La ética criminal de los de cuello blanco
Con todo un país de por medio
Un circo renegado en la esquina
El segundo plano como protagonista
La mala televisión se toma el cine
La saga se sale de la pantalla
Por: Iñigo Montoya
La adaptación de video juegos al cine es ya una práctica común. Es apenas lógico que las dos más poderosas industrias del entretenimiento unan fuerzas para hacer productos aún más multimillonarios. Incluso ya muchos de los nuevos juegos son concebidos pensando en la adaptación cinematográfica y, así, ambas formas expresivas cada vez están coincidiendo más en su lenguaje.
No cabe duda de que una de las mejores simbiosis entre ambos medios ha sido la saga de Resident evil, aunque es necesario precisar que esta afirmación se aplica especialmente a la primera entrega: ver la película es como estar en el juego. Se trata en general de una historia de zombis pero con la lógica del cine de acción. El esquema es tan simple como efectivo, y así ha funcionado, con mayor o menor fortuna, en las cuatro entregas.
La novedad en esta cuarta parte no podía ser otra que su presentación en 3D, con la tecnología que se está imponiendo en el cine de entretenimiento. Este nuevo aditamento indudablemente hace aún más cercanas las experiencias de ambos medios, la del video juego y del cine. Aunque también es cierto que el 3D está siendo sobrevalorado, empezando por la incomodidad de estar toda la película con las gafas puestas y, aunque la imagen gana en profundidad y agrega ciertos efectos, pierde en nitidez de imagen y color (haga la prueba y quítese las gafas por un momento).
Sin ser un gran fanático ni del juego ni del cine de acción ni del cine de zombis, aún así, es una película que se deja ver, que le provee al espectador lo que le promete, lo que se le puede pedir a este tipo de cine, y más todavía, porque la última promesa antes de la aparición de los créditos, es que habrá una quinta entrega. La espero sin mucho entusiasmo, pero la veré sin falta.
El país que necesita una herencia
Por: Oswaldo Osorio
Esta película puede producir reacciones encontradas, incluso en un mismo espectador. Puede ser vista como una burda comedia populista o, por el contrario, como un picaresco retrato de la sociedad cubana actual y su prolongada crisis. Aunque, en realidad, no necesariamente tienen por qué reñir estas dos opciones, en esa medida, es una comedia ligera llena de concesiones al espectador, pero también se puede ver, si se lee atentamente entre líneas, una reflexión sobre la Cuba de hoy.
El tema y el tono de esta película prácticamente son la marca de fábrica del director Juan Carlos Tabío, presente desde su debut con Se permuta (1988), pasando por la celebrada Fresa y chocolate (codirigida con Tomás Gutiérrez Alea en 1993), hasta la reconfortante Lista de espera (2000). Es un cine comprometido con el humor y la revolución. Sin embargo, entre ese debut y esta última película se pueden hacer preocupantes lecturas sobre su cine y su país.
Lo preocupante es que el país de Fresa y chocolate y Lista de espera están totalmente desdibujados. El compromiso con la revolución por parte de los ciudadanos y el optimismo y armonía con que asumen su vida diaria y las relaciones con los demás, presentes en estas dos películas (también en la ensoñadora El elefante y la bicicleta, 1994), ya no están en este último filme, el cual está marcado por la desconfianza generalizada, la falta de solidaridad y el individualismo que busca sobrevivir en medio de la precariedad económica.
Una nueva saga de fantasía
Por: Iñigo Montoya
Las sagas de cine fantástico están de moda, eso gracias a las nuevas e ilimitadas posibilidades de la imagen digital, y seguramente tendremos de este tipo de cine para mucho tiempo, por lo que es necesario afinar el gusto y el buen criterio para no meter todo en el mismo costal.
Esta primera entrega de El último maestro del aire tiene de entrada dos ventajas que la hacen atractiva. La primera, es que está basada en una exitosa serie animada a la que los seguidores de género le tienen un singular respeto. La segunda, que está dirigida por un reconocido y talentoso director de Hollywood. Aunque es cierto que por primera vez hace un filme de este tipo, aún así M. Night Shyamalan tiene una seguidilla de títulos importantes que respaldan su trabajo: El sexto sentido, Señales, El protegido, La Aldea, La dama en el agua, el final de los tiempos.
Sin ser muy aficionado a este tipo de cine, pues confieso que El Señor de los anillos si apenas me entusiasma, Harry Potter se me antoja a héroe de pacotilla al que todo se lo hacen y Narnia es más de lo mismo con efectos parecidos, pero de todas formas pude ver en esta nueva película un universo con una lógica más atractiva y envolvente.
Es cierto que no se inventaron tampoco nada nuevo. Es la misma receta de coctel: el antiquísimo mito de los cuatro elementos (agua, tierra, fuego y aire), filosofía zen, cultura oriental, artes marciales y el esquema de la nación fuerte que quiere dominar a las demás y crear un imperio. La cuestión es que en realidad es una elección y combinación de elementos que resulta estimulante en términos de la construcción de la trama y los personajes, así como llena de posibilidades en relación con lo visual y con las secuencias de acción.
De acuerdo con los conocedores de la serie de televisión, la película le queda debiendo al público, porque mezcla o resume historias, suprime o limita personajes, pero en realidad esa será la queja siempre en estos casos, porque el cine no tiene la extensión de una serie o de una saga de libros. Por otro lado, preferiría que Shyamalan se dedicara a lo suyo, a las fábulas de misterio y suspenso, pues una película como ésta casi cualquiera de la industria la puede hacer. Aún así, me parece una cinta entretenida y en general bien planteada, que se destaca entre muchas de su género.