, todo lo contrario, lo mejor es apoyarse en su humanismo y su racionalidad para cuestionar el comportamiento nocivo que hemos asumido como consumidores.

El bienestar es una categoría económica que plantea la posibilidad de optimizar producción, intercambio y consumo, logrando la mayor satisfacción (valor) con el menor esfuerzo (costo) posible.

Si comenzamos por el esfuerzo, entonces, reconozcamos algo: estamos pagando el mayor costo por lo que poseemos. Para consumir como lo estamos haciendo en la actualidad estamos acabando con el planeta; estamos sembrando hambrunas y estamos condenando el bienestar de futuras generaciones. En otras palabras, queda perfectamente argumentado desde la racionalidad y el humanismo “occidental” que no estamos logrando mayor bienestar, puesto que estamos pagando el mayor costo: sacrificando el futuro del planeta y condenando a las generaciones futuras.

Ahora, si hablamos de valor (beneficios, satisfacciones) entonces, también tenemos argumentos muy “occidentales” para cuestionar el supuesto bienestar:

  • Poseer un vehículo particular (por persona, ni siquiera por familia). ¿Cuánto tiempo gastamos en llegar al trabajo o al hogar debido a los problemas de movilidad? ¿con quién compartimos el “trancón”?
  • ¿Cuánto dedicamos de nuestros ingresos al pago de deudas asociadas al consumo –renovar el celular, comprar ropa de marca, reponer productos desechados que no son reutilizados porque ya “no están de moda”?
  • ¿Cuánto dedicamos de nuestros ingresos al uso de medicamentos y tratamientos que buscan compensar nuestro distanciamiento de lo natural –aire puro, comida sana, agua potable, actividad física-? Vamos al gimnasio después de la jornada laboral porque no montamos en bici para ir a la oficina, tomamos vitaminas y otros nutrientes en frascos, para compensar la no ingesta de frutas o verduras y otros alimentos naturales.

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Es evidente que no podemos cambiar de la noche a la mañana ciertas costumbres, pero es claro que algunos beneficios tienen más que ver con la aceptación social y el estatus, que con el placer que puedan percibir los sentidos: aromas, colores, sabores, texturas; o con las emociones que puedan emanar del alma –serenidad, compañía, alegría, etc.-

En síntesis: estamos pagando un alto costo por ciertos placeres que a veces son “relativos”. En cambio, un estilo de vida más solidario y más saludable (usar el metro o la bicicleta) podría regresarnos a ciertos hábitos que eran “ambientalmente” más VALIOSOS, con un menor COSTO social: lo hacemos por nosotros, por el prójimo y por las generaciones futuras.

No hay que ser budista o taoísta para entender que dedicar más al ser que al poseer es un “buen negocio” para nosotros, para el planeta y para nuestros descendientes.

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Crecimiento Compartido entre las Naciones: base necesaria para un Desarrollo Sostenible.

El final de una época: la del crecimiento aislado de los países.

Como lo señalábamos en el artículo anterior, la humanidad ha recorrido un camino que la ha traído a una sinsalida: crecer y consumir hasta agotar las posibilidades de un futuro.  Las razones centrales de este apocalíptico pronóstico son, la desunión de las naciones y la sobrevaloración del consumo individual como eje del bienestar.

Las fronteras de los países son el resultado de complejos procesos históricos, de ahí que dificilmente puedan ser analizadas desde una perspectiva unidimensional. Los países son lo que son, esa es la realidad. La pregunta necesaria es ¿se puede alcanzar un desarrollo sostenible a partir de indicadores que se centran en el crecimiento doméstico?

Si bien, especialmente desde el final de la segunda guerra mundial, la comunidad internacional ha cimentado una compleja arquitectura de cooperación -bajo la tutela de las Naciones Unidas-, la realidad es que el principio de Competencia ha sido más relevante a la hora de definir las prioridades en materia de política pública. A partir de los preceptos filosóficos de Smith y Ricardo (laissez faire, laissez passer), los cuales fueron reforzados por las teorías de Porter sobre Ventaja Competitiva de los territorios, la sociedad mundial se ha constituido en un enorme mercado planetario de competencia permanente.

