El páramo, de Jaime Osorio Márquez

Con el miedo adentro

Por: Oswaldo Osorio


La industria de cine se soporta sobre los géneros cinematográficos. Esto porque es un cine de fácil identificación para el público y, por lo tanto, muy popular. Y entre los géneros que más gustan están el thriller y el horror. Esta película parece estar a mitad de camino entre ambos, que se diferencian por la naturaleza del conflicto o de la amenaza que se cierne sobre los protagonistas, pues mientras en el thriller esa amenaza es representada por el hombre mismo, en el horror se trata de fuerzas sobrenaturales.

Justamente la premisa de esta película está en crear la duda sobre si se trata de un thriller o de una película de horror. Es decir, si de lo que se tienen que defender esos nueve soldados es del mal que proviene de los hombres o de inexplicables y misteriosas fuerzas. El problema es que para hablar de esta cinta hay que despejar esa duda, y saber esto puede dañar la expectativa para quienes no la han visto.

El primer elemento que proporciona el relato se decanta por un cuento de horror: el espacio donde se desarrolla la historia, una base militar perdida entre la niebla de un páramo se convierte en el protagonista indispensable por vía de uno de los principales esquemas del género, el de la “casa –base- embrujada”. Son las características de este lugar y el misterio que rodea lo que ocurrió en él, lo que dispara los miedos de los protagonistas y la permanente aprensión del espectador.

La fotografía, naturalmente, sabe sacarle provecho a este espacio y a las circunstancias definidas por el miedo de estar sitiados. La blanca espesura de la niebla es registrada por planos amplios en los que se pierden y confunden las figuras, convirtiéndose así, al mismo tiempo, en angustia y amenaza; mientras que al interior de las instalaciones los planos se cierran, se juega permanentemente con el desenfoque y la luz escasea, todo esto para enfatizar la atmósfera claustrofóbica y la idea del “sin escape” que pesa sobre todos. Así mismo, una cámara siempre nerviosa y en movimiento lo registra todo en  tono documental, para darle más realismo, y con planos subjetivos, para hacer sentir las emociones de los personajes de forma más vívida.

Pero el relato avanza y, concretamente, solo se puede ver a un misterioso y turbador personaje que luego desaparece, dejando a esos hombres con la sugestión de una oscura amenaza que los acecha. Y ahí es cuando se desata el verdadero infierno, pero es el infierno que estos hombres llevan por dentro, el cual es en buena parte consecuencia de sus acciones y del remordimiento que estas les producen. Además, en este sentido el filme deja ver de fondo una acusación sobre los desmanes de la milicia en este país. Aunque es claro que su intención principal no es la de elaborar una historia con un trasfondo muy profundo ni complejo, sino apelar a la emoción directa del espectador por vía del cine de género.

La esperanza desaparece entre la niebla, la moral se va desmoronando y la paranoia se apodera de todos. Cuando ninguna amenaza exterior se manifiesta y la cordura de los soldados progresivamente se despedaza, nos damos cuenta de que el thriller sicológico se apoderó del relato, que aquí el hombre es un lobo para el hombre y que en adelante todo será una sola hecatombe.

La gran virtud de esta película es que en ningún momento la tensión que crea sobre el público desaparece. Primero, con su bien elaborado engaño para hacer creer que se trata de un cuento de horror, y luego, con la descarnada forma en que va transformando a sus personajes y se va deshaciendo de ellos uno a uno, algunos de forma angustiante y otros de manera cruel, incluso truculenta.

De manera que esta cinta cumple a cabalidad su cometido, que no es otro que producir en el espectador emociones fuertes por medio de los recursos del horror y el thriller. Y esto lo hace gracias a un guión simple pero bien elaborado, a unos actores de gran fuerza y contundencia en la encarnación de esos duros personajes y a la hábil construcción de un espacio dotado de un ambiente lleno de tensión y de zozobra, como la película misma.


Póker, de Juan Sebastián Valencia

Apostar toda la vida a una carta

Por: Oswaldo Osorio


Hay quienes se juegan la vida en una partida de póker. O al menos es lo que nos ha enseñado el cine. Aunque, por supuesto, sabemos que eso también ocurre en el mundo real. La diferencia, sobre todo con películas como esta, es que en el cine las vemos cargadas de estilización en su narración, sus imágenes y construcción de personajes.

