Donnie Darko (Rchard Kelly, 2001), es el título de una sugestiva película y también el nombre de su protagonista, interpretado por Jake Gyllenhaal. Aquí lo vemos en el cine, con su novia y su gigante conejo imaginario. Están concentrados mirando la pantalla, pero pronto ella se dormirá, el conejo le dará una orden a Donnie, y éste saldrá a incendiar una mansión, pero volverá antes de que se termine la película…
Una aventura corriente en un ambiente poco corriente
Por: Oswaldo Osorio
No ha pasado un mes desde que escribí sobre la relación cine-tecnología a propósito de Los fantasmas de Scrooge (Zemeckis). Con esta nueva película de James Cameron, igualmente, es imposible no anteponer el aspecto tecnológico al momento de referirse a ella. Y no es un buen augurio cuando se tiene que hablar primero de “aparatos” antes que de cualquier otra consideración cinematográfica. Y por lo visto, eso está sucediendo con mucha frecuencia en estos tiempos. Si bien el cine, por ser un arte nacido de una invención técnica, tiene como parte de su esencia el componente tecnológico, éste ha sido siempre un medio y no un fin en sí mismo. El fin debe ser el lenguaje cinematográfico y lo que con él se pueda decir.
Es cierto que las innovaciones tecnológicas pueden hacer avanzar al cine como lenguaje y también es cierto que el entretenimiento hace parte de la industria del cine, pero tampoco son aspectos suficientes, por sí solos, para hacer una definición completa del séptimo arte. El hecho de haber esperado más de una década para hacer esta película -porque, según Cameron, antes no existía la tecnología adecuada- evidencia la forma en que este director privilegió el aspecto formal y de efectos especiales a la hora de concebir el proyecto. Esto salta a la vista (literalmente, pero siempre y cuando se vea en el sistema de tercera dimensión) y realmente resulta una exuberante experiencia para los sentidos.
(Some like it hot / Una Eva y dos adanes, de Billy Wilder)
Por: Preston Sturges
Una chica bonita es mejor que una fea.
Una pierna, mejor que un brazo.
Un dormitorio, mejor que una sala de estar.
Una llegada, mejor que una partida.
Un nacimiento, mejor que una muerte.
Una persecución, mejor que una charla.
Un perro, mejor que un paisaje.
Un gatito, mejor que un perro.
Un bebé, mejor que un gatito.
Un beso, mejor que un bebé.
Y una buena caída, mejor que ninguna otra cosa.
El miedo heredado
Por: Iñigo Montoya
Una de las más sólidas y reveladoras películas latinoamericanas de los últimos años se llama Madeinusa (2007), una cinta que comparte con La teta asustada muchos elementos: su directora, su protagonista (Magali Solier), una mirada sin prejuicios a la cultura popular peruana, un gran sentido estético para crear imágenes y una economía de recursos narrativos para mirar esa realidad.
Se diría entonces que la segunda película de Claudia Llosa es tan buena como su ópera prima, y si le creemos al oso de oro que ganó en el Festival de Cine de Berlín hasta se podría decir que lo es más, pero hay en esta nueva cinta algo que no funciona del todo bien, a pesar de estar hecha con el mismo material que la primera.
La película cuanta la historia (igual que la anterior) de una joven que vive reprimida por una serie de miedos y costumbres de un entorno empobrecido y lleno de ignorancia. Lo que en la primera cinta parte de las creencias religiosas y la superchería, en la segunda es consecuencia de la violencia que aquejó al Perú y que se ensañó con sus mujeres en la época de las confrontaciones internas.
Sin embargo, en La teta asustada la forma como se nos muestra a este personaje, su historia y el mundo marginal en que vive es ya demasiado planificada para causar el mismo efecto de comprensión y sorpresa que causó con Madeinusa pero de forma más honesta y espontánea. El regodeo con lo de la papa en la vagina, el deambular con la madre muerta y el maniqueísmo con que se dibuja a la mujer burguesa a la que sirve, hace denotar el esfuerzo que la directora hizo para crear una historia que conmoviera e impactara. Y claro, funcionó con los europeos.
Diciembre 14 de 2009. La ciudad del calor y el cine. Exterior. Noche.
