127 HOURS, de Danny Boyle

Por: Xtian Romero – cineparadumis.blogspot.com

Hacer adaptaciones en el cine es una cuestión de cojones y de ingenio para poder estar a la altura, como ocurre con la adaptación de libros, pero tal vez, más difícil aún, es la tarea de adaptar un hecho de la vida real, más cuando es un hecho tan famoso y reciente en donde todos conocemos hasta el más mínimo detalle.

¿Cómo empieza? (un joven y solitario aventurero en el desierto del gran cañón), ¿el conflicto?, (se queda atrapado por una piedra que le aplasta el brazo en un acantilado, solo, sin nadie que lo ayude),¿ y cómo termina?, (se corta el brazo para sobrevivir). ¿Cómo diablos nos van a mantener enganchados con esta historia, si ya todos nos la sabemos? Lo que importa no es el cuento, sino cómo lo cuentes.

Arranca con una división de la pantalla en tres partes donde se muestra el agite de la civilización, ciudades, edificios, montones de personas en la calle, para llegar al personaje que será el protagonista de la historia, que empaca todos sus corotos y se lanza a la aventura.

Una buena manera de arrancar la película, ver rodeado a nuestro protagonista de millones de personas en su propio hábitat, el mundo urbano, para acrecentar después su drama en un desierto donde estará completamente solo y tendrá que enfrentarse a sí mismo para sobrevivir.

La historia sigue con un ritmo trepidante, acompañado de una excelente banda sonora y los planos que aprovechan el bello paisaje desértico hasta que de repente, no hemos ni terminado de conocer el personaje, ¡pum!, una piedra se le interpone en su camino y lo deja atrapado.

De nuevo el ingenio de Boyle como storyteller sale a flote y se traduce en un montaje dinámico, casi videoclipero (que a muchos les puede chocar) para mantenernos enganchados todo el tiempo sin dar tiempo a respirar, además de unos movimientos de cámara que a pesar de jugar en un espacio tan reducido, no dejan caer la historia, y así, en medio de ese ritmo caótico, valiéndose de flashbacks nos seguirá presentando el personaje: su vida, sus miedos, sus sueños, sus frustraciones, lo que finalmente es, lo que lo llena de valor para decir “¡Hey, no me puedo dejar morir aquí!” y acto seguido, en una secuencia impactante, tal vez en este caso creo que debió dejar un poco más a la imaginación y no haber sido tan gore, se corta su brazo valiéndose de una navaja desafilada.

Ojo, que no todo se lo dejamos al bueno de Boyle, también se tiene que aplaudir el trabajo de James Franco, pues se echa la responsabilidad de encarnar este personaje, llevarlo en un proceso de transformación tremendo y de sostener todo un metraje a sus hombros, no todo el ritmo narrativo tendría su fuerza sin las cualidades actorales de Franco.

No puedo decir que es un peliculón perfecto, hay cositas que chocan, que me incomodaron un poco, como lo que ya dije anteriormente, su tal vez excesivo morbo en la cortada del brazo, (esto es una opinión muy personal, tal vez soy muy sensible) y la publicidad de bebidas refrescantes, como Gatorade durante todo el metraje, que son descaradamente tirados en tu cara.

Aunque la disfruté mucho no me pareció nominable al Oscar a mejor película, y prefiero no entrar en discusión respecto al tema, ni tampoco la considero el mejor trabajo de Danny Boyle, he visto cosas mejores en su filmografía pero, eso sí, hay que ir a verla, y seguro que en pantalla gigante será un muy buen espectáculo visual.

Aunque no respondo por estómagos sensibles como el mío, pero tranquilos, que igual esa secuencia sólo dura tres minutos, se pueden tapar los ojos en ese corto lapso de tiempo, y pues vale la pena aguantar ese breve momento tan explícito, pues el final, dejará con un muy buen sabor de boca, porque es una verdadera historia de vida, de esperanza y de lucha.

