South Terminal, de Rabah Ameur-Zaïmeche

La inviable neutralidad

Oswaldo Osorio

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Aunque este relato se desarrolla en un hipotético país islámico del Mediterráneo, su historia puede ser comprendida empáticamente por cualquier colombiano. Ese estado de guerra interna no convencional, donde muchas veces no se sabe dónde está el enemigo, ha sido una de las principales características del conflicto nacional, la cual ha padecido en especial la población civil y específicamente las comunidades campesinas.

Rabah Ameur-Zaïmeche es un cineasta franco-argelino que, en este su sexto largometraje, cuestiona este tipo de conflicto desde el personaje de un médico que vive en una ciudad portuaria. El doctor, como todos le dicen, es un hombre con una vida más bien opaca, tanto en su cotidianidad como en lo emocional. Al parecer su única virtud es la entrega rigurosa y desinteresada por su oficio. Y eso es justo lo que este director y guionista usa como pivote para desarrollar su historia.

Entonces la imagen general que propone esta película es la de un abnegado médico que se mueve en medio de un ambiente amenazante y hostil, zigzagueando entre bandos y siendo testigo, con sus ojos o con sus ensangrentadas manos que sacan balas de un lado y del otro, de un oscuro mundo donde impera un silencio de muerte y represión. Porque no se trata de una guerra ni de una violencia explícitas, sino de su omnipresente sombra y sus invisibles largos brazos, que selectivamente quitan la vida de uno aquí o secuestran y torturan a otro allá.

Se trata de un relato sin una trama definida, porque lo que le interesa es construir esa atmosfera malsana, como de aguas estancadas y descompuestas, infestadas de alimañas como falsos militares, combatientes del sistema y brutales fuerzas policiales de un totalitarismo, cuál de todos más violento y arbitrario. Es el estado de guerra y opresión en una versión kafkiana, donde un exterior de aparente normalidad, se presenta como una falsa fachada de escenografía que está sostenida por incompresibles fuerzas de abstrusos poderes y crueldad.

En medio de estas circunstancias, por más que alguien quiera mantenerse neutral, resulta inviable aun para la persona con el oficio más neutral entre todos. El doctor termina involucrado en el fuego cruzado y esto retará su condición como tal, así como su ética de salvaguardar la vida sin distinciones. Por eso, en un país en caos y sin estado de derecho, esa ética y la voluntad de cualquier persona son puestas a prueba. Y esa prueba ni se gana ni se pierde, simplemente toma su curso y se impone a las personas y circunstancias.

Paradójicamente, salvo por una escena de tortura que solo es presentada en un fuera de cuadro y aturdida por los gritos de la pobre víctima, se trata de un relato desenfadado, a veces contemplativo de rutinas y cotidianidades o frecuentemente a la luz del día. Pero tal vez es esa claridad y normalidad que transcurre en la imagen, contrastada con el ominoso entorno de amenaza, violencia y muerte, lo que le da mayor fuerza a esta película y una contundencia que nos recuerda que el mal casi nunca es visible a los ojos. Terminal Sud (2019), como es su título original, se estrenó en la plataforma MUBI.

Malick y la dualidad más dualidad: el amor

El-árbol-de-la-vida-The-Tree-of-Life

Por: Andrés Felipe Zuluaga

Llegar a los pies de una tierra de nostalgia y pararse como hacen las bestias civilizadas, o de la imposibilidad de no ver a la imagen-amor como única forma de la imagen-movimiento antropo-logocentrista. Bajo este supuesto creo que Terrence Malick, Henri Bergson y Erich Fromm podrían tomarse un lugar en el paraíso. Llegar a Malick, no llegar a Malick; la “imagen-Malick” es ser un ser en movimiento puro, móvil y compartido; a cierta crítica fílmica más filosófica le gustaría saber que quizá estemos siendo empujados hacia una teología fílmica, una verdadera, una dislocación liviana hacia la red de las experiencias intra-pantallla. Más de uno sabe ya que al tiempo solo es posible perseguirlo a través de la nostalgia –retropía- (conflicto entre las miserias utópicas que nos dirigen y las ucronías absurdas que nos suceden).

Recesivo de un cine descaradamente revolucionario, Hollywood de autor (los hijos bastardos del capitalismo serán la semilla de la gran auto-fagia -¿Por qué Godard es Baudrillard del cine?-). Terrence Malick es un cineasta y filósofo estadounidense que viene haciendo aparecer una imagen muy potente y misteriosa. Dramas existenciales en medio del amor, el amor como gran creador existencial. Historias con conflictos internos y supra-naturales; devenir Malick en la vida cotidiana se siente como dejarse poseer por la fuerza ancestral de ser con otro-otro, su cariz sagrado.

