El cine colombiano en 2010

Un balance agridulce

Por: Oswaldo Osorio

La situación actual del cine nacional no se puede definir fácilmente ni con afirmaciones absolutas. Son tantos los factores que intervienen y los puntos desde los que se puede abordar un análisis, que hablar en blanco y negro no es suficiente, pues se requiere una paleta de matices compuesta por aspectos como la producción, la distribución, el apoyo del estado, las coproducciones, las temáticas, la taquilla y hasta la crítica.
Hace unos días se dio un debate al respecto a partir de dos artículos, uno escrito por el Maestro Julio Luzardo (www.enrodaje.net) y otro por el crítico y polemista Pedro Adrián Zuluaga (www.pajareradelmedio.blogspot.com). Cuestiones como el tipo de cine que se debería hacer en Colombia, la relación costo-beneficio-calidad o el papel del estado en la subvención de nuestro cine, fueron tratadas por ambos expertos dando pie a significativas reflexiones sobre el tema.
Primero las cifras. Fueron diez los largometrajes estrenados durante el 2010, pero solo dos  superaron los trescientos mil espectadores (El Paseo y Sin tetas no hay paraíso) y casi todos los demás estuvieron por debajo de los cincuenta mil. Eso teniendo en cuenta que fue el año en que los colombianos más han ido a cine (35 millones de espectadores, el doble de hace cinco años). Pero ni el cinco por ciento de ellos fueron a ver nuestras películas.
De estos datos se desprende: que se mantiene el volumen de producción que se tiene desde la creación de la Ley de Cine; que el cine criollo más visto es el más publicitado y comercial pero el de menor calidad; también que, aunque aumentó la asistencia general a las salas (gracias a la novedad del cine en 3D), el público del cine nacional ha disminuido notablemente; y que los premios nacionales e internacionales obtenidos por películas como El vuelco del cangrejo o Retratos en un mar de mentiras no tienen ninguna repercusión en la taquilla doméstica.
En cuanto a las temáticas, la variedad que siempre ha tenido –aunque muchos crean lo contrario- nuestro cine se mantiene. Hay películas que tocan la realidad nacional pero con diferentes y hasta opuestas aproximaciones (La sociedad del semáforo, Retratos en un mar de mentiras y Sin tetas no hay paraíso), comedias ligeras (El paseo y Chance), cine de género (García), adaptaciones literarias (Del amor y otros demonios), relatos intimistas (Rabia y Contracorriente) y cine de autor (El vuelco del cangrejo).
En este sentido, el cine que se está haciendo en Colombia mantiene un saludable y natural comportamiento, es decir, existe la variedad que requiere toda industria, porque es tan necesario el cine de consumo, como El Paseo que acaba de superar los 800 mil espectadores, y el cine concentrado en explorar las posibilidades del arte cinematográfico, aunque esté un poco de espaldas al gran público, como ocurre con La sociedad del semáforo o El Vuelco del cangrejo (vistas apenas por 40 mil y 24 mil espectadores, respectivamente).
En medio de estas propuestas, hay otras que son las que realmente deben preocupar en esa relación entre el tipo de cine que se le ofrece al público y la respuesta de éste en la taquilla, pues se trata de películas que logran un equilibrio entre calidad cinematográfica y cercanía con el público (Retratos en un mar de mentiras, Rabia o García, por ejemplo), pero que este no responde como debería ser, lo cual pone en evidencia algunos de los principales problemas del cine nacional: las pérdidas económicas y el desconocimiento casi general de nuestro cine.
Tenemos una Ley de Cine que apoya la producción, una variedad de oferta para todos los públicos y unas propuestas cinematográficas que enaltecen la calidad del cine nacional. En eso ganamos el año. Pero se pierde con la falta de un respaldo más integral por parte del público y con la poca eficacia en la divulgación y distribución.

Contracorriente, de Javier Fuentes León

Una buena historia mal conducida

Por: Íñigo Montoya

La idea de esta película es interesante y hasta transgresora de entrada. Aunque historias sobre homosexualidad son cada vez más corrientes y abiertas en el cine actual, la idiosincrasia latinoamericana todavía no da para tomar este toro por los cuernos. De hecho, la mayoría de las veces la presencia de homosexuales en el cine de la región es para dejar claro que sólo son objeto de marginación, censura o burla.

Esta cinta, para ajustar, sitúa su relato, no en la ciudad, donde esta exclusión y recriminación puede ser menor, sino en un pueblito pesquero del Perú, donde la mentalidad es más cerrada en relación con estos temas y más cercana a guardar la moral católica. Es en este contexto que se da la relación entre dos hombres, uno de los cuales es un pescador que tiene el doble conflicto de aceptar sus preferencias sexuales ante la comunidad y ante sí mismo, en su calidad de hombre de familia.

La película alcanza a reflexionar un poco sobre estos conflictos y crea un inquietante drama a partir de ellos, sin embargo, ese drama durante buena parte del relato se antoja desarticulado y postizo. El tono general se acerca peligrosamente más al melodrama televisivo que al drama serio y evocador que pretende.

Aún así, el desenlace de la película, gracias a un par de giros inesperados que da la historia, hace que en perspectiva se vea como una interesante propuesta en la concepción de sus personajes y en la forma de abordar un tema que sigue siendo tabú en América Latina. Incluso se puede pensar que resulta provocador y trasgresor en este sentido, lástima que la forma en que se condujo el relato no haya correspondido con esta audacia.