127 HOURS, de Danny Boyle

Por: Xtian Romero – cineparadumis.blogspot.com

Hacer adaptaciones en el cine es una cuestión de cojones y de ingenio para poder estar a la altura, como ocurre con la adaptación de libros, pero tal vez, más difícil aún, es la tarea de adaptar un hecho de la vida real, más cuando es un hecho tan famoso y reciente en donde todos conocemos hasta el más mínimo detalle.

¿Cómo empieza? (un joven y solitario aventurero en el desierto del gran cañón), ¿el conflicto?, (se queda atrapado por una piedra que le aplasta el brazo en un acantilado, solo, sin nadie que lo ayude),¿ y cómo termina?, (se corta el brazo para sobrevivir). ¿Cómo diablos nos van a mantener enganchados con esta historia, si ya todos nos la sabemos? Lo que importa no es el cuento, sino cómo lo cuentes.

Arranca con una división de la pantalla en tres partes donde se muestra el agite de la civilización, ciudades, edificios, montones de personas en la calle, para llegar al personaje que será el protagonista de la historia, que empaca todos sus corotos y se lanza a la aventura.

Una buena manera de arrancar la película, ver rodeado a nuestro protagonista de millones de personas en su propio hábitat, el mundo urbano, para acrecentar después su drama en un desierto donde estará completamente solo y tendrá que enfrentarse a sí mismo para sobrevivir.

La historia sigue con un ritmo trepidante, acompañado de una excelente banda sonora y los planos que aprovechan el bello paisaje desértico hasta que de repente, no hemos ni terminado de conocer el personaje, ¡pum!, una piedra se le interpone en su camino y lo deja atrapado.

De nuevo el ingenio de Boyle como storyteller sale a flote y se traduce en un montaje dinámico, casi videoclipero (que a muchos les puede chocar) para mantenernos enganchados todo el tiempo sin dar tiempo a respirar, además de unos movimientos de cámara que a pesar de jugar en un espacio tan reducido, no dejan caer la historia, y así, en medio de ese ritmo caótico, valiéndose de flashbacks nos seguirá presentando el personaje: su vida, sus miedos, sus sueños, sus frustraciones, lo que finalmente es, lo que lo llena de valor para decir “¡Hey, no me puedo dejar morir aquí!” y acto seguido, en una secuencia impactante, tal vez en este caso creo que debió dejar un poco más a la imaginación y no haber sido tan gore, se corta su brazo valiéndose de una navaja desafilada.

Ojo, que no todo se lo dejamos al bueno de Boyle, también se tiene que aplaudir el trabajo de James Franco, pues se echa la responsabilidad de encarnar este personaje, llevarlo en un proceso de transformación tremendo y de sostener todo un metraje a sus hombros, no todo el ritmo narrativo tendría su fuerza sin las cualidades actorales de Franco.

No puedo decir que es un peliculón perfecto, hay cositas que chocan, que me incomodaron un poco, como lo que ya dije anteriormente, su tal vez excesivo morbo en la cortada del brazo, (esto es una opinión muy personal, tal vez soy muy sensible) y la publicidad de bebidas refrescantes, como Gatorade durante todo el metraje, que son descaradamente tirados en tu cara.

Aunque la disfruté mucho no me pareció nominable al Oscar a mejor película, y prefiero no entrar en discusión respecto al tema, ni tampoco la considero el mejor trabajo de Danny Boyle, he visto cosas mejores en su filmografía pero, eso sí, hay que ir a verla, y seguro que en pantalla gigante será un muy buen espectáculo visual.

Aunque no respondo por estómagos sensibles como el mío, pero tranquilos, que igual esa secuencia sólo dura tres minutos, se pueden tapar los ojos en ese corto lapso de tiempo, y pues vale la pena aguantar ese breve momento tan explícito, pues el final, dejará con un muy buen sabor de boca, porque es una verdadera historia de vida, de esperanza y de lucha.