De la comedia populista en Colombia

Sábados felices va al cine

Por: Oswaldo Osorio


Es un lugar común decir que el buen humor es un arte difícil de hacer, pero esto es para afirmar que en Colombia, salvo algunas excepciones, no hay tradición de buen humor, esto es, un humor elaborado, inteligente y que trascienda el chiste ligero y verbal, de doble sentido o circunstancial. Lo que ha funcionado siempre muy bien es la comedia populista, es por eso que en la televisión colombiana ha pervivido durante 42 años un programa como Sábados felices o en el cine los más exitosos realizadores han sido Gustavo Nieto Roa y Dago García.

Aunque es un tipo de cine necesario para la industria y que se puede hacer dignamente, la historiografía y la crítica del país siempre lo han tratado despectivamente. Es así como a la serie de películas realizadas por Gustavo Nieto Roa y el Gordo Benjumea -juntos o por separado- a finales de los años setenta y principios de los ochenta (El taxista millonario, El inmigrante latino, Padre por Accidente, etc.), se les ha designado como el nietorroísmo o benujumeísmo, términos utilizados la más de las veces de forma despectiva para usarlo como sinónimo de humor ligero y para el consumo masivo, lo cual en realidad es más un descripción, la misma que se puede hacer sin necesariamente hacer juicios de valor sobre estas características.

Incluso recientemente se ha tratado de aplicar la misma lógica para usar, un poco injustamente, el término trompeterismo, para referirse al cine de Harold Trompetero, desconociendo que la mitad de sus películas no se ajustan a las características del humor populista. Incluso, sería más consecuente crear un término similar para el cine del escritor, director y productor Dago García, quien lleva poco más de una década aplicando la fórmula que tan bien les funcionó a Nieto Roa y al Gordo Benjumea en su momento.

Esa fórmula está ligada a los conceptos de lo popular y lo populista, dos términos que tienen relación pero que son muy distintos a la hora de ser incorporados en un relato cinematográfico. Mientras lo primero tiene que ver con la cultura popular, que se refiere a todo aquello que crean o consumen las clases populares (La estrategia del caracol o La pena máxima son dos ejemplos que en general se ajustan a esto); lo populista se refiere más a un tipo de discurso, el cual puede valerse de la cultura popular, pero que lo define es su énfasis en el tratamiento de los temas, lo cual hace apelando al chiste fácil, el melodrama y el sentimentalismo, los estereotipos y un humor accesible, más verbal que físico o visual.

La recién estrenada película Nos vamos pal mundial (Fernando Ayllón, Andrés Orjuela Bustillo, 2014) es un buen ejemplo de este cine, el cual seguramente tendrá una considerable asistencia en la taquilla, que no tiene más pretensiones que las de hacer reír a un público no muy exigente y que entra a la sala con disposición para hacerlo, pero que en últimas es una comedia de usar y tirar, que perderá rápidamente su vigencia y se olvidará.

Una cuarta parte de las películas realizadas en Colombia en los últimos veinte años son comedidas y muy pocas las que no están por esta vena del humor populista: La gente de La Universal y El Colombian Dream (Aljure, 1993, 2006), con su humor negro, pero solo como componente de una propuesta más compleja; Diástole y Sístole (Harold Trompetero, 200), una comedia romántica con interesantes variaciones; Bluff (Felipe Martínez, 2007), que mezcló comedia de enredos con thriller; Te amo, Ana Elisa (Robinson Díaz y Antonio Dorado, 2008), que con sus excesos se acerca mucho al humor de aquel género llamado esperpento; Nochebuena (Camila Loboguerrero, 2009), que propuso una “comedia seria” sobre un tema que trascendía la anécdota; Sofía y el terco (Andrés Burgos, 2012), que propuso un humor inteligente y sutil que no se había visto antes en el cine nacional.

No se trata de juzgar si es mala o buena la comedia populista, sino de describir y categorizar un tipo de cine que existe y que su producción frecuente es sana para la industria. El verdadero problema es que sea -salvo las excepciones del anterior párrafo y algunas otras cosas que aquí no se mencionaron- prácticamente la única forma de humor en la televisión y el cine colombianos.