51 Festival Internacional de Cine de Cartagena

El viejo festival que de nuevo promete

Por: Oswaldo Osorio

En un país en el que hay casi ochenta eventos de cine, entre festivales y muestras, el Festival Internacional de Cine de Cartagena – FICCI, que hace medio siglo le dio origen a todo, debería ser el mejor y el más importante. No obstante, esta lógica del deber ser no se aplica a todos los momentos de la historia de este certamen, porque, de hecho, en algunas épocas llegó a cargar con cierto desprestigio.

En los últimos años, definitivamente, esto ha venido cambiando. Primero con la presencia del crítico de cine Orlando Mora al frente de la programación y, en este último año, con el nombramiento de Monika Wagenberg como directora del festival. La calidad del cine ha mejorado hasta un punto óptimo y la organización ahora es mucho más eficaz y profesional, sin que tampoco llegue todavía a su estado ideal, aunque realmente le falta poco.

Con estos dos importantes aspectos solucionados, ya el FICCI comienza a recuperar su lustre y en esta última versión el público solo se tuvo que preocupar por ver buenas películas, una tras otra, y después de las cuales podía conocer a sus directores y actores. Luego ir a una conferencia con el celebrado guionista Guillermo Arriaga o toparse en los pasillos con el maestro Arturo Ripstein o con las mismísimas hijas de Charles Chaplin, Geraldine y Jane.

Porque de eso se trata un festival, de una fiesta de cine que convoca a toda la gente de la industria con el objetivo de ver películas, promover la producción y reflexionar sobre los múltiples aspectos que intervienen en el arte cinematográfico. Y el FICCI tiene muy claro esto, por eso además de más de un centenar de películas, entre largos, cortos y videos, allí se dio lugar, entre otras actividades, el II Encuentro de Muestras y Festivales, el V Taller de Crítica Cinematográfica, el II Taller de Pitch Documental y el VI Encuentro Internacional de Productores.

Pero lo más importante de este o cualquier festival son siempre las películas, y el FICCI presenta una muestra iberoamericana de cine de gran calidad, que se enfoca en los nuevos directores (que tengan hasta tres filmes). De manera que es el lugar ideal para calibrar el nivel y el futuro del cine de esta región, así como para descubrir esas miradas y realidades, solo mostradas con tal claridad por el cine, que de ninguna manera será posible ver en la limitada cartelera comercial del país.

Además de las películas en competencia, México era el país invitado y se pudo ver una magnífica muestra de su cine. Igualmente, retrospectivas del director francés Oliver Assayas y del mejicano Nicolás Pereda. Y no menos atractivo, un puñado de las películas colombianas que serán protagonistas durante este año: Los colores de la montaña, Karen llora en un bus, Pequeñas voces, Todos tus muertos, En coma, La vida era en serio, Los hipopótamos de Pablo y Apaporis.

En un mundo tiranizado por el internet y con el cine amenazado por la imagen pixelada de las películas descargadas o por el pequeño formato de las pantallas del computador, así como por la hegemonía del cine industrial y de gran presupuesto, los festivales de cine son un oasis para la cinefilia. Y si se trata del festival más antiguo de América Latina, que además se está rejuveneciendo, la cita para el próximo año está como para no perdérsela.

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El discurso del rey, de Tom Hooper

El tartamudo que ganó una guerra

Por: Oswaldo Osorio



Nunca el rey Jorge VI de Inglaterra había sido protagonista de la Segunda Guerra Mundial en una película. En esta lo es porque había que justificar la anécdota que es el centro del relato, había que darle peso al curioso cuento del rey tartamudo. Porque de eso se trata esta cinta, de una simple anécdota que le ocurre a un ilustre pero opaco protagonista de la historia moderna, una anécdota que es inflada para hacerla parecer muy importante y, además, es revestida como historia de superación.

Porque ese es el esquema que se impone en este filme, el de una historia de lucha individual y superación personal como otra de tantas que quieren conmover al espectador con una lección de vida. La diferencia aquí es que no se trata de un hombre común, pero al fin y al cabo sigue siendo la historia de superación personal con todas las dudosas estrategias para afectar al público fácilmente: el simpático e incondicional amigo, el apoyo de los seres queridos, la constante lucha contra las adversidades, los momentos de debilidad y el triunfo final.