Siete u ocho parejas juegan a ser centros de indeterminación auto-testificada, su consecuencia de putrefacción era/es una razón evidente de ser-para-otro, mientras que el lúcido azar, sin-sentido estético de los orígenes de lo hablado sucede con normalidad sacra.  Desde El árbol de la vida (2011) hasta a Hidden life (2019): un monólogo tan denso, tan íntimo, de casi confesiones cercanas, ligeras, de una verdad tan simple, pero tan simple, que no hablarla sería la muerte. Claro, pero tener como condición mínima de posibilidad material al amor, ya es jugar a incorporizar (¿cómo sacarme el “árbol de la categoría” sin hablar demás?). Evidentemente para ese materialismo relativizado de los aún-no-muertos absurdizados, pasados extrañamente a lo colectivo, hasta padecer ese “entender mucho” una cosmogonía fílmica. Simplemente patético. Nadie diga “la imagen”, que en Miranda nunca pasó nada para los que sí supieron no-leer y entender a Buñuel, ¡Ay del que diga que Borges fue un hombre!

Una segunda lectura, menos intrincada quizá, que podría subsumir toda la obra de este experto en Heidegger, es la que Woody Allen plantea muy claramente con un personaje secundario de su Vicky Cristina Barcelona (2008): el gran poeta del siglo en elegía por el gran hecho: la inexistencia de una voluntad de amar. La indigencia, la pobreza, son un claro ejemplo de esa manifestación del espíritu, imágenes que se combinan con una sublimidad exótica.

Sumidos en el antropocentrismo cínico de un primer plano de nosotros mismos en la imagen-sueño, Voyage of time (2012) –su gran obra maestra-, representa en síntesis nuestra respetuosa parte de consciencia en contraposición con el gran impulso de inconsciencia absoluta a través de la materia que nos sucede y nos precede como manifestación actual de lo absoluto-simultáneo, y su consecuencia existencial más evidente, más lógica: el amor. Movimiento sideral perpetuo (“omni-simultaneidad” para los Hessianos). En la dictadura del movimiento aparente el falso Heráclito erigirá su templo. Esperemos que los cerebros post-fílmicos sepan hacer germinar el pequeño Bergson, hacer del movimiento en sí mismo una razón para poner a danzar acríticamente al absoluto-simultáneo actual del sin-sentido impostado con la sensación de pérdida constante.

Resulta evidente que los asuntos de los tridimensionales se resuelven con una certeza ciega en auto-determinarse constantemente como ser-para-otro. Dar, dar tan enigmática, tan acrítica y tan furiosamente que se justifique en paz el suicidio extendido de aún tener mirada.

 

Enola Holmes, de Harry Bradbeer

Sherlock para adolescentes empoderadas

Oswaldo Osorio

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Las historias cambian con los tiempos, de acuerdo con los vientos que corran en las ideologías y mentalidades de cada cultura. Aunque en el globalizado mundo de las noticias instantáneas, internet y Netflix, las corrientes de pensamiento, sobre todo en occidente, tienden a unificarse y recorrer ese mundo, con mayor o menor velocidad, defendiendo o combatiendo ideas y cambiando la manera de pensar de generaciones enteras.

Hace apenas cincuenta años asuntos relacionados con el racismo, el feminismo o la diversidad de género estaban excluidos de toda consideración. Así mismo, cuando aparece, hace ya más de un siglo, era impensable ver a Sherlock Holmes como un personaje arrogante y sexista. Pero a principios del siglo XXI, cuando se empieza a publicar la serie de libros de Las aventuras de Enola Holmes, escrita por Nancy Springer, y ahora con el estreno en Netflix de la adaptación de su primer volumen, esos vientos son diferentes, luego de medio siglo de liberación femenina y en pleno auge del empoderamiento de las mujeres.

La ficticia hermana del ficticio personaje (ella no existe en las novelas de Conan Doyle, aunque sí su hermano), es una joven entrenada por su propia madre con todas las habilidades del mismísimo Sherlock. Cuando su progenitora desaparece y sus hermanos llegan para internarla en una institución para señoritas, ella escapa y comienza a resolver su primer caso, encontrar a su madre y, de paso, otro más, encontrar a un joven marqués también desaparecido.

El relato está contado en clave de historia de misterio y aventuras… para adolescentes. Es decir, el punto de vista siempre es el de la joven Enola quien, incluso, rompe la cuarta pared para comentar su propia historia, pero no de la forma reflexiva o transgresora como suele verse en el cine, sino más bien juguetona e irónica, o sea, más Fleabag que Godard.

