Escuela de Crítica de cine de Medellín

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La crítica de cine no tiene, al menos en Colombia, la posibilidad de algún tipo de formación más o menos formal que vaya más allá de algún curso o seminario dictado por entidades culturales de forma esporádica y sin continuidad. Los críticos de cine normalmente son autodidactas o, cuando más, derivan este oficio de su formación como escritores, comunicadores o periodistas. De hecho, la crítica de cine ni siquiera está contemplada en alguno de los contenidos de las materias teóricas en los programas de cine o audiovisuales. Continuar leyendo

La cinta blanca, de Michael Haneke

La crueldad impacible

Por: Oswaldo Osorio

Para muchos, este director austriaco es el último genio del cine. Y no se puede negar que ninguna de sus películas puede pasar desapercibida por quien la vea, pues generalmente son creadas a partir de historias y personajes chocantes, violentos o de bajos pasiones y sentimientos adversos. Por eso su principal talento parece estar en sacar lo peor de la naturaleza humana en cada uno de sus relatos.

Sin embargo, este talento, que es lo que le ha conferido su aura de genialidad por los “descarnados retratos a la crueldad y la moral de los hombres”, podría verse también como una limitación que roza con la patología. Porque es posible ver también en su cine el reiterativo monólogo de un discurso sádico que sólo sabe hablar de conductas y sentimientos criminales, mezquinos, violentos o retorcidos.

Es cierto que hay muchos directores así. Un Terry Gilliam, por ejemplo, muy pocas veces nos ha contado historias que no estén cargadas de maldad, pesimismo o conductas patológicas, pero todo esto siempre está enmarcado entre el doble plano de la realidad y la fantasía, y además, de fondo siempre hay unas emociones y sentimientos que le hacen contrapeso a todo el asunto negativo. Y así mismo, se podrían citar a muchos otros realizadores que equilibran ambos valores: Tarantino lo hace a partir del cine de género, Scorsese de la búsqueda de redención de sus personajes, Alex de la Iglesia del humor negro, etc.

Con esta nueva película, que parecía distinta, Haneke vuelve a plantear una opresiva historia cargada de personajes oscuros y situaciones turbadoras. Y para ajustar, todo enmarcado en un ambiente que recuerda mucho al oscurantismo medieval, definido por el servilismo de un pueblo ante un terrateniente con título de nobleza y por una callada represión moral y social.

Se trata de una historia coral en la que distintos protagonistas, pertenecientes a una villa en los albores de la Primera Guerra Mundial, se interrelacionan en una aparentemente tranquila vida social, pero que en realidad está cargada de una tensión que se manifiesta en sucesivos episodios en los que el asesinato, los atentados, la tortura, el abuso sexual y la muerte se convierten en la verdadera cotidianidad.

Hay quienes dicen ver en este ambiente y estos personajes la prefiguración de la gran hecatombe de la guerra, pero eso sólo parece una excusa que pretende justificar lo que en otras películas, con o sin guerra, es una clara intención de este director: historias perversas sobre personajes patológicos que no permite los matices, ni otra división distinta a la de víctimas y victimarios.

Es cierto que hay algo de genialidad en la forma como Haneke, a partir de estos elementos, consigue un efecto en el espectador, un afecto de malestar, por supuesto. Pero con esas historias y personajes tal vez resulta más fácil hacerlo. Pero la cuestión es que, en esa medida, podría verse también como un cine con un rango de amplitud muy limitado.