Conversaciones con mi jardinero, de Jean Becker

Delpincel y Deljardín

El mismo título anuncia que esta película es una larga conversación. Pero no por eso se trata de una tediosa historia cargada de conceptos y argumentaciones, todo lo contrario, estamos ante un relato tan sencillo y cautivador como revelador y pertinente en estos tiempos en que el automatismo y materialismo de la vida moderna borra cada vez más el viejo dibujo del humanismo.

Un pintor y un jardinero se encuentran casi al final de sus vidas. Aunque se conocieron en la infancia, por los diferentes rumbos que tomaron se convirtieron en hombres muy distintos. El contraste entre el egoísta pintor de ciudad y el desprevenido jardinero de provincia es el motor de toda la historia. Sus conversaciones son la “acción” y sus serenas confrontaciones una reflexiva mirada a esos dos universos opuestos.

Por una parte, se trata de una historia sobre la amistad que estos hombres empiezan a construir, pero por otra, es también un balance, expuesto con claridad y con cierto tono aleccionador al espectador, sobre las consecuencias que cada una de esas vidas tuvo. Incluso en esto resulta un poco esquemática la diferencia entre el jardinero feliz y satisfecho y el pintor lleno de frustraciones existenciales.

Aunque por descansar casi toda la fuerza del filme en los diálogos y con una trama casi inexistente, pueda parecer una película pesada y pretenciosa, la sensación final que queda al verla es todo lo contrario: una cinta divertida y encantadora, con un par de personajes por los que, a pesar de sus grandes diferencias, sentimos mucha simpatía. Por todo esto, estamos ante un filme entrañable y sutil que nos deja pensando en muchas cosas de la vida, de nuestras vidas.

I.M.

Los vigilantes, de Zack Snyder

Un cómic para adultos

Las adaptaciones de cómics están de moda. El éxito de los Batman de Tim Burton a principios de los noventa es una razón, pero la principal es la explosión de la imagen digital en el cine, la cual permite crear esos universos y sus poderosos personajes de los cómics como nunca antes había sido posible.

Entre todas esas adaptaciones hay de todo, desde bazofias como Los cuatro fantásticos, populares superproducciones como X-Men y El Hombre Araña, hasta complejas y adultas cintas como Los vigilantes (Watchmen), un exitoso cómic que no se limita, como la mayoría, a contar una historia de acción y aventuras protagonizadas por héroes unidimensionales.

Desde su planteamiento ya se evidencia la inusual propuesta de este cómic de Alan Moore y Dave Gibbons: súper héroes humanos, un tiempo alternativo (mediados de los ochenta con Nixon de presidente y la inminente amenaza atómica) y una visión del mundo oscura y caótica, donde estos súper héroes también se muestran atribulados, amorales y hasta decadentes.

Con ese material el director Zack Snyder, que hace poco ya nos había sorprendido con la adaptación de otro gran cómic (300), crea una historia compleja y opresiva, en la que no hace concesiones al género, por lo que no le teme a dedicarle más tiempo a la construcción de personajes y sus relaciones con ese nefasto universo, antes que abandonarse al efectismo de las secuencias de acción y las confrontaciones.

La película está cargada de referentes de la cultura popular y de la historia norteamericana. Si bien las películas futuristas son las que siempre comentan y critican el estado de cosas actual, este recurso de crear un tiempo paralelo resulta también muy revelador: ¿Cómo sería la historia con Nixón (aquí con su larga nariz de Pinocho) mangoneando el mundo? ¿Qué pasaría si la guerra nuclear fuera una posibilidad cercana?

Por último, en su aspecto visual, como es natural dado su origen, esta película resulta realmente atractiva y se constituye en un valor por sí solo. La ambientación, las atmósferas creadas, los encuadres heredados de la estética del cómic, todo está en ella concebido para ser un espectáculo visual y plástico. Es una película que por momentos se atasca en su farragoso guión, pero en definitiva se trata de un filme verdaderamente estimulante, a todos los niveles. 

I.M.