Igual ocurre con la trama, definida por situaciones en función de poner a prueba todas las habilidades y conocimientos de Enola, pero con un argumento y soluciones que se ajustan, un poco caprichosamente, para su lucimiento. Tanto es que esa trama se decanta más por el caso del marqués que por el de su madre, aunque tienen alguna relación. Esto tal vez porque es una historia más atractiva, por la conexión y el flirteo que se propicia entre los dos adolescentes, eso muy a pesar de que la trama de la madre tiene un tema de mayor peso y profundidad: la lucha -a sangre y fuego si es necesario- por los derechos de las mujeres en plena era victoriana. En ese sentido, es una lástima ver aquí a Helena Bonham Carter haciendo una caricatura de su papel en Las sufragistas (Sarah Gavron, 2015), dónde sí es posible ver la sangre, fuego y temple de esas mujeres.

La puesta en escena nos sumerge en esa época, pero con una estética más cercana a Disney que a Guy Ritchie, y sin duda seguimos atentos las aventura de Enola, a pesar de su ligereza y de ser un poco complaciente (con el personaje y con espectador), pero al fin de cuentas resulta entretenida y construida orgánicamente, no tanto para un crítico que prefiere películas adultas, sino para las nuevas generaciones que necesitan normalizar maneras de pensar, con productos de la cultura popular como este, para continuar con su camino hacia tiempos más libres e igualitarios.

Se7en, de David Fincher

¿Qué hay en la caja?

Por: Mario Fernando Castaño

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Hay ocasiones en que las injusticias, el desequilibrio social, los abusos de poder y en general las decisiones de otros que afectan a seres inocentes, nos llevan a pensar en que nos sentimos frustrados e impotentes al no poder hacer nada al respecto. Nos gustaría que existiera una especie de justicia divina que hiciera algo por nosotros, pero no es suficiente. ¿Es necesario entonces que alguien intervenga? ¿Que deje un mensaje contundente que logre al menos cambiar en algo las cosas? Pero ese mensaje nos lleva a mirarnos al espejo y concluir que nosotros somos cómplices, partícipes o fichas clave de todo este caos que está unido más a nuestra naturaleza humana, una especie que está ligada al pecado o a actos reprochables, si lo queremos llamar de otra manera que no se relacione con la religión, igual el resultado es el mismo, somos los villanos.

La literatura, los medios y hasta nuestro día a día nos han demostrado esta cruda realidad, y el cine no ha sido la excepción. El séptimo arte ha ido cambiando y adaptándose a la par con nuestra historia. Sus vampiros, hombres lobo, fantasmas, han mutado y se instalan en nuestra psique en la forma de un monstruo que habita dentro de cada uno de nosotros y solo algunas películas logran que nos percatemos de la existencia de ese otro que habita en los sitios más oscuros de nuestro ser.

Una de esas cintas es Se7en, que cumplió 25 años por estos días y es una oportunidad para no pasar por alto esta joya dirigida por David Fincher en 1995, quien ya estaba cansado y desilusionado de su carrera luego del fracaso de su último trabajo en Alien 3 (1992). Cuando leyó el guion, junto con el actor Brad Pitt, puso una condición a la productora New Line Cinema: respetar el final. Una sabia decisión, teniendo en cuenta que es uno de los mejores de la historia del cine y que logró que se desencadenara una fila de películas con esta temática y estilo que, sobra decir, no lograron el impacto que tuvo este filme.

Un detective de homicidios del Departamento de Policía de Nueva York, William R. Somerset (Morgan Freeman) pronto a su jubilación, junto con su recién e impaciente compañero el detective, David Mills (Brad Pitt), completan, a pesar de su complicada relación, uno de los mejores dúos que hayan pasado por la gran pantalla. Ellos investigan en medio de una ciudad siempre oscura, ruidosa, decadente y con la lluvia como telón de fondo un caso particular en el que existe una serie de asesinatos relacionados con los Pecados Capitales. El asesino, que sin entrar en detalles que arruinen la sorpresa, resulta ser alguien corriente al que llaman John Doe (Kevin Spacey), un NN que en su apariencia puede ser cualquiera de nosotros.

Su actuar tan elaborado para llevar a cabo su “trabajo”, así como él lo denomina, casi que llega convencernos, él es una persona metódica e inteligente, acusa a la humanidad en su banalidad, sus razones tienen tanta lógica y veracidad que llega incluso a incomodarnos, a sentirnos algo sucios frente a la verdad que nos expone.

