Río, de Carlos Saldanha

Los colores alzan vuelo

Por: Íñigo Montoya


Cuando Hollywood se mete con Latinoamérica, nada más sabe reproducir estereotipos y deformaciones de la realidad. Solo puede haber diferencia cuando hay alguien “de la casa” tras el proyecto, y ese es el caso precisamente de esta película, pues su guionista, director y productor nació y se crió en Rio de Janeiro, la ciudad que le da nombre a esta nueva cinta animada.

La idea de la película es muy buena, pues conecta el colorido y vivacidad de las aves tropicales con el tema ecológico, que es tan popular y “apropiado” para los niños. Su historia está planteada de forma muy inteligente a la manera de comedia romántica, incluso por doble partida: por un lado, la historia de las aves, que es la central y más original, y por el otro, la de sus “dueños”, que es más previsible.

A pesar de todo esto, su desarrollo es el de siempre: unos malvados villanos, la necesidad de los protagonistas de llegar de un punto A a un punto B franqueando todos los obstáculos posibles, un pequeño grupo de amigos fieles y encantadores, y un final feliz y aleccionador.

Esto quiere decir que es una película que tiene lo de casi todas las de su tipo, por lo que en general sorprende poco. Pero, de todas formas, los detalles y las pequeñas soluciones son originales y atractivos, además de exótico y refrescante el contexto en el que plantean su historia, esto es, la ciudad de Rio de Janeiro con todo su abigarramiento y colorido y, por supuesto, en medio del carnaval.

Lecciones para un beso, de Juan Pablo Bustamante

Tratado de torpeza y mal gusto

Por: Íñigo Montoya

Esta película es desafortunada casi por cualquier lado que se le mire. Para empezar, se supone que fue concebida como una comedia romántica –o al menos así la promocionan-, pero la gracia se le ve poco y el romance es truncado por dos extremos: la torpeza o el mal gusto. Pero más grave aún, no tiene jamás en cuenta las claves a partir de las cuales funciona una comedia romántica.

Al parecer es la historia de amor entre dos adolescentes, pero lo menos que hay entre ellos es romance, ni siquiera al final, cuando el amor se gana un premio de consolación que no significa nada y antes molesta. En torno a ella, está lo peor de la cinta, lo más forzado y de mal gusto: la apuesta de los tres adultos por, no enamorar, sino conseguir tener sexo con tres mujeres.

El mal gusto y la torpeza empiezan por la prueba que piden para la apuesta (los pantis de la víctima sellados con la marca de un beso -¡Qué originales!-), pero se torna insoportable cuando el espectador es testigo de las bajezas que estos hombres usan como estrategias para obtener su objetivo, un comportamiento que está en las antípodas del romance.

Entre el niño tonto que ni habla ni protagoniza ninguna historia de amor y sus tres atarvanes  consejeros, se dan una serie de situaciones que poco tienen de divertidas y que solo resultan una retahíla de escenas que quieren forzar un humor que no existe, a no ser que a uno le parezca divertido el machismo grosero y los engaños mezquinos.

La película es muy colorida, como Cartagena (la de los turistas) y cuenta con la belleza siempre radiante de Cristina Umaña, que bien pudo ser cualquier otra actriz. Salvo Basile haciendo de él mismo, como siempre, y casi dos horas de profundo tedio, casi de indignación.

Los Agentes del destino, de George Nolfi

El amor se rebela contra el Plan Maestro

Por: Oswaldo Osorio


Esta película es una rara mezcla entre historia de amor, cine fantástico y con elementos del thriller. Pero en la medida en que estos componentes están repartidos equilibradamente, el relato mantiene su unidad y coherencia, aunque al final, como debería ser siempre, es la historia de amor la que se impone.

Pero esa unidad y coherencia, más que del guionista y novel director George Nolfi, proviene de un cuento del célebre escritor estadounidense Philip K. Dick, un autor que supo crear unos magníficos relatos de ciencia ficción (Blade Runner, Minority report, Una mirada en la oscuridad), que además de ser imaginativos y envolventes, también están siempre provistos de un trasfondo de reflexión sobre la sociedad y la naturaleza humana.

La premisa de la que parte esta cinta dice que existe un Plan Maestro al que los hombres obedecen, quiéranlo o no. Entonces la cuestión fundamental de que haya un destino es que su existencia contradice el derecho del libre albedrío. ¿Porque si todo ya está escrito, entonces para qué decidimos?  Y, como se sabe, las decisiones que tomamos es lo que nos define por encima de cualquier cosa. En esta película, entonces, se enfrentan esas dos fuerzas, el Plan Maestro y el libre albedrío. El tamaño de lo que representan (y lo que está en juego) pone en evidencia la fuerza del conflicto en esta cinta.