Sin embargo, el éxito de una economía global centrada en la competencia de las naciones y las empresas ha devenido en una transformación del aparato productivo en particular y del planeta en general, que desdice de la posibilidad de continuar con el modelo. La nueva realidad tiene dos características centrales:

– existen serios problemas de la humanidad que no se pueden resolver al interior de las fronteras nacionales: el deterioro del medio ambiente, pandemias como el SIDA, la escasez de alimentos y la hambruna, el terrorismo internacional, entre otros; y

– las fuerzas productivas rompieron las fronteras nacionales y, en consecuencia, la producción de bienes es el resultado de un Comercio Mundial de Tareas en el marco de Cadenas Globales de Valor. Ningún país puede autoabastecerse de todo lo que necesita, ninguna empresa puede producir sin contar con el apoyo de otra empresa.

Un solo producto es elaborado en una cadena de factorías que se distribuyen a lo largo y ancho del planeta. Una fábrica no hace un BIEN, hace una TAREA.

Un solo producto es elaborado en una cadena de factorías que se distribuyen a lo largo y ancho del planeta. Una fábrica no hace un BIEN, hace una TAREA.

El nuevo modelo económico requerido no puede ser compatible con una concepción de desarrollo cuasi-autárquico que se apoya en un crecimiento nacional del PIB a partir de una balanza de pagos favorable. Tanto el PIB doméstico como la balanza de pagos son instrumentos que guían la política pública y se basan en el privilegio de lo nacional sobre lo extranjero. En otras palabras, la interdependencia es una realidad más compleja y evidente, en consecuencia, buscar el crecimiento a costa del de otros países o empresas es una premisa que destruye valor.

Las crisis planetarias y la interdependencia de producción (cadenas globales de valor) exigen repensar el concepto de lo nacional y de la competencia de mercado. La coo-petencia y el crecimiento compartido tendrán que ser las nuevas claves del desarrollo.

Aunque la Unión Europea está viviendo una de sus mayores crisis, no se puede desconocer que medio siglo de integración en el viejo mundo dejan lecciones sobre el potencial de la unión de economías domésticas alrededor de objetivos compartidos. De igual manera, la importancia que en las últimas décadas han tenido economías tractoras como China, México o India, alrededor de las cuales giran las Cadenas Globales de Valor, evidencia que no se puede tener un crecimiento sostenido de la economía de un país sino se garantiza el dinamismo productivo y de consumo de las demás naciones.

Pero, el factor más determinante de la necesidad de pensar en un Desarrollo Sostenible Planetario en lugar de una sumatoria de Desarrollos Sostenibles Nacionales, es la existencia de una globalización que se manifiesta en escenarios que vinculan a los países a través de grandes problemas: lo ambiental, la pobreza y la violencia del terrorismo y las guerras.

 

Un desarrollo sostenible depende de la capacidad del planeta para dar vida  a la creciente población, para lo cual debe resolver sus antagonismos dialécticos:  oxígeno en la amazonía suramericana y polusión en las grandes urbes del planeta; pobreza y hambre en el Sur a la vez que escasea (envejece) la población productiva en el norte; mestizaje cultural alimentado por las migraciones y las TIC a la vez que la xenofobia, el odio religioso y el racismo crecen.

migraciones globales

Estas premisas dialécticas (unidad de contrarios) no se podrán resolver en el plano de intereses nacionales, egoistas y limitados. Sólo una concepción planetaria de Desarrollo Sostenible hará viable la supervivencia de la especie y el planeta. Y, en este contexto, el egoismo de una economía que idolatra los mercados y la propiedad no puede ejercer supremacía.