Balance 49 Festival de Cine de Cartagena

¿El fin del escepticismo?

Por: Oswaldo Osorio

La relación entre la cinefilia del país y el Festival de Cine de Cartagena siempre ha sido contradictoria, pues de un lado, los amantes y comprometidos con el cine procuran nunca faltar a la cita anual, pero por otro, mantienen un malestar por los vicios e irregularidades de la organización. De ahí que, por lo general, ha primado el escepticismo para referirse a este evento, aun sin llegar nunca a negar su importancia, tanto por su gran tradición como por el hecho de ser la fiesta del cine nacional más concurrida y rica en actividades y personajes.

Desde hace algunos años se han visto paulatinos cambios, como el aumento de muestras paralelas, el robustecimiento de las actividades académicas y la creación de espacios para el encuentro y desarrollo de distintos sectores del audiovisual.

Durante esta nueva versión tales cambios están más consolidados y la “utilidad” del festival ya no sólo se limita a su habitual función de vitrina del cine iberoamericano y de gran salón social frecuentado por el gremio y la farándula (lo más lamentable de todo el festival es la gran diferencia que hay entre la motivada multitud de las fiestas en las noches y el lánguido público de las ruedas de prensa en las mañanas).

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¿Quiere ser millonario? de Danny Boyle

El triunfo del amor

Por: Oswaldo Osorio

Esta es una historia de amor pasada por mierda, abusos y violencia. Pero aún así una historia de amor bella, divertida y hasta con un cierto matiz fabulesco. Y es este contraste entre los temas primeros y los adjetivos mencionados luego, lo que la hizo una película “oscarizable”, con todo lo que esto significa: que será muy popular, que no se le pueden negar unas virtudes cinematográficas y que, más pocas que muchas, hace concesiones que le asegurarán el beneplácito del gran público.

¿Quiere ser millonario? definitivamente es una película de Danny Boyle, el director que nos emocionó con Tumbas a ras de tierra y nos entusiasmó con Trainspotting; el director que, aún en Hollywood, siguió siendo interesante con La playa  y Una vida sin reglas; y el director que, incluso recurriendo a los más trillados esquemas del cine de género, supo hacer la diferencia con cintas como 28 días después y Sunshine. Y lo que tienen en común todas estas películas es la vitalidad y refrescante ímpetu con que están contadas, así como un tratamiento provocador, cuando no inquietante, de los temas que aborda, incluso una siempre estimulante concepción de sus imágenes.

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49 Festival de Cine de Cartagena

La fiesta del cine con más tradición

 

A partir de hoy y hasta el 7 de marzo se realizará una nueva versión del Festival de Cine de Cartagena. Este es el primer en año que el más antiguo festival de Latinoamérica se hace sin su fundador. La figura de Víctor Nieto estuvo presente desde 1960 y le tocó sortear los buenos y malos tiempos de este importante evento. Aunque en esta época hacer festivales de cine parece el nuevo deporte nacional, sólo algunos pocos tienen la capacidad económica, de convocatoria y organizativa para ser considerados importantes y necesarios.

Cartagena tiene con qué hacer su festival y también se ha constituido, desde hace décadas, en el principal punto de encuentro de la cinefilia y los realizadores del país. En lo que ha sido muy irregular es en su organización. Los habituales a este evento siempre se quejan de cosas como los cambios en la programación, la tardanza de las piezas informativas o, incluso, la deficiente curaduría de las películas.

Sin embargo, puede decirse que en los últimos años se ha venido operando cambios en beneficio del buen prestigio del festival. Y este año parece que hay todavía unos cambios más sustanciales. Uno de ellos es la designación como Jefe de Programación del crítico Orlando Mora, quien desde hace mucho es asiduo visitante a los mejores festivales del mundo y seguro su presencia garantizará una mejor curaduría de las muestras.

