A través del universo, de Julie Taymor

Todo lo que necesitas es amor

Por Oswaldo Osorio 

Ésta es una película para los amantes de The Beatles, pero también para quienes se entusiasman por los idealismos y luchas de los años sesenta, así como para los que gustan de un cine colorido, apasionado y estimulante. No se trata tampoco de una obra maestra del lenguaje cinematográfico, de hecho, más bien es una pieza imperfecta en su elaboración, sobre todo en su guión y construcción de los personajes, pues tanto el uno como los otros están condicionados por las letras de la música del cuarteto de Liverpool. Pero es justamente esta música y la época que la produjo, la razón por la que un cinéfilo, más aún si es melómano, debería ver esta cinta.

 

Con esta descripción, por supuesto, se está hablando de un musical, pero uno realmente singular, porque está precedido por un mito casi tan grande y popular como el cine mismo, la banda más famosa de la historia del rock, tan famosa como Jesucristo, como alcanzaron a afirmar ellos mismos en su momento y, de paso, a escandalizar a susceptibles ciudadanos que corrieron a quemar sus discos.

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LOS FOTOGRAMAS HABLAN

Después de esta “estirada”, Ida Lowry (Katherine Helmond) quedará más joven que su hijo Sam, el atribulado y soñador protagonista de Brazil (1985), esa obra maestra de Terry Gilliam.

En la sociedad distópica y mounstruosa en que viven, en ese futuro-retro dominado por la burocracia y castigado por otras aberraciones sociales, tenía que haber una alusión al enfermizo culto al cuerpo, a la grotesca superficialidad de los que persiguen la juventud y la belleza eterna. Al final, un ataúd lleno de una colada de carne, víceras y huesos, que contiene lo que queda de otra mujer también sometida a constantes cirugías plásticas, parece ser el futuro que igualmente le espera a la vanidosa Ida Lowry.

I.M.

4 meses, 3 semanas, 2 días, de Cristian Mungiu

Los límites de la imagen

 
Por: Oswaldo Osorio

Nuestra cartelera de cine ciertamente es sensacionalista. Que una película gane el máximo galardón del cine mundial, la Palma de Oro del Festival de Cannes, no es condición suficiente para que llegue a los circuitos de exhibición del país. Esto es posible si, además del premio, es un filme rumano sobe el aborto y tratado de forma dura y casi descarnada. Podría decirse, entonces, que una película con un tema polémico, así como su tratamiento y perteneciente a una cinematografía exótica para nuestro medio, tiene más posibilidades de ser traída, como efectivamente ocurrió con ésta.

 

Esta introducción es más por el resentimiento con que, inevitablemente, se debe ver la caprichosa distribución de cine en Colombia, que por la falta de virtudes de la película  de Cristian Mungiu. Porque se trata sin duda de una cinta con una propuesta importante, sobre todo por la forma como plantea su tema y por lo que dice del contexto en que se desarrolla su historia. Aunque de hecho, no es una película fácil, incluso se puede antojar tediosa hasta para los espectadores cinéfilos. Seguramente el boca a boca, la más eficaz de la formas de promoción de un filme, no la beneficiará mucho.

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DIARIO DE ÍÑIGO

Mayo 28 de 2008. La ciudad sin cine. Exterior. Noche.
NO hay cine para ver, porque esta ciudad no lo permite, lo tiene restringido a sólo dos o tres películas por semana, como si se tratara de un crimen, de un vicio que se debe limitar. Sólo admite una dosis personal semanal: una superproducción de Hollywood, un filmecito europeo semidecente y algún otro bodrio protagonizado por la estrella (sin aristas) de turno. Y el cine colombiano es como un poste de kilometraje en la carretera: lo vemos cada no sé cuántos kilómetros. Voy más bien a alquilar una película. Pero no cederé a la tentación de siempre, no dejaré que me irrite una vez más mi archi-enemiga: La chica de la video tienda. Fingiré indiferencia y, por dentro, sólo un ligero desprecio. 

 

LOS FOTOGRAMAS HABLAN

 

Empezamos por el fin esta sección. O mejor con The End, esa palabra que ya hace parte de la nostalgia del cine porque nunca se volvió a ver. Esa palabra que, al mismo tiempo, era la última imagen que veíamos de una película, el último fotograma después del cual sólo quedaba levantarse de la butaca y salir felices o abatidos del teatro. 

El fin de El Fin llegaría, durante la década del sesenta, con la decadencia de los grandes estudios, los cuales se acostumbraron a dar sólo algunos créditos al principio de la película y terminar la historia con el redundante The End, que incluso llegaba a ser contradictorio cuando se trataba de un final abierto.

Ahora es posible ver, al finalizar cada película, una larga lista donde se encuentra hasta el nombre del último carpintero. Y esperamos a que pase, con las luces ya encendidas y ante la impaciencia del proyeccionista, para ver los temas musicales o terminar de escuchar la canción final. Pero en realidad también nos impacienta la infinita lista, y es ahí cuando anhelamos aquella época en que todas las películas acababan, de un tajo, con la imponente imagen que decía The End

O.O

Perro come perro, de Carlos Moreno

Carne cruda y corrupción

Por: Oswaldo Osorio

Cuando el cine colombiano ha querido consolidarse como industria, ha apelado a la comedia populista y al cine de género. En el primer caso, con Nieto Roa y Dago García se han visto unos buenos resultados en la taquilla, aunque no siempre en su aporte cinematográfico; mientras que con el cine de género, el asunto ha sido más azaroso, su éxito de público y buen nivel han sido irregulares, en gran medida debido a la dificultad de adaptar esquemas foráneos a nuestro cine y a nuestra realidad. Pero cuando se trata de un thriller, como es el caso de Perro come perro, todo está servido para hacer un producto que se ajuste al público, a la afortunada adaptación del esquema y a la realidad del país.

Como muchos thrillers, la opera prima de Carlos Moreno parte de un botín tras el que todos están. Además de esto, su premisa básica está contenida en el título, esto es, la corrupción (que es el término clave en todo thriller) y la falta de escrúpulos en el mundo del hampa. Se trata de la ética del  “todos contra todos”, que es un denominador común de las historias  del cine colombiano y que tiene en La gente de La Universal (Aljure, 1993) su más contundente ejemplo. Pero la recurrencia de estos tópicos y la simpleza de su premisa no necesariamente se deben tomar como defectos de este filme, pues es sabido que la coincidencia de elementos y recursos en el cine de género es lo que lo definen y lo que importa es cuál es el uso que de ellos se hace.

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