La cruda verdad, de Robert Luketic

El amor definido por los hombres

Por: Iñigo Montoya

Todas las comedias románticas están hechas de lo mismo, eso es bien sabido. De no ser así, no pertenecerían a ese género. Y lo mismo es: el encuentro de una pareja, la guerra de los sexos, el humor y el final feliz. En unas funciona y en otras no tanto. En el caso de esta nueva cinta en general la fórmula es bien aplicada y el espectador puede pasar un rato divertido con una historia inteligente y con chispa.

La propuesta de este filme, con lo que quiere marcar la diferencia con las demás comedias románticas, tiene que ver sobre todo con la forma directa y hasta cínica en que dice “lo que los hombres quieren”. Es ese cinismo el que no permite que esas verdades violenten a la audiencia femenina –que es el principal público de este género-, porque lo que se ponen de manifiesto es para que de verdad las mujeres no le quieran volver a hablar a los hombres.

Sin embargo, por más que los hombres en principio tengan claro lo primero que miran, lo que más les gusta y lo  que siempre buscan en una mujer, finalmente pueden terminar vulnerados por esas variables del amor que pertenecen al reino de lo inexplicable. Es por eso que, aunque inicialmente parece que los hombres “tienen el poder”, este filme, a su manera, deja claro que todo poder tiene su talón de Aquiles.

En medio de toda esta premisa con su desarrollo, hay una serie de situaciones divertidas y diálogos ingeniosos que hacen de ésta una cinta un buen exponente del género. Una película que sabe sostener al espectador con sus dos principales armas: el humor y lo que pueda decir acerca de las relaciones entre ellos y ellas, un tema en el que nunca nadie, ni hombre ni mujer, tendrá la última palabra.

G.I. Joe, de Stephen Sommers

La acción por la acción sin emoción

Por: Iñigo Montoya

Este personaje es el equivalente militar y para niños de la Barbie. Se han hecho de él películas, comics, video juegos, dibujos animados y, por supuesto, las figuras de juguete que se han vendido por millones. Es decir, se trata de una franquicia muy propicia para el cine actual, tan dado a echar mano de cualquier cosa que se pueda vender potenciada por la explosión de la imagen digital.

El resultado es una burda y predecible historia de patriotismo y heroísmo del imperio gringo y hollywoodense que poco puede entusiasmar al espectador exigente. Y es que se trata simplemente de la puesta en juego de todos los recursos técnicos y esquemas del cine de acción y de superhéroes, recopilados sin mucha originalidad en una cinta poblada de héroes sin carisma.

Ya la construcción de realidades fantásticas y el despliegue de efectos especiales no puede ser razón suficiente para considerar la calidad y espectacularidad incluso del cine de acción. Ésas son ya condiciones que deben tener todas las películas de ese tipo. Por eso es necesario que, adicionalmente, haya algo de seso y originalidad en la construcción de la historia y en la combinación de los elementos que componen el conocido esquema.

Las horas del verano, de Olivier Assayas

Memoria, pasado y muebles viejos

Por: Oswaldo Osorio

En Colombia difícilmente se podría hacer una película como ésta. No en nuestros tiempos. En un país donde la conflictiva realidad y la supervivencia material son los imperativos de la vida diaria, contar una historia sobre las preocupaciones de una familia por el futuro de sus muebles, cuadros y utensilios sería absurdo y hasta inmoral. El peso de la civilización de un país como Francia es el que fundamenta un relato y un tema tan particulares. Son siglos acumulados de conocimiento y de historia. Incluso siglos sin las preocupaciones de guerras intensivas.

Con ciertos asuntos capitales ya resueltos, empezando por la supervivencia, los franceses han tenido tiempo de ocuparse de otras cosas, como el ocio y el ornato, por ejemplo. Por eso una silla, además de servir para sentarse, también puede tener un estilo, una belleza que supera incluso su valor de uso.

