La Huésped, de Andrew Niccol

Otra en mí

Por: Oswaldo Osorio


Esta historia es Los invasores de cuerpos pero si los alienígenas hubieran triunfado. Así despacha Stephenie Meyer el enunciado general de la novela de su autoría en que se basa esta película. De tal premisa puede resultar algo interesante o un despropósito, y tal vez hay un poco de cada cosa, al menos en la película. El problema es que este filme carga con el lastre de ser adaptada de una obra de la misma escritora de la saga de Crepúsculo y el prejuicio con que ha sido vista es implacable.

Es cierto que, en sus líneas gruesas, la historia parece el mismo soso triángulo amoroso pero esta vez con alienígenas, no obstante, se podría tratar de equilibrar las cosas destacando el nombre de su guionista y director, el neozelandés Andrew Niccol, a quien le debemos la escritura de la incomparable The Truman Show, así como la escritura y dirección de películas como Gattaca, Simone e In Time. En todas ellas, a partir de la especulación sobre un posible futuro o sociedad, pone en evidencia serios asuntos acerca del mundo moderno, la naturaleza humana  y su ética.

En La Huésped (The Host, 2013), si se soportan algunos pasajes de romanticismo juvenil hechos con la misma materia de la saga aquella de lobos y vampiros, se puede identificar como planteamiento (que no es nuevo pero sigue siendo muy eficaz como punto de partida) la idea de lo indómito del espíritu humano y la intangible fuerza de sus sentimientos y emociones, al menos en algunas personas. Y de esto surge la premisa más interesante de toda la historia, esto es, la posibilidad de que en un cuerpo cohabiten dos conciencias, la original y la invasora.

Esta situación da origen a una confrontación interna que resulta con mucha más fuerza que el conflicto externo (el acecho a los humanos por parte de los rastreadores alienígenas) y por eso se convierte en el principal motor del relato. Es una confrontación que empieza con la natural hostilidad del caso, pero que va evolucionando hacia un conocimiento y conciliación con la otra, no antes sin pasar por todo lo que implica esta doble conciencia: deseos y personalidades diferentes tratando de gobernar una sola materia, sospechas hacia la otra y dudas de sí misma, confusión emocional y rechazo o empatía con la perspectiva opuesta.

Es importante mencionar lo que el diseño de producción propone para dar vida a esta nueva Tierra, la cual ahora es armónica y perfecta pero habitada por extraterrestres en cuerpos humanos. Es un mundo limpio, ordenado y prístino, aunque conseguido sobre el dominio y exterminio de los humanos. Incluso esas mismas características se repiten en el espacio en el que se encuentran los humanos, pero allí las cosas ya no están hechas de tecnología, sino de su contrario, la naturaleza.

No es la mejor película de Andrew Niccol, ni tampoco desaparecen por completo los rastros de los best seller de vampiros de la Meyer, pero no es la denostable película que muchos quieren ver, sino que se trata de un relato con una atractiva concepción visual que propone una historia con una premisa interesante, a partir de la cual se desarrollan unas ideas que pueden pesar más que el simplismo de verla solo como una banal anécdota romántica.

El precio del mañana, de Andrew Niccol

El tiempo como moneda de cambio

Por: Oswaldo Osorio


¿Quién quiere vivir para siempre? Esta es una pregunta que a muchos, sin pensarlo demasiado, les perece necia. ¿Qué pasaría si se pudiera detener el proceso de envejecimiento? Es otra cuestión en la que la mayoría de personas ven más ventajas que desventajas. Con esta película es posible pensar sobre estos asuntos, sin embargo, la forma como está desarrollada privilegia la trama de acción, dejando de lado esas interesantes reflexiones que solo un relato de ciencia ficción puede propiciar.

Ya Andrew Niccol, en su inspiradora filmografía como guionista y director, ha hecho posible conciliar una buena trama de ciencia ficción o fantasía con serios planteamiento acerca de la condición humana. Con Gattaca habló de las consideraciones existenciales y éticas de la manipulación genética y con El Show de Truman de la imposibilidad de planificar y controlar el inquieto espíritu humano.

Con esta cinta tenía las mismas posibilidades, pues su planteamiento resulta tremendamente atractivo y lleno de sugestivas variantes. Se trata de un futuro en el que los seres humanos dejan de envejecer a los 25 años y en adelante su vida se rige por el tiempo como moneda de cambio, donde los ricos pueden llegar a tener hasta siglos y los pobres viven el día a día con unas cuantas horas, incluso minutos, hasta que puedan “ganar tiempo”.

Con este planteamiento argumental, (plagiado del relato ¡Arrepiéntete, Arlequín!, dijo el señor Tic-tac, de 1965, escrito por el célebre novelista de ciencia ficción Harlan Ellison), se sugieren importantes reflexiones de fondo de tipo existencial en las relaciones del hombre con el tiempo, así como de tipo ideológico al evidenciar que, sin importar la época, siempre habrá una clase oprimida y otra opresora que regula el sistema para que nunca nada cambie.

Y aunque algunos personajes hacen notar lo tediosa y -a la larga- inútil que es la vida eterna, y la trama tiene un tufillo de espíritu revolucionario en la lucha contra el sistema, el peso de estos aspectos, en el sentido general de la historia, no es suficiente como para sacarla del montón de cintas de ciencia ficción que están más interesadas en unas dinámicas que enganchan fácilmente al gran público, como la obvia historia de amor, las persecuciones como el principal recurso de la acción y los héroes anti-sistema más cercanos a Bonnie and Clyde que al Che Guevara.

De otro lado, no puede haber película distópica sin una buena propuesta visual que construya un universo verosímil. En este sentido Niccol recurre de nuevo a la lógica aplicada en Gattaca, esto es, una estética entre sofisticada y minimalista, con una visión retro del futuro. Una decisión que seguramente les ahorró presupuesto, nada demasiado llamativo, pero que en general funciona para validar la historia que se cuenta.

Se trata de una película entretenida, sin duda, y que parte de un original planteamiento del que podría desprenderse más de lo que se dijo. Por eso es evidente que fue una película más pensada para complacer a un público muy amplio (elegir a la súper estrella del pop Justin Timberlake en el protagónico ya era una señal) y no tanto para sacarle provecho a una de las principales virtudes del cine de ciencia ficción: la posibilidad de cuestionar seriamente la condición humana en su relación con el la tecnología y el futuro.