Érase una vez en el Oeste, de Sergio Leone

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Por: Mario Fernando Castaño

Once Upon in Time in the West es una película de 1968 dirigida por Sergio Leone y escrita en compañía de Sergio Donati, Bernardo Bertolucci y Dario Argento. Mientras el sol implacable calienta el desierto, un hombre solitario y sin nombre, identificado solo como Armónica, busca una venganza personal que está reflejada en el pétreo rostro del inigualable actor Charles Bronson, que con su mirada fría y verde contrasta con el calor y el color del desierto; un villano despiadado encarnado por un inesperado Henry Fonda, que siempre había sido “el bueno” y una hermosa, sensual, pero no intachable mujer interpretada por Claudia Cardinale, que encuentra un futuro incierto al ser la heredera de una fortuna producto de la sorpresiva muerte de su futuro esposo, debido a oscuros intereses que están relacionados con el amanecer industrial, simbolizado en la construcción de un pueblo y la nueva ruta del tren.

Estos destinos se van relacionando entre la esperanza, el amor y el desazón del tiempo vivido, en donde el silencio es el artífice del suspenso, del momento esperado que igual es inesperado cuando es atravesado por una bala o por los compases magistrales del señor Ennio Morricone en su icónica banda sonora, evocando romance, misterio, soledad y sangre fría, creando momentos épicos en la pantalla que se van cocinando al fuego lento del sol que es testigo del gran final y de cómo esas eternas miradas se cruzan sin palabras diciéndolo todo y nada antes de que el ineludible final inicie.

Una historia de la que bebería hasta la saciedad el cine de Tarantino mucho años después. Esta es la gran despedida de Leone a su Spaguetti Western, dejándonos en el cine una obra de arte en cada uno de sus fotogramas antes de ir a contar otra inolvidable historia, esta vez en occidente con Érase una vez en América.

El Gran Torino, de Clint Eastwood

Wally “El Sucio”

Por: Oswaldo Osorio

¡Ésta sí es una película de Clint Eastwood! Dirán seguramente quienes crecieron (y envejecieron) viendo al vaquero Sin Nombre de Sergio Leone y al duro policía de Don Siegel. Luego el mismo Eastwood,  como director, continuaría los pasos de sus dos maestros, haciendo películas de individualistas con madera de anti-héroes, definidos por su honestidad y sus principios firmes, aunque muchas veces algo fascistas.

Pero a pesar de que acababa de hacer dos “películas de chicas” (Golpes del destino y El Sustituto) un tanto sentimentales y condescendientes, vuelve a sus viejas andadas con esta cinta impecable en su elaboración y contundente en sus planteamientos.

Sin hacer demasiado alarde, ni visual ni narrativo, el veterano Eastwood encara, delante y detrás de la cámara, una historia tan simple en su argumento como compleja en sus implicaciones. Con su mirada de viejo sabio, pero mascullando en tono recriminatorio y con el lenguaje que conoce, le da una mirada a su querida Norteamérica y a algunos de sus problemas más críticos: la violencia, el racismo y la intolerancia.

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