David y Elise no están destinados a enamorarse, pero el azar, esa némesis del destino, los une un par de veces y el Plan se empieza a contrariar. De manera que la trama plantea la tensión entre el destino que los rige y las decisiones que quieren tomar. El problema es que las decisiones no siempre son fáciles, porque no todo está en blanco y negro, generalmente hay matices y variantes.

Pero si bien toda cuestión se podría solucionar haciendo un inventario de ventajas y perjuicios, y por lógica tiende a imponerse lo razonable y lo correcto,  también es cierto que esta lógica puede ser vencida por fuerza mayores, el amor, por ejemplo, aunque también el odio o el deseo, y tantas otras incontrolables pasiones propias de la condición humana.

Y aunque estas cuestiones siempre están de fondo y son lo que motivan la construcción de los personajes y sus acciones, también tiene un gran protagonismo la forma en que está presentado el relato. El componente fantástico, por un lado, el de esos seres que manipulan el destino de los humanos, impone un tono de misterio y expectación que hace de éste un relato atractivo e imprevisible. Y el componente de thriller, por su parte, permite que la narración esté construida de forma precisa y acompasada, jugando con el suspenso y los giros inesperados.

De manera que si bien es un filme que propone una reflexión sobre asuntos como el destino y el libre albedrio, con el amor en medio de esa confrontación, está empaquetado como un eficaz producto de Hollywood, entretenido, envolvente, con un par de bellas estrellas como protagonistas y complaciente con el público. En otras palabras, es un cine inteligente y al mismo tiempo muy comercial.


Los ojos de Julia, de Guillén Morales

Por: Xtian Romero (cineparadumis.blogspot.com)

Los peores enemigos son a los que no se les puede ver el rostro, porque estás en desventaja, ya que no te puedes enfrentar a ellos en igualdad de condiciones. Guillén Morales tiene eso claro y lo ha demostrado en su pequeña filmografía, o sea, dos películas para ser más exactos, en donde sigue con una misma constante, casi que con las mismas inquietudes, casi que con las mismas formulas, casi que con la misma historia contada de otra manera.

Hace un tiempo me topé con su ópera prima, El habitante incierto, una película con un atractivo argumento que, después de su visionado, deja un poco incomodo, por lo inclasificable y retorcida que puede llegar a ser; y esa misma sensación la he encontrado mientras veía Los ojos de Julia, a pesar de que en este segundo round apele a formulas más comerciales.

Claro que ese extraño sabor de boca no es decepcionante, al contrario, después de ver sus dos películas, se queda con una inquieta satisfacción, pues este tipo, a pesar de algunos “peros” que no puedo evitar criticar, sabe contar una historia de suspenso claustrofóbico.

Julia, junto a su esposo, va a visitar a su hermana que sufre una extraña enfermedad degenerativa que la ha dejado ciega, pero encuentran que se ha suicidado. Contra el criterio de todo el mundo, Julia asegura que hay algo más detrás de ese suicidio, hay algo que no encaja bien, y comenzará una búsqueda implacable de ese algo o ese alguien que nadie puede ver según ella, mientras va sufriendo la misma enfermedad de su hermana y pierde la vista paulatinamente.

El arranque de la película es atrapante y el ritmo se va manteniendo, el director logra tomar el control de la historia en el momento en que piensas que se le va a salir de las manos. Lo que más aplaudo de las decisiones narrativas, es poner al espectador en los ojos de Julia, ver lo que ella puede ver, y no ver lo que ella no puede ver, pues esos momentos de ceguera en que no se pueden ver los rostros de sus interlocutores, logran transmitir esa sensación cuando no puedes saber qué es lo que te está amenazando. Todo eso se ve reforzado por una fotografía tremenda, fría, oscura, ayudada de unas locaciones que sin ser sucias, al contrario, muy cuidadas, generan angustia al ritmo de una banda sonora inquietante.

Un aplauso más sonoro por la actriz Belén Rueda, que le da vida a su personaje protagónico con una fuerza dramática impresionante. Los demás actores no se quedan atrás, pero en eso sí hay que hacer un apunte, se siente que en la película hay muchos personajes o muy gratuitos o pobremente caracterizados desde la misma creación del guion, que solo sirven para un par de trampitas en la historia, la cual se vuelve más extensa de lo necesario, pero desemboca en un final interesante, tal vez un tanto rosa y un poco forzado para un trasfondo amoroso al que no se le dio mucha fuerza desde el principio, pero al fin y al cabo, interesante.