Por eso, de acuerdo con el tema y el género al que apela (el thriller), los referentes de esta película están más en el cine mismo que en la vida, lo cual no es ningún problema, siempre y cuando se juegue acertadamente con las necesarias variaciones que exigen el tema y el género para que diga algo nuevo o de forma inédita. En tal sentido, esta cinta lo logra por momentos, pero en otros no. Aunque el balance tiende a ser más positivo que negativo.

La historia plantea el encuentro de cinco vidas (y una sexta tangencialmente) en una mesa de póker, cada una de las cuales está signada, ya por la adversidad, por la debilidad de sus vicios o por el peso de sus circunstancias. De ahí que lo que más se destaca en el filme es su estructura narrativa. Más allá de que los relatos fragmentados y discontinuos estén de moda, es un recurso que se justifica si la historia así lo exige, como efectivamente ocurre en este caso.

Porque tal vez no había otra forma de contar la historia de estas cinco almas, sino a partir de viajes al pasado, por medio de flashbacks, del uno y del otro. Con eficacia de recursos, esto es, escogiendo muy bien los momentos que debían dar cuenta de la vida y caracterizar a cada personaje, el relato construye un bosquejo preciso pero sin muchos detalles de cada uno de ellos.

Pero el primer gran problema de la película se deja ver, justamente, con la elección de algunos personajes y sus características, porque, como decía, uno está muy sensible a los referentes cinematográficos y en ese sentido molesta un poco la forma en que esta cinta recurre parcial o totalmente a lugares comunes.

El cura cínico y vicioso es el más grande de ellos, pues la caricatura que muchas películas hacen de este tipo de religioso (que sin duda los hay, pero de ninguna manera son la mayoría) es tan obvia como torpe. Tal vez también es un lugar común la presencia de un sicario y hasta del padre modelo viudo y con un hijo con una grave enfermedad. Es cierto que la fuerza dramática depende mucho de estas cosas, pero justo ahí es donde el guion debe apelar a la novedad y a las variaciones ingeniosas, como en cierta medida lo hizo con otro cliché: la madre soltera producto de una violación, pero cuya historia nos es contada con ingenio y fuerza visual.

De todas formas, la expectativa es la palabra clave en esta cinta. La forma como está planteada la narración confía en ella para crear la tensión y suspenso que, sin duda, son la principal intención del filme, lo cual consigue con eficacia muchas veces, pero no siempre. Aunque es una expectativa que empieza por otro lugar común narrativo: iniciar el relato por el clímax, que si bien funciona muy bien, no deja de ser un recurso que ya está muy gastado.

De todas formas, estamos ante un ejercicio cinematográfico de buen nivel en su propuesta narrativa, la cual, además, está sustentada en una concepción visual con estilo propio e intachable factura. Una película imperfecta en su construcción, pero que cuenta con las suficientes virtudes para ser tenida en cuenta y disfrutada por el espectador.

De dioses y hombres, de Xavier Beauvois

Del humanismo que se resiste a la sinrazón

Por: Oswaldo Osorio


Se puede hacer una película sobre religión pero sin hacer proselitismo sobre una en particular, se puede hablar de terroristas musulmanes pero sin satanizar al islam. También se puede contar una historia sobre lo peor y lo mejor de los hombres sin sucumbir a tratamientos maniqueos. Esta cinta da cuenta de ese poder del cine, hablando con lucidez en su visión de la naturaleza humana y de manera sosegada con su narración y sus imágenes.

El Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes en 2010 fue para esta cinta francesa, la cual está basada en hechos reales ocurridos a un grupo de monjes cistercienses del Monasterio del Atlas, en Argelia, a mediados de la década del noventa. El relato retoma el periodo en que este enclave religioso, en medio de una comunidad musulmana, es presionado por la violencia de extremistas y hasta de los militares corruptos.

Pero estas circunstancias no son aprovechadas por su director para hablar de política o para comparar el islamismo con el catolicismo. La película va más allá, porque se concentra en lo esencial del conflicto, esto es, la naturaleza humana, las pruebas de la fe, la fuerza de las convicciones y la posición de cada uno de los protagonistas ante esta situación extrema y ante la sinrazón y arbitrariedad de la violencia.

Y es que los difíciles momentos que viven estos ocho hombres los somete a dilemas que van más allá de su fe. Porque preservar la propia vida puede ser más importante que la misión que llevan a cabo en aquella comunidad. Pero al mismo tiempo, para qué la vida y el compromiso que hicieron con su fe si no se puede defender las convicciones, si se permite que los atropellos de la fuerza se impongan como la única lógica que domina la sociedad.