Con el fin de servir a este esquema es que terminan diciendo, muy forzadamente, que la superación de la tartamudez le permitió a este monarca para darle la voz de aliento y el coraje al pueblo inglés que le permitiría, a la postre, salir victorioso. Entre tanto, Winston Churchill, quien realmente dio los históricos discursos durante la guerra, queda relegado a dos pequeñas apariciones, una de las cuales se pone torpemente al servicio de la anécdota en cuestión, cuando le dice al rey que él también superó la tartamudez. Un indicio de lo que significa para la cultura popular las alocuciones de Churchill durante la Segunda Guerra, es que el discurso “Lucharemos en las playas” se puede escuchar en dos canciones de bandas tan disímiles como Super Tramp y Iron Maiden.

Esta anécdota que hace de argumento y sus magnificadas repercusiones están muy correctamente presentadas narrativa y visualmente. Pero esta corrección es tal, que lejos de ser una virtud puede ser más bien una carga. La razón de esta tesis, que parece contradictoria, es que esta película en todos sus aspectos (los mismos que fueron nominados por la Academia), “hace la tarea” de plantearlos como manda el libro, sin ningún asomo de novedad, talento creativo o énfasis que logre estimular.

Que todo esté juiciosamente ejecutado en una película, es apenas el requisito básico que requiere cualquier producción. Pero que esto sea suficiente para que, de acuerdo con las doce nominaciones a los premios Oscar que recibió y los cuatro que ganó, sea considerada una gran película, es solo una prueba más de lo arbitrarios que pueden ser estos galardones y del convencionalismo que estimulan en la industria del cine.

Sin ser tampoco una deficiente cinta, de hecho, tiene muchos momentos de fuerza y emotividad, así como las interpretaciones les sacan provecho a los singulares personajes. Pero el punto es que, justamente, esa emotividad deviene del sensacionalismo de una anécdota que se esfuerza en querer dar una importante lección de vida, mientras que los personajes son igual de anecdóticos y sensacionalistas: el rey tartamudo, la leal esposa, el amigo excéntrico y el hermano de vida disoluta. Justo lo que le gusta a la Academia, justo lo que le gusta al gran público.


Temple de acero, de Ethan y Joel Coen

La joven con sed de venganza

Por: Oswaldo Osorio

Es una lástima que el western haya caído en desuso, porque es un género cinematográfico con gran potencial para explotar en lo visual, lo argumental y en las reflexiones sobre la condición humana, pues está creado a partir de unas situaciones, un tiempo y un espacio que son extremos. Solo de vez en cuando es resucitado por directores que le reconocen estas cualidades. Y si esos directores son figuras del talento del los hermanos Coen, el género sin duda brillará como en su época de oro.

Siempre uno de los temas capitales de este género ha sido la venganza. Aunque aquí está disfrazada de justicia, pues en principio se muestra un atípico lejano oeste que intenta ser civilizado y legalista, con juicios, abogados y comisarios caza recompensas. No obstante, en el fondo termina imponiéndose la lógica de ese universo hostil, es decir, la ley del revólver y el instinto de supervivencia.

Como su celebrada Sin lugar para los débiles (2007), que tiene elementos del western, esta película también es una prolongada persecución, lo cual le da al relato una dirección muy simple pero, por lo mismo, con una fuerza básica que monta al espectador en una permanente expectativa. Y por lo mismo, se trata de una road movie, en la que la construcción de los personajes y la relación entre ellos van evolucionando junto con el paisaje. Por tal motivo, la constante transformación en el aspecto visual y emocional es lo que marca el ritmo y los giros de esta historia.

De ahí que, aunque en apariencia es un elemental relato de persecución y venganza, lo cierto es que, de fondo, está el singular trío de perseguidores, compuesto por una joven de catorce años y dos caza recompensas. Son estos personajes quienes le dan ese trasfondo de cinismo, humanismo y reflexión moral que siempre está presente en el cine de los Coen, que en este caso tiene que ver con la relación entre el valor de la vida y el sentido de justicia (y la capacidad para imponerla) en un mundo en el que los parámetros morales y de civilidad apenas están difusamente dibujados.

