El extraño mundo de Jack (3D), de Henry Selick

Navidad Vs. Halloween

Por: Oswaldo Osorio

Lo primero que define a una película de culto como tal es que puede ser vista una y otra vez sin perder su fuerza y encanto. Además de todas las veces que los fanáticos habrán podido ver esta cinta, ahora tienen una excusa más para repetir la experiencia y hacerla aún más profunda, literalmente, pues su re-estreno en 3D es precisamente eso, la posibilidad de volver a visitar lo ya conocido pero como si fuera una nueva experiencia.

En estos tiempos del imperio y la moda del sintetismo de las imágenes, es necesario hacer unas aclaraciones de orden técnico con respecto a esta cinta. Lo primero es que se trata de la última gran película en stop motion (creación de movimiento fotografiando cuadro a cuadro las figuras en un escenario a escala) antes del éxito comercial de la animación en 3D con la película Toy Story dos años después (1995).

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El lector, de Stephen Daldry

La nazi que me amó

Por: Iñigo Montoya

Distintos sabores pegados al paladar deja esta película. Distintas ideas de lo que nos quería decir dan vueltas en la cabeza. Eso es bueno para el cine. Lo primero que hay que decir es que resultó inevitable no empezar a verla con muy buena disposición por lo que significaban los nombres detrás de ella, en especial su director, a quien le debemos dos películas a las que seguramente de cuando en cuando volveremos a recurrir: Billy Elliot y Las horas. Claro, también está Kate Winslet, quien siempre sabe escoger muy bien sus proyectos.

Empieza con una de esas historias que todos los hombres, secretamente, disfrutamos en honor a nuestras fantasías adolescentes: la relación entre un joven y una mujer mayor, una relación casi estrictamente sexual. Ésta es la primera de las tres partes en que se divide la película. Es un poco extraño ver un relato donde luego de media hora no presente ningún conflicto, escasa evolución de personajes y sólo un tanto la construcción de la relación. Aún así, la forma en que está contado permite ser atractivo y crea cierta expectativa por el futuro de la pareja.

La segunda parte es un juicio en el que el contexto histórico de la Alemania de los años cincuenta cobra protagonismo, así como las reflexiones de tipo moral a partir de la relación  que tienen los personajes. Y la tercera es un estado más avanzado de esa relación, cuando ya los personajes prácticamente son otros, pero unidos por el pasado y, si bien ya no por el sexo o la atracción, sí por un secreto que los une más que cualquier contacto físico.

Tal vez sea esta articulación en tres partes tan distintas y casi independientes lo que causa cierta desorientación con el filme, pero esto es fundamental en ese sentimiento de incertidumbre e interés por los personajes que cruza todo el filme. No es una obra maestra, ni una historia que con contundencia nos plantee unas ideas, pero es innegable la fuerza que por momentos consigue con sus personajes y las circunstancias que atraviesan su relación, así como lo momentos realmente emotivos, tristes y hasta inquietantes que su director es capaz de construir con los recursos del cine.

DIARIO DE ÍÑIGO

Octubre 27 de 2009. La ciudad de los acomodadores de cine. Int. Día/Noche.

A los acomodadores de cine el cine no les importa, eso se sabe (Igual que a la chica de videotienda).  Es el trabajo que le tocó padecer. A veces, se les ve entrar a la sala y sentarse en la peor butaca de toda la sala (primera fila en uno de los dos extremos), para salir unos minutos más tarde y dar vueltas por el hall del teatro. En las salas con mala proyección, como las de Royal Films, me la pasaba llamándolos para mostrarles el desenfoque o la imagen salida de la pantalla o el sonido que sólo berreaba por un parlante, pero ellos ni se enteraban. Miopes, tungos y sin qué decir. Al insistir que le comunicaran al proyeccionista mis inquietudes, lo hacían de mala gana y absolutamente seguros de que yo estaba equivocado, que la proyección nada tenía de malo. Me miraban desconcertados y molestos, deseando ser meseros para escupir en mi sopa. Fueron muchas las películas que me vi en malas condiciones, sin que los acomodadores hicieran nada. El cine no les importa, es sólo un trabajo. Pudieron ser choferes o taxidermistas o pegadores de afiches. Una sala de cine para ellos es sólo el lugar donde la gente va a comer crispetas. Frecuentemente me pregunto: ¿Realmente los necesitamos? Creo que no. La cinefilia del mundo podría vivir tranquila sin ellos.

