Retratos en un mar de mentiras, de Carlos Gaviria

Imágenes de un doble conflicto

Por: Oswaldo Osorio

Mientras el país no cambie, el cine nacional seguirá insistiendo en los mismos temas, los cuales, además, son los que generalmente brindan mejor material para la realización de buenas películas, de cintas serias y sólidas, comprometidas con mirar nuestra realidad y reflexionar sobre ella, no como mera anécdota sensacionalista, ni como simple recuento de hechos, sino con una mirada atenta y honesta a la que le importa tanto el cine como el país. Justo a este tipo de películas es al que pertenece esta ópera prima de Carlos Gaviria.

El desplazamiento forzoso como tema de fondo y el road movie como esquema narrativo son las coordenadas en las que se mueve el relato. De hecho, ambos elementos están ligados por la lógica que los define, esto es, el espacio y la territorialidad. En este contexto, la pareja de primos que protagoniza la historia hace un viaje para recuperar las tierras que perdieron por esa violencia que los obligó a emigrar.

Pero como en todas las películas de carretera, no se trata de un simple viaje físico y geográfico, sino que para ellos es un viaje al pasado y a todo lo que ello conlleva: la búsqueda de sus raíces, de un futuro mejor por vía del regreso al origen y de la recuperación de lo que les pertenece y los define, incluso también es la confrontación de sus traumas, en especial en el caso de Marina.

Este recorrido lleva al espectador a lo más hondo de los miedos de esta joven, pero también del país, del que tal vez sea su más crítico y antiguo problema: la violencia disfrazada de bandos o ideologías, pero que sólo es una excusa para apropiarse de las tierras de los otros, ya por vía de la eliminación o la expulsión. Esta dinámica es la que ha imperado en Colombia desde las guerras civiles del siglo XIX.

Como muchas de las películas que se refieren a la realidad del país, en esta se puede ver claramente ese doble conflicto, el del país y el de sus personajes, y claro, el de estos en buena parte ligado al primero. De manera que los retratos del país empiezan con la extrema marginalidad de los barrios constituidos principalmente por desplazados, hasta llegar a aquel lugar que es al mismo tiempo el recuerdo de un horrible pasado y la esperanza para reconstruir el futuro. Porque se dice que en Colombia las cosas han cambiado y que la gente puede volver a sus hogares y recuperar lo perdido, pero la realidad es muy distinta y esta película se encarga de ilustrarla de forma aplastante.

Así que de fondo hay un par de asuntos que la película plantea con mucha seriedad y casi angustiante gravedad, que es la violencia en la Colombia profunda y los traumas y la tristeza de la joven Marina como consecuencia de todo lo que ha sufrido por esta violencia. Y sin embargo, no se trata de un oscuro y truculento drama. Aunque esos conflictos están siempre presentes, sobre todo el de Marina, el relato se desarrolla de forma vivaz y casi desenfadada, esto a causa de las particularidades (narrativas y visuales) del esquema de road movie, pero también por el contraste entre las personalidades de los dos primos, pues mientras Marina se muestra casi siempre callada y ensimismada (con una Paola Baldion que supo transmitir mucho con poco), Jairo es extrovertido y dicharachero, henchido de todo el optimismo y alegría que su prima ha perdido.

La precisión y sutilezas con que Carlos Gaviria construyó la relación entre estos dos personajes es la más importante virtud de esta película. Pero en general estamos ante una cinta sólida y consecuente con su tema, imperfecta por momentos, pero nada que empañe un sobrado desempeño de todas sus partes, las cuales consiguen construir un relato que es capaz de cumplirle con altura al cine y a la realidad del país.

La cinta blanca, de Michael Haneke

La crueldad impacible

Por: Oswaldo Osorio

Para muchos, este director austriaco es el último genio del cine. Y no se puede negar que ninguna de sus películas puede pasar desapercibida por quien la vea, pues generalmente son creadas a partir de historias y personajes chocantes, violentos o de bajos pasiones y sentimientos adversos. Por eso su principal talento parece estar en sacar lo peor de la naturaleza humana en cada uno de sus relatos.

Sin embargo, este talento, que es lo que le ha conferido su aura de genialidad por los “descarnados retratos a la crueldad y la moral de los hombres”, podría verse también como una limitación que roza con la patología. Porque es posible ver también en su cine el reiterativo monólogo de un discurso sádico que sólo sabe hablar de conductas y sentimientos criminales, mezquinos, violentos o retorcidos.

