Relatos de reconciliación, de Carlos Santa y Rubén Monroy

Un país lleno de víctimas

Oswaldo Osorio

relatossanta

El conflicto colombiano no se ha narrado lo suficiente, mucho menos la realidad de sus víctimas. Es tal la dimensión de más de medio siglo de violencia y despojo, que todo lo que se ha dicho, al menos en el cine, sigue siendo apenas la superficie de una complejísima y dolorosa historia, la cual ha sido padecida, sobre todo, por los habitantes del campo. Esta película, con su diversidad de voces, contribuye al conocimiento de esa verdad, y además lo hace desde la riqueza plástica y simbólica de la animación que propone.

Pero Relatos de reconciliación no solo es un largometraje documental, también es una creación transmedia (https://www.relatosdereconciliacion.com/), un proyecto de investigación social y una inmensa obra colaborativa. 150 realizadores, la mayoría de ellos jóvenes artistas e ilustradores, son dirigidos por Rubén Monroy y el reconocido artista y animador Carlos Santa (El pasajero de la noche, Los extraños presagios de León Prozak). Son dieciséis relatos que el espectador visualiza a través de una rica y bella diversidad de estilos y técnicas: 2D, 3D, rotoscopia, pintura animada, animación de arena, stop motion, pixilación, entre otras.

Solo por esta propuesta estética ya es una película única en la filmografía nacional. Pero lo más importante, es que no se trata simplemente de una ilustración de las historias originadas en estos testimonios, o de la redundancia de la imagen con el relato oral, sino más bien de una expansión de esos personajes, espacios y acontecimientos. La imagen sugiere, denota, crea asociaciones, metáforas y simbolismos, de manera que la experiencia del relato es, además de la información o sus distintas historias, un juego de relaciones conceptuales e ideas visuales que dimensionan esas vivencias y su contexto.

Lo que más sorprende de esta película es que, por más que se hayan escuchado esos brutales testimonios sobre masacres, asesinatos, desplazamientos, violaciones y desapariciones en medio del conflicto colombiano, cada nuevo relato sigue impactando y sumando matices e implicaciones a la crueldad de la singular guerra de este país. Los dieciséis relatos son de víctimas, unas ya resilientes, muchas otras sin aceptar la idea de que deben perdonar y algunas más todavía en proceso de entender lo que les ocurrió.

Varias de estas personas (que en su calidad de víctimas la mayoría son mujeres) tienen en común su trabajo como líderes y activistas, así como el entendimiento y racionalización del conflicto y de las oscuras relaciones de poder que se entrecruzan en Colombia. Por eso hablan con una lucidez que, la más de las veces, no consigue ocultar su indignación y rabia, porque esa lucidez se combina con la emotividad de quien ha obtenido ese conocimiento de la peor de las formas.

En este sentido resulta reveladora esta película, pues una cosa es escuchar sobre los oprobiosos episodios del conflicto y otra es descubrir los distintos puntos de vista y miradas con que estos desafortunados protagonistas los asumen y explican. Además, aquí se tiene la oportunidad de elaborar el contraste entre los dieciséis testimonios.

De manera que esta película, aparte de ser una estimulante cátedra y catálogo de animación cinematográfica, es también la memoria del dudoso estado de derecho de esta dudosa nación, la revelada triste realidad de sus víctimas y la constatación de una guerra que pudo haber terminado, pero que, en cambio, un imperdonable sector del país buscó su prolongación.

Anomalisa, de Duke Johnson, Charlie Kaufman

Una voz entre el sinsentido

Oswaldo Osorio

Anomalisa (1)

No es frecuente que en la industria del cine el guionista sea la estrella. Es lo que ocurre con Charlie Kaufman desde que concibió historias como ¿Quieres ser John Malkovick? (1999), El ladrón de Orquídeas (2002) y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004). Desde entonces, solo ha hecho para el cine dos películas más, que él mismo dirigió: Sinécdoque en Nueva York (2008) y esta nueva película que, por ser animada en stop motion, ha pedido ayuda en la dirección.

A pesar de esta obra relativamente corta, su celebridad se debe a una singular combinación entre originalidad, rarezas argumentales y éxito de crítica y público. El suyo es un universo generalmente dislocado, transformado por realidades fantásticas o paralelas, las cuales usa como recurso para reflexionar sobre la identidad personal y el sentido de la vida, dos grandes temas que le han dado para abordar otros igualmente esenciales, como el amor, la muerte, el acto de crear y las relaciones del individuo con la sociedad.

Anomalisa (2015) tiene también estas características. Es la historia de Michael Stone, un experto en servicio al cliente que va a Cincinnati a dictar una conferencia. En el hotel conoce a Lisa y al parecer su mundo cambia. Y es que su mundo es como el de la mayoría de sus personajes, en eso sí no hay mucha novedad: son seres grises, insatisfechos con sus vidas, inseguros y con problemas para relacionarse con la gente.

