Un sueño posible, de John Lee Hancock

De superación sí, pero ñoña no

Por: Íñigo Montoya

Uno se tiene que “ablandar” para hablar de esta película. No es la historia más original, ni la más visceral, ni la más reveladora, pero inevitablemente resulta reconfortante verla, muy a pesar de que a simple vista sea una historia de superación, políticamente correcta y cargada de un ternurismo fácil (incluso es también cristina, si se quiere).

¿Qué tiene de malo todo esto? En realidad nada, es más bien manía de cinéfilo creer que sólo las historias y temas fuertes y trasgresores puedan hacer una buena película; y por otro lado, es mucho más fácil que con este tipo de historias de superación se construyan relatos predecibles, ingenuos y soporíferos.

Pero la verdad es que, aunque esta película lo tenga todo para alinearla dentro de esas historias ñoñas para hacer cine foros con estudiantes de escuelas católicas, está planteada de una manera que permite entender los sentimientos que movieron a estas personas a protagonizarla. Porque la película, además, tiene el plus de estar basada en una historia real, en la que un joven negro, Michael Oher, es acogido por una adinerada y blanca familia que lo apoya para salir adelante en sus estudios y triunfar en el deporte.

Por eso, si en perspectiva parece una película diseñada para emocionar y conmover, también si se mira en detalle se puede ver que está llena de aciertos y que en general es honesta con su historia y sus personajes. Uno alcanza a identificarse con ellos y complacerse con el triunfo de la bondad y las buenas intenciones. Porque ciertamente es una historia complaciente, sin decir que en el peor sentido del término.

Los toques de humor ayudan a esta identificación y los golpes bajos a la emotividad del espectador no son imperdonables ni tantos como para decir que abusaron. Tal vez lo único que molesta es la falta de un conflicto fuerte, pues todo va sucediendo como lo planean y lo quieren sus protagonistas. También molesta que haya dos películas muy recientes (Precious y El solista) en las que, como ésta, personajes negros marginales son salvados por blancos bondadosos o su sistema.

Sandra Bullock, bien, sólo bien. Lo del Oscar es que porque ya le tocaba (porque ése es uno de los criterios de la Academia), pero tiene películas mejores como actriz.

Zona de miedo, de Kathryn Bigelow

El Jackass de la guerra

Por: Oswaldo Osorio

Parecía que este año la Academia de Hollywood, haciendo una excepción a la tradición, había decidido con buen criterio. Sus principales galardones fueron para una película de bajo presupuesto y con un tema serio, en lugar de dárselos a Avatar, la última y más perfecta encarnación del cine comercial y escapista.

Sin embargo, luego de conocer este filme  de Kathryn Bigelow, se pudo constatar que los Oscar siguen siendo unos premios a la popularidad, porque si bien bajo este criterio no era posible que la cinta más taquillera de la historia del cine fuera vencida por una modesta película, la sorpresa la hizo posible el tema y su tratamiento, que apelaron al patrioterismo de los estadounidenses, lo cual está siempre por encima de cualquier otro criterio.

Y no es caprichoso el uso del término patriotero, como el criterio aplicado para preferir esta película, en lugar del de patriota. Este último tiene que ver con el amor a la patria, mientras el primero es un alardeo excesivo de patriotismo. Porque eso es lo que se puede ver en Zona de miedo, un relato que únicamente alardea con lo duro que lo pasan los marines en Irak, lo valientes que son y cómo se sacrifican por, no sólo su país, sino por “el mundo libre”, como les gusta decir.

Pero lo que se ve es una historia protagonizada por el típico héroe descerebrado que actúa impulsado por una falsa noción de lo que es la valentía, la cual generalmente confunde con estupidez y arbitrariedad (hay que ver lo poco que le importa la opinión de su equipo). Es como los hombrecitos tontos del programa Jackass, que se someten a peligrosas pruebas que les causan heridas y dolor, sólo para diversión de la audiencia.