Es cierto que hay muchos directores así. Un Terry Gilliam, por ejemplo, muy pocas veces nos ha contado historias que no estén cargadas de maldad, pesimismo o conductas patológicas, pero todo esto siempre está enmarcado entre el doble plano de la realidad y la fantasía, y además, de fondo siempre hay unas emociones y sentimientos que le hacen contrapeso a todo el asunto negativo. Y así mismo, se podrían citar a muchos otros realizadores que equilibran ambos valores: Tarantino lo hace a partir del cine de género, Scorsese de la búsqueda de redención de sus personajes, Alex de la Iglesia del humor negro, etc.

Con esta nueva película, que parecía distinta, Haneke vuelve a plantear una opresiva historia cargada de personajes oscuros y situaciones turbadoras. Y para ajustar, todo enmarcado en un ambiente que recuerda mucho al oscurantismo medieval, definido por el servilismo de un pueblo ante un terrateniente con título de nobleza y por una callada represión moral y social.

Se trata de una historia coral en la que distintos protagonistas, pertenecientes a una villa en los albores de la Primera Guerra Mundial, se interrelacionan en una aparentemente tranquila vida social, pero que en realidad está cargada de una tensión que se manifiesta en sucesivos episodios en los que el asesinato, los atentados, la tortura, el abuso sexual y la muerte se convierten en la verdadera cotidianidad.

Hay quienes dicen ver en este ambiente y estos personajes la prefiguración de la gran hecatombe de la guerra, pero eso sólo parece una excusa que pretende justificar lo que en otras películas, con o sin guerra, es una clara intención de este director: historias perversas sobre personajes patológicos que no permite los matices, ni otra división distinta a la de víctimas y victimarios.

Es cierto que hay algo de genialidad en la forma como Haneke, a partir de estos elementos, consigue un efecto en el espectador, un afecto de malestar, por supuesto. Pero con esas historias y personajes tal vez resulta más fácil hacerlo. Pero la cuestión es que, en esa medida, podría verse también como un cine con un rango de amplitud muy limitado.

Iron Man 2, de Jon Favreau

Tedio enlatado

Por: Íñigo Montoya

Es absurda la cantidad de veces que nos vemos obligados a comprobar que segundas partes nunca son buenas. Así como sorprendió que, en su primera parte, otra historia más sobre un superhéroe que viste un traje mecánico resultara una cinta interesante y entretenida, ahora no sorprende que su alargue a una segunda parte haya sido un fiasco en casi todos los sentidos.

Como se sabe, las segundas partes se hacen para sacar más provecho a la franquicia luego del éxito de la primera. Excepciones como Terminador, Volver al futuro o Resident Evil, son muy escasas, porque por lo general la segunda resulta una mala copia de la primera en la que, extrañamente, los mismos elementos no funcionan de nuevo.

La idea inicial, que está basada en un superhéroe detrás del cual hay un multimillonario hedonista y arrogante, funcionó muy bien hace dos años, tal vez por la novedad del personaje y su juguete tecnológico. Pero en esta ocasión esa personalidad es llevada a extremos ridículos, como cuando hace de anfitrión de una fiesta con el traje puesto y luego, borracho, pelea con su amigo que le quitó uno de los trajes.

En este sentido el guión resulta trivial y empantanado en una serie de situaciones que no se deciden en, por un lado, desarrollar a profundidad la trama o sus personajes, o por otro, al menos concentrarse en buenas secuencias de acción, de las cuales escasamente hay tres en toda la película, sin que necesariamente sean lo mejor que hayamos visto del cine de acción: sólo pirotecnia visual y máquinas dándose golpes.

Es una lástima ver cómo Robert Downey Jr. desperdicia con cintas así el renacimiento de su carrera (debía aprenderle a Johnny Depp, que advirtió que no participaría de Piratas de Caribe 4 si no le gustaba el guión). Igual es una lástima ver a la bella Scarlet Johansson hacer papelitos de este calibre, luego de actuar a las órdenes de maestros del cine.

Una enseñanza de vida, Lone Scherfig

Fábula adolescente

Por: Íñigo Montoya

Existe un tipo de películas que se ubican en la clasificación “coming-of-age”, algo así como “la llegada a la edad”, la cual se refiere a esas historias en las que uno o varios jóvenes se encuentran en ese momento de sus vidas en que descubren el mundo, dando un salto cualitativo en su formación personal y su visión del mundo. Esta película inglesa pertenece a esta categoría y aplica el concepto que la define de una manera entretenida, estimulante y hasta reveladora.

La historia es protagonizada por una brillante joven que está a punto de graduarse y ambiciona entrar a una prestigiosa universidad. Sólo por su inteligencia, aplomo y precocidad era posible que se pudiera confundir con tres personas un poco mayores que ella y entablar una relación de iguales. El nuevo pretendiente, junto con su pareja de amigos, abre un universo de conocimiento, diversión y sofisticación que deslumbra a la colegiala, tanto que la pone a dudar sobre sus otrora firmes objetivos de vida.