El luchador, de Darren Aronofsky

Combate por la redención

Por Oswaldo Osorio

Como ositos cariñositos llenos de músculos y dieta de esteroides, ésa es una primera reveladora impresión que deja esta película sobre el mundo de los luchadores. Sin embargo, es una revelación que se queda sólo en el plano de lo anecdótico, porque la que resulta más contundente, y que en últimas es la razón de ser de este filme, es el dramático retrato que hace el director de estos “deportistas” al final de sus carreras. Es eso lo que se queda grabado y dando vueltas en la cabeza hasta mucho después de acabarse la cinta, y no ese insólito ambiente de afectos y camaradería de estos hombres que se hacen las bestias en el cuadrilátero.

Aunque sorprende más aún ver quién hizo este filme: Darren Aronofsky, un director conocido por películas visual y argumentalmente efectistas (Pi, Requiem por un sueño) o por fantasías con pretensiones de trascendentalidad (La fuente). Y sorprende porque lo que en esta nueva cinta presenta es una historia que le apuesta a todo lo contrario, esto es, al realismo, tanto en la concepción del personaje como en la mirada que hace a su cotidianidad desde la puesta en escena, y también a la forma casi documental como lo registra con su cámara (con luz natural, cámara al hombro y sin cuidados encuadres). Todo eso para hacer más cercanos y viscerales esos “últimos días” de un guerrero que devino en un hombre común y corriente (y hasta con menos ventajas).

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Julie & Julia, de Nora Ephron

Salvadas por la cocina

Por: Oswaldo Osorio

El cine siempre ha tenido un especial aprecio por la buena comida. Recetas, cocineros y emotivas historias con frecuencia son óptimos ingredientes para contar entrañables relatos de celuloide. Y todo eso siempre está bien marinado con amor. Aunque es cierto que en esta película el amor no está en primer plano, pero en cierta medida es el que hace posible el encuentro de dos mujeres separadas por el tiempo, pero unidas por el gusto por cocinar y una determinación que las definió como seres humanos.

A mediados del siglo XX en París y a principios del XXI en Queens, Julia Child y Julie Powell, respectivamente, se imponen a sí mismas un reto muy parecido, dominar el arte de cocinar, cada una a su manera y a partir de ciertas condiciones. Pero lo que verdaderamente las une es lo que este reto significó para sus vidas, pues afrontarlo y superarlo las hizo mejores personas. O al menos así lo quiere proponer este filme de Nora Ephron, una guionista y directora que ha tenido buena mano para contar historias emotivas y cándidas (en el buen sentido de la palabra), como Sintonía de amor o Michael.

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Arràstrame al infierno, de Sam Raimi

De maldiciones y fluidos

Por: Iñigo Montoya

Si se promocionara esta película como la del director de la exitosa saga de El hombre araña, cualquiera creería que es una película más del horror convencional de Hollywood. Pero si se tiene en cuenta el tipo de cine con el que empezó su carrera este realizador norteamericano, las expectativas cambiarían de forma radical.

Y efectivamente, Raimi no decepciona con esta cinta que bebe de las viscosas fuentes del cine de horror de la serie B, ese cine que se hace con dos pesos y muchos litros de sangre, y que aún así, produce películas de culto que los fanáticos repiten una y otra vez. La opera prima de este director, The evil dead (1983) tiene todas estas características.

Con esta nueva película, Raimi vuelve a sus raíces, presentándonos una trepidante película de horror llena de dinamismo y cargada de todas esas emociones básicas pero efectivas del cine de horror de serie B: la tensión, el miedo, el susto efectista, la truculencia de la acción y lo repugnante de los fluidos y las mutilaciones.