De otro lado, además de la persecución, que es el elemento que sostiene la atención con las acciones y con la trasformación del paisaje, el espectador es constantemente estimulado por el contrapunto entre los dos protagonistas principales y sus características opuestas: el viejo Sheriff Rooster es alcohólico, pragmático y amargado, mientras la joven es inexperta, entusiasta  e idealista.

En especial este último personaje es el que resulta más vistoso en esta historia. Tal vez molesta un poco su sobresaliente precocidad, pero en el cine de los Coen sus personajes son siempre estilizados por razones que compensan el artificio. Estas razones podrían ser: el uso de referentes del cine de género, el ingenio en la elaboración de los diálogos y lo que representan estos personajes para su planteamiento, que en este caso es ese “temple de acero” que se necesitaba para sobrevivir en el lejano oeste.

Con ese puñado de obras maestras que los Coen tienen en su filmografía (De paseo a la muerte, Barton Fink, Fargo, ¿Dónde estás hermano?), tal vez esta no sea su mejor película, pero sin duda está hecha de esa materia prima que define su estilo y su talento, esto es, el juego con los géneros cinematográficos, la creación de personajes estilizados e inolvidables, la visualidad de un cine que no puede ser contado y la lucidez para retratar y comentar (con tanta crueldad, como humor y cinismo) las virtudes y miserias de la condición humana.


2001: Odisea espacial, de Stanley Kubrick

Una obra maestra revisitada

Por: José Manuel Vélez (temor-temblor.blogspot.com)


La primera vez que vi este film quizá rondaba entre los 16 y 17 años de edad, para entonces no vi más que un aburrido largometraje de secuencias incomprensibles y un bombardeo de imágenes ejecutadas de forma lenta y sin sentido, esperaba ver algo grafico, violento y de alguna forma grotesco como paso ante mí La naranja mecánica (1971).

En definitiva, los filmes no se ven de la misma forma en algunas estepas de nuestra existencia. En algún momento podemos ver de gran trascendencia un largometraje y luego podemos reírnos de nuestro anterior juicio, y viceversa.  Eso es 2001: A Space Odyssey (1968), el ciclo, el cambio, la evolución, la búsqueda y la infinita transformación tanto de la materia como del pensamiento.

Anoche, luego 4 o 5 años, la vi de nuevo, pero esta vez fue algo sencillamente inteligible, una claridad de asombro, solo me queda un regocijo eufórico. Es una película, por supuesto, para aquellos que disfrutan los mensajes entre líneas y diversas posibilidades de interpretación.

Pero, finalmente, se trata de un esbozo general de una idea, un atisbo a esa eterna duda sobre el hombre y su existencia. Aunque la película no deja de ser pura ciencia ficción, se vale de elementos profundamente filosóficos que giran en torno a un análisis ontológico.

Además de lo inconmensurable que puede llegar a ser el estado del hombre y sus límites, nos ofrece cuatro segmentos visuales, los cuales se traducen en unos estados de evolución del hombre, aunque resulta siendo ficción, luego que corre el primero de estos. No obstante, se ejemplifica en forma de posibilidades los tres siguientes (Están divididos en forma de capítulos).

¿Hasta dónde puede llegar el hombre luego de ese momento álgido en el cual la interacción con su entrono fue consiente? ¿Cuál es el límite de la búsqueda de respuestas? ¡La muerte! Eso se demuestra en los cuatro capítulos.

Además, la película está acompañada por una estética visual bastante buena y limpia, algo similar a  La naranja mecánica. Y qué decir del acompañamiento musical, tan impactantes escenas acompañadas por Strauss son esos momentos de sonidos repetitivos y saturando incluso la misma imagen, como también largos periodos de vacío y silencio.