A partir de este planteamiento el relato hace un recorrido por las emociones de esta adolescente que, como todos los jóvenes, se quiere comer el mundo de un solo bocado, casi sin degustarlo y menos sin digerirlo debidamente. La película –dirigida por una mujer, un dato que en este caso importa- consigue que el espectador, a pesar de todo, se identifique con el personaje y entienda sus desatinadas decisiones, y lo hace a partir de una puesta en escena cargada de sutileza, buen humor y un tono casi inofensivo, a pesar de la seriedad del tema.

Las sólidas interpretaciones y la ambientación a principios de la década del sesenta, en Londres, contribuyen a ese ambiente de desenfado propuesto por el relato, muy a pesar de los giros dramáticos que eventualmente acontecen. Aunque es cierto también que el guión, por momentos, se muestra inconsistente (sólo hay que pensar en la incoherente y contradictoria actitud del padre frente a los dos pretendientes de la joven), pero finalmente todo funciona para capitalizar una encantadora fábula adolescente construida con inteligencia.

Segunda oportunidad

Segunda oportunidad

Por: Íñigo Montoya

Una regla de las comedias románticas es que sea protagonizada por gente joven y bella. Con esta película de Nancy Mayers (una de las más exitosas escritoras, productoras y directoras de comedias de Hollywood), rompe por segunda vez esta norma. Ya lo había hecho con Alguien tiene que ceder y ahora lo hace con una pareja adulta de divorciados. Aún así, consigue que el sexo y el amor sean atractivos y permite que el espectador se identifique con los personajes y las situaciones.

La premisa del filme está anunciada en el título en español (aunque originalmente se llama It’s complicated). De manera que cuando esta ex pareja vuelve a sentir una atracción mutua, la comedia viene por vía de las peripecias que deben hacer para ocultárselo a sus hijos (ya bastante crecidos) y también al tener que lidiar con un tercero en la relación.

Toda esta situación en la primera mitad de la película propicia unos momentos verdaderamente divertidos, pero lo que ocurre con todas las comedia románticas, que hacia el final pasan por una fase dramática, en esta película esa fase se anticipa y se queda casi hasta el final. Porque como en pocas comedias, ésta de fondo también reflexiona sobre asuntos serios que tienen que ver, más que con las relaciones de pareja, con las relaciones después de los cincuenta años y con la particularidad de ser ex esposos.

La cinta tiene un atractivo adicional, su reparto. Está protagonizada por Alec Baldwin y Meryl Streep (quien por la pócima de la eterna juventud que se tomó en aquella película de Zemeckis, La muerte le sienta bien, parece más joven que su compañero, aún siendo diez años mayor). La pareja funciona muy bien, así como el tercero en cuestión, Steve Martin, que hace bien las veces de complemento, aunque siendo uno de los más importantes cómicos de Hollywood desde hace décadas, su talento fue desperdiciado.

Hombres dementes, de Grant Heslov

Comando Hippie

Por: Oswaldo Osorio

Fue Groucho Marx quien dijo que “inteligencia militar” era una contradicción de términos. Ahora, encontrar militares con poderes extrasensoriales, puede ser  aún más insólito y contradictorio. Pero esa es, justamente, la premisa de este filme, la cual da como resultado una original y mordaz comedia que pone en juego una serie de ideas que contrastan con la mentalidad castrense, aunque es una comedia que empieza con el ímpetu de una carcajada burlona, pero termina conformándose con ser solo una sonrisa cómplice.

Lo primero que llama la atención de esta comedia es el particular tono de farsa en que está planteada. El cine de Hollywood no se ha caracterizado por crear comedias muy sofisticadas, más bien la vulgaridad y elementalidad son sus rasgos distintivos, sin que esto quiera decir que no son eficaces, sólo habría que recordar algunas de las comedias de los hermanos Farrelli (Loco por Mary, Irene y yo y mi otro yo…), solo por mencionar los últimos directores cómicos exitosos de Hollywood.

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Furia de titanes, de Louis Leterrier

El mito revivido

Por: Íñigo Montoya

El cine fantástico solía recurrir más a los mitos griegos, pero hacía mucho no los revivía, eso a pesar de toda la riqueza argumental y de personajes que contienen. Ahora que lo hace, va a la fija y revisita un mito que ya ha sido probado con el público cinematográfico: la confrontación de Perseo contra Mudusa y el Kraken para salvar a la ciudad de Argos y a la princesa Andrómeda.