La historia es tan simple como lo puede ser la idea de un personaje al que le cae una maldición y trata de librarse de ella. Pero es en la puesta en escena ingeniosa y con oficio que este director, aún a partir de los más conocidos recursos del género, consigue una película que sorprende y seguramente gustará a los fanáticos de este tipo de cine.

Pero hay que aclarar que no sólo es cine de horror, con el miedo y los sustos de todas las otras películas, además, para poder disfrutar y aguantar esta cinta, hay que tener un estómago fuerte, porque también puede ser una experiencia repugnante.

La ética del cine

Una definición de pornomiseria

Por: Oswaldo Osorio

Una de las más famosas frases del cine es la que dice que un travelling –que es un movimiento de la cámara- es cuestión de moral (Jean-Luc Godard). Ella se refiere a que cuando un director mueve la cámara, ese movimiento puede tener unas implicaciones morales. Por ejemplo, ante la imagen de un hombre cruelmente asesinado, acercar o no la cámara hasta la mueca de muerte y dolor de su rostro, no es una decisión técnica sino moral. O también, la decisión de dejar un acto de tortura (sea en documental o ficción) unos largos y agónicos cinco minutos y sólo unos cuantos segundos, ésa también es una decisión ética.

En Colombia las decisiones de qué se muestra y cómo se muestra necesariamente pasan por consideraciones éticas, sobre todo cuando buena parte de las imágenes del cine y el audiovisual nacional tienen mucho que ver con su realidad violenta y marginal. De ahí es que proviene el concepto de pornomiseria, acuñado por Luis Ospina y Carlos Mayolo en su imprescindible  película Agarrando pueblo (1978).

Pero pornomiseria no es cualquier película que hable de violencia o marginalidad, pues el tema no es la única condición para que se considere como tal. El asunto definitivo que decide si una película es o no pornomiseria es el tratamiento que se le da a esos temas, la forma como el director los mira, es decir, su ética a la hora de abordarlo.

Es un gran error pensar que, por ejemplo, una película como La vendedora de rosas es pornomiseria. Hay que considerar la forma en que Víctor Gaviria es capaz de acercarse a ese universo marginal de las niñas de la calle y entenderlo, para luego darlo a conocer de una forma contundente pero no desprovista de poesía y hasta desvalida ternura.

El problema es cuando esa realidad es mirada desde el asombro o la indignación, y tratada de forma sensacionalista, sólo para impactar y llamar la atención, para asombrar al espectador de la misma forma en que el realizador en su ignorancia, en su papel de fisgón amarillista, se acercó a esa realidad. El ejemplo perfecto de esto es el documental La sierra (Margarita Martínez, Scott Dalton, 2005), que desde la primera imagen –un cadáver en un rastrojo con la cara llena de moscas mostrado en primer plano- ya nos damos cuenta de sus intenciones.

En lo que tiene que ver con la ética, el cine puede tratar cualquier tema. El asunto es que con las imágenes de cine, en especial con las de este país, tener presente que un travelling es cuestión de moral, es un asunto capital.

Identidad sustituta, de Jonathan Mostow

Otra de robots

Por: Iñigo Montoya


En esta película se puede ver a Bruce Willis y Jonathan Mostow, dos exitosos hombres del cine de acción. Aunque poco de ello hay en esta película, pues le apostaron a un thriller de ciencia ficción en el que ponen al día la vieja discusión del género sobre la rivalidad entre el hombre y las máquinas (a propósito del tema, Mostow fue el responsable del fiasco de Terminador 3).

Pero en esta cinta pretendían ser más profundos que en muchas de sus otras películas. En ella los humanos han dejado de tener contacto con el mundo, pues la tecnología ya les permite cumplir todos sus roles sociales por medio de robots que los sustituyen. Con todas las posibilidades que tiene este planteamiento para reflexionar sobre la vida moderna, la película se decide por una trama policiaca, en la que simplemente hay que atrapar al culpable detrás de unos atentados.