Adicionalmente, mucha gente tiene el tiempo y la disposición para admirarla, así como la comodidad material para pagarla. Llevan siglos acumulando sillas y placeres, pura plusvalía hedonista. No se puede generalizar tampoco, pero lo cierto es que la familia de este filme sí se ajusta a esta descripción.

La historia de esta cinta es un sereno y cotidiano relato sobre esta familia que debe tomar una decisión definitiva acerca de una colección de objetos, que aunque muy valiosos, tanto como para ser piezas de museo, fueron los que amoblaron toda la vida su casa. Por eso no sólo es una película sobre muebles viejos, sino también sobre lo que significan, sobre la carga emocional que representan.

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¿Qué pasó ayer?, de Todd Phillips

Ni tan tonta esta tonta comedia

Por: Iñigo Montoya

Algunas comedias tontas llegan a sorprender. Hace unos años Ashton Kutcher protagonizó una titulada ¿Dónde está mi carro?, una cinta que más tonta no podía ser, sin embargo, tenía algo de excedidamente absurda y descerebrada que alcanzaba a ser divertida en más momentos de los que uno quisiera aceptar.

Con este título (aunque el original es The Hangover), esta nueva película prefiguraba algo parecido. De hecho, se trata del mismo planteamiento argumental: luego de una noche desbocada de celebración, los protagonistas siguen las pistas, de lo que parece haber sido una catastrófica noche de la que no recuerdan nada, para recuperar algo perdido. En la de Kutcher era su carro y en ésta uno de los amigos, justo el que se casará en unas horas.

Todo empieza de forma natural, un chistecito flojo allí, otro de mal gusto allá. Hasta que aparece un tigre en el baño y luego un bebé en una alacena, el mismo que, minutos más tarde, parece masturbarse en el comedor del hotel cuando uno de los hombres que lo encontraron agita su manito obligándolo a hacer el ademán. Para este momento sabemos que si bien es una comedia tonta, no tiene impedimentos para con la censura y lo políticamente correcto. Es audaz, irreverente y no le importa traspasar líneas que el cine de Hollywood tiene como tabú.

Un par de escenas más adelante aparece la constatación de que no se trata de una película ordinaria. Pues allí, en toda su rubiedad, está Heather Graham, una actriz que ha demostrado ser inteligente en la selección de sus proyectos, la misma que aceptó desnudarse en una película llena de desconocidos sobre la industria del porno, pero que luego resultó ser la portentosa Boggie Noghts, de Paul Thomas Anderson. Y si esta actriz está aquí, la película no puede ser tan tonta.

Después se nos viene Mike Tyson parodiándose a sí mismo, y luego lo que siempre hay en La Vegas: mafia, prostitución, matrimonios precipitados, streap-tease, drogras, alcohol, violencia, problemas con la ley, y ese largo etcétera que todos los gringos dicen que no debe salir de la ciudad del pecado, la ciudad cuya oficina de turismo se inventó el slogan perfecto: Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas. Un principio universal que la doble moral y las reprimidas vidas de muchos de los norteamericanos han sabido cumplir.

Divertida, sin duda. Irreverente y políticamente incorrecta, que es lo más interesante y original. Una fábula moderna de la decadencia moral y cultural del imperio, pero también una salvaje arremetida contra el sistema y la vida alienada. Cine que tiene mucho de inteligente y no le teme a disfrazarse de tonto. Nada del otro mundo, pero tampoco poca cosa.

Sangriento San Valentín, de Patrick Lussier

Dos interesantes variantes del nuevo 3D

Por: Iñigo Montoya

Ésta es otra película más de asesinos en serie que matan uno a uno a adolescentes tontos o mujeres indefensas. Un gastado esquema que hemos vistos desde las sagas de Martes 13, Pesadilla sin fin y Halloween. Y para ajustar, no tiene nada de novedoso ni algún cambio significativo en su construcción, como para que siquiera los fanáticos de este tipo de cine la disfruten.