Tal vez un poco más de rigor en la construcción del guion hubiese convertido esta película en una historia mucho mas redonda y contundente en su ejecución, pero de todas maneras, conociendo ya las dos realizaciones de este novel director, se puede decir que va a pasos agigantados en su crecimiento profesional, y ojalá nos siga regalando más sorpresas en su haber cinematográfico, que espero sea largo, pues su mirada, su forma de contar historias, y sus inquietudes, me causan un buen morbo cinéfilo.

Sucker punch, de Zack Snyder

Chicas guerreras y nada más

Por: Íñigo Montoya

Si uno lee la sinopsis de esta película, puede resultar una idea atractiva e interesante. Hay un hospital mental, un burdel-prisión, batallas en guerras de distintas épocas, mucho rock, realidades paralelas, mundos imaginarios… Pero no, en realidad, se pasa de “interesante”, pues ya la mera enumeración de elementos tan disímiles la hacen una historia excesiva, por no decir disparatada.

Y efectivamente, toda esa historia de la chica metida en un hospital mental, pero que imagina que está en un burdel, pero que se transporta a guerrear en audaces batallas con sus sensuales compañeras, es una acumulación de recursos gratuitos y giros forzados con la única intención de soportar las secuencias de acción, llenas de efectismo y visualidad, que más parecen el intro de un video juego.

Y no es que esté en contra del cine de acción, pero es que a esta cinta se le pasa la mano al subordinar todo a la glamurización de la acción. Pareciera que solo le interesa acomodar el relato de la forma más fácil para que dé lugar a ubicar a las cinco chicas sensuales, bien armadas y ejecutando las más inverosímiles y audaces acciones, que poco tienen de tensionantes porque todo se les da muy fácil.

Es cierto que como es una película a la que tanto le interesa la concepción visual (su director es el mismo de 300 y de Watchmen), tiene un acabado muy atractivo, unas imágenes impactantes y momentos de verdadera brillantez visual, pero todo se queda en el exhibicionismo.

Es que ni siquiera la buena música que acompaña las secuencias de acción termina por convencer, pues todas son muy buenas y hasta conocidas canciones de rock, pero ninguna de ellas en su versión original. Se escucha durante la película canciones de Pixis, Björk, Eurythmics, The Beatles, Jefferson Airplane… pero cantadas por otros, maldita gracia.

Un año más, de Mike Leigh

Una mirada extraordinaria a personas ordinarias

Por: Oswaldo Osorio

Esta es una película donde no pasa nada, solo la vida, que ya es bastante. Pero ese “no pasa nada” es desde la perspectiva de la narrativa clásica de Hollywood, la cual exige que un relato tenga imprevistos puntos de giro que hagan atractiva la historia, así como personajes a los que les sucede algo fuera de lo común o enfrentan a duros problemas. Pero esta cinta habla de personas corrientes que lidian con situaciones corrientes, y aún así, resulta una significativa historia con personajes muy interesantes.

Hacer una buena película sobre lo ordinario de la vida solo es posible cuando detrás de ello está el talento y lucidez de un director como Mike Leigh. Principalmente desde Naked (1994) y Secretos y mentiras (1995), este autor inglés nos ha mostrado su capacidad para hablarnos de la complejidad de la vida cotidiana y los personajes corrientes. Sus dos principales herramientas son lo que logra con sus magníficos actores y el realismo en la puesta en escena.

Esta película también está construida a partir de estos elementos. Se trata de la historia de una pareja que vive una existencia simple y armónica, pero también es la historia de las personas que los rodean, entre familiares y amigos, para quienes la vida cotidiana está ambientada con un sonido de fondo de tristeza e insatisfacción. No tienen grandes problemas (como los que siempre buscan los guionistas para introducir un conflicto fuerte), aunque si se sabe mirar, como lo hace Leigh, la soledad ya es bastante, o la edad, o simplemente que no pase nada extraordinario en sus vidas.

De manera que el relato presenta un doble registro, por un lado, la felicidad de la pareja protagónica, y por otro, la infelicidad de los demás. Y es que Mike Leigh no tiene una opinión muy optimista de la vida, la cual considera que está poblada por gente triste e insatisfecha, sobre todo las personas mayores. Así lo ha recalcado en las dos películas ya citadas o en otras como Chicas de carrera (1997), Todo o nada (2002) y Vera Drake (2004). Aunque también es cierto que su anterior filme, Happy-go-lucky (2008), es una de las películas más optimistas que jamás se hayan hecho en el cine.