Estuve en el Festival de Cine de Santa Fe de Antioquia viendo cine. Parece una afirmación obvia, pues, qué otra cosa se podría hacer en un festival de cine. Pero nuevamente constaté que mucha gente, sobre todo demasiados amigos cercanos y amantes del cine, en realidad no van a un festival a ver películas. Asisten por múltiples razones, pero la de ver cine -que de otra manera no podrán ver- de forma juiciosa y sistemática no es una de ellas. Principalmente van a hacer vida social y cultivar la vida bohemia. Es cierto que ese pueblo se presta para hacerlo, que en ninguna otra ocasión ni lugar es posible esa conjunción de gente del cine y el audiovisual, que muchos de ellos son realizadores pero no cinéfilos, y que el cine español de hace treinta o cuarenta años –que era el tema del festival- le puede parecer tedioso a muchos, pero lo cierto es que no deja de ser decepcionante. Para mí un festival de cine es el acontecimiento supremo del séptimo arte y me entrego a él con rigor y pasión. He llegado a ver hasta siete películas seguidas en un festival de cine. Pero supongo que yo soy el raro, el cinesifilítico perverso, que lo normal es ir y pasarla bien y no superar la proporción de tanta cantidad de cine por el doble de cervezas y el triple de charla en su mayoría prescindible.
Los alienígenas somos nosotros
Por: Íñigo Montoya
Esta película, que cuenta con la factura de las mejores cintas de animación de Hollywood y que relata la historia de un astronauta que llega a un planeta donde es él quien resulta el alienígena, para sorpresa de todos no es una producción de la meca del cine sino de unos españoles que están al nivel más alto de este tipo de cine.
La premisa de la historia es atractiva desde el principio, pues simplemente se invirtió la situación de muchas películas de ciencia ficción y se obtuvo un resultado novedoso y lleno de posibilidades argumentales.
La cinta no es tampoco “algo fuera de este mundo”, pero alcanza a ser divertida e ingeniosa, sobre todo en la concepción visual de ese planeta que recrea, el cual parte de la estética de formas redondeadas de los años cincuenta. Así mismo, está llena de guiños, homenajes y referentes del cine de ciencia ficción, que son aplicados de forma inteligente y graciosa.
Como ya es la usanza en estas cintas, puede funcionar perfectamente para el público infantil y el adulto, reservando una buena serie de chistes y situaciones que sólo los mayores podrían entender, pero conservando la lógica del cine infantil: la aventura, la diversión, el colorido visual, los valores, personajes arquetipos y la moraleja final.
Sólo molesta un asunto. Y es que después de saber que es una película española y no gringa, se echa de menos una historia y personajes que tuvieran que ver menos con Hollywood. Es cierto que la inversión fue muy grande (60 millones de dólares) y con una historia tipo Hollywood se iba más a la fija, pero también se perdió la oportunidad de hacer una película verdaderamente diferente de lo que ya estamos acostumbrados a ver.
Cine de transición y de la vida
Por: Oswaldo Osorio
Entre el 4 y el 8 de diciembre se realiza la décima versión de este festival que se ha convertido en uno de los más importantes del país. Es un festival no competitivo sino temático, que este año se ocupa del cine de la transición española, es decir, el cine que se hiciera en aquel país entre principios de la década del setenta y los primeros años de la siguiente, que coincide con los años en que España deja de ser una dictadura y se convierte en una democracia.
Éste es un proceso muy significativo en esa relación que tiene el cine con su función de ser reflejo de la sociedad. Por eso, es un tema que no sólo da cuenta de ese importante proceso político que se vivió en España, sino de la forma en que el cine como arte, como medio de comunicación y como reflejo de esa realidad afrontó esa situación, primero luchando contra la censura y luego con el llamado destape.
La muestra central está compuesta por 25 películas entre las que se destacan las realizadas por importantes cineastas ibéricos como Carlos Saura, Víctor Erice, Jaime Chavarri, Pedro Almodóvar, Cecilia Bartolomé y Manuel Gutiérrez Aragón, estos dos últimos invitados especiales que estarán presentes en el festival para mostrar su obra y hablar sobre ese proceso que vivieron y del que fueron protagonistas con su cine.
Como cada año, ese grupo de películas es acompañado por una intensa actividad académica que complementa el conocimiento y la mirada que el cine propone con sus historias. Especialistas extranjeros y nacionales reflexionarán en torno, no sólo al cine español sino a las implicaciones políticas, sociales y cinematográficas que tiene el tema de este año. Así mismo, el festival le abrirá un espacio al lanzamiento de revistas, festivales, estrenos y otras muestras audiovisuales.
La presencia colombiana en esta nueva versión del Festival de Cine y Video de Santa Fe de Antioquia estará cubierta en las maratónicas sesiones nocturnas en el Parque El Cementerio con su evento insignia, La Muestra Caja de Pandora, en la que se podrá ver lo mejor del audiovisual nacional en virtud a la nutrida respuesta que siempre obtiene su convocatoria, de la cual se seleccionan los trabajos de mayor calidad, pero además se complementa con las mejores obras de las más importantes muestras y eventos del país.