Sin embargo, la variante la tiene es por vía de la tecnología, pues se trata de una película en 3D, no la animación que sólo simula volumen, sino aquella que simula además profundidad. Ya en el último año se había visto este sistema con películas como Bolt, Coraline o La edad del hielo 3, pero se trataba de películas animadas a las que muy poco les interesaba explotar las posibilidades de efectismo con su público (seguramente porque más de un niño rompería en llanto cuando algo se saliera violentamente de la pantalla contra su blanda carita).

Esta película, en cambio, es para adultos y enmarcada en el género de horror, es decir, así como ocurrió en los años ochenta cuando hubo un nuevo apogeo de esta tecnología (cuyo uso comercial data de los años cincuenta), en esta cinta se aprovechan todas las posibilidades para causar un efecto adicional en el espectador, especialmente diseñando escenas y acciones para lanzarle objetos, entre más amenazantes o peligrosos mejor. Este efecto, sumado a los recursos propios del cine de horror, busca crear en el espectador una experiencia más intensa en la sala de cine.

Por otra parte, existe una gran diferencia entre ver películas en 3D animadas a verlas con espacios y personajes reales. Las animadas muchas veces se asemejan a un libro pop-up, de esos que se abren y se levantan los dibujos troquelados. Con imágenes reales captadas por una cámara –y no generadas por un computador- la sensación es completamente distinta. En realidad sí se trata de una nueva experiencia visual que se convierte por sí sola en la razón para ver esta película.

Seguramente llegarán más cintas con esta tecnología y lo más probable es que sean menos descerebradas (ya James Cameron está anunciando la cinta que romperá con todo lo conocido en esta área), pero de todas formas esta peliculilla de horror es pionera y la primera oportunidad que tenemos para tener una novedosa experiencia en el cine, ese arte y espectáculo que está siendo olvidado por muchos y que la industria quiere inyectarle algo de vida con la tecnología 3D.

Enemigos públicos, de Michael Mann

Cuando los villanos de confunden con héroes

Por: Oswaldo Osorio

De acuerdo con Las Uvas de la Ira (Steinbeck/Ford), los verdaderos enemigos públicos en los años treinta en Estados Unidos eran los bancos. Las crisis económicas, empezando por la Gran Depresión (la más cinematográfica de todas), siempre afectan especialmente a las clases bajas y medias, porque generalmente los bancos y corporaciones sacan provecho con su poder económico o, en el peor de los casos, se declaran en bancarrota y quedan libres de deudas.

Esta situación no sólo crea un gran resentimiento popular, como se puede ver en el libro de Steinbeck y la película de Ford, sino que propicia la proliferación de la delincuencia, en este caso también la delincuencia más cinematográfica de todos los tiempos. Por eso ésta no es la primera película sobre John Dillinger, hay ya muchas, y eso es porque es un personaje de vida extrema que realmente existió, porque su historia da un gran gusto contarla y porque era un héroe popular.

Así que buena parte del atractivo de esta cinta descansa sobre esa figura legendaria del ladrón de bancos que, indirectamente, castigaba a los poderosos y se vengaba de ellos en nombre de un pueblo llevado a la miseria. Pero además, aquí es redefinido con un aire y una actitud que llevan su perfil casi al punto de un romanticismo rebelde e idealista, lo cual potencia ese atractivo. Y esto se puede ver en su desprecio por las reglas y el sistema, su desdén por la vida normal y el futuro planificado, la libertad para vivir y su actitud siempre temeraria, así como su romántica y entregada forma de amar. Y para ajustar, es encarnado por Johnny Depp.

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VII Festival de Cine Colombiano Ciudad de Medellín

La esperanza de un cine vital

Por: Oswaldo Osorio

En un momento en que se habla de un “nuevo cine colombiano”, o al menos en un periodo de bonanza y esperanza para nuestra cinematografía, un evento que reúne la producción del último año y reflexiona sobre ella es necesario y significativo. Entre el 24 y el 29 de agosto se concentrarán en esta ciudad trece películas nacionales y una treintena de sus protagonistas, ente actores, directores y guionistas, para constatar juntos ese buen momento del cine colombiano y para tratar de hacerlo perdurar.