Así mismo es la mentalidad de este “héroe” que desarma bombas en Irak, pues no se da cuenta –tampoco el guionista ni la directora- que sin la consciencia y la actitud del heroísmo no puede existir tal cosa, pues solo queda el hombre-idiota o el hombre-máquina cumpliendo ciegamente la función para lo que fue adiestrado.

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Una noche fuera de serie, de Shawn Levy

Espías por error

Por: Íñigo Montoya

Aprovechando el cuarto de hora de fama en que se encuentran Tina Fay y Steve Carell, los comediantes más populares de Estados Unidos actualmente, esta producción los reúne para beneficiarse de sus cualidades y de la coincidencia de que el humor y personajes que los caracterizan resultan muy compatibles para crear el matrimonio perfecto de personas ordinarias.

Pero como lo dictan las reglas de la comedia, no hay nada mejor para hacer humor que someter a seres ordinarios a situaciones extraordinarias, y eso es lo que ocurre en este filme. Pero sin importar que el planteamiento sea obvio (incluso, con todo y argumento, ya habíamos visto esta película con  Steve Martin y Goldie Hawn: Perdidos en Nueva York), lo relevante es el resultado, y éste fue en general satisfactorio.

Jalonado por sucesivos momentos de humor inteligente, este filme complementa su esquema de comedia con algunas secuencias de acción y, lo más importante, alcanza a reflexionar sobre asuntos relacionados con el matrimonio y cuestionar sardónicamente la sacra institución: la rutina, la pérdida de la libertad, la falta de espontaneidad, etc. Es cine para pasar el rato, pero con un par de chistes inolvidables  y, en general, una propuesta que la saca del saco de tanta comedia tonta y prescindible.

El vuelco del cangrejo, de Óscar Ruiz Navia

Contemplar para percibir

Por: Oswaldo Osorio

El gran error del cine es el argumento, decía Fernand Léger en los años veinte cuando buscaba la abstracción en el séptimo arte. Y no es que esta película de Ruiz Navia sea abstracta, ni tampoco que no tenga argumento, pero sí es claro que no pretendía limitarse simplemente a contar una historia. Porque como Léger, que sabía que el cine podía incluso prescindir de la anécdota para expresar cantidad de sensaciones y emociones, este joven director hace una película cargada de sentidos (estéticos, emocionales y políticos), apelando a las imágenes, a la creación de atmósferas y a lo sugerido, más que a un convencional relato construido sólo a partir de acciones.

De manera que la historia que cuenta es muy sencilla: un hombre va a un pueblo del Pacífico, llamado La Barra, y permanece allí unos días esperando y observando lo poco que ocurre en el lugar. No se sabe bien qué espera, ni tampoco qué lo llevó allí –aunque se sugiere la huída por un desamor-, y mucho menos sabemos con exactitud lo que busca, pero en él es evidente una tensión latente y una expectativa que se trasmiten al espectador y al relato.

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Del amor y otros demonios, de Hilda Hidalgo

La sutileza como debilidad y fortaleza

Por: Íñigo Montoya

La maldición de García Márquez adaptado al cine esta vez tenía posibilidades de ser superada como pocas veces ha ocurrido. Y es que se trataba de una novela escrita, según le dijera el mismo Gabo a la directora, más pensada como un guión. Porque justamente la dificultad de adaptar al nobel está en lo intraducible a imágenes de su poética literaria. Pero si estaba pensada con imágenes y acciones, que es como se escribe un guión, no había pierde.

Y efectivamente, no hubo mucho problema en la visualización general de la historia, pero los problemas surgieron fue, al parecer, de la inexperiencia de su directora. Pasados los primeros diez minutos poco se sabía todavía de qué iba el asunto. Hubo que apelar a la memoria de aquel día lejano en que leímos el libro. La presentación de los personajes, su relación y el contexto de la historia fueron reemplazados por sutiles y sugerentes imágenes, de una cierta belleza, que sólo nos contaban de la historia vagos reflejos, como los trozos de un espejo dispersos en el suelo.

