DIARIO DE ÍÑIGO

Septiembre 8 de 2008. La ciudad sin cine continuo. Interior. Día y noche.
A los cinéfilos más jóvenes les resultará, más que ajena, insólita la posibilidad de que hace apenas un par de décadas la usanza para la exhibición de películas era el llamado “cine continuo”: de 11 de la mañana a 11 de la noche se presentaban dos películas “en rotativa”, es decir, empataban una con la otra. Lo insólito es que el público no se programaba, sino que iba a cualquier hora y empezaba a ver una cinta por la mitad o hasta en su final, para tener que esperar a ver la otra y luego el inicio de la que se perdió (había quienes se repetían la segunda). Una práctica nada ortodoxa que quedó inoculada en los genes de imperfectos cinéfilos, quienes siguen haciendo lo mismo con la televisión. Yo me niego a ver una película empezada. Me he devuelto de la puerta del teatro por haberme perdido los primeros minutos.

Podría empezar una secta cinéfila, fundamentalista, por supuesto, para erradicar esas sacrílegas prácticas: ni películas empezadas, ni crispetas, ni celulares, ni opiniones torpes al salir del cine, ni comentarios como de abuelita viendo la telenovela. Erradicar las expresiones como “Qué película tan lenta” o “Qué buena fotografía”. Todo esto sería una buena base para la nueva doctrina cinéfila, y los templos, pues están por doquier, sobre todo en los centros comerciales.