DIARIO DE ÍÑIGO

Junio 23 de 2008. La ciudad del cine de verano. Exterior. Día.

LA cartelera está hecha un asco, puro cine de vacaciones, el cine de verano gringo. Spielberg sigue ordeñando a Indiana Jones, Narnia es la peli fantástica diseñada para hipnotizar con crispetas y efectos especiales a los infantes y adultos infantilizados del mundo, mientras Sex and the City y el Agente 86 son la prueba de que Hollywood, cada vez más, tiene que recurrir a refritar lo que ya se ha quemado en la TV.

De todas formas, voy de mala gana al cine, aunque sea a ver al vejete de Harrison Ford hacer de duro y a la cara de caballo de Sara Jessica Parker (como le dijeron en Ed Wood) a dárselas de sexy. Yo sé que es pura basura de Hollywood. Pero me traiciona mi espíritu vagabundo y reciclador. Algo bueno puede salir de tal bazofia, suele suceder, porque de eso está lleno el cine de aquel vano imperio, de polvo de estrellas que se hace pantano o de basura que, bien mezclada, termina contribuyendo a esa mitología que tanto nos gusta y que nos pone a escribir diarios en blogs donde no nos pagan nada.

DIARIO DE ÍÑIGO

Mayo 28 de 2008. La ciudad sin cine. Exterior. Noche.
NO hay cine para ver, porque esta ciudad no lo permite, lo tiene restringido a sólo dos o tres películas por semana, como si se tratara de un crimen, de un vicio que se debe limitar. Sólo admite una dosis personal semanal: una superproducción de Hollywood, un filmecito europeo semidecente y algún otro bodrio protagonizado por la estrella (sin aristas) de turno. Y el cine colombiano es como un poste de kilometraje en la carretera: lo vemos cada no sé cuántos kilómetros. Voy más bien a alquilar una película. Pero no cederé a la tentación de siempre, no dejaré que me irrite una vez más mi archi-enemiga: La chica de la video tienda. Fingiré indiferencia y, por dentro, sólo un ligero desprecio.