Sherlock Holmes: Juego de sombras, de Guy Ritchie

Más de lo mismo… pero no hay problema

Por: Íñigo Montoya


Lo que hizo Guy Ritchie por el personaje de Sherlock Holmes en el cine es equivalente a lo que hizo Tim Burton por Batman, esto es, quitarle ese aire de héroe cursi y aburrido para ponerlo al día con el cine entretenido, de gran presupuesto y amplias audiencias.

Para hacerlo, lo primero fue convertirlo en un hombre de acción con carácterísticas de anti héroe, con lo cual el relato ganó vistosidad y vertiginosidad en el aspecto narrativo y visual, así como complejidad en la contrucción de los personajes, porque Watson también tuvo su transformación.

Esta segunda entrega es un poco más de lo mismo, lo cual no necesariamente es un defecto, pues la anterior cinta tenía mucho de entretenida, inteligente y bien lograda. Tal vez la gran diferencia está en el antagonista, pues en la primera película, muy ingeniosamente, opusieron a la racionalidad de Holmes un conflicto que provenía de lo sobrenatural, mientras que en esta “solo” le opusieron una mente genial equivalente a la suya.

De manera que toda la cinta es un duelo declarado entre la inteligencia de dos hombres y el desarrollo de la trama es la forma como mueven sus fichas. El juego de ajedrez final es una clara imagen de esa lógica que domina todo el relato.

Guy Ritchie se caracteriza por hacer una cine tremendamente vistoso y entretenido, pero sin mucho para decir. Esta película está dentro de esos lineamientos, y no es que se trate de una película hueca, pero lo cierto es que su virtud está en los aspectos formales y narrativos, así como en el fascinante empaque que este director inglés siempre sabe concebir, y eso ya es suficiente para quienes solo quieren pasar un buen rato con cine hecho con inteligencia y eficacia.

Revólver, de Guy Ritchie

¿Dónde está la bolita?

Por: Oswaldo Osorio

Hay personajes, imágenes y situaciones del cine de Guy Ritchie que uno nunca olvidará. Y no tanto porque sean profundas lecciones de vida o verdades reveladas, sino más bien por lo impactantes e ingeniosas, además por su capacidad de jugar y hacer extravagantes o divertidas variaciones con los estereotipos de cine de gangters.

Planteado así esto parece una virtud, que ciertamente lo es y representa la esencia de su cine, pero de esto se desprende también su principal carencia, y es que todas sus películas no trascienden lo límites de los juegos y malabares narrativos, visuales y argumentales. 

Su rutilante entrada al cine fue con Lock, Stock and Two Smoking Barrels (1998) y luego, con Cerdos y diamantes (Snatch, 2000), le da una vuelta de tuerca a su particular universo gangsteril y su narrativa rauda y copartimentada. En su momento fue inevitable asociar ese universo y narrativa con el cine de Quentin Tarantino, aunque en el caso de Ritchie se trata de una versión más ligera y efectista. 

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