Una película de policías, de Alonso Ruizpalacios

Las mentiras de la verdad

Oswaldo Osorio

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Aunque en la gran industria mediática y de entretenimiento el documental y la ficción se mantienen claramente diferenciados, cuando se trata del cine de autor, sus límites no solo se confunden o se borran, sino que desatenderlos se está convirtiendo en una fuerte tendencia, pues permite probar a una serie de recursos narrativos y dramáticos que terminan enriqueciendo los relatos y le dan una mayor contundencia a esa “verdad” que, en últimas, toda película busca transmitir, ya sea un documental o una ficción.

Al director mexicano Alonso Ruizpalacios ya se le conocía su talante de contar historias relacionadas con la realidad por sus dos primeras películas: Güeros (2014) y Museo (2018). Pero en esta Película de Netflix no basa su relato en contexto real, como en la primera, o apela a un conocido hecho de su país, como en la segunda, sino que directamente se sitúa en la realidad de la que quiere dar cuenta y que anuncia sin ambigüedades en su título.

Y a partir de aquí, es necesario develar un giro inesperado de la película: esa pareja de policías que sigue la narración tan concienzudamente durante una hora, al cabo de este tiempo revela que son actores… pero que, efectivamente, llegaron a ser policías, iniciando desde la academia y todo. Entonces el tono y el código del relato dan un vuelco ante la momentánea desorientación del espectador, por lo que empiezan a surgir preguntas: ¿Es documental o ficción? ¿Es un falso documental? ¿Tal vez sea periodismo Gonzo? ¿Hay que creerle a Mónica del Carmen y Raúl Briones, los actores, o a Teresa y Montoya, los policías?

Posiblemente algunos espectadores se sientan engañados, otros no sepan qué creer de lo que han visto, pero lo más probable es que, quien tenga paciencia con el resto del relato, se dé cuenta de que lo importante no es tanto la peripecia narrativa utilizada (eso solo interesa a los cinéfilos), sino ese universo que la película, a través de sus personajes, logra construir con riqueza de detalles, información verosímil y hasta momentos de gran fuerza dramática.

Y aunque este texto, que ya casi termina, se ha centrado es en esa peripecia narrativa que ingeniosamente sabe combinar documental y ficción, lo cierto es que la película de principio a fin habla de lo que es ser policía en México, desde la naturaleza misma de los oficiales, pasando por la consabida y enconada corrupción, hasta los grandes problemas estructurales que tiene la sociedad mexicana y que se reflejan y revelan en el funcionamiento de esta institución y en el día a día de estos agentes que recorren el país.

Y aunque el texto se ocupó más que de la forma que del fondo, esto debe ser porque muchas de las realidades de que da cuenta la película ya, en mayor o menor medida, son familiares para el público, pero la forma de dar cuenta de ello resulta, no solo novedosa, sino que, por contar con los recursos combinados de la ficción y el documental, es posible que resulte más contundente y elocuente.

Güeros, de Alonso Ruizpalacios

Esquiroles de la vida

Oswaldo Osorio


Esta es una película con las contradicciones propias de una obra primera: es llena de frescura pero también pretenciosa, es ingenua y lúcida a la vez, muestra una decidida intención renovadora del lenguaje del cine y al tiempo repite muchos de los ya viejos tics del cine independiente reciente. A pesar de estas contradicciones, o tal vez gracias a ellas, se trata de un filme con fuerza y cierta originalidad, que habla de cosas esenciales y lo hace de forma entrañable.

Tomás es enviado a Ciudad de México con su hermano mayor, Sombra. Junto con Santos, compañero de universidad de Sombra, emprenden una cruzada por toda la ciudad en busca de un viejo rockero, Epigmenio Cruz, a quien escuchaba su padre muerto. Así que los tres personajes, signados por las acucias de la juventud, dentro del esquema de una road movie urbana y con esa misión emocional como motivación, revolotean por el día y la noche de la ciudad, topándose con una serie de personajes, situaciones y sentimientos que hablarán de ellos, de Ciudad de México, así como de ideologías, amores y miedos.

Por lo que se puede ver en esta descripción, hay de todo en esta película, una característica muy común de las óperas primas, que bien puede funcionar en esta obra para darle ese estimulante ritmo durante todo el metraje, pero que también la obliga a forzar una serie de situaciones, ya efectistas (el ladrillo en el parabrisas), innecesarias (el delirante soliloquio de un hombre ante Tomás) o forzadas para cumplir con la cuota de crítica a la inseguridad de la ciudad (el seudo secuestro por parte de un joven delincuente).

Pero en medio de todo esto que duda de sus excesos y poses, hay una fuerza vital y emocional que conecta de principio a fin. La búsqueda del viejo rockero por parte de estos jóvenes es solo una excusa para desarrollar otras búsquedas, de identidad, de afectos filiales y amorosos, de posición ideológica ante el mundo y del padre perdido. De fondo está esa histórica huelga universitaria en la UNAM, otro tema cuestionable en este filme, por su mirada superflua y esquemática. También en ese fondo está el campante racismo en la sociedad mexicana, pero que también se reduce al uso de los términos “güeros” y “nacos” y a una leve pataleta en una piscina.

Este texto inició con el propósito de hablar bien de una película que, en general, se disfruta viendo. Pero, ya siendo un poco más analíticos y racionales con ella, se empiezan a desnudar una serie de posturas  y artificios de los que el mismo director es consciente cuando en un par de escenas revela, no sin cierto cinismo, el elemental esquema de su guion y la taimada intencionalidad de su propuesta y estilo.

Aun así, el espléndido periplo de estos jóvenes resulta casi siempre entretenido, divertido y, sobre todo, emotivo. Un viaje al corazón de una ciudad y de un estado del espíritu, inquieto, desorientado y anhelante.