El hombre que cayó a la tierra
Por: Íñigo Montoya
Lo primero que sorprende de esta película es saber que está dirigida por Kenneth Branagh. Inmediatamente uno se pregunta ¿Qué hace uno de los mejores actores y directores shakespereanos –inglés para más señas- dirigiendo un producto con todas las características (y mañas) de las superproducciones de Hollywood?
Seguramente quiere una mansión más grande, podría ser la respuesta, porque no veo otra razón para que haya hecho esta película el autor de algunas de las mejores adaptaciones recientes de obras de Shakespeare (Hamlet, Mucho ruido y pocas nueces, En lo más crudo del invierno), además de otras deliciosas obras como Los amigos de Peter o Morir de nuevo.
En fin, por lo que sea, su genio en la puesta en escena y dirección de actores aquí pasa desapercibido porque esta nueva cinta, sin duda, es un encargo que aceptó dirigir bajo las condiciones que rigen en Hollywood para este tipo de producciones.
El material, ciertamente, era atractivo para hacer un relato llamativo en términos visuales y de cine de acción. Y efectivamente, se trata de una película que en general no defrauda, pues tiene todos los compontes que el espectador de este tipo de cine espera: imágenes fantásticas y grandilocuentes que hagan justicia al cómic de Stan Lee (inspirado en el dios de la mitología nórdica), llamativos y convincentes efectos especiales, una historia de amor (no consumado, que son las mejores), la lucha entre el bien y el mal, y un héroe todopoderoso, noble, simpático, bien ataviado y bonito.
No es de ninguna manera una historia tediosa, ni tampoco muy obvia o llena de lugares comunes, pero la enumeración de elementos del párrafo anterior bien es cierto que evidencia su gran similitud con todas las actuales producciones de Hollywood de súper héroes y basadas en cómics de la Marvel.
Solo ese contrapunto, visual y cultural, que se da entre los dos mundos le da a esta historia un componente novedoso y crea una permanente expectativa por lo que puede surgir de este encuentro, pero por lo demás, es una cinta que irá a parar al cajón de la memoria donde uno guarda todas las de su tipo.
Hollywood contra Hollywood
Por: Oswaldo Osorio
“Le dañan a uno las historias, le masacran las ideas, prostituyen tu arte, pisotean tu orgullo, ¿Y qué recibes a cambio? Una fortuna.” -Guionista anónimo-
Nadie quiere morder la mano que le da de comer, y menos en Hollywood, pero el director Barry Levinson sí lo hace con esta película. La Meca del Cine no es muy dada a la autocrítica, solo algunos han podido forjar una carrera lo suficientemente sólida para volverse intocables y, además, han tenido la inteligencia y determinación para hacerlo, como Marlon Brando, por ejemplo.
Porque de eso se trata esta película, de la gente de Hollywood criticando a Hollywood. La larga carrera de Barry Levinson también le ha permitido hacer esto sin el temor de que “lo saquen de la foto”. Algunos éxitos como Rain Man, Buenos días Vietnam, Bugsy o Los hijos de la calle le dejan hablar fuerte en contra de la industria. Aunque precisamente lo hace porque la industria misma, en otras ocasiones, lo ha pisoteado y despreciado.
Esta cinta surge sin duda de sus agridulces experiencias como director y productor. El personaje interpretado por Robert De Niro tiene mucho de la vida de Levinson en treinta años de carrera. Por eso propone un doble conflicto que articula esta historia. De un lado, están los problemas personales de este productor, y del otro, sus problemas con la industria. Y, naturalmente, ambos están conectados.
En lo personal, su vida está llena de las tensiones y presiones del día a día, donde en cada decisión se juega el futuro de asuntos muy importantes. Su taimada y absorbente labor como productor lo ha conducido a la indolencia, a la hipocresía y al esnobismo. Es un trabajo y un medio que lo han hecho olvidar lo importante de la vida (el amor, la familia, los amigos) para dejar solo lo externo y mundano: la apariencia de las cosas, el qué dirán y el dinero.
