Por: Oswaldo Osorio
Parecía que este año la Academia de Hollywood, haciendo una excepción a la tradición, había decidido con buen criterio. Sus principales galardones fueron para una película de bajo presupuesto y con un tema serio, en lugar de dárselos a Avatar, la última y más perfecta encarnación del cine comercial y escapista.
Sin embargo, luego de conocer este filme de Kathryn Bigelow, se pudo constatar que los Oscar siguen siendo unos premios a la popularidad, porque si bien bajo este criterio no era posible que la cinta más taquillera de la historia del cine fuera vencida por una modesta película, la sorpresa la hizo posible el tema y su tratamiento, que apelaron al patrioterismo de los estadounidenses, lo cual está siempre por encima de cualquier otro criterio.
Y no es caprichoso el uso del término patriotero, como el criterio aplicado para preferir esta película, en lugar del de patriota. Este último tiene que ver con el amor a la patria, mientras el primero es un alardeo excesivo de patriotismo. Porque eso es lo que se puede ver en Zona de miedo, un relato que únicamente alardea con lo duro que lo pasan los marines en Irak, lo valientes que son y cómo se sacrifican por, no sólo su país, sino por “el mundo libre”, como les gusta decir.
Pero lo que se ve es una historia protagonizada por el típico héroe descerebrado que actúa impulsado por una falsa noción de lo que es la valentía, la cual generalmente confunde con estupidez y arbitrariedad (hay que ver lo poco que le importa la opinión de su equipo). Es como los hombrecitos tontos del programa Jackass, que se someten a peligrosas pruebas que les causan heridas y dolor, sólo para diversión de la audiencia.
Así mismo es la mentalidad de este “héroe” que desarma bombas en Irak, pues no se da cuenta –tampoco el guionista ni la directora- que sin la consciencia y la actitud del heroísmo no puede existir tal cosa, pues solo queda el hombre-idiota o el hombre-máquina cumpliendo ciegamente la función para lo que fue adiestrado.