La clásica versión de Desmond Davis, realizada en 1981, ya sólo puede ser vista como una curiosidad, pues buena parte del atractivo de este relato descansa en la forma como se pueda materializar ese mundo con sus criaturas fantásticas, y para eso es necesaria la magia del cine, que, vista desde ahora, la de aquel entonces ya no parece tan mágica. Los efectos especiales inevitablemente se antojan envejecidos y torpes, quitándole toda la fuerza que antes creíamos que le daba a esta aventura épica.

Esta nueva versión, naturalmente, cuenta con los últimos efectos que se consiguen con la imagen digital, con la cual ya no hay límite alguno y se puede crear cualquier cosa, desde personas, pasando pos monstruos y criaturas, hasta espacios arquitectónicos y ciudades enteras con todo y su paisaje. En esa medida, no se le puede negar la espectacularidad e imaginación a esta versión, pero cuando se habla de los aspectos tecnológicos de una película antes que de su contenido, el asunto empieza a ser sospechoso.

La película está armada a partir del género de aventuras, en el que los personajes guiados por un héroe hacen una travesía en busca de algo y sorteando peligrosos obstáculos. Este es un esquema que casi siempre se ha prestado para crear sólo entretenimiento, sin darle muchas vueltas a la construcción de sus personajes ni a la improbable complejidad de las ideas.

A continuación, el trailer de cada una de las versiones, que ponen en evidencia el avance de los efectos especiales en el cine:

Contracorriente, de Javier Fuentes León

Una buena historia mal conducida

Por: Íñigo Montoya

La idea de esta película es interesante y hasta transgresora de entrada. Aunque historias sobre homosexualidad son cada vez más corrientes y abiertas en el cine actual, la idiosincrasia latinoamericana todavía no da para tomar este toro por los cuernos. De hecho, la mayoría de las veces la presencia de homosexuales en el cine de la región es para dejar claro que sólo son objeto de marginación, censura o burla.

Esta cinta, para ajustar, sitúa su relato, no en la ciudad, donde esta exclusión y recriminación puede ser menor, sino en un pueblito pesquero del Perú, donde la mentalidad es más cerrada en relación con estos temas y más cercana a guardar la moral católica. Es en este contexto que se da la relación entre dos hombres, uno de los cuales es un pescador que tiene el doble conflicto de aceptar sus preferencias sexuales ante la comunidad y ante sí mismo, en su calidad de hombre de familia.

La película alcanza a reflexionar un poco sobre estos conflictos y crea un inquietante drama a partir de ellos, sin embargo, ese drama durante buena parte del relato se antoja desarticulado y postizo. El tono general se acerca peligrosamente más al melodrama televisivo que al drama serio y evocador que pretende.

Aún así, el desenlace de la película, gracias a un par de giros inesperados que da la historia, hace que en perspectiva se vea como una interesante propuesta en la concepción de sus personajes y en la forma de abordar un tema que sigue siendo tabú en América Latina. Incluso se puede pensar que resulta provocador y trasgresor en este sentido, lástima que la forma en que se condujo el relato no haya correspondido con esta audacia.

Celda 211, de Daniel Monzón

El buen chico y Malamadre

Por: Oswaldo Osorio

Hay géneros cinematográficos que están determinados por el espacio en el que se desarrolla su historia. El western es el más claro ejemplo de ello. De acuerdo con esto, hay quienes hablan del género “carcelario”, que si bien resulta un poco exagerado llamarlo género (a lo sumo puede ser un subgénero), es cierto que el lugar y los personajes que forzosamente lo habitan pueden definir un esquema y unas características generales presentes en los relatos a los que se le aplica tal rótulo.

Esta cinta española, aunque en esencia es un thriller, contiene estos elementos del cine carcelario y, como ocurre con todos los filmes que apelan a un esquema, lo importante es cómo combinan tales elementos y aplican el esquema, lo cual aquí se hace de forma ingeniosa y precisa para conseguir un relato visceral y contundente a partir de un espacio y unos personajes harto conocidos.

El guardia que en su primer día de trabajo queda en medio de un motín y, para salvar su pellejo, se hace pasar por un preso nuevo, es una premisa que de entrada resulta original y prometedora, aunque hay que aclarar que su origen es la novela homónima del periodista Francisco Pérez Gandul. A partir de este planteamiento, lo que viene es una doble confrontación, un doble conflicto que le da el sabor adicional a esta película de “cárceles y motines”. Por un lado, el tire y afloje entre los internos y las autoridades carcelarias, una historia ya vista mil veces; pero por otro, el encuentro entre el recién llegado y el líder de la cárcel, Malamadre.

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