La comedia en Hollywood

Casi siempre más asco que risa

Por: Oswaldo Osorio


La mejor comedia de Hollywood históricamente ha sido cosa de judíos: Todo empezó con Chaplin, quien luego de dos décadas cedió su reinado cuando el cine habló, y fueron los hermanos Marx los que dominaron las pantallas durante los años treinta. La década siguiente no tuvo un reinado tan definido, si acaso príncipes disputándose el trono, como Los Tres Chiflados o Abott & Costello. Los cincuenta y parte de la década siguiente son del genio de Jerry Lewis y luego le recibe la corona Mel Brooks. Y el final de los setenta y todo el decenio siguiente son del trío de directores Zucker-Abrahams-Zucker (¿Dónde está el piloto?, Súper secreto, ¿Dónde está el policía?)

Desde mediados de los noventa han sido los hermanos Farrelly, con su humor la más de las veces de mal gusto y escatológico, el que más éxito ha tenido, lo cual se puede ver en películas como Loco por Mary (1998), Irene y yo y mi otro yo (2000) o Pase libre (2011). Aunque este tipo humor no es exclusivo de ellos, todo lo contrario, es el que está presente en la mayoría de comedias de Hollywood, como si su gran tradición definida por los nombres citados en el párrafo anterior se hubiera perdido.

Una de las tantas razones para que se haya impuesto este tipo de humor que aborda frontal y explícitamente asuntos en especial relacionados con el sexo y la escatología es, paradójicamente, que ya no existe censura, la cual hasta muy avanzada la década del sesenta estimulaba a guionistas y directores a ser cada vez más originales e ingeniosos. El cine de Billy Wilder (La comezón del séptimo año, Una Eva y dos Adanes, El apartamento) es el mejor ejemplo de esa sutil y brillante burla a la censura.

Ese humor más bien vulgar y con mentalidad pueril se puede ver en las incontables comedias que apelan a dos esquemas que se imponen: el de las películas adolescentes, que tiene en la colección de American pie (1999 – 2012) a su más representativo modelo; y el de parodias sobre cine, en las que es condición haber visto ciertos taquillazos de Hollywood para que su humor funcione, como ocurre con la saga de Scary movie (2000 – 2013) o con Una loca película épica (2007). El ingenio y la originalidad no están presentes en esta clase de cine, porque son como una seguidilla de sketechs del tipo Saturday Night Live, que es, guardando las proporciones, como el Sábados Felices gringo.

En contraste a este humor siempre se podrá anteponer, no solo el de su cine clásico, sino el del cine inglés (como, por ejemplo, el de los Monty Phyton –La vida de Brian, El sentido de la vida– por mencionar solo lo mejor y más conocido), un tipo de humor que difícilmente se podrá ver en Hollywood, definido por la fina ironía, los referentes culturales como parte de su materia prima, el refinamiento en el lenguaje en contraste con los exabruptos del mensaje y, entre otros tantos recursos, el deadpan, ese tipo de humor que es presentado sin cambiar las emociones, el tono de la voz o la expresión corporal.

Y tal vez no es que no haya quién lo haga, sino que más bien no hay quién lo consuma, al menos no en masa, que es lo que más importa de acuerdo con las leyes de mercado que necesariamente se imponen en la Meca del cine. No obstante, sería equivocado afirmar que esta transformación del humor en Hollywood es un asunto de mercado, porque las comedias que hacían los citados en el primer párrafo, más otros tantos como Billy Wilder, Preston Sturges, Howard Hawks o Ernst Lubitsch, fueron películas con éxito comercial y, al mismo tiempo, con un humor inteligente y sugestivo, incluso abordaban temáticas significativas.

Entre ese humor ramplón tan común en Hollywood y el más sofisticado que casi nunca se ve, hay un grueso de películas que se encuentran en un tibio nivel que no alcanza a ser ni el del cine de mal gusto pero tampoco el de comedias memorables, aunque están mucho más cerca del primer tipo. Allí se encuentra casi todo el cine hecho por los actuales astros de la comedia de Hollywood: Jim Carrey, Ben Stiller, Adam Sandler, Steve Carell, Jack Black y Will Farrell.