El atractivo de este festival sigue siendo el mismo: cine sin ningún costo para todos, bajo las estrellas y con una muestra de películas que siempre resultan reveladoras. Como todos los festivales, es una fiesta del cine, la cual este año se mueve entre las coordenadas de lo colombiano y la mirada de cerca de un proceso social y político que no es ajeno a la realidad colombiana y latinoamericana.
Ésta es una fiesta que contará con un plato fuerte de unas cien producciones, más una veintena de actividades académicas, conciertos y la presencia de realizadores, especialistas y actores, todos reunidos en torno a un tema que parece demasiado específico pero que, como siempre ocurre con el cine, no habla de otra cosa que de la vida.
Otra de judíos matando nazis
Por: Iñigo Montoya
Después de ver tantos judíos masacrados en masa y como animales sistemáticamente en el cine, resulta una experiencia diferente ver historias en las que, si bien siguen siendo víctimas, no están por completo indefensos. Aunque tampoco este relato se trata de una historia tan complaciente como la última de Tarantino, Bastardos sin gloria, en la que se regodea asesinando y torturando nazis con su escuadrón vengador.
De entrada la historia se hace un poco reveladora, pues se trata de una variante que muy poco ha sido contada, y es la resistencia que en ciertas partes de Europa pudieron sostener los judíos durante la segunda guerra mundial, en este caso los judíos de Bielorrusia, que se escaparon al bosque y lograron crear allí una comunidad y hasta luchar contra sus perseguidores. (Hay también una mini serie, titulada Insurrección -Uprising-, dirigida por Jon Avnet en 2001, sobre la resistencia judía en el ghetto de Varsovia.)
La película de Zwick es un bien logrado cuadro de la conformación de una precaria sociedad sometida a críticas circunstancias. Los conceptos de supervivencia, resistencia armada y manejo del poder por vía de la fuerza y el liderazgo, son los que sostienen un relato que está plantado de eficaces secuencias de acción que mantienen el buen ritmo de la narración.
Pero sobre todo es una película en que, sobre ese asunto de fondo de la dignidad con que deciden asumir ese duro trance los judíos de Bielorrusia, la mueve el conflicto entre las distintas fuerzas que se confrontan a al hora de crear esa nueva sociedad en el bosque. Las dos vertientes que siempre afloran en estos casos se pueden ver aquí: organizar a la gente en función de la fuerza y, en este caso, la venganza, y por otro lado, el humanismo y la razón como los principios por los que se deben regir todos, aún en esas circunstancias extremas.
Sin ser una obra maestra y a mitad de camino entre cine de acción y drama reflexivo sobre esta circunstancia histórica, este filme consigue contarnos una historia que conocemos muy bien, pero desde un punto de vista distinto y con buen pulso para hacer un relato entretenido.
Una canción para la reconciliación
Una de las mejores películas sobre cine y rock: Casi famosos (Almost famous, 2000), de Cameron Crowe. Una entrañable historia que captura el espíritu del rock en su mejor momento, 1973, justo el año en que el rock murió. En esta secuencia el guitarrista de la banda, luego de una noche de juerga y de atrasar la gira, es montado al bus, donde todos se encuentran fastidiados y odiándose entre sí… hasta que empiezan a cantar “Tiny dancer”, una bella canción de Elton John. Al final de la secuencia el protagonista dice: Tengo que volver a casa. Y ella le responde: Tú estás en casa.
O.O
El mismo cuento con distinta técnica
Por: Iñigo Montoya
Los dedos de manos y pies no alcanzan para contar las versiones cinematográficas que se han hecho del clásico libro de Charles Dickens. Tal vez sea por eso que otra versión más requería de una novedad que marcara la diferencia. En esta ocasión la técnica viene al rescate. La técnica, esa maravilla del cine que permite la creación sin límites, pero que también puede imponerse a sus inventores y desfigurar su humanidad o todo aquello humano que quieran expresar.
Desde sus dos anteriores películas (El expreso polar y Beowulf) Zemeckis anda embelesado con la técnica del motion-capture, que no es otra cosa la lógica del viejo rotoscopio adaptada a la era digital, es decir, grabar con una cámara a los actores y buena parte de la puesta en escena, para luego darles un acabado como si se tratara de imagen digital. Y para complementar, está en versión 3D (la de las gafas), que potencia aún más el valor del filme, pero por vía de la tecnología.
La cuestión es preguntarse si la película como una adaptación más de un conocido cuento se sostendría sola, o si únicamente resulta atractiva por la tecnología que la soporta, el motion-capture y el 3D. Si es así, entonces la verdadera esencia del cine se pierde por completo aquí, esto es, el arte de contar historias que nos trasmitan ideas y sentimientos, que nos emocionen y hablen honestamente de la naturaleza humana. El despliegue técnico y las decisiones estéticas no pueden ser razón suficiente para ver una película, menos para que siga existiendo el cine.