De esta película solo puedo decir que no puede ser menos que una obra maestra. En definitiva  Contacto, de Robert Zemeckis, o Viaje a Marte, de Brian De Palma, se quedan en pañales, eso a pesar de ser películas realizadas dos décadas después y con todo el elemento y el factor tecnología a su favor.

DIARIO DE ÍÑIGO

Febrero 20 de 2011. La ciudad sin películas en VHS. Int/Ext. Día/Noche.

Hace poco boté a la basura más de 800 casetes de VHS. Y cuando digo boté, es literal. Metí en grandes bolsas negras todas esas películas que juiciosamente busqué, compré, copié y coleccioné durante casi veinte años, y las saqué a la acera para que se las llevara el carro de la basura o, en el mejor de los casos, un reciclador, a quien seguramente poco le iban a dar por eso, porque quien las comprara no encontraría comprador. Y es que ya nadie ve películas en VHS, no solo por la mejor calidad y accebilidad del DVD, sino porque quedan muy pocos aparatos donde puedan ser visualizadas.
Debo confesar que no las boté todas de tajo. No fui capaz. Representaban mucho para mí: mis amores de cine, la gente que me recordaba, las cintas que me repetía cada que necesitaba que el cine me reconfortara, los difícil o todo el tiempo que me llevó conseguir algunas, en fin. De manera que fue una limpieza escalonada. Botaba uno o dos paquetes cada semana, pues se trataba también de una despedida, de una muerte que debía hacerse mediante una lenta agonía, para ir haciendo el duelo.
En este momento ya tengo más o menos el mismo número de películas en DVD. Pero no me estoy apegando a ellas, sino que desde ahora me estoy haciendo a la idea de su eventual pérdida, porque estoy seguro de que, más pronto que tarde, llegará el momento de perderlos también, cuando ya haya iniciado su sustitución por el formato Blue-Ray. Espero que sea el último formato de mi vida. Hago cuentas y es lo más probable.

El ganador, de David O. Russell

Lo que más pesa en el ring es la familia

Por: Oswaldo Osorio

El boxeo es el deporte más recurrente en el cine. Esto se debe, seguramente, a que es el más intenso y dramático visualmente, por la cercanía de los contendientes, el mutuo e implacable castigo y el constante movimiento. Además, por su naturaleza violenta, quienes lo practican suelen dar lugar a personajes con sustanciales posibilidades argumentales y dramáticas: precariedad económica, personalidades fuertes y un medio hostil que los amenaza constantemente.
Esta película tiene todo eso y, en realidad, en lo esencial no se diferencia mucho de la mayoría de películas con este tema. Porque es una cinta que no se aparta demasiado de ese esquema general que siempre se impone en estos casos, esto es, que a medida que el protagonista, en medio de altibajos, avanza hacia el triunfo en el mundo del boxeo, se intensifica el drama emocional que puede significar la victoria o la derrota.
La diferencia siempre está, naturalmente, en las variaciones que se le introducen al esquema, y la variación que propone esta cinta es lo que en cierta forma la saca del montón. Esta historia, en cuanto a la carrera por el título, se ciñe al esquema, pero el drama emocional está potenciado por la relación del boxeador con su familia, en especial con su problemática madre, que hace de manejadora, y su hermano adicto, quien lo entrena.
Así que el gran conflicto de este filme no es tanto si gana el título, sino si lo puede obtener a pesar de su familia. Y aquí es donde se imponen las personalidades de la madre y el hermano, quienes están auspiciados por un grotesco pero fascinante coro de hermanas que redondea el caos de esta familia disfuncional, la verdadera antagonista contra la que tiene que luchar el protagonista.
Dándole forma a ese doble conflicto, el profesional como boxeador y el emocional frente a su familia, esta película consigue un relato sólido y bien medido, un drama realmente envolvente que si bien no presenta muchas novedades frente a lo que se conoce de este tipo de cine, los elementos recurrentes que la componen están planteados con precisión, por lo que resulta inevitable ser tocado por el drama de sus personajes.
Entre esos elementos conocidos está la gran “atracción” del filme, que es el personaje del hermano adicto (así como la interpretación de Christian Bale). Como siempre, los roles extremos resultan los más populares, porque son los que permiten un mayor lucimiento actoral y propician dramas más intensos, aunque muchas veces eso se preste para efectismos y manipulaciones emocionales. Ayuda un poco para no acusar al guionista de abusar de este recurso el hecho de saber que la historia est´a basada en un hecho real.
No obstante, no se debe reducir esta cinta solo a ello, que en últimas podría verse apenas como un fácil gancho emocional. Y es que, a pesar de todos sus convencionalismos, esta película consigue ser un producto muy completo, porque sus características pueden funcionar tanto para la vana fiesta de los premios Oscar, como para ver en ella un aporte a este tipo de temas en el cine y un relato que sabe construir un potente drama cinematográfico.