En esta edición el foco de atención del festival está puesto en el guión. Sin duda, uno de los pilares fundamentales para que haya una cinematografía vital y fuerte. El Festival esta vez se ha unido a la Asociación de Guionistas Colombianos, para realizar el Segundo Encuentro Nacional, que tendrá lugar en la Universidad Eafit y en el que durante cuatro días se hará una reflexión intensa sobre la creación de historias y personajes sólidos e inolvidables. Una reflexión que contará con la presencia tres de los guionistas más importantes de América Latina: Jorge Goldenberg, Beatriz Novaro y Martín Salinas.

Julio Luzardo y Óscar Campo, dos autores fundamentales de nuestra cinematografía, además de las películas colombianas estrenadas en el último año, serán los principales protagonistas de esta fiesta del cine. Julio Luzardo será el cineasta homenajeado, porque  se trata de uno de los pocos maestros que tiene el cine nacional, un autor que inspiró y formó con su cine a muchos de los cineastas del país. Óscar Campo, por su parte, es uno de los documentalistas más importantes de Colombia, si no el que más. Su obra también ha sido una inspiración y punto de referencia para quienes se dedican a este género. Buena parte de la obra de estos dos importantes autores se exhibirá durante el festival, lo cual se complementará con diálogos en los que el público podrá  indagar y confrontar su trabajo.

Como ya es habitual en este evento que no le cobra la entrada a nadie, los directores y los actores de las cintas de la Muestra Central estarán recorriendo los distintos escenarios para entablar un contacto directo con los espectadores y compartir sus experiencias. Guillermo Calle, Ciro Guerra, Spiros Stathoulopoulos, Lisandro Duque, María Cecilia Sánchez, Bernardo García, Coraima Torres, serán algunos de los nombres que durante seis días se recorrerán Medellín.

Las películas se podrán ver en distintos espacios a lo largo de la ciudad: Universidad de Antiquia, MAMM, Teatro Lido, Centro Columbo Americano, Comfama, Comfenalco, Casas de la Cultura Municipales, Parques Biblioteca, Universidad Eafit, etc. Si el público no acompaña siempre como debería al cine nacional en las salas de cine, ésta es la oportunidad de acercarse una un arte que está dando unos signos de vitalidad nunca antes vistos.

La pasión de Gabriel, de Luis Alberto Restrepo

Pastor de ovejas negras

Por: Oswaldo Osorio

Si alguien como el padre Gabriel no puede salvar a Colombia, o por lo menos a uno de sus pueblitos, entonces las esperanzas de que este país solucione sus problemas son cada vez más ilegibles. Nuevamente la ficción en el cine colombiano retoma ciertas circunstancias de la realidad, hace su versión y reflexiona sobre la compleja red de causas y actores que intervienen en el conflicto nacional. Y nuevamente Luis Alberto Restrepo plantea, con lúcida sencillez, su mirada a esa guerra que se libra en los campos y sus devastadoras consecuencias para el país.

Ya lo había hecho en La primera noche (2003), su ópera prima, una película que, con descarnada elocuencia, ponía en evidencia el fuego cruzado en medio del cual viven los campesinos colombianos, así como la más nefasta de sus consecuencias, su desplazamiento hacia un oscuro futuro en las ciudades.

Con esta nueva película complementa este enunciado y mantiene el pesimismo sobre las trágicas salidas por las que siempre opta la problemática del país. Si en La primera noche el desamor fue el conflicto íntimo a partir del cual se articuló el otro conflicto más amplio, el armado, en esta otra película el conflicto íntimo que lo articula es el apasionamiento de un sacerdote por los distintos aspectos relacionados con su vida: apasionamiento ante la injusticia social, la corrupción política, la obtusidad de la iglesia y por el amor de una mujer.

