Junio 10 de 2008. La ciudad sin Cine Centro. Exterior. Día/noche.
LA ÚNICA forma de volver a entrar a Cine Centro es abjurando de mi ateísmo y volviéndome cristiano. Porque ese lugar donde tantas buenas películas pude ver, es ahora una iglesia cristiana, como ocurrió con el Odeón y el Capri. También pudo ser un teatro porno, pero sus dueños tuvieron que elegir entre dios y la carne. Aunque yo creo que en realidad fue una decisión por cuestiones prácticas más que morales. Porque si hay algo inmoral, es que se estén muriendo una a una las salas de cine del centro (como ocurrió con las de los barrios ya hace años y con los teatros Junín hace unos meses), pero en cambio estén aumentando las panaderías-lavanderías, los centros comerciales y las tiendas de “todo a mil”. Para ajustar, el último reducto de cine en el centro, las salas del Centro Colombo Americano, peligran en su reconocida calidad por la literal falta de seso de quienes ahora las regentan… Esto no parece un diario, sino un panfleto de denuncia, pero es que el tema calienta la sangre. La puedo enfriar con tres padrenuestros o tomándome una cerveza y viendo porno en internet… Abro la nevera y prendo el computador.
Mayo 28 de 2008. La ciudad sin cine. Exterior. Noche.
NO hay cine para ver, porque esta ciudad no lo permite, lo tiene restringido a sólo dos o tres películas por semana, como si se tratara de un crimen, de un vicio que se debe limitar. Sólo admite una dosis personal semanal: una superproducción de Hollywood, un filmecito europeo semidecente y algún otro bodrio protagonizado por la estrella (sin aristas) de turno. Y el cine colombiano es como un poste de kilometraje en la carretera: lo vemos cada no sé cuántos kilómetros. Voy más bien a alquilar una película. Pero no cederé a la tentación de siempre, no dejaré que me irrite una vez más mi archi-enemiga: La chica de la video tienda. Fingiré indiferencia y, por dentro, sólo un ligero desprecio.