De Amor y Otras Adicciones, de Edward Zwick

Un giro para la comedia romántica

Por: Íñigo Montoya

La comedia romántica es el único género que no se ha desgatado después de setenta años. Sus componentes y esquema siguen sin modificaciones sustanciales, y aún muchas todavía logran el efecto deseado. Claro que todo depende de cuáles giros y variaciones le introducen al conocido esquema.
Una de esas características del género es que el humor y la trama son disparados porque alguno –a veces ambos- de la pareja protagónica oculta algo o miente. En Cómo perder a hombre en diez días, por ejemplo, los dos ocultan el hecho de que se interesan por el otro solo para ganar una apuesta. De acuerdo con esta característica, entonces, las comedias románticas siempre pasan por una fase de drama cuando se descubre la mentira o el secreto.
En esta película de  Edward Zwick (a quien se le conoce más por cintas de acción y bélicas como Días de gloria, Estado de sitio, Valor bajo fuego, El último samurái o el Desafío), junto con su guionista, en lugar de una mentira o un secreto introducen como componente dramático la grave enfermedad de uno de los personajes.
De esta manera, la historia empieza como cualquier comedia romántica (un chico encuentra a una chica) y está poblada de situaciones y personajes jocosos, pero de fondo está siempre este asunto del Parkinson que ella padece, que si bien primero sirve también para crear humor, luego se pone seria la situación para transformar la cinta en un drama de significativas connotaciones, con personajes que ganan profundidad y un final que apela al tono de los relatos románticos.
Esta mezcla parece algo extraña, no obstante, realmente funciona en sus intenciones y componentes: cuando debe ser cómica causa gracia, cuando se torna en un drama resulta reflexiva, y cuando es romántica deshace a todos los espectadores. Eso porque todo en la historia está planteado en su justa medida, de manera inteligente y sin abusar de las emociones del espectador con salidas fáciles.
Además, la pareja protagónica, interpretada por Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway, cumple con el requisito de toda comedia romántica, que haya química entre ellos y conformen una buena pareja emocional y fotogénicamente.

