El juego de Ender, de Gavin Hood

El niño comandante

Por: Íñigo Montoya


Parece otra película de ciencia ficción bajo el esquema de la guerra de los mundos, es decir, la tierra luchando por su supervivencia contra alienígenas que se quieren apoderar del planeta y destruir la raza humana. Y bueno, en esencia este es su planteamiento argumental, pero se trata de una historia que intenta proponer mucho más que eso al poner el énfasis de su conflicto en las dudas y problemas de su protagonista.

Basada en un libro de Orson Scott Card, esta cinta propone como base e hilo conductor de todo el relato la construcción y evolución del personaje de Ender Wiggin, un adolescente que es reclutado por el ejército, dadas sus aptitudes y personalidad, como su gran esperanza para combatir la invasión alienígena.

De manera que las confrontaciones a lo largo de la película no son contra los extraterrestres (ni siquiera la final), sino contra los adversarios de Ender durante su entrenamiento y, más aún, contra los propios problemas de carácter e identidad que se le puedan presentar a este joven que es tratado como adulto.

Por esta razón, todo el relato divaga mucho por las casi melodramáticas situaciones que el protagonista tiene que afrontar contra sí mismo y contra su entorno, haciendo de la historia un asunto un tanto tedioso, porque esos conflictos no alcanzan a conectar mucho con el espectador, entre otras cosas, porque no es fácil identificarse con el protagonista.

Se trata de una película con una propuesta visual y reparto muy atractivos, y todo parece estar dado para hacer de ella una entretenida cinta de acción, aventura y ciencia ficción, pero al decidirse por los conflictos internos del protagonista, el contraste se hace evidente: todo ese escenario y situación dispuestos para la acción, se ven enfrentados a un drama adolescente expresado casi siempre con diálogos.

Y no es que esté pidiendo que todas las películas de ciencia ficción e invasiones alienígenas sean una explosión de acción y efectos especiales, pero sí que ese drama interno que proponían fuera más interesante para el espectador, o que por lo menos hubiera un mejor equilibrio entre la acción y la no acción.

X men los orígenes: Wolverine, de Gavin Hood

El arma X diseñada para los fans

Por: Iñigo Montoya 

Secuelas, precuelas, viruelas y triquiñuelas. La industria del cine no se cansa de exprimir una veta que le dio éxito y fortuna. Pocas sagas han hecho que realmente valga la pena su existencia, por el bien de su historia, sus personajes y sus creadores, pues muchas de ellas terminan por cansar al espectador que, cuando ve cada entrega, se siente como cuando sucumbe en la televisión a esas telenovelas a las que les alargan el final para mantener la caja registradora contando.

Guardadas las proporciones, algo así ocurre con la saga de los X-Men. Muy interesante la primera parte, realmente buena la segunda y ciertamente decepcionante la tercera. Ésta nueva entrega, que si bien llega de cuarta su historia sucede antes de lo que cuenta la primera (por eso se llama precuela), sin ser la gran cosa ni  otra cosa desastrosa, sólo viene a reciclar esquemas y fórmulas que ya bien conocemos de sus tres hermanas, y por eso, termina siendo más de lo mismo sin ningún plus que llame la atención.

Woverine aquí hace de chico rudo y solitario, justo y políticamente correcto. Por eso se parece más al estereotipo del héroe de acción que a la naturaleza ambigua e intrigante de todo X-Men. Y encima pasa lo predecible, con la chica, con su hermano, con el coronel que los manipula, en fin. Por eso se trata de una cinta que, para los que no son fans, sólo alcanza a ser entretenida y con la cuota necesaria de secuencias de acción y efectos especiales.