La atmósfera decadente, oscura y opresiva, la manera en que se muestra el resultado de cada crimen relacionado con el pecado correspondiente es tan visceral y en momentos tan sugerente que no necesitamos verlo, ya hay demasiada información, el mensaje está muy claro.

El desenlace de la historia es inesperado, como la realidad, a veces es bueno, a veces es nefasto, a veces ni siquiera es un final. Un clímax a plano abierto que a diferencia de todos esos días de una lluvia constante que casi es otra atmósfera, es uno soleado, un ocaso en el que todo se sale de control, menos para el villano.

Se7en es un grito a la cara de la moralidad en su absoluta podredumbre, una obra maestra brutal plasmada sobre un lienzo lleno de trazos de áspera verdad, que si lo vemos a distancia descubriremos una pintura que representa una persona común y corriente, alguien más, sin nada en especial, una versión de nosotros mismos mirándonos fijamente con un gesto irónico y algo de sabiduría, es el rostro de un monstruo que nos observa desde una caja.

No queda más que estar de acuerdo con el detective Somerset al citar al escritor Ernest Hemingway: «El mundo es un buen lugar por el que vale la pena luchar» y él complementa: “Estoy de acuerdo con la segunda parte”.

Pienso en el final, de Chalie Kaufman

Avanzar y retroceder en el tiempo

Oswaldo Osorio

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El concepto de autor en el cine por lo general es conferido a los directores, pero eventualmente también a los guionistas, y Charlie Kaufman es tal vez quien mejor ostenta ese crédito en las últimas dos décadas. Ganó reconocimiento con ingeniosas historias como ¿Quieres ser John Malkovich? (1999), El ladrón de orquídeas (2002) y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004), luego dirigiendo las propias, Sinécdoque en Nueva York (2008), Anomalisa (2015) y ahora este estreno de Netflix.

Sus argumentos y relatos son un reto para el espectador perezoso, porque no lo lleva de la mano con la claridad de una historia y la fluidez de una narración, como ocurre en general con el cine de ficción, sino que le plantea atípicas situaciones y personajes que parecen ordinarios pero que realmente son construidos con gran complejidad. Suele hacer pedazos el principio de causalidad, que es la lógica con la que se crea y se debe entender la narrativa clásica. Igual ocurre con el conflicto, que siempre está, pero no con la simpleza de un mundano problema, y casi siempre es otro distinto al que parece.

En Pienso en el final (I’m Thinking of Ending Things, 2020) Jake y Lucy van de visita a la casa de los padres de este. Buena parte del metraje son los laberínticos diálogos, cargados de referencias y guiños, que se dan al interior del carro en el viaje de ida y regreso. Hablan sobre películas, escritores y poesía, sobre todo tipo de temas personales, familiares y sociales sin ninguna línea en común que le dé al espectador una idea clara acerca de lo que se trata esta historia, más bien lo pone a trabajar, a descifrar y aventurarse a distintas interpretaciones.

El amor, la muerte o la vejez podrían ser algunos de los grandes tópicos que pueden guiar una probable interpretación. Prefiero la idea de que se trata del tiempo, su percepción, efectos en la vida y su relatividad. “Nos gusta pensar que avanzamos en el tiempo. Pero es al revés”, dice alguien en la película. Jake habita la trama tanto joven como viejo, sus padres envejecen y rejuvenecen de una escena a otra; Lucy, en cambio, se antoja como estancada en un día. Parece que vemos la vida de esta familia, no sobre la linealidad de un típico relato, sino desde una simultaneidad temporal caleidoscópica, y eso nos da una perspectiva distinta de estos personajes y de su vida. El pasado, presente y el futuro convergen en una imagen o en un cruce de diálogos, el punto de vista y la narración se mueven líquidos entre esos tiempos.

Claro, también se podría hacer una lectura en clave de cine fantástico, donde un hombre tiene la capacidad de “secuestrar” en el tiempo a una mujer, que a la vez son muchas mujeres, que no saben que están presas en un bucle con un viejo que perciben como joven. O igualmente, una lectura desde la trama sicológica, en la que el protagonista se desdobla en masculino y femenino o en joven y en viejo. Habla consigo mismo y se responde, y sus padres están solo en el recuerdo, como un hombre que repasa su vida al final de sus días y hace testigo de esto al espectador, sin tener para con él la amabilidad de contarla en un orden lineal.

Cualquiera que sea la interpretación(es), el caso es que estamos ante una original y potente propuesta argumental y narrativa, que no se puede recibir más que como una experiencia estimulante y desafiante para espectadores sin pereza, una película que nos pasea por distintas sensaciones y registros: asombro, fastidio, humor, intelectualidad, intriga, nostalgia, desconcierto y un largo etcétera.