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Secretos del poder, de Kevin Macdonald

La política y el cuarto poder

Por: Íñigo Montoya

Cuando uno ve esta película es inevitable pensar en Los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976), aquella mítica película donde Robert Redford y  Dustin Hoffman encarnan a la pareja de periodistas del Washington Post que destaparon el Watergate e hicieron dimitir a Richard Nixon. Una película sólida, un escándalo político sin precedentes y un buen ejemplo de investigación periodística y denuncia.

Esta nueva película, protagonizada por Russel Crowe y Ben Affleck, tiene todos esos ingredientes. Si bien su argumento parte de la ficción (está basada en una serie de la BBC del 2003), lo que plantea y denuncia no está muy alejado de la realidad. Se trata de una verdad que todos conocen y que ya Oliver Stone en JFK (1993) la ponía como el principal móvil para el asesinato del presidente Kennedy: el negocio de miles de millones de dólares que se mueve tras la industria armamentista, una de las tantas razones por las que Estados Unidos no ha parado de guerrear desde mediados del siglo pasado.

Kevin Macdonald plantea una historia envolvente y narrada con precisión, la cual, sin embargo, no consigue apasionar en ningún momento. Parece más una exposición fríamente calculada de los hechos y sus aristas, adobada con una serie de lugares comunes: el periodista talentoso, desarreglado e irreverente, la bella aprendiz, la editora con carácter recio pero al fin cómplice de los héroes de la imprenta y el blog, el político envuelto en un escándalo sexual, el asesinato que es la punta del iceberg de una gran conspiración, las forzadas secuencias de acción protagonizadas por el periodista que no tiene perfil para ello, y finalmente, los giros sorpresa para que todos queden sorprendidos y convencidos de lo fabulosa que es la película.

Será una película que seguramente le servirá a los profesores de periodismo para evadir la responsabilidad de dar clase, y tal vez algún estudiante despabilado logre inferir algunos principios de la investigación periodística y reflexionar sobre el estado actual del oficio. Pero sin duda será más provechoso que, en esas dos horas que le dedicará a esta cinta, lea un buen artículo sobre su profesión, o mejor, que se vea el clásico de Pakula, así aprenderá no sólo de periodismo, sino también de historia gringa y de cómo se hace una buena película sobre este ingrato oficio.

Harry Potter y el Prícipe Mestizo, de David Yates

Aventuras de magos adolescentes

Por: Íñigo Montoya

Confirmo con esta sexta entrega que para que a uno le guste la saga de Harry Potter es condición haber crecido con él, de lo contrario, sólo podrá ver en ella una predecible historia de fantasía, empaquetada en deslumbrantes efectos y sin fuerza alguna en sus conflictos ni originalidad en sus argumentos.

Todo en Harry Potter, y en especial en esta última, son promesas sin cumplir. Promesas de que algo horrible y peligroso pasará, pero siempre ha sido la amenaza de un nombre, Voldemort, que más bien poco hemos visto, y cuando lo vimos, no pareció tan amenazante ni malvado. En el Prícipe Mestizo sólo hacen gastar su nombre impronunciable de tanto pronunciarlo pero nunca se le ve, salvo cuando era un niñito que prometía ser malo.

Para ajustar, la nueva película se gasta casi todo su tiempo y argumento en jueguitos de adolescentes: “Si me quiere, no me quiere, si me quiere…” Los antagonistas de la película son opacados por otros conflictos a los que el relato pone más énfasis, conflictos que tienen que ver con quién besa o será novio de quién. Al final, un ridículo clímax donde, como siempre, todos hacen todo por Harry Potter, salvándolo en el último instante y los problemas se solucionan “como por arte de magia”.

No sé, ni pretendo averiguar, si lo libros son así de leves e inconsistentes narrativa y argumentalmente, pero el caso es que a un público adulto y a los espectadores inteligentes, esta saga, y en especial esta última entrega, les queda debiendo mucho, sobre todo en estos tiempos en que el cine infantil está llegando a unos grados de elaboración y complejidad impresionantes, al punto de poder satisfacer a grandes y chicos. Hay mucho más por decir de esta cinta, pero dejaré este texto en punta, justo como terminó la película, a la manera de una seriado semanal.