Antes las películas eran (verdaderamente) grandes
Por: Íñigo Montoya
En El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950), la mejor película que se ha hecho sobre el cine, su protagonista, una olvidada estrella del cine mudo, decía que las películas se habían hecho cada vez más pequeñas, refiriéndose a la grandeza del cine de su tiempo. Con este nuevo homenaje que se le hace al cine silente se corrobora esa afirmación, pues una cinta hecha hoy pero que pretendió ser como las de ayer, solo consiguió un elemental remedo.
¿Que por qué consiguió cinco premios Oscar y se ha hablado tanto de ella? Porque tenía el material con qué promocionarla de forma eficaz y llamativa. Porque se podía apelar a la nostalgia y hasta al esnobismo de quienes asocian el “cine viejo” con el cine de calidad. Además, como se sabe, los premios Oscar son premios a la popularidad y responden proporcionalmente a la inversión que se haga para publicitar la película entre los miembros de la Academia.
Para 1927, cuando llega el cine sonoro, el silente ya estaba en su más alto grado de perfeccionamiento narrativo. Tanto que muchas películas ni siquiera tenían los entre títulos con diálogos o explicaciones. Aún así, no podían ser muy complejas las historias que se contaban, no al menos en comparación con toda la carga de sentido que trajo el sonoro con sus parlamentos y narradores.
Lo que se ve en El artista es un relato que solo usa los entre títulos para algunos diálogos, por lo demás, es la imagen la que cuenta todo, pero eso que cuenta en realidad no es mucho, una simple historia de caída y otra de ascenso que son unidas por el amor. Una historia tan elemental que el espectador a la tercera secuencia ya sabe cómo va a terminar. Sobre todo ese espectador que conoce algo del cine silente o que ha visto películas como Cantando bajo la lluvia o la citada El crepúsculo de los dioses.
Con esa elementalidad en su planteamiento y conociendo estos referentes, esta cinta no tiene por qué entretener ni sorprender a nadie. Simplemente se queda en un ejercicio de estilo que remeda el cine de una época, pero no el gran cine, sino las películas populares que se hacían con poco seso, personajes estereotipados e historias de amor y éxito trilladas.
A ese público que le gustó esta película lo invito a ver el verdadero cine silente, el de Murnau, el de Fritz Lang, el de Stroheim, el de Chaplin o el de Gance, porque El artista solo es una mala mímica, maquillada, llena de nada e inflada por la publicidad de los distribuidores.