El conflicto con la industria, por su parte, es la misma historia de siempre, el forcejeo entre la libertad creativa y los intereses económicos, pero estos últimos, en un medio como Hollywood, casi siempre se imponen a sangre y fuego. Pegarle o no un tiro a un perro al final de una película puede decidir su futuro comercial y la suerte de todos los que están involucrados en ella. Saborear el éxito o caer en desgracia depende de una imagen, de una actitud de sumisión o desafío al sistema.
El retrato que hace Levinson de este productor y de la industria está desprovisto de todo el brillo y el prestigio que por lo general los cubre. El peso aplastante del dinero y los juegos de poder en torno a él solo dejan ver la mezquindad de la gente y al genio creador mancillado. El componente artístico del cine sucumbe al industrial, esa parece ser la ley en Hollywood. Y cuando se trata de revertir esto, alguien termina pasando un mal rato.
Es por todo esto que, al final, esta película deja un malestar y una incomodidad, porque permite ver las entrañas de la industria y las grandes y pequeñas miserias de quienes hacen parte de ella. Es un milagro que de todo ese fango ético y moral salgan esas bellas y sublimes historias que Hollywood de cuando en cuando nos regala.
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Las tragedias del universo marginal
Por: Íñigo Montoya
Es difícil para mí celebrar o rechazar esta película de un solo tajo. Y lo digo porque es de esas cintas que divide al público entre esas dos posiciones. Esto porque, de un lado, se trata de un película con un tema que muchos creen que ya es recurrente (la violencia en las ciudades), y del otro, porque hay quienes ven en ella un relato impactante, entretenido y realista.
La verdad es que no estoy de acuerdo del todo con ninguna de las dos posiciones. Para empezar, el tema no es muy visitado por el cine colombiano. El de la violencia tal vez sí, pero el de este tipo de violencia en realidad no. Solo que el público en general encasilla todas las películas donde hay pillos y bajo mundo con el tema del narcotráfico. Pero esta cinta tiene que ver más con las bandas de delincuentes y su universo violento y marginal.
De otro lado, lo impactante, entretenido y realista tiene muchos bemoles. Efectivamente es una película contada con cierto brío y está construida a partir de dramáticas y trepidantes acciones, pero en todo ello hay mucho de artificio, melodrama televisivo y recargados giros argumentales. Es decir, al protagonista le pasan muchas cosas, todas son adversas y las asume con un dramatismo exacerbado.
Es por eso que uno de los principales problemas de esta cinta es la cantidad de personajes, momentos y situaciones que se acumulan en el raudo relato. Esto ocurre con frecuencia a los guionistas y directores debutantes. Pero de todos, el problema más evidente es el de la concepción del tiempo, pues resulta difícil seguir la línea cronológica en la que se ordenan esas acciones, produciendo en efecto de desorientación, así como la certeza de que el argumento y la trama se exceden en elementos.
Por otro lado, no se le puede negar a esa cinta que ese argumento recargado y esa intensidad en el relato, aunque sea por acumulación, logran un filme con muchos momentos de verdadera fuerza dramática. Además, en general tiene una factura de nivel que puede conectar con el gran público, aunque no siempre las actuaciones consiguen sostener esa fuerza, sobre todo la de algunos personajes secundarios.
Aunque sea para escoger bando es una película que hay que ver. Porque está bien empacada, porque tiene muchos elementos que son tratados para enganchar al gran público y, al mismo tiempo, porque trata de hacer un retrato honesto y descarnado de ese universo delictivo y marginal, que tiene mucho de intenso y dramático, y que aquí lo proponen como un relato con cierto halo de trágica y desbocada poesía.
La sexy caperuza
Por: Íñigo Montoya
La directora de Crepúsculo esta vez fue contratada para hacer otro relato de cine fantástico, ahora dedicado a la contraparte de los vampiros, esto es, los hombres lobos. La novedad es que se trata de un relato inspirado en el célebre cuento infantil de Caperucita Roja, pero llevado al territorio del cine de acción y romántico.
