Canción sin nombre, de Melina León

Los márgenes en grises

Oswaldo Osorio

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Hace poco Netflix llegó a los doscientos millones de suscriptores en el mundo y, además, anunció que produciría más de setenta películas en 2021. Así mismo, la Warner decidió estrenar sus películas simultáneamente en salas y plataformas. Estos tres datos son la evidencia contundente de que el cine entró de lleno a la era del streming y Netflix es, sin duda, quien la ha impulsado y mejor la ha capitalizado.

En este contexto y con el estreno de la película peruana Canción sin nombre, lo que llama la atención es que este gigante del streaming no tenga más películas como esta, películas que podrían darle una diversidad y nivel cinematográfico a ese gran menú compuesto casi enteramente por series y cine convencional, de entretenimiento y hecho en Hollywood.

Porque esta ópera prima de Melina León tiene las características y valores del mejor cine latinoamericano y del cine de autor, esto es, un cine reflexivo con la realidad y las problemáticas históricas de los países de la región y con una propuesta formal y narrativa definidas por un estilo y unas búsquedas estéticas.

Se trata de la historia de una humilde mujer a quien le roban su bebé al dar a luz en una clínica pirata. El relato desarrolla su desesperada búsqueda con la ayuda de un periodista y en medio del caótico contexto de la violencia terrorista de la guerrilla y represiva del estado. Pero la marginalidad y el desamparo social representan otro tipo de violencia en esta historia, donde esta mujer termina acorralada por la indolencia de las instituciones, la corrupción y el conflicto armado que entra hasta en su propia casa.

Estas circunstancias adversas y opresivas están recalcadas en el filme por la estrechez del formato 4:3 y por un blanco y negro que resulta en un contradictorio contraste entre la belleza estética y una atmósfera lúgubre y depresiva. Sus imágenes, en una aterciopelada gama de grises, se antojan evocadoras y melancólicas, ayudadas además por esa bruma que cubre el cerro donde viven los protagonistas y por el misticismo de sus ceremonias, cantos y bailes ancestrales.

La subtrama del periodista homosexual refuerza la idea de exclusión y marginalidad que es impuesta por una sociedad desigual, machista y viciada por ese contexto de violencia y corrupción política. Por eso, aunque los responsables del robo del bebé son identificados, resulta una victoria pírrica ante una realidad de injusticia y descomposición moral de las personas y del sistema entero.

Si bien se trata del Perú de finales de los años ochenta, esta historia mantiene su vigencia en un contexto latinoamericano donde las brechas sociales son cada vez mayores y donde toda esa población empobrecida y en los márgenes son ciudadanos de segunda, más aún si son mujeres. Y esta película logra transmitir esa sensación de pérdida y tristeza, no solo de esta mujer en particular, sino de toda una comunidad, y lo hace con una singular mezcla de fuerza dramática y una sutil poética visual.

Octubre, de Daniel y Diego Vega

Un octubre como todos

Por: Cristian Camilo Aguilar y Carlos Mora


Una sociedad regida por valores religiosos y que ha caído en la monotonía del sistema capitalista que la gobierna se revelan en la película peruana Octubre, de los hermanos Daniel y Diego Vega, galardonada en Cannes.

Una película en la que sus personajes son antagónicos en valores, pues mientras algunos de ellos están ligados a la fe católica, otros se sienten más identificados con el valor del dinero; como es el caso del protagonista de la historia,Clemente, un prestamista independiente que trata de evadir toda clase de compromiso de carácter sentimental y busca una solución para salir de la responsabilidad que tiene con su hija, una niña recién nacida fruto de una relación casual con una prostituta, quien se ha marchado sin dejar huella. Para él la prioridad es el negocio que ha heredado de su padre, el cual le permite conseguir dinero que garantice su bienestar físico.

En el caso de las prostitutas no sólo los favores sexuales se cobran, sino que se saca provecho económico de cualquier situación, porque así lo exige el entorno de marginalidad en el que se mueven.

De otro lado, Sofía es una mujer soltera muy devota al Señor de los Milagros y se ofrece a cuidar la hija de clemente. Pese a sus valores católicos, trasgrede las líneas de lo prohibido incurriendo en el pecado con tal de ganarse el amor del protagonista. Ella se debate entre la fe por sus santos y la pasión que siente por él.

Cada uno de los personajes representa la vida cotidiana de una sociedad sumida en un sistema capitalista, un sistema que acompañado por una doctrina religiosa que impide actuar fuera de los parámetros establecidos, haciendo del ser humano un ser egoísta, materialista, culpable y solo. Es un sistema que hipnotiza y pocas veces permite despertar, cuando la vida pende de un hilo muy delgado. Una película que revela la codicia, los sentimientos, las emociones y unos valores que son base de la moralidad interna.