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Operación Valquiria, de Brian Singer

Maten al León

Siempre resulta refrescante, luego de tantas y tantas películas sobre nazis, ver una cinta desde el punto de vista de los alemanes. Aunque ése sólo hecho no es suficiente si no tiene un tratamiento que resulte igual de novedoso y hasta revelador. Y lo digo por ese panfleto sentimental y predecible que se vio hace poco titulado El niño con el pijama de rayas, la única película en el mundo de la que ya se sabe todo luego de ver el afiche.

Con Operación Valquiria sí se puede apreciar esa otra visión de la guerra, aunque tampoco se trata de nada trascendental, pues su premisa es simple: no todos los alemanes eran como los nazis. Muchos de ellos realmente creían estar luchando por su país, eso hasta que se dieron cuenta de las verdaderas intenciones del loco al mando.

La película, entonces, se concentra en construir la trama que da cuenta de los planes para asesinar a Hitler, una trama que tiene como principal virtud la capacidad de interesar al espectador en un proceso del que, inevitablemente, se conoce su fallido desenlace (salvo tal vez una estudiante de comunicación social de la UPB, quien apenas este semestre se enteró de que los alemanes habían perdido la guerra).

Esa trama sólidamente construida y narrada con un ritmo que sostiene siempre la atención del espectador, se va nutriendo, a medida que avanza la historia, con una tensión creciente que está administrada con la precisión que saben en Hollywood.

Porque en últimas, es una película de Hollywood, con todo lo que esto representa: hacer más visible a la estrella protagónica (Tom Cruise) que la construcción de personaje, planificadas dosis de acción y efectos visuales y un punto de vista que se limita a lo justo, dar el mensaje, sin complicarse mucho con otras cuestiones que esta historia bien podría dar para desarrollar.

En definitiva, es cine entretenido y bien contado. Incluso algo de historia se puede aprender (ojalá la niña de la UPB la vea). Una cinta para darle otra mirada a la segunda guerra, aunque de ninguna manera inolvidable.

I.M. 

Historia no autorizada del Oscar

Por: Oswaldo Osorio

Cuando a Chaplin, durante la oscura época de la cacería de brujas del macartismo, no le permitieron volver a entrar a Estados Unidos, dijo que no regresaría a aquel país ni aunque Jesucristo fuera el presidente. Veinte años después, la antítesis de Cristo, Richard Nixon, era el presidente, y Chaplin volvió para recibir el único Oscar de su carrera, el Oscar por toda una vida, un oneroso y solapado premio con el que la Academia limpia su conciencia y trata de reparar esos imperdonables olvidos que son la más irrebatible prueba histórica de su dudosa autoridad para calificar el cine.

En la historia oficial de los premios Oscar tampoco figuran las obras y nombres de Orson Welles, Stanley Kubrick o Alfred Hitchcock, por sólo mencionar tres de los más importantes e influyentes talentos del séptimo arte que trabajaron en Hollywood. Y, entre muchos otros, ni a Greta Garbo, Cary Grant, Marlene Dietrich o Richard Burton les otorgaron nunca una estatuilla, en cambio, al ratón Mickey sí.

Y es que esa masa maleable y heterogénea de personas que componen la Academia de Ciencias y Artes cinematográficas (directores, actores, productores, técnicos y gente de cine con cierta trayectoria o, al menos, una nominación) no necesariamente premia año tras año la calidad, sino que en la decisión intervienen otros factores que no siempre tienen que ver con el cine, y cuando tienen que ver con él, la más de las veces no son los más acertados.

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Los falsificadores, de Stefan Ruzowitzky

La variante “feliz” de otra cinta de nazis

Según Hollywood, y excluyendo las películas de su país, esta producción alemana es el mejor filme que se hizo en todo el mundo en 2007. A pesar de lo absurdamente categórico que esto sea, no se puede negar que muchos de los títulos que han ganado el Oscar a la mejor película extranjera realmente son muy buenas cintas, cuando no obras maestras (La vida de los otros, En tierra de nadie, Todo sobre mi madre, La bella época, Cinema Paraíso, El tambor de hojalata y muchas más), pero Los falsificadores ni de lejos hace parte de ese grupo.