Cuando por fin empieza la historia, la de Sierva María con el cura, que es la esencia del relato, vuelve a hacerse patente la falta de oficio de la directora en la poca fuerza dramática de casi todas las acciones y en general de los personajes. Toda la puesta en escena de la película está muy bien concebida, así como las bellas y sugestivas atmósferas logradas con la fotografía, pero sólo es una tarea bien hecha, una aplicación de los procedimientos para recrear una historia audiovisual, pero sin la intensidad y la verosimilitud que exigían las circunstancias, y mucho menos el espíritu de tragedia romántica de la novela.

No estoy diciendo tampoco que se trate de un desastre de película, porque ciertamente consigue mantener la atención a partir de la creación de atmósferas y una sutileza (su principal virtud) traducida en sus imágenes y en su ritmo lento y casi ensimismado, como su protagonista, pero sin duda es un filme que desperdicia las posibilidades que le brindaba el original, tal vez, paradójicamente, a causa de esa virtud mencionada, pues esa sutileza, con la falta de fuerza dramática y habilidad narrativa, se convierte en debilidad de la puesta en escena, en limitación expresiva y desgano narrativo.

La isla siniestra, de Martin Scorsese

Cine por encargo de un maestro del cine

Por: Íñigo Montoya

El título de este texto sería un argumento suficiente para descartar esta película. Quienes crean que van a ver una película del gran Martin Scorsese se equivocan, porque sólo verán un thriller sicológico escrito y filmado exactamente como dicta el manual. Es decir, si a un conocedor de la obra, los temas, las obsesiones y el estilo visual del director italoamericano le muestran esta película sin decirle que es suya, no sería posible que adivinara quién la hizo.

Así como ocurrió con El aviador (2004), que Scorsese accedió a filmar por solicitud de su nuevo amigo y estrella de cabecera, Leonardo Dicaprio, ésta cinta evidentemente tiene que ser un encargo, tal vez del mismo actor. Es cierto que se trata de un filme con la más alta factura visual y precisión narrativa, pero nada que no pueda hacer cualquier director de la escuela de Hollywood.

Pero el fondo, lo que nos dice la película y las ideas que pone en juego, no trascienden más allá de la típica trama hecha a partir de dos esquemas conocidísimos: por un lado, la pareja de investigadores que llegan a un misterioso lugar, donde todos parecen cómplices, a resolver un crimen, y por el otro, la trama sicológica en la que juegan con el espectador sobre quién está cuerdo y quién no.

El resultado de estos dos esquemas es de lo más decepcionante que se pueda ver en el cine, pues por una parte, todo lo que pasa está envuelto en un misterio que sólo al final de la película es explicado en una sola escena, y por otra parte, (y aquí debería dejar de leer quien aún no la ha visto), casi todo lo que ocurrió no fue verdad o era imaginado porque el protagonista estaba loco.

En definitiva, es lo que se llama una historia “engaña bobos”, una trama sólo para masticar mientras transcurre cada instante, porque en últimas no termina diciendo nada. Se acaba la película y se acaba el engaño. Si fuera una verdadera película de Martin Scorsese, habríamos salido pensando en sus personajes, en lo que les pasó y en las implicaciones morales de todo ello.

El libro de los secretos, de los hermanos Hughes

La palabra de Dios, principio y fin

Por: Íñigo Montoya

Una película post apocalíptica con una original excusa argumental. En un mundo devastado por una guerra nuclear un hombre tiene una misión, proteger un libro para volver a empezar la civilización, mientras otro, el villano por supuesto, busca el libro para dominar el mundo. El libro es la Biblia, que originó la hecatombe y por eso fue erradicada. Sólo queda una, la que carga Dezel Washington.

Por lo demás, es como ver una actualización de Mad Max y tantas otras películas de mugrientos sobrevivientes que se destazan unos a otros por un sorbo de agua, o por puro gusto. Aunque el paisaje y la dinámica de las acciones y personajes se acercan más al western que a la historia post apocalíptica, lo cierto es que, en últimas, se trata sólo de otra película de acción más, con Denzel haciendo el mismo papel de hombre duro de otras tantas producciones.