Porque lo primero que hace esta versión es otorgarle una carga sexual al personaje central para hacerla una cinta atractiva y ponerla al día. Una rubia con generosos atributos es la caperuza roja de esta historia, quien además es pretendida por un par de galanes, el leñador y el herrero. Luego sazonan el relato con un típico conflicto medieval de cacería de brujas y listo, ahí tienen el doble conflicto, el romántico y el de acción.
Aunque descrito así suena demasiado calculado –que en efecto lo es- de todas formas la composición general de la historia funciona para crear una trama atractiva, llena de inesperados giros, narrada con la precisión que siempre caracteriza al cine de Hollywood y con una concepción visual que sabe explotar el paisaje, la época y a sus bellos y carismáticos protagonistas.
La importancia y vigencia de un clásico
Por: Oswaldo Osorio
La historia de la mejor película de todos los tiempos empieza con una simpática anécdota. Una compañía de teatro de New Jersey aterrorizó a los habitantes de esta ciudad, en 1938, con una impactante y realista adaptación de La guerra de los mundos, de H.G. Wells. Detrás del pánico colectivo, producido por esta transmisión radial que anunciaba una invasión extraterrestre, estaba un joven llamado Orson Welles.
Lo importante de la anécdota es su consecuencia inmediata, y es que, apenas con 23 años, este joven firmó un contrato con la RKO, una de las más poderosas productoras de la época. Pero no cualquier contrato, sino uno sin precedentes en la industria, pues le permitieron dirigir, producir, escribir y protagonizar varias películas con plena libertad creativa.
Este detalle de la libertad creativa, que por primera y última vez se le otorgaba a una persona (le quitaron ese privilegio con los siguientes filmes del contrato), es el elemento decisivo para que esta película fuera posible. Porque Hollywood nunca le ha apostado al genio creador, sino al camino seguro, que en aquel entonces –y todavía- era el atractivo de sus estrellas y los esquemas conocidos de los géneros cinematográficos.
Welles podía contar cualquier historia, y se decidió por la vida de un magnate de las comunicaciones, inspirada en la vida de William Randolph Hearst. Es cierto que dicha historia, como otras tantas, gira en torno al materialismo y al capitalismo, a la megalomanía y egocentrismo de un hombre, y es un retrato de la sociedad y la política de Estados Unidos, pero la diferencia fue cómo lo contó este director y lo que dijo sobre estos tópicos.
Rosebud
El hilo conductor de esta película es un cuento de detectives. La trama busca el significado de la última palabra que dijera Kane antes de morir: Rosebud. Es posible que una sola palabra explique la vida de un hombre, pero lo cierto es que esta búsqueda dio lugar a las principales rupturas propuestas por esta película en relación con el cine de su tiempo: la discontinuidad en la estructura narrativa y la variación del punto de vista.
Por aquel entonces, el cine apenas se estaba afianzando en sus convenciones. La narrativa clásica, eminentemente lineal, se imponía, así como los relatos en primera o tercera persona, pero rara vez mezclados. Lo que hace Orson Welles, junto con su guionista Herman Mankiewicz, es contar la historia de este hombre a partir de seis puntos de vista distintos, los cuales definen el orden no lineal del relato.
Así mismo, su propuesta visual redefinió las posibilidades estéticas del lenguaje del cine. Y no es que Welles (en complicidad con su fotógrafo Greg Toland) se haya inventado nada, sino que fue la forma como entendió los recursos formales del cine (iluminación, encuadres, angulaciones, uso de la profundidad de campo, lentes, etc.) y cómo los combinó y los aplicó en beneficio de la expresividad, el drama y la estética de su filme, lo que la convirtió también en una obra maestra y referente para piezas futuras.
Abril 30 de 2011. La ciudad sin Luis Alberto Álvarez.