Pero la variable en esta cinta es esa pareja feliz, que es la que en cierta forma ayuda a los demás a sobrellevar sus amargadas existencias. El contraste se hace tan evidente que todo parece conducir a una conclusión muy simple, algo que se ha repetido desde Jesucristo hasta The Beatles: la clave de la felicidad es el amor. Y eso se puede constatar cuando el hijo de la pareja pasa del bando de los insatisfechos al de los felices, justamente, en el momento en que consigue novia.

Pero en realidad, lo que menos importa de esta película es la moraleja, y menos una que es tan obvia como profunda, lo que importa es el detalle, el realismo y la sensibilidad con que el director nos revela ese universo cotidiano y sus pequeños y grandes dramas, así como los sentimientos llenos de matices que vemos en sus personajes. Todo esto logrado solo a partir del devenir de la vida, de las cosas simples y de una búsqueda del sentido de la felicidad. Un devenir que se repite año tras año, para bien o para mal.

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El cine de los hermanos Farrelly

El desgaste de los últimos reyes de la comedia

Por: Oswaldo Osorio


Hollywood, a lo largo de su historia, ha tenido bien definidos los comediantes que se han impuesto en distintas épocas. En este momento, y desde hace unos quince años, los hermanos Peter y Bobby Farrelly son quienes se han posicionado con un estilo de comedia que nos plantea serias preguntas acerca del gusto, más que de ellos, del público que los ha sostenido como los más populares y rentables comediantes de esta época.

Todo empezó con Chaplin, quien se impuso como el más sobresaliente comediante durante casi dos décadas hasta la llegada del cine sonoro, en 1927. Cuando el cine habló, fueron los hermanos Marx quienes dominaron las pantallas durante los años treinta. La década siguiente no tuvo un reinado tan definido, si acaso príncipes disputándose el trono, como Los Tres Chiflados o Abott & Costello. Los cincuenta y parte de la década siguiente son del genio de Jerry Lewis y le recibe el trono Mel Brooks. Y para fines de los setenta y todo el decenio siguiente son del trío de directores Zucker-Abrahams-Zucker. El hecho de que todos estos “reyes” de la comedia sean judíos, es una coincidencia que, seguramente, puede ser explicada más allá de la mera casualidad.

Con Tontos y más tontos (1994) se inicia el reinado de los Farrelly. Ya en esa película empiezan a definir el tipo de humor para el que son buenos y el esquema general de sus comedias, esto es, el humor que apela a unos chistes, tanto visuales como verbales, muy básicos pero ingeniosos, con muchos componentes escatológicos y con explícitas connotaciones sexuales; y un esquema que siempre combina el respectivo “vicio” o debilidad del protagonista (que es lo que lo pone en apuros y propicia el humor) con una improbable historia de amor.

Es decir, la escatología, sin atenuantes ante el decoro, y el amor torpe, que casi siempre llega a feliz término, es la materia prima con la que trabajan los Farrely. Algo de eso se vio en su siguiente y tibiamente acogida película, Kingpin (1996), y mucho de ello en la popular, aclamada y referenciada Loco por Mary (1998), “la Cumbres borrascosas del mal gusto”, como algún crítico la llegó a definir.

Loco por Mary, sin duda, es una hilarante película, original e ingeniosa, que le ha dado a la historia de la comedia un par de escenas e imágenes inolvidables. No obstante, estos adjetivos deben ser aplicados en el marco del humor de Hollywood, de la comedia elemental y populista y del uso del mal gusto como materia prima del humor. Más o menos en el mismo nivel han estado otros filmes suyos como Irene y yo y mi otro yo (2000) y Pegado a ti (2003)

Sin embargo, la forma ingeniosa y arriesgada en que llevaron un paso adelante ese mal gusto y la escatología, ya no se presenta de igual forma en las siguientes, ya por falta o por exceso, es decir, porque no presentan nada nuevo y sus historias de amor están casi desprovistas del componente cómico, como ocurre en Amor ciego (2001); o porque lo llevan a un nivel insoportablemente desagradable, como ocurre con el chiste de la nariz defectuosa en La mujer de mis pesadillas (2007) o el del estornudo en su última película, Pase libre.

En el cine de Hollywood no se avizora sus sucesores en el futuro inmediato, a lo sumo, actualmente se les equipara el éxito y popularidad que tienen algunos actores, como Ben Stiller, Adam Sandler o Will Farrell. A pesar de ello, ya el cine de los hermanos Farrelly se antoja gastado o excesivo, dos extremos que difícilmente volverán a concebir otra Loco por Mary. Es decir, estamos ante la decadencia de un humor que ya de por sí, en relación con los otros reyes de la comedia, era decadente.