Armero, de Christian Mantilla

Melodrama sin catástrofe

Iñigo Montoya

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Más de tres décadas después, se realiza la primera película de ficción sobre la tristemente célebre catástrofe en la que la erupción del Nevado del Ruiz conllevó una avalancha que arrasó con el municipio de Armero. La producción es apenas poco más que modesta y con cuestionables recursos tanto en lo cinematográfico, como en los efectos utilizados y en su definición como cine de catástrofe, y aun así, tuvo un sorprendente buen recibimiento por parte del público en su primera semana, en la que fue vista por casi cien mil espectadores.

El gran problema de esta película es que desatiende por completo las reglas del esquema esencial del cine de catástrofe, las cuales le hubieran asegurado al menos una solidez en términos argumentales y narrativos. Y ese esquema dice que en el primer acto del relato se presenta a varios personajes representativos en su diversidad de la comunidad de la que hacen parte, para luego, durante el largo segundo acto y después del hecho catastrófico, seguir su drama, ya sea uno a uno o reunidos como grupo, mediante el cual luchan por su supervivencia, que es el conflicto supremo en cualquier historia; para en el tercer acto, dar cuenta de los sobrevivientes finales y hacer una resolución abierta.

Los guionistas de esta película, en cambio, solo escogen a dos personajes y los trenzan, durante el primer y segundo acto, en un melodrama trillado y sin interés sobre el conflicto de no poder tener hijos. La catástrofe la dejan para el clímax y rápidamente en la resolución dan cuenta de lo que les pasó a esos dos protagonistas con los que difícilmente pudo haber alguna empatía. En otras palabras, nos cambian todas las posibilidades dramáticas y de tensión de un drama de supervivencia ante una catástrofe, por un melodrama largo y sin mucho impacto.

En medio de eso, hay una denuncia puesta en escena de una forma más bien burda y obvia, en la que los políticos de turno, y hasta el cura, cargan con las culpas de una tragedia que se pudo evitar. Así mismo, es inevitable reparar en los efectos especiales utilizados para representar la catástrofe, los cuales, si bien resultan apenas comprensibles para el bajo presupuesto con el que contaba la producción, de todas formas, para los estándares del cine que vemos ahora en esta era digital, realmente se antojan más bien precarios, cuando no por momentos inverosímiles o toscos.

2012, de Roland Emmerich

El mundo se va a acabar, el mundo se va a acabar…

Por: Iñigo Montoya

Este director alemán ya es sinónimo de megaproducción y de cine de catástrofe, dos categorías que están siempre asociadas con el cine más esquemático y de más alto rendimiento económico. Godzilla, El día de la independencia, El patriota, 10.000 y El día después de mañana son sus últimas producciones que lo corroboran. Para contar sus ganancias por película se necesitan nueve cifras, para hacer una crítica profunda es suficiente sólo un par de párrafos y para entenderlas  apenas es justo un coeficiente intelectual básico.

Glauber Rocha decía que para hacer una película sólo necesitaba una idea en la cabeza y una cámara en la mano. Emmerich precisa un kit completo de efectos y el mismo empolvado esquema de siempre. Así se pudo ver en esta nueva cinta, en la que cambia al monstruo radioactivo, la invasión alienígena o el desorden climático por una catástrofe en la corteza terrestre causada por una inusual actividad solar. Lo demás es pura destrucción y grandilocuencia apocalíptica.

Personajes, claro que los hay, pero también son viñetas reutilizadas provenientes del esquema aplicado antes. Está el héroe-ciudadano promedio, el magnate patán, el científico humanista, el burócrata inescrupuloso, el loco, el presidente negro, el tonto novio de la ex esposa, etc. Todos machos desesperados por sobrevivir y salvar a sus crías, y que se reúnen solos para tomar decisiones.

Entretenida, sólo por momentos, en especial cuando se hace el esfuerzo de olvidarse que se está viendo más de lo mismo. Incluso que eso que se está viendo lo acaba de ver unos minutos antes en la misma película, pues la mayoría de secuencias de acción simplemente se reducen a los protagonistas huyendo mientras, apenas a unos centímetros detrás de  ellos, se desmorona el mundo.