Cualquier persona más o menos iniciada en el cine, y mayor de 15 años, debería saber quién era Luis Alberto Álvarez. Mis alumnos, que tienen 20 y estudian audiovisuales (lo cual los debería convertir en iniciados), no lo saben. Ninguno. Ni siquiera los de la Universidad de Antioquia, en donde hay una sala en la biblioteca y un auditorio bautizados con su nombre. Una de las personalidades más importantes de la cultura nacional, pero sobre todo, de Medellín, no está en los registros de la generación Facebook. Y no es que pida con esto un culto a la personalidad, pero si se olvida el nombre, también se olvida la obra, y realmente es una lástima que los textos de este señor se pierdan en el olvido y, con ellos, la forma como miraba el cine.
Lo descubrirían si visitaran una biblioteca, pero no, ahora lo poco que quieren saber de cine lo googlean, sin importarles –aunque muchos lo sepan- que la red está llena de falsos profetas (como este que firma, incluso).
El juego de la ficción habla del amor
Por: Oswaldo Osorio
Cualquier lugar es mejor que el lugar en el que estamos, decía alguien en una ya lejana película alemana. Y en esta francesa hay una idea similar, cuando un policía afirma que son incontables las personas que quieren irse, de un día para otro, y dejarlo todo tirado. Esta idea le confiere un fondo de hastío existencial y desesperación a esta película, y aún así no es una historia triste, pues algo de humor y amor hay en ella; ni tampoco muy trascendental y tediosa, porque está sobre la estructura del thriller, que la hace muy entretenida.
Claude Lelouch realiza películas desde hace medio siglo, pero muchos lo han desdeñado luego del enorme éxito que tuvo con Un hombre y una mujer (1966), un melodrama romántico ganador de Cannes y el Oscar a la mejor cinta extranjera. Y es cierto que este director es proclive a los cuentos ligeros y a las historias de amor, así como al cine popular y de gran presupuesto, pero al tiempo puede hacer un cine más personal, modesto y profundo.
Esta película es un ejemplo de esa versatilidad, porque puede ser vista como un inquietante relato de misterio (a la manera francesa, por supuesto, es decir, con sutileza y sin los efectismos de Hollywood para este tipo de historias) y, al mismo tiempo, como un juego intelectual con el concepto de ficción, así como una reflexión sobre la búsqueda de la identidad y del amor.
Parecen muchas cosas y muy disímiles para estar juntas, pero esa es la principal virtud de esta cinta, que esos tres grandes aspectos no sólo se identifican con claridad sino que tienen unidad, esto es, que una misma escena puede representar el misterio, la reflexión y el juego con la ficción, porque aquí lo uno siempre tiene que ver con lo otro.
Así, por ejemplo, la famosa escritora, quien a su vez tiene un escritor fantasma (aquel que escribe por ella), quien a su vez parece estar protagonizando la trama de la novela que está escribiendo, representan una multiplicidad de posibilidades en la relación entre realidad y ficción, o lo que es lo mismo, en la ficción dentro de la ficción.
Parece confuso enunciándolo, pero en la película funciona perfectamente para crear la intriga y, sobre todo, para esa ambigua construcción de los personajes, que es el recurso más importante de la trama, pues casi todo el sentido de la historia está en el juicio que el espectador hace de un personaje por lo que la película le hizo creer que es.
Pero en el fondo de esta intriga y juego con la ficción, está siempre la reflexión sobre asuntos fundamentales, como el amor, la identidad y lo que cada quien puede hacer con su vida. Algunos de esos personajes no quieren estar en el lugar donde están, a causa de lo que son y lo que quisieran ser, o del hastío con su propia identidad, o simplemente por el deseo de buscar el amor, que siempre es tan esquivo.
Este filme puede ser, entonces, la expectativa por saber quién es el asesino, o también el divertimento de ver una historia dentro de otra, o mejor, la historia de un fantasma que conoció a una mujer y quiso volver a la vida.