Ese es puro cine de consumo, apenas con escasos destellos y casi siempre olvidable. Es más un humor de chistes o situaciones muy puntuales que comedia física y de tramas bien elaboradas en su comicidad. Así mismo, hay muy poco humor verbal a la manera de aquel chispeante e ingenioso que se hacía en la época de las screwball comedies en los treinta y parte de los cuarenta: It Happened One Night (Frank Capra, 1934), His Girl Friday (Howard Hawks, 1940), To Be or Not to Be (Ernst Lubitsch, 1942).

Las excepciones a este nada halagüeño recorrido por la comedia de Hollywood se pueden encontrar –aunque también se encuentran en decadencia– en ciertas comedias románticas (Cómo perder a un hombre en diez días, La cruda verdad, 500 días con ella, Simplemente no te quiere) o en esporádicas cintas que apelan a la originalidad o a la fina incorrección política, como Zombiland, Superbad, Ted o ¿Qué pasó anoche? Esta última incluso consiguió hacer una segunda parte tan buena como la primera, aunque en la tercera, sin decepcionar por completo, se olvidó del esquema que le dio éxito –tratar de reconstruir y reponer lo hecho en una noche de juerga extrema–  y remató la saga con un opaco brillo, contribuyendo así a la crisis en que ahora, y desde hace mucho,  está sumido el humor inteligente en Hollywood.

El paseo, de Harold Trompetero

La tarea maluca

Por: Íñigo Montoya

Cada año la misma tarea que hace Dago García al estrenar una película el 25 de diciembre, el cinéfilo colombiano la debe de hacer también al verla. El problema es que cada vez resulta una tarea más tediosa y obligada, porque los tiempos de buenas comedias como La pena máxima o Te busco, ya pasaron. El común denominador en los últimos años ha sido el sentimiento de extrañeza y estupefacción ante lo que este productor, y su director contratado de turno, piensan que es el humor.
El caballito de batalla de la cinta de este año es la road movie, un subgénero que normalmente se presta para  contar historias muy dinámicas y en las que suceden muchas cosas. Pero por dentro de este envoltorio, todo lo de siempre, y de más dudosa calidad cómica, esto es, una familia semi disfuncional pero que también “tiene su corazoncito”, la clase media bogotana como representación del “colombiano común y corriente”, más chistes verbales que visuales (gran error en la comedia cinematográfica) y un humor creado en general a partir de salidas fáciles y populistas.
El hilo conductor, además del viaje, es la verborrea del incomprendido y pusilánime padre de familia, interpretado por Antonio Sanint como si fuera uno de sus números de stand up comedy, cosa que muy pocas veces funciona, sobre todo porque el espectador nunca se identifica cómicamente con él y porque sus chistes casi siempre son clichés o predecibles.
Luego viene sus reforzados giros argumentales, como la reiterada presencia del jefe o el secuestro por la guerrilla zen (!). Es cierto que la comedia puede dar lugar a situaciones absurdas o disparatadas, pero aún así estas deben ser coherentes con una lógica impuesta por la película. Pero no es este el caso y el resultado es todo lo contrario al humor, esto es, el desconcierto y la estupefacción.
Y lo peor llega al final con el final. Un giro meloso y sin ninguna fuerza que deja es aburrido al público que ya está hastiado con ese vaso gigante de crispetas. Entonces todos salimos del teatro y, paradójicamente, una película que no fue hecha para dejarlo pensando a uno, lo pone a pensar, porque es un poco inexplicable esa concepción del humor de quienes, sabemos, conocen la industria, tienen talento y manejan el oficio.
Sin embargo, hay algo que no me deja muy bien parado: que soy uno de los pocos que piensa esto, porque ésta y a sus antecesoras, son películas a las que les va bien en taquilla, y ese –en promedio- medio millón de personas que las ven y se ríen y se carcajean y vuelven al siguiente año y toda la cosa, toda esa gente, seguramente no se pone a pensar en nada de esto.