Mother!, de Darren Aronofsky

De cómo preservar la vida… En filmes muertos 

Diana Carolina Gutiérrez – Escuela de crítica de cine 

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Entre odiado, docto confundidor de audiencias y laureado director de obras magnas se encuentra Darren Aronofsky con su última película Mother! (2017), extraña mezcla entre drama habitado por el suspenso y thriller psicológico mal logrado. Sin embargo, al osado Aronofsky lo han puesto junto al surrealismo místico de Jodorowsky o la grandeza cinematográfica de Lynch y Polanski. Surge en este sentido una pregunta fundamental para la crítica cinematográfica: ¿Hasta qué punto es válido, aceptable, viable, romper las tramas al espectador de tal manera que queda una desazón desestructurada?

Si se miran sus antecedentes como director, hay un asunto con los juegos psicológicos, como en La fuente de la vida (2006) o el Cisne Negro (2010) donde los personajes se debaten entre la cruda realidad y un “otro-mundo” imaginado en el cual se represa el inconsciente; mismo caso, más lisérgico, es el de Requiem for a Dream (2001).

Esa presencia de la complejidad de la psique humana se ve también en Mother! Una pareja -él, escritor y ella, ama de casa entregada a su marido y a forjar su hogar- son cuestionados por la repentina visita de dos desconocidos que misteriosamente se van inmiscuyendo en la vida del matrimonio, siendo bien recibidos por el escritor, pues ve en lo desconocido la posibilidad de creación, ocasionando en su mujer un constante malestar. Sin embargo, su esposa, carente de satisfacción en algunas especificidades y él, volando en un mundo absurdo falsamente poético, llevarán el estado de calma hogareño a un caos confuso, cruento y desmedido.

Es necesario hablar de la dirección de fotografía y dirección de actores para plantear de manera exacta una postura negativa sobre el planteamiento dramático del filme. Es claro que la historia se cuenta más desde ella que desde él; los constantes close ups de su rostro, los escorzos desde su visión y la cámara tipo thriller siguiendo todas su acciones por la casa nos dan falsas sensaciones de una película de terror que no va a consumarse.

¡Esto no está mal!, sin embargo, son esos close ups y seguimientos los que plasman una sensación de confusión premeditada, forzosa, como si le dijeran al espectador: ok, es momento para que le mire los pezones a Lawrence mientras le transmite la sensación de que algo malo va a pasar, y nada pasa y se ve en pantalla un recorrido vacuo por una sala vacía donde explotan el ícono por el ícono, nada poético, nada profundo, nada que cuente más y se va sintiendo quien mira como un idiota paranoide.

Si bien hay movimientos hacia detalles con asociaciones que pasan de lo físico a lo mental (una grieta en la pared que lleva a una idea, agua que se asocia con delirios), poco a poco todo se va haciendo difícil de creer, y no a la manera de Dogville (2003) que plantea un absurdo creíble, sino soso, arrastrándose cuadro por cuadro.

Hay una falencia constante culpa de los tiempos manejados para cada escena, pues gran cantidad de planos no dan el tiempo suficiente para generar la verosimilitud de extrañeza que se quiere generar con la mujer, ni para demostrar cómo surgen las ideas literarias en el hombre; más bien parece que el escritor se agarrara de una musa repentina que le trae como vómito su mejor texto en un pedazo de pergamino a la antigua. Asimismo, el caos o la muerte llegan de la nada -aunque esto es entendible para la sensación de absurdo dramático que el director propone- y no se sabe si atrae tal espectáculo o si es por completo falaz.

El asunto de la metáfora con la feminidad desde las heridas y la sangre, la presencia de la mujer/madre y la sensibilidad propia de la misma es de resaltar en el filme. En ella habitan fantasmas mentales que cumplen la función de generarle frustración matrimonial, presión y autoexilio donde ella misma teme que su hogar ideal sea un hogar-pesadilla, y su paraíso, condena dentro de esas situaciones sin aparentes causas lógicas que se van haciendo más cruentas, y en parte termina por sostenerlas un buen montaje sonoro, no su fuerza dramática, aunque esbocen cortísimos instantes lúcidos.

Los desconocidos a la casa son al relato como las preguntas incómodas al hombre, ese cuestionamiento que arranca lentamente un pedazo de nosotros, y si desgajan el primer pedazo, probablemente desgajen hasta los huesos -¿Cómo preservar la vida?- Le pregunta el escritor a su esposa, pero ni su literatura, ni sus acciones difíciles de digerir conservan la escasa vida del filme.

Entre tramas mal anudadas, este híbrido parece sembrar en el espectador la importancia de entregarse en cuerpo y alma al proceso creativo que es tan humano, aunque a veces vencido por la vanidad propia de la estrella y la banalidad oriunda del fan; solo queda, sin embargo, un desasosiego fílmico regurgitado. Y si hablan de poetas, hay que cerrar con una frase de Huidobro que le queda demasiado bien a esta peliculita: Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas! Hacedla florecer en el poema. En esta película, claramente, lo único que florece son desiertos de palabras.