Angel-A, de Luc Besson

 ¿Si te doy mi vida, sabrías qué hacer con ella?

Por: Mario Fernando Castaño

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Cuando decimos a menudo que los gustos son subjetivos, en este caso hablando del séptimo arte es algo que aplica, sin duda, pero existen películas que confirman este concepto totalmente, ya que obedecen a las diferentes formas de asimilar las historias dentro de un público muy diverso y dependen, además, del momento en que estas se vean. Son películas que hay que decantarlas y, cuando esto pasa, se logra una experiencia maravillosa que lleva a que nos identifiquemos con sus historias y personajes, sin importar qué disparatada pueda ser la propuesta. Hay pocos directores que se arriesgan a buscar este tipo de sensaciones y un número aún más reducido las encuentran… esto también es subjetivo y más cuando un ángel caído tiene la misión de salvar nuestra vida.

Luc Besson, un director francés que ha llegado a entrar en el universo de acción del Blockbuster Hollywoodense con películas como, Nikita, El quinto elemento, Lucy o Anna, llega a ser muy versátil gracias a su cine natal y nos ha brindado otras como Azul profundo, León (el profesional) y la subvalorada y maravillosa Valerian y la ciudad de los mil planetas, relatando en todas sus historias la importancia de la naturaleza del ser y todo lo complejo que esto implica.

En esta cinta de 2005, Besson, influenciado por películas clásicas como Qué bello es vivir (1946), de Frank Capra, en donde un ángel gana sus alas al salvar una vida, cuenta la historia de André Moussah, un hombre de origen marroquí con ciudadanía norteamericana que intenta rehacer su vida en París utilizando sus mentiras, en medio de negocios oscuros y malas decisiones que lo llevan a optar por el suicidio lanzándose al río Sena. En medio de su drama conoce a Ángela, una mujer que literalmente cae del cielo y que aparentemente iba a tomar la misma decisión.

A partir de este momento los días de André dan un giro total, algo que él que no percibe en su momento y continúa siendo esa persona de baja autoestima, terca, insegura, impulsiva, ansiosa y hasta patética que siempre ha sido, un personaje que nos llega a exasperar, pero que en algunos momentos podemos ver en él nuestro propio reflejo. En medio de todo, Ángela le acompaña y de una manera muy singular sacude su cuerpo y alma para que cambie y asuma otra mirada al mundo que le rodea y el lugar que ocupa en él, esto como resultado lleva a que André caiga irremediablemente enamorado de esta estilizada, hermosa y altísima mujer que por cierto le lleva varios centímetros de diferencia.

Ella, con su personalidad desenfadada, superficial, práctica y sin apegos, esconde su propio drama y es el de no poder enamorarse al poseer el don o maldición de conocer el pasado y el futuro debido a su condición de ángel. André sin saberlo y ella sin quererlo queda cautivada por su inocencia y esa luz que ve en él hace que sienta un amor que ella se rehúsa aceptar.

Angel-a es una fábula urbana cautivante, sencilla, con una fotografía enmarcada en el blanco y negro de una París romántica y esplendorosa. En su historia aparentemente sencilla esconde sabiduría y belleza en medio de su comedia, violencia y drama. Es una propuesta reflexiva sobre el amor propio y las decisiones que tomamos y si estas vienen de un ángel materializado en una hermosa mujer recorriendo las hipnóticas calles de la ciudad luz, no hay por qué no prestar atención a sus sugerencias para hacer un alto en el camino y reflexionar sobre nuestros futuros pasos y actitudes con que asumimos nuestras vidas. En ocasiones la respuesta a nuestros problemas está en nosotros mismos.

Adiós al amigo, de Iván D. Gaona

Un viaje de vida y muerte

Oswaldo Osorio

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Aunque necesariamente las salas de cine volverán a abrir, las plataformas para ver películas y series llegaron para quedarse, pues la pandemia contribuyó a su afianzamiento. Ese es el plan de Cine MAMM Sala Virtual, otra alternativa para ver películas de calidad. El valor agregado en relación con tantas plataformas que ahora existen es la curaduría, esto es, en lugar del espectador enfrentarse a un confuso mar de opciones, aquí encuentra una cuidada y variada selección de títulos de películas independientes, cine colombiano, cine de autor, cine experimental, documentales, series y ciclos especializados.