Sin embargo, la película durante casi todo el tiempo es muy atractiva y envolvente, pero justamente por la razón que termina decepcionando, y es que siempre tiene al espectador atento a eso tan importante que va a suceder en aquella ciudad poblada en sus calles por robots y con todos sus propietarios apoltronados en sus casas. Pero eso tan importante que promete nunca sucede, sólo una leve sorpresa al final sobre la identidad del “villano”.

Tal vez finalmente al película se quiera poner seria con la moraleja, que tiene que ver con la pérdida de identidad y de la experiencia vital en la medida en que nuestro contacto con el mundo sea más a través de sustitutos tecnológicos (cosa que está ahora en primera línea de debate con todo el asunto de las redes sociales virtuales), pero en últimas todo el filme termina siendo simplemente un thriller policiaco apuntalado en la lógica de la ciencia ficción, igualito a tantos que hemos visto, pero menos emocionante.

Sector 9, de Neill Blomkamp

Pobres extraterrestres

Por: Oswaldo Osorio

Es extraño ver una película de ciencia ficción -y con elementos del cine de acción- sin el acabado visual de Hollywood, sin sus odiosos y predecibles giros, sin sus héroes arquetípicos y sin sus gloriosos finales que dejan contenta a la gran mayoría de espectadores. Este director sudafricano, en cambio, lo que presenta es una cinta con una interesante y original premisa, así como una serie de recursos visuales tan impactantes como inéditos en el cine más comercial y una refrescante forma de concebir el género de ciencia ficción, que en esta época de sobreexplotación de los efectos visuales ya está oliendo rancio.

La premisa en cuestión propone que más de un millón de alienígenas quedan varados en la tierra y terminan convirtiéndose en una población marginal entre los humanos y luego en un problema social y de salud pública (aunque la película nunca explica por qué son medio tontos ni por qué no usan su tecnología). De esto se podría desprender toda una serie de reflexiones de tipo sociológico y político, que sin duda pueden tener relación con esta historia, pero que tampoco se debe sobredimensionar, porque es claro que no es el objetivo principal de la cinta.

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Rescate del metro 123, de Tony Scott

Otra película de secuestros

Por: Iñigo Montoya

Ésta no es una película cualquiera de acción. Es una película de uno de los directores que más éxito ha tenido haciendo thrillers de acción, el inglés Tony Scott (hermano menor de Ridley). Un director que realmente tiene un buen sentido de lo que es el cine comercial y que, en algunos casos, ha conseguido cintas de un buen nivel a pesar de todas las concesiones que sabemos se tiene que hacer en este tipo de cine.

Películas suyas son: Déjà vu, Hombre en llamas, Enemigo público, Marea roja, Un romance de violencia (tal vez la mejor, algo en lo que ayudó el guión de Tarantino) y ese clásico del cine crispeta para adolescentes que es Top Gun. Salvo ésta última, las mencionadas son sin duda películas que, con sus limitaciones de cine comercial, tienen buenas cualidades, mínimo la de ser productos de entretenimiento sólidamente construidos y con cierto grado de originalidad.

Esta nueva película no podría decirse que califica para ponerla en este grupo de “cintas comerciales de calidad”. Es predecible de principio a fin y comete el primer y más grande error del cine comercial: apelar a arquetipos y, para ajustar, usar actores que una y otra vez han interpretado esos arquetipos. ¡Qué bueno es cuando se puede ver Denzel Washington o a John Travolta en uno de esos papeles en que no son ellos! Por ejemplo, a Travolta en A love song for Bobby Long y a Washington en El huracán.

En definitiva, es una típica película de “secuestro y rescate” en la que, también típicamente, el héroe es un hombre común y corriente (justo el arquetipo de siempre de Washington). Los momentos de tensión, los personajes sacrificables (uno de ellos es negro, por supuesto), el superficial trasfondo ético y político, los giros de último minuto y un en fin que nunca tiene fin. Sólo una película para comer crispetas y salvar un mal día.