La piel que habito, de Pedro Almodóvar

El mismo autor pero con otra piel

Por: Oswaldo Osorio


Desde hace algunos años las películas de Almodóvar ya no son tan esperadas, en parte porque sus buenos filmes en línea se acabaron y, a veces, hay que soportar las salidas en falso de una carrera que pasó de fascinante a brillante y luego a irregular. Esta última entrega, con su arrevesada trama y los malabares de sus planteamientos, está a mitad de camino entre esas ideas geniales y extravagantes que han definido su universo y un relato sin alma y de casi perfecta pero artificial ejecución.

Muchas de sus películas han tenido esas retorcidas y casi improbables tramas, en cierta forma eso hace parte de su estilo. Y aunque ésta toma más tiempo de lo conveniente para coger forma, termina siendo una historia bien construida, con cierta originalidad y al final sorprendente. Sobre todo porque después de la primera mitad se convierte en un thriller, tornándose intrigante y un poco oscura, con esa mezcla de verosimilitud y artificio propia del género.

Ya Almodóvar en varias de sus películas se había valido del quehacer médico como componente de sus historias, solo que esto normalmente servía como detonante o excusa para crear situaciones y explotar emociones, pero en esta cinta, con su trama ensortijada y el tono de thriller, ese componente médico se toma el relato y es llevado a obsesivos extremos, más cercanos a los filmes de David Cronenberg (por lo enfermizo y visceral-anatómico) que al melodrama pasional por el que se le reconoce.

Pero lo más cuestionable de esta película (de Almodóvar, porque es inevitable juzgarla teniendo su obra como referente) es que no parece hablar de nada significativo, pues difícilmente la obsesión enfermiza y llevada al extremo puede decir algo relevante sobre las emociones humanas. Este eminente médico, obsesionado por la venganza, por una mujer, por su esposa muerta y su hija loca, poco nos puede decir acerca de la vida, la pasión, el amor o sobre cualesquiera de esos sentimientos de los que siempre nos había hablado este director en sus películas.

Todo se queda en un jugueteo ficcional muy llamativo y hasta entretenido, pero hecho con los artificios del thriller y hasta de la ciencia ficción: las armas de fuego que crean o solucionan puntos de giro, organismos transgénicos aplicados en los humanos, los flashbacks que sorprenden revelando secretos o la información suministrada a su debido tiempo. Cada cosa bien puesta en el relato para asombrar, para turbar con insólitas situaciones o encantar con los bucles del argumento. Aunque también hay recursos fáciles o icluso donde Almodóvar se calca a sí mismo, como el personaje díscolo que entra para desquilibrar el orden establecido, quien es familiar de la criada, perseguido por la justicia y que viola a una mujer, exactamente como ya lo había hecho en Kika (1993).

Y no, no es que sea una película tediosa, torpe o exasperante, justamente todo lo contrario; y tampoco es que no se reconozca el universo y el estilo del famoso director manchego, de hecho, aquí hay muchos de sus elementos y temas recurrentes: amor y muerte, pasión y sexo, obsesión, dilemas de identidad y género, etc. El problema es que parece un divertimento extravagante que pudo haber hecho cualquier otro, más que una de esas obras suyas que emocionaban al espectador con esos personajes tan cursis, arrebatados y entrañables.

Los abrazos rotos, de Pedro Almodóvar

El mismo material, pero mal cosido

Por: Íñigo Montoya

Toda película del más importante director español de los últimos tiempos es esperada como un acontecimiento. Su carrera comenzó haciendo del mal gusto y las extravagancias picantes un arte, luego se transformó en un cine de gran madurez e intensidad, que llega a su punto más alto con Todo sobre mi madre (1999), pero ahora ya da signos de agotamiento, especialmente con esta última película.

Lo particular es que esta cinta tiene todos los elementos que caracterizan el cine del director manchego: es una historia sobre la turbulencia de las relaciones y los sentimientos, tragedias médicas, el quehacer cinematográfico como recurso del relato, melodrama, personajes pintorescos, diseño de arte con estilo propio, referencias directas a otras películas y una chica Almodóvar, esta vez Penélope Cruz.  Y sin embargo, nada funcionó como antes.

Lo que vemos es una tediosa historia en la que no es posible identificarse con ningún personaje, conflictos forzados y estirados que no consiguen que haya tensión alguna y una trama predecible y mal copiada de sus películas anteriores.

Incluso es muy significativo cuando al final nos damos cuenta de que la película que estaba dirigiendo el protagonista es nada menos que Mujeres al borde de un ataque de nervios, la cinta que le dio fama internacional a Almodóvar, lo cual sugiere que es el pago de una deuda consigo mismo, un ajustar de cuentas con tintes autobiográficos que tal vez fue lo que llevó a que esta nueva película estuviera desprovista de la chispa e intensidad de todas las anteriores.