Podría hacer aquí un largo inventario comentado de los buenos títulos que se encuentran en esta sala virtual del MAMM, pero quiero centrarme en una discreta joya que pasó casi desapercibida por la televisión pública y regional hace unos meses: la serie de seis capítulos Adiós al amigo, de uno de los mejores directores que actualmente tiene el país, el santandereano Iván D. Gaona, un autor con un universo y estilo propios (algo más bien escaso en Colombia) definidos por un puñado de encantadores cortos y el largometraje Pariente (2016).

Es 1902 y, en los estertores de la Guerra de los mil días, un soldado y un retratista (¡Que no un artista!) inician la búsqueda de dos hombres, al uno para darle la buena nueva de que es padre y al otro para matarlo. En esta premisa ya esta definido el espíritu del relato: un viaje en que se trenzan la amistad, la vida y la muerte, todo bajo la sombra de una guerra fratricida que constantemente es cuestionada por los personajes y por la película misma.

Porque a pesar de ser una serie, puede verse también como una película, no solo por la opción que ahora dan las plataformas de ver todos capítulos continuos (en este caso, los seis suman tres horas), sino porque, como ya es la tendencia mundial, las series, ya sea para televisión o para streaming (entre lo que cada vez hay menos diferencias), son concebidas y realizadas con el lenguaje y los valores de producción del cine.

Entonces puedo decir que me vi una película de tres horas de Iván D. Gaona sobre la Guerra de los mil días. Una película donde su sello empieza por los actores naturales con acento santandereano (también muy escaso en el cine colombiano) y contada en clave de western. Bueno, con ese género se promociona, pero se me ocurre que es más por efectos de publicidad y para tener una fácil identificación con el público, igual ocurrió con Pariente. Pero en realidad, lo que yo veo es unos relatos sobre campesinos, ya sea en el siglo XXI o a principios del XX, campesinos envueltos en violencias que no buscaron. Que con el western coincidan los caballos, las pistolas o ciertos paisajes, no es suficiente para considerarlo que pertenecen a él. Las de Gaona son historias de la provincia colombiana, de Güepsa, Santander, la mayoría de ellos, donde la idiosincrasia y el color local de esa región define la naturaleza y los conflictos de los personajes, no un género foráneo.

Por otro lado, esta serie es un alegato contra la guerra y en especial referida a este país, donde luego de dos siglos de guerras internas, su gente siempre parece terminar dividida en dos bandos, generalmente campesinos matando a otros campesinos, muy parecidos a ellos, pero con diferencias que les impusieron los que tienen el dinero y el poder.

Adiós al amigo es una obra fresca y envolvente por ese universo que sabe construir, el cual no se limita a ser un relato bélico y de época, sino que lo sabe cruzar con guiños de humor, poesía y misticismo. De fondo, puede identificarse una fábula pacifista hecha con honestidad y concebida sin miedo a algunas audacias en lo que quiere decir y cómo lo quiere decir. Es cine colombiano hecho para televisión (hasta hace poco esto era una contradicción), divertido, entretenido, con calidad cinematográfica y peso en sus ideas y referentes.

Cine en filminlatino

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Oswaldo Osorio

En estos tiempos pandémicos continuamos dependiendo de las plataformas para ver cine, y aunque es más limitado el de estreno, allí están esos canales de exhibición con una amplia oferta de buenas películas que merecen ser conocidas o revisitadas. Filminlatino.mx es un sitio que, aunque también tiene cine mundial, se especializa en filmes latinoamericanos y sobre todo mexicanos. Muchos títulos son de acceso libre. Aquí tienen algunos recomendados.

Trilogía de la Revolución mexicana (Fernando de Fuentes)

Este director y sus películas son los primeros grandes clásicos del cine mexicano. Su cine fue el preludio de la Edad de oro de esta cinematografía, en especial esta trilogía compuesta por El prisionero trece (1933), El compadre Mendoza (1933) y Vámonos con Pancho Villa (1936). La primera, es una crítica a la conducta arbitraria e impositiva de los militares; en la segunda, pone en evidencia a los terratenientes que aprovecharon para enriquecerse más en tiempos de guerra; y la tercera, una desmitificación del célebre revolucionario y un cuestionamiento de los reales alcances de la revolución misma. Tres filmes esenciales para entender este periodo histórico y con un gran nivel cinematográfico.

Profundo carmesí (Arturo Ripstein, 1996)

Quien puede considerarse históricamente como el más importante director mexicano, presenta con esta película una crónica sobre una pareja de asesinos de manera tan poética como descarnada. La poesía se da por cuenta de esa puesta en escena siempre salpicada por un intenso rojo y por la belleza de su fotografía, así como por su sensibilidad para encontrar esa belleza en las situaciones y los lugares más sórdidos. Lo descarnado está en el periplo criminal de una pareja que realmente existió y sus métodos y sangre fría para cometer los asesinatos. Es también una road movie que cuenta una apasionada y enfermiza historia de amor, donde el ingenio de los diálogos le hace contrapeso a su gran calidad visual y narrativa. Hay más de una docena de títulos de este director en esta plataforma.