Las hierbas salvajes, de Alain Resnais

Un cine rebelde y estimulante

Por: Oswaldo Osorio

Esta es la peor época para la cartelera de cine, una cartelera que ya de por sí es siempre raquítica. Y es la peor por la cercanía de los premios Oscar, porque los exhibidores “amarran” las películas para luego estrenarlas aprovechando la publicidad que dan los galardones.
Además, por esta misma razón, el cine que puebla la cartelera es el nominado y premiado por la Academia. Y esto significa que, aunque pueden haber algunas buenas películas, en general es el cine más convencional que existe: temas populares o políticamente correctos, exhibicionismo actoral, tramas y tratamiento complacientes con el público, etc.
En este contexto, una película del director Alain Resnais realmente es una hierba salvaje que se deja ver por entre una grieta del concreto siempre pulido y uniforme de nuestra cartelera. A sus 88 años, este director francés aún mantiene el espíritu con el que contribuyó a forjar ese movimiento de ruptura en el cine que fuera la Nueva Ola Francesa. Fue uno de los más transgresores con las convenciones del séptimo arte y de la narrativa clásica, y a juzgar por esta película, aún lo sigue siendo.
Por eso este filme, que habla sobre el encuentro y muy particular relación entre una pareja mayor, se sale de todas las lógicas que rigen a las películas que recalan en cartelera habitual y del cine que gana premios Oscar. Su narrativa se antoja inusual y la construcción y proceder de sus personajes sorprende y hasta desconcierta.
El relato de esta cinta juega con diversos recursos y procedimientos: la voz propia de cada personaje y la de un narrador, la sobreposición de imágenes en el plano para referirse al pasado o a la imaginación, los saltos en el orden de la narración, la inclusión de acciones aparentemente innecesarias, etc. Esto hace que el espectador, en lugar de estar absorbido por una sucesión de acciones, como suele suceder con casi todas las películas, permanentemente se pregunte por qué ocurren las cosas y se dé cabida al asombro por los inusitados giros y recursos narrativos.
Igual sucede con los personajes. El realismo sicológico que normalmente los rige en el cine de todos los días, aquí desaparece casi por completo. Ya los personajes no siempre se mueven como consecuencia de unas motivaciones sólidas y lógicas, presentadas por la trama, sino que se da paso a un proceder en el que las emociones y sentimientos surgen casi por capricho, lo cual puede llegar a desconcertar, pero también resulta divertido o sorpresivo.
El caso es que esta historia entre la odontóloga-piloto y el jubilado de oscuro pasado, en su aparente inconsistencia emocional e inesperados giros afectivos, está construida para mantener al espectador siempre activo, casi a la defensiva, por la aparente falta de lógica (la lógica habitual) de lo que pasa y por la expectativa sobre la dirección que va a tomar todo aquello.
No es un cine fácil, por supuesto. Con tanto Hollywood que comemos estamos más enseñados a una dieta de fácil digestión, al cine con una narración envolvente y universos creados a partir de la lógica causa-efecto. No obstante, una película como esta puede ser más inquietante y estimulante, porque tiene mayor capacidad de confrontar y producir perplejidad, para bien o para mal, eso dependerá de cada espectador.

El gran concierto, de Radu MIhaileanu

Una película estorbo

Por: Íñigo Montoya

Con esta película se me ocurrió que, por sus características, es un tipo de cine que le hace más daño a la cartelera y a la cinefilia que la más comercial de las basuras de Hollywood. Y es que es una película que pasa por “cine arte” o por ser un filme con un alto contenido artístico, sin llegar a ser tal cosa, y con esto ocupa los espacios que son dedicados a un cine diferente, al cine de calidad que realmente es una alternativa entre tanto producto empaquetado.
Se trata de una historia que cuenta la suplantación de la Orquesta Bolshoi por parte de los viejos integrantes, caídos en desgracia en la época de la Unión Soviética. De entrada este planteamiento, junto con la reunión de los 55 integrantes en dos semanas y el viaje a París, ya se pasa de forzado e inverosímil. Pero todavía falta el toque sentimental, pues a la mejor manera de las telenovelas mexicanas, aparece en la trama la  hija  perdida  de  unos  personajes  importantes  para  la  orquesta.
Cuando la orquesta está en París, empiezan a suceder una serie de situaciones absurdas, que no concuerdan con la lógica planteada por la historia (el amotinamiento reclamando el dinero, la huída de los músicos, el ensayo con los gitanos, etc.). Pero es de ese absurdo que hace fruncir el ceño por la incomprensión de lo que sucede y no el que causa gracia.
Entre estas situaciones absurdas y los momentos sensibleros relacionados con la hija sin padres, la película avanza hacia un final absolutamente predecible y del todo complaciente con el espectador, que quiere ir al cine a que le cuenten historias que lo hagan reír y emocionar fácilmente, no importa que sea a partir de forzados recursos.
De manera que esta película, que está exhibida en las salas en que normalmente presentan un cine alternativo y más inteligente, no está haciendo otra cosa que estorbar, porque está ocupando el espacio en el que deberíamos estar  viendo un cine que de verdad le haga contrapeso a películas como El Paseo o Los viajes de Gulliver.