No es que sea una cinta tediosa ni mal hecha, pero tampoco ofrece nada nuevo ni interesante, es sólo un filme de consumo hecho con elementos harto conocidos. Es como si el guionista y sus directores hubieran ido a una estantería donde se encuentran los ingredientes necesarios para hacer una película y hubieran tomado de aquí y de allá, para luego ensamblarlos justo como indica el libro de Hollywood.

DIARIO DE ÍÑIGO

Abril 3 de 2010. La ciudad que Peter Greenaway visitó. Ext. Día/Noche.

Paradójicamente, el visionario director inglés vino a Medellín por el deporte y no por el cine. Si supiera el alcalde y su recua de funcionarios, que se creen tan inteligentes, que es más importante para la formación de las personas el cine que el deporte, tal vez le darían al cine solo un poco de la absurda cantidad de millones que invierten en el deporte. El caso es que vino este director y artista con su serie “Greenaway versus”, que, dicho sea de paso, es un poco oportunista. Hizo una sugestiva video instalación con el referente de los gordos de Botero, pero solo con el referente, porque ninguna de las obras del pintor antioqueño aparecían directamente, por fortuna. Ni siquiera la luz era la de las obras de Botero, sino que Greenaway iluminó a sus gordos con su bienamada luz barroca. Más parecían gordos de Rembrandt o Caravaggio que de Botero, por fortuna nuevamente. Su paso por la ciudad la hizo un poco más interesante, sobre todo para los que no nos gustan esas sobredosis de deportes.

Pero no lo fui a ver, porque la farándula me tiene sin cuidado. Busqué las cuatro películas suyas que no había visto y, al verlas, nuevamente me sorprendió. (Advertencia: a quienes les guste el cine convencional, ése que gana premios Oscar, no hagan esa gracia.) Me crucé con el bajando unas escalas del Museo de Antioquia, y a pesar de todo lo que lo admiro, no me recorrió una emoción por todo el cuerpo ni me dieron ganas de saludarlo o preguntarle una bobada. Seguí bajando como si el que pasaba a mi lado fuera otro paisano, mientras recordaba que el día anterior me había visto sus magníficas películas Las maletas de Tulse Luper (1 y 2) y eso sí me emocionó.

Alicia en el País de las maravillas, de Tim Burton

O la historia de las dos Alicias

Por. Oswaldo Osorio


A pesar de todas las adaptaciones que se han hecho del clásico de Lewis Carroll, empezando por la magnífica cinta animada de Walt Disney (1951), es con esta nueva versión que se conjugan dos elementos que potencian su fuerza imaginativa y su fascinante universo fantástico: el director Tim Burton y el desarrollo de la imagen digital. Porque con el talento y la retorcida imaginación de Burton y las posibilidades visuales sin límites que brinda ahora la tecnología, el País de las maravillas y sus personajes se presentan ante el público de una manera nunca antes vista, y que además es complementada por el formato en tercera dimensión.

Lo primero que hay que aclarar es que la película está basada en la combinación de los dos libros que Carroll escribió sobre el personaje, esto es, Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas (1865) y  A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (1871). Es por eso que el argumento y los personajes se hacen familiares en muchos pasajes, pero también sorprenden en otros. Fue una afortunada decisión que le permitió a Burton ser original con una de las historias más conocidas de la historia de la literatura.

El asunto fundamental aquí, entonces, es el encuentro de este singular director con la popular obra. El relato de Carroll le proporciona un universo justo como los que le son afines a Tim Burton. La particular visión del cineasta se caracteriza por combinar lo fantástico con lo macabro, también por su gusto por los mundos puestos de cabeza, la locura inofensiva y los personajes y criaturas nobles e inocentes, que no ingenuos, pero sí con un aspecto y comportamientos bizarros e inquietantes. Todas estas propiedades coinciden con la obra, por eso la alquimia de este material es evidente, y el espectador asistente a un espectáculo visual llamativo y fascinante, a un vuelo de la imaginación  estimulante y sugestivo.

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