Los insólitos peces gato (Claudia Sainte-Luce, 2013)

Esta es la historia de una mujer muy sola y de una familia con una madre desahuciada. Dicho así, parece un hondo melodrama o un cuento deprimente, pero de eso no hay nada, y tal vez sea esa la principal virtud de esta ópera prima mexicana, su capacidad para abordar unos temas adversos con un tono reflexivo y desenfadado, incluso no exento de humor. Con un relato al que no le interesa plantear un argumento definido, sino más bien concentrarse en la fuerza y naturalidad de la puesta en escena, la película va tejiendo la relación entre esta mujer y esa familia de forma sólida y emotiva. El resultado es una bella y entrañable fábula cotidiana sobre la soledad, el duelo y una concepción de la familia que no está determinada por los lazos de sangre.

Tesoros (María Novaro, 2017)

Una de las cineastas esenciales del cine mexicano, la directora de películas como Una isla rodeada de agua, Danzón o El pájaro de la felicidad, regresa después de muchos años de no filmar con una inusual propuesta en relación al cine al que nos tenía acostumbrados. Esta vez nos introduce al universo infantil y a un discreto discurso ecológico que en uno y otro caso celebra la alegría y la vida. Un grupo de niños sale en busca de un tesoro pirata y descubre para el espectador la mirada inocente y optimista hacia el mundo, su pasado y los seres vivos. Una muestra de cine lleno de sensibilidad para con la imagen y la puesta en escena.

El Color que Cayó del Cielo, de Richard Stanley

Matices de una locura cósmica

Por: Mario Fernando Castaño

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Esta película de 2019 está basada en un relato de 1927 escrito por H.P. Lovecfraft, su adaptación se sitúa en tiempos actuales, pero su color permanece indefinido, misterioso y casi indescriptible.

Escapando del caos urbano una familia se traslada a una casa rural en Arkham, Massachusetts, impulsados por la calma que necesita la madre de la familia para recuperarse de una delicada cirugía. Su nueva cotidianidad se ve alterada por la caída de un meteorito y a partir de allí el entorno comienza a tomar un color que no es definido (de hecho, en el relato original al no poder hacerlo le llaman simplemente “el color”), los animales se comportan y se ven diferentes y tarde o temprano afecta a los integrantes de la familia, de ahí en adelante todo es una espiral hacia la locura.

Su director, Richard Stanley, no había estado involucrado de lleno en una producción cinematográfica desde el año 1996, con La Isla del Dr. Moureau, y ya desde hace tiempo venía con la idea de hacer una adaptación de este relato, un reto muy ambicioso por cierto, ya que varias cintas han intentado dar forma a los escritos de Lovecraft, algunas han logrado arañar la superficie, como En la boca del miedo (1994), The Endless (2018), Event Horizon (1997) o El faro (2019); mientras que otras lo hicieron con nombre propio, como es el caso de Re-Animator (1985). Y es que la idea de contar en imágenes este universo lovecraftiano solo pocos lo han logrado y una de las razones es porque se intenta describir lo indescriptible buscando enfocar la raíz del miedo hacia lo desconocido.

Curiosamente esta producción realizada por SpectreVision, que ya tiene películas que se atreven a dar un giro dentro del género del horror, como son Mandy (2018) o Daniel Isn’t Real (2019). No necesitó de un gran presupuesto y, aunque su CGI (efectos visuales) no es el mejor, la materialización del extraño ambiente, su fotografía, la forma en que el bosque va tomando una oscura presencia, la música con esos sintetizadores ochenteros casi etéreos y, sobre todo, sus efectos prácticos al hacer su aparición las criaturas propias de este subgénero del terror que evocan películas como The Thing (1982) de John Carpenter, nos llevan a aceptar una realidad alterna que solo pertenece a los sueños y pesadillas del padre del terror cósmico.

Uno de los grandes aciertos es el haber unido al equipo de actores a Nicolas Cage, acá él se encuentra en su ambiente y se da gusto al desatar su locura como en la ya citada Mandy o Mom and Dad (2018), pero esta vez de una manera más dosificada, mostrando en principio a un padre abnegado que poco a poco se transforma, literalmente, en un ser desconocido.

