El cisne negro, de Darren Aronofsky

Viaje a los demonios internos

Por: Íñigo Montoya


Son ambiguas las sensaciones que produce el cine de este director. Por un lado, puede causar admiración su talento y precisión para crear sentimientos y emociones con sus imágenes, pero por otro, esas mismas imágenes, y la forma como son presentadas para causar tales efectos, casi nunca tienen la virtud de la sutileza y tienden a ser obvias y estruendosas.

En una película como Requiem por un sueño (2000), por ejemplo, es mucho más evidente su tendencia al efectismo y a sacudir al espectador con burdos recursos, aunque muy llamativos técnicamente. Lo contrario ocurre con una cinta como El luchador (2008), en la que Aronofsky se desprende de toda la parafernalia en lo visual y en el montaje para crear un crudo y honesto relato sobre la vida de un perdedor.

Con El cisne negro hay un poco de lo uno y lo otro. En principio, se presenta como un intenso drama sicológico que nos transporta a los demonios internos de una bailarina. El permanente tono de tensión y angustia que el relato y la interpretación de Natalie Portman mantienen, actúa de forma directa sobre el público y le transmite con gran eficacia las sensaciones de su protagonista.

No obstante, esas sensaciones que se experimentan junto con el personaje son producto de manejos tramposos del relato y efectismos en los recursos del cine. Las falsas imágenes, el énfasis de la música, las alucinaciones, las pesadillas, los juegos con el montaje y otras tantas artimañas visuales y narrativas son usadas para manipular toscamente las emociones del espectador.

Que en la película hay una gran talento para causar unos intensos efectos, eso nadie lo pone en duda, pero que lo hace apelando al efectismo y al facilismo en el uso de recursos, es algo que no se puede pasar por alto. Y es que en una película en la que el espectador nunca sabe si lo que está viendo está sucediendo realmente o no, y debe esperar a que el relato se lo confirme o desmienta, es una película que impone una lógica arbitraria que manipula gratuitamente para causar un efecto fácil.

La premisa de fondo del filme, es decir, el proceso de desmoronamiento y autodestrucción de la bailarina, está perfectamente planteada y desarrollada, además de finalizar de forma redonda y contundente, pero para llegar a eso el director juega a ser un dios manipulador y manosea sin respeto las emociones y la inteligencia del espectador.