De entrada es una película que le mata toda expectativa al público porque le cuenta el final, esto es, que su protagonista sobrevive al holocausto y termina milloneado. Es decir, desde el principio se descarta el poco interés que uno podría tener en otra historia de campos de concentración nazis, que no es otro que la suerte de su protagonista, un habilidoso falsificador.

Por lo demás, se trata de la misma película que año tras año con distintos títulos hemos visto desde hace mucho tiempo. Incluso lo que diferencia a ésta de las demás, es justamente lo que le quita toda posibilidad de que la cinta llegue a tocar al espectador de alguna forma. Y esa diferencia es que estos judíos, en comparación con los demás, llevan una confortable vida en su barraca especial. Los nazis los consienten porque son vitales para su proyecto económico y de guerra.

En otras palabras, se trata de una de esas películas que se reducen a la anécdota (los judíos que falsificaban libras y dólares para los nazis), pero que nada nuevo, ni dramática ni emocionante, propone. El personaje central, el falsificador con su ética flexible en beneficio de su propio bienestar, es lo único que por momentos alcanza a ser interesante, pero no es suficiente, quedando sólo un filme igual a todos los de su tipo que partió de una curiosa anécdota de la historia.

I.M.

¿Qué sabés de Oscar?

Creo que es un programa de Telemedellín…

– …pero sé pocas cosas. La primera, es que no puedo saber mucho si no se han estrenado la mayoría de las películas en la ciudad. Lo demás es hablar de farándula, especular sin conocimiento de causa o, en el mejor de los casos, ver las películas en copias piratas que no permitan apreciarlas en toda su dimensión.

 – Sé que la arbitrariedad de las nominaciones y premios es enorme, tanto como la diferencia que hay entre TODO el cine que se hace y las POCAS películas que participan en ese fatuo evento.

– Sé que a Charles Chaplin nunca le dieron un Oscar por ninguna de las obras maestras que realizó.

– Sé que, en contrapartida, nominaron a Catalina Sandino por una interpretación plana y mediocre, porque confundieron -siempre lo hacen- el tinte sensacionalista del personaje (una mula colombiana) con la supuesta fuerza de la actuación.

– Sé que saber de cine y formar al televidente no tiene nada qué ver con sólo dar datos sobre las películas de tal director o actor, y tampoco con limitarse a opinar –sin argumentarlo- que un filme es muy “bacano” o un bodrio.

– Sé que a esta ciudad lo que más le hace falta es formación de públicos, y que si una entidad lo puede hacer, sin tener que promocionar cintas que no lo necesitan –la mayoría ni lo merecen- y caer en la misma trampa de los canales comerciales de decir lo que dicen todos, esa entidad debe ser un canal sostenido con dineros públicos y de vocación educativa y cultural.

– Sé que Telemedellín también tiene buenos programas.

I.M.

El sustituto, de Clint Eastwood

Un clásico agotado

Por: Oswaldo Osorio

Cada vez es más difícil encontrar, especialmente en la industria de Hollywood, una conexión entre el cine actual y el cine clásico. Esa conexión sólo se da esporádicamente con alguna película o con directores en vía de extinción, como Clint Eastwood por ejemplo.

Este filme, como muchos otros de su última etapa, es una lección de cómo se hacía el cine cuando se consolidó como arte: un cine concebido con una eficacia y con una sobriedad en el manejo del lenguaje cinematográfico pero, al mismo tiempo, una suerte de grandiosidad en las emociones implicadas en sus historias.

Conseguir esto es mucho más difícil que hacer la pose de un cine moderno, con la cámara siempre en movimiento o encuadres insólitos y estructuras narrativas rebuscadas. En esta película casi todo está concebido con esa solidez y eficacia, en especial la atmósfera que consigue con la recreación de época y la, en principio, angustiante historia. Así mismo, la narración está propuesta de forma clara, sin efectismos y con una cadencia que va aumentando la tensión y el drama con la mesura propia de quien sabe contar una historia. 

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