Pero lo que definitivamente llama la atención de esta obra, es cómo el conjunto de todos estos elementos se armonizan para definir en imágenes la esencia del mensaje que siempre quiso dejar Lovecraft en sus páginas, y es el de dar a entender a los seres humanos que somos demasiado egocéntricos y creemos tener el poder total de todo lo que nos rodea, incluso de nosotros mismos, aunque en realidad no somos relevantes para nadie, ni para ningún motivo o propósito, somos simplemente una brizna en este vasto universo vagando sin rumbo  a través del cosmos en un pedazo de roca llamado Tierra, un todo habitado por seres que no pertenecen al tiempo por haber estado siempre, somos un sueño que está sepultado en medio de otros sueños olvidados por dioses, convirtiendo nuestras vidas en simples azares de un destino sin sentido o finalidad y que al no tener la capacidad de entenderlo caemos inmersos en una locura que nos devora a sí mismos reduciendo todo hasta la esencia de nuestro ser…simples átomos de colores indefinidos.

Mujeres en la acción

O intrusas en un cine de hombres 

Oswaldo Osorio

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El cine de acción es el último gran género de la industria de cine. En principio, la acción (peleas, tiroteos, explosiones, persecuciones…) era apenas un recurso para otros géneros cinematográficos, como el de aventuras, la ciencia ficción, el thriller o el western. Desde mediados de los años ochenta, con el inicio de las sagas de Terminator (1984), Rambo (1985) y Duro de matar (1988), se establece el esquema que en adelante repetirían las demás cintas, donde la principal característica es que la acción es un fin y no un medio.

Como históricamente ha ocurrido en el cine, el de acción ha sido dominado por los hombres, y no solo porque lo han hecho y protagonizado, sino también porque la construcción del relato y los personajes es casi siempre desde su punto de vista. El rol de la mujer (no solo en este tipo de películas sino en el cine en general) siempre fue el de damisela en apuros, objeto del deseo o, cuando más, mujer fatal o apoyo del héroe. Aunque es cierto que podían estar al frente en películas de otros géneros que involucraban la acción, como Pam Grier en el cine blaxploitation, Sigourney Weaver en la ciencia ficción, Cynthia Rothrock en las artes marciales o Katheen Turner en el de aventuras.

Podría pensarse que eso ha cambiado en las últimas dos décadas, y en especial en años recientes con las sagas de súper héroes, pero antes de sacar alegres cuentas reivindicadoras o de triunfo del empoderamiento femenino, hay que decir que el cambio se limita a una participación limitada, donde sigue siendo proporcionalmente más bajo el número de películas de acción protagonizadas por mujeres. Incluso es una proporción que puede medirse con una saga como la de Rápido y furioso (2001 – 2019), que tiene cada vez más mujeres, pero están en menor número que los hombres y con menos participación en la trama que sus colegas.

Es probable decir que el cambio se empieza a dar a mediados de los noventa con una Gena Davies protagonizando La pirata (1995) y El beso de las buenas noches (1996); y luego, unos años después, con Mila Jovovich y Kate Beckinsale dándole vida a las heroínas de las sagas Resident Evil (2002 – 2017) e Inframundo (2003 – 2016), respectivamente. También se destacan Angelina Jolie, Michelle Yeoh y Zoe Saldaña por protagonizar distintos títulos desde entonces. Aunque la gran pregunta en esta inclusión de ellas en el género es si son verdaderas heroínas en películas de acción, o simplemente mujeres desempeñando el rol de los hombres dentro de los esquemas del género. En general, parece no haber diferencia en términos de habilidades, grado de violencia o personalidad, y eventualmente se aprovecha la explotación de aspectos que se relacionan con su condición femenina, como el sentido maternal o su poder de seducción, pero suelen tomarse, justamente, desde los estereotipos y prejuicios de la visión masculina, el primero como una debilidad y el segundo como objetualización de la mujer.

La excusa para hablar de este tema es el estreno en Netflix de La vieja guardia, filme protagonizado por Charlize Theron, quien parece haber hecho un viaje a la inversa en relación con el género, pues (salvo por Aeon Flux, 2005) es en sus años de madurez cuando se ha convertido en actriz de acción, luego de su Furiosa interpretación en Mad Max: Furia en el camino (2015). Se trata de una película que puede despertar cierto interés por la combinación entre historia de inmortales con cine de mercenarios. Aun así, tiene las mismas limitaciones del género, esto es, que asuntos esenciales como la originalidad de la trama, la solidez del relato o la construcción de personajes, están siempre supeditados a la ostentación y primacía de la acción, no importa si el protagonista es hombre o mujer.

Publicado el 3 de agosto de 2020 en el periódico El Colombiano de Medellín.