La novedad en esta propuesta de Kaufman no está tanto en que recreó su relato a partir de la técnica del stop motion, la cual resulta atractiva estéticamente por el particular acabado “realista” de sus marionetas, escenarios y decorados, sino que la originalidad deviene de un recurso que fue posible usar, justamente, porque se trataba de una película animada: el doblaje de las voces. Con este elemento pudo transmitir, con ingenio y contundencia, la forma en que el protagonista percibía el mundo y lo que cambió cuando conoció a Lisa.

La historia se desarrolla en día y medio, pero con eso es suficiente para dar cuenta de una vida de frustraciones e insatisfacciones. Desde el primer momento, cuando un hombre le toma la mano en el avión y con la cháchara del taxista que lo lleva al hotel, todo es para Michael Stone una serie de eventos incómodos y desagradables. Pero ese poco tiempo y esas situaciones, incluyendo la promesa de un feliz cambio, son suficientes para hacer un breve aunque elocuente tratado sobre el sinsentido existencial, y no solo el que soporta este hombre, sino el que puede acechar a millones de personas en el mundo contemporáneo.

Es una película ingeniosa en sus recursos argumentales y metafóricos, un alegato contra el conformismo de la vida diaria, que termina resignándose apenas al triste lamento de una vida sin lustre. Por eso es un relato tan estimulante como incómodo, que deja un buen sabor por el cine y un mal sabor por la vida.

Planeta 51, de Jorge Blanco

Los alienígenas somos nosotros

Por: Íñigo Montoya

Esta película, que cuenta con la factura de las mejores cintas de animación de Hollywood y que relata la historia de un astronauta que llega a un planeta donde es él quien resulta el alienígena, para sorpresa de todos no es una producción de la meca del cine sino de unos españoles que están al nivel más alto de este tipo de cine.

La premisa de la historia es atractiva desde el principio, pues simplemente se invirtió la situación de muchas películas de ciencia ficción y se obtuvo un resultado novedoso y lleno de posibilidades argumentales.

La cinta no es tampoco “algo fuera de este mundo”, pero alcanza a ser divertida e ingeniosa, sobre todo en la concepción visual de ese planeta que recrea, el cual parte de la estética de formas redondeadas de los años cincuenta. Así mismo, está llena de guiños, homenajes y referentes del cine de ciencia ficción, que son aplicados de forma inteligente y graciosa.

Como ya es la usanza en estas cintas, puede funcionar perfectamente para el público infantil y el adulto, reservando una buena serie de chistes y situaciones que sólo los mayores podrían entender, pero conservando la lógica del cine infantil: la aventura, la diversión, el colorido visual, los valores, personajes arquetipos y la moraleja final.

Sólo molesta un asunto. Y es que después de saber que es una película española y no gringa, se echa de menos una historia y personajes que tuvieran que ver menos con Hollywood. Es cierto que la inversión fue muy grande (60 millones de dólares) y con una historia tipo Hollywood se iba más a la fija, pero también se perdió la oportunidad de hacer una película verdaderamente diferente de lo que ya estamos acostumbrados a ver.

Up, de Pete Docter, Bob Peterson

¿Qué tan alto se puede llegar?

Por: Iñigo Montoya

La última película de Pixar demuestra que si bien no siempre puede llevar más arriba sus propuestas, generalmente se mantiene a la altura de la ya lejana y fundacional Toy Story. Sin crear las historias pretenciosas o alejadas de lo que debería ser el cine infantil (Shrek 2 y 3), las de Pixar suelen ser cintas encantadoras, divertidas, sólidas y entrañables.

Todas esas cualidades se pueden ver en este nuevo filme, en el que sobresale la pericia para elaborar narraciones envolventes y precisas, así como un humor fresco e ingenioso que no tiene que recurrir al mal gusto o al doble sentido. Así mismo, sus personajes en pocos minutos ya se ganan la simpatía del espectador y consiguen ser construidos con una complejidad que parecería excesiva para una cinta infantil, pero que funciona perfectamente para ser entendidos por todos.

Visualmente la animación en 3D es ya poco lo que sorprende, y ahora cualquiera puede hacerla, por eso es que ya la competencia entre productoras y películas no es en la técnica sino en la habilidad para contar historias, transmitir sensaciones y construir universos. El plus lo pone la otra tercera dimensión, la que proporcionan las nuevas gafas con las que se consigue tal efecto y que, si bien cada vez es una experiencia más común, definitivamente hace una gran diferencia con aquellas películas (o teatros) que no cuentan con esta tecnología.