2001: Odisea espacial, de Stanley Kubrick

Una obra maestra revisitada

Por: José Manuel Vélez (temor-temblor.blogspot.com)


La primera vez que vi este film quizá rondaba entre los 16 y 17 años de edad, para entonces no vi más que un aburrido largometraje de secuencias incomprensibles y un bombardeo de imágenes ejecutadas de forma lenta y sin sentido, esperaba ver algo grafico, violento y de alguna forma grotesco como paso ante mí La naranja mecánica (1971).

En definitiva, los filmes no se ven de la misma forma en algunas estepas de nuestra existencia. En algún momento podemos ver de gran trascendencia un largometraje y luego podemos reírnos de nuestro anterior juicio, y viceversa.  Eso es 2001: A Space Odyssey (1968), el ciclo, el cambio, la evolución, la búsqueda y la infinita transformación tanto de la materia como del pensamiento.

Anoche, luego 4 o 5 años, la vi de nuevo, pero esta vez fue algo sencillamente inteligible, una claridad de asombro, solo me queda un regocijo eufórico. Es una película, por supuesto, para aquellos que disfrutan los mensajes entre líneas y diversas posibilidades de interpretación.

Pero, finalmente, se trata de un esbozo general de una idea, un atisbo a esa eterna duda sobre el hombre y su existencia. Aunque la película no deja de ser pura ciencia ficción, se vale de elementos profundamente filosóficos que giran en torno a un análisis ontológico.

Además de lo inconmensurable que puede llegar a ser el estado del hombre y sus límites, nos ofrece cuatro segmentos visuales, los cuales se traducen en unos estados de evolución del hombre, aunque resulta siendo ficción, luego que corre el primero de estos. No obstante, se ejemplifica en forma de posibilidades los tres siguientes (Están divididos en forma de capítulos).

¿Hasta dónde puede llegar el hombre luego de ese momento álgido en el cual la interacción con su entrono fue consiente? ¿Cuál es el límite de la búsqueda de respuestas? ¡La muerte! Eso se demuestra en los cuatro capítulos.

Además, la película está acompañada por una estética visual bastante buena y limpia, algo similar a  La naranja mecánica. Y qué decir del acompañamiento musical, tan impactantes escenas acompañadas por Strauss son esos momentos de sonidos repetitivos y saturando incluso la misma imagen, como también largos periodos de vacío y silencio.

De esta película solo puedo decir que no puede ser menos que una obra maestra. En definitiva  Contacto, de Robert Zemeckis, o Viaje a Marte, de Brian De Palma, se quedan en pañales, eso a pesar de ser películas realizadas dos décadas después y con todo el elemento y el factor tecnología a su favor.

El cine de culto

Tim Curry en The rocky horror picture showEntre la carencia y el exceso

Por: Oswaldo Osorio

Si hay una película que de lo mala resulta fascinante, otra que casi nadie vio el día de su estreno y ahora la estudian en las universidades o una más que excede todos los límites de la cordura, el mal gusto o la desmesura, eso es cine de culto.

Pero habría que precisar que la condición de su existencia está dada por los “cultistas”, un raro tipo de cinéfilo a quien no sólo le apasiona el cine como arte o como experiencia emocional, sino también como icono visual susceptible de ser adorado, celebrado y mitificado.

The rocky horror picture show (Jim Sharman, 1975) es una exuberante historia de rock y horror (blando) protagonizada por el Dr. Frank N. Furter, un científico loco travesti de otro planeta. Se trata de uno de los ejemplos más populares y representativos del cine de culto: por sus excesos, porque se sale de todo molde conocido hasta entonces y porque sus proyecciones a media noche en las salas de arte han sido una literal celebración del rito del cine en general y de las imágenes y la música de esta película en particular, pues los asistentes no se conforman sólo con verla, sino que también se visten como sus personajes, asumen roles y cantan y bailan al unísono con las imágenes de la pantalla. Este ritual se puede repetir a la semana siguiente o al mes siguiente y así desde hace un cuarto de siglo.

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