Mother!, de Darren Aronofsky

La casa tomada

Oswaldo Osorio

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Hay películas que no permiten ser juzgadas con certeza y de inmediato como buenas o malas, que no es posible reducirlas a esos dos extremos e, incluso, decidir si en últimas nos gustó o no. Hay piezas, como esta, con la que Darren Aronofsky dividió al público del Festival de Venecia entre abucheos y aplausos, que desconciertan, para bien y para mal, por lo que lo mejor es asumir una posición ante ella tan ambigua como el mismo sentido y calidad de la película lo es.

Aronofsky en su corta filmografía (este es su séptimo largometraje) ya nos ha acostumbrado a ese sentimiento de perplejidad que deriva en duda sobre las cualidades de su obra. Ocurrió con Pi (1998), La fuente (2006), El cisne negro (2010) y Noé (2014). Solo parece haber consenso con Réquiem por un sueño (2000) y El luchador (2008). Pero independientemente de las posiciones encontradas, lo cierto es que se trata de un cineasta con una obra inquietante, provocadora y llena de virtudes, aunque no necesariamente consistente.

Mother! (2017) empieza con el esquema de la “casa tomada”, incluso flirteando con el de la “casa embrujada”. Por eso surgen las dudas sobre la naturaleza e intención de lo que estamos viendo. No se sabe bien si es una amenaza real lo que se cierne sobre el personaje de Jennifer Lawrence o es el jugueteo engañoso de un drama sicológico, como ocurre con El cisne negro, por ejemplo. Pero lo que sí es muy real y efectivo emocionalmente es la presencia de esa familia de intrusos que se salen de control y llenan de desesperación y zozobra a la protagonista y, de paso, a los espectadores.

Porque hay dos cosas que se mantienen firmes en ese, a veces, absurdo e inconsistente universo que construye aquí este director: nunca el relato sale de esa casa y el punto de vista siempre está con ella, esta mujer que termina siendo víctima del egoísmo de su esposo, de una casa que se comporta como una entidad enferma y de los mismos excesos y efectos de un Aronofsky, quien la somete a las situaciones más estresantes, extremas y hasta inverosímiles, para provocar todo tipo de sensaciones y reacciones en el espectador: miedo, sorpresa, fascinación, aburrimiento, perplejidad, emoción, desorientación…

La historia está planteada en dos grandes actos: el primero, es cuando esta familia se toma la casa y el relato inicia un envolvente y eficaz crescendo dramático que logra una sólida y contundente intensidad, todo a partir de una precisa concepción de los personajes y el planteamiento y desarrollo de una situación dramática de indudable fuerza e impacto. El segundo, es tan chocante como indescifrable. Un pandemónium se apodera de la casa tras el éxito del poeta, y lo que viene en adelante solo es posible entenderlo a partir de cábalas sobre el sentido alegórico o metafórico de aquella excesiva y bizarra situación.

Una posible interpretación tiene que ver con esa relación entre el artista y su musa, lo cual quedaría claro con lo que sucede en la primera parte, cuando se explica que ella reconstruye la casa de su marido para que este pueda crear; así mismo, y de manera tan explícita como simbólica, al final cuando (advertencia de spoiler) ella le ofrece su corazón y con él un nuevo inicio.

En este mismo sentido, tanto el primero, pero sobre todo el segundo acto, se refieren, en buena medida, a ese estado de obnubilación y casi pérdida de humanidad y sensibilidad del artista, primero por la adulación de un admirador y, luego, por la literal adoración de la masa tras su éxito. Su vanidad y enajenación con la fama lo hacen olvidar de lo importante, de lo que lo condujeron a ser lo que es: el amor, su esposa, su musa y hasta su hijo.

El cataclismo del segundo acto también se puede relacionar claramente con la sociedad del espectáculo, la necesidad de doctrinas redentoras y la búsqueda desesperada de –falsos- mesías. Esa casa es el mundo y allí se libran, literal y simbólicamente –otra vez-, las más feroces batallas, con toda la lógica cruel y absurda que tiene la guerra y las luchas de poder guiadas por oposición de creencias, y donde la madre puede ser tanto la víctima como la voz de la razón que nadie escucha, silenciada por el estruendo del odio, las facciones y la violencia.

Y así, esta película, y sobre todo su segundo acto, podría prestarse a numerosas interpretaciones (hay una que dice que el poeta es Dios, la casa la tierra y la madre la naturaleza). Pero esto puede ocurrir ya mirándola en perspectiva, porque al momento de experimentarla, todo es confusión y desazón. La pregunta aquí es por lo procedente o eficaz que sea querer utilizar este grado de simbolismo y extravagancia para comunicar una idea. Aunque no hay que desdeñar en ningún momento la fuerza emocional y expresiva que en esta película tiene el extrañamiento, la provocación y el efectismo.

Pero en definitiva, es el cambio de un acto a otro lo que más desorienta de este filme, en especial lo gratuito que podría antojarse el segundo. Parecen dos películas distintas, aunque no en su concepción visual y narrativa, áreas donde Darren Aronofsky se muestra tan ingenioso y expresivo como siempre. Es puro cinetismo, creación de atmósferas, tensión en la puesta en escena e imágenes sobrecogedoras.