Con este imperativo dilema de fondo, cuya solución pasa por disquisiciones terrenales y religiosas, esta película reconstruye la vida cotidiana en este monasterio, así como la personalidad de cada uno de los monjes. Pero a pesar de la inminente amenaza, el director no se decide por un relato en clave de suspenso, donde se impondría la acción, sino que opta por una mirada contemplativa, a esa vida y a esos hombres, deteniéndose en la reflexión que hacen sobre los serios asuntos que los cuestiona.

De manera que en el relato y la concepción visual se impone un tono de calma y sosiego que propicia tal reflexión. Esa narración contenida, llena de momentos cotidianos y de silencios, logra transmitir la espiritualidad y sabiduría de estos monjes, en especial del abad y el médico. Así mismo, el manejo de la luz juega un importante papel en la creación de unas atmósferas que refuerzan el misticismo de aquel lugar y sus moradores.

Sostenida en gran medida por la convincente interpretación de sus actores, esta película es un alegato contra la intolerancia y la sinrazón de los hombres, sin echar discursos ni con filiaciones ideológicas. Su única ideología es el humanismo y la razón asistida por la fe. Por eso es una película que habla con calma y claridad, como lo haría un hombre sabio.


Película recomendada: This Is England

Las aventuras del niño skinhead

Una bella película inglesa ambientada en los duros años de Margaret Tatcher y la guerra de las Malvinas. Un niño que perdió a su padre en esa guerra encuentra en un grupo de skinheads una familia que lo acoge. Pero la carga ideológica llena de violencia e intolerancia racial y nacionalista, pone en peligro el futuro y la estabilidad del niño, quien tendrá que apelar a su autodeterminación frente a ese nuevo universo que lo seduce y lo reta. Pero no es un duro drama lleno de violencia, por el contrario, es una historia colorida y divertida, llena de personajes entrañables, momentos emotivo y muy buen rock inglés de aquella época. Shane Meadows. 2006.

Pequeñas voces, de Jairo Carrillo y Óscar Andrade

El conflicto en profundidad

Por: Oswaldo Osorio


Si todas las historias ya están contadas y todos los temas han sido abordados, lo que sí es difícil que se agote son las formas de contarlo. La misma historia y el mismo tema vistos desde una perspectiva diferente y con una propuesta estética distinta, puede decir algo nuevo sobre lo que se supone ya sabíamos todo. Y esto es justamente lo que consigue esta cinta, en la que el punto de vista de los niños, la animación en 3D y la combinación de ficción y documental hablan con fuerza y elocuencia sobre la violencia en el país.

La película está basada en entrevistas y dibujos de niños desplazados que fueron víctimas de la violencia, o que incluso la ejercieron por vía del reclutamiento forzoso que padecieron. Son cuatro protagonistas que relataron y dibujaron sus vivencias para luego ser reunidas en una historia común y unificados en la misma propuesta visual.

El resultado es un poderoso y conmovedor relato en el que al espectador, que creía que ya lo sabía todo sobre el tema, se le revela un universo de emociones y visiones frente al conflicto que nunca están presentes en las noticias que se ven día a día en la televisión y la prensa. Esa es la gran diferencia que hace el cine, que con sus historias puede otorgarle al público una nueva conciencia a partir del conocimiento emotivo que adquiere de mano de los personajes y sus vivencias.

Y en este caso el mensaje llega con más fuerza y emoción por tratarse de niños. Otra vez los niños y la guerra como el contraste que potencia la inocencia de los primeros y lo absurdo y cruel de la segunda. No obstante, los directores tienen el buen criterio para no excederse en la forma de tratar la tragedia de sus protagonistas. Además, en medio de todo ese dolor que representan, consiguen hermosos testimonios en los que la espontaneidad y una suerte de inocente poesía conducen el relato.

La idea se origina en un cortometraje que Jairo Carrillo realizó hace casi una década, pero para el largometraje contó con el talento y la experiencia de Óscar Andrade, quien definió la propuesta visual y narrativa, pues si bien la base son los mismos dibujos de los niños, el acabado general y todo el concepto narrativo y de puesta en escena es el producto de una trabajo de profesionales de la animación encabezados por él.

Los dibujos en 2D de los niños, sumado a las imágenes digitales en 3D que complementan la puesta en escena y el trabajo con el espacio para crear el efecto de 3D (el que se ve con las gafas), definen una atractiva estética que está a mitad de camino entre el 3D (Toy Story) y el 2D (Los Simpsons), una estética que permite la suficiente crudeza que exige el tema, pero al mismo tiempo la belleza y el colorido de esta realidad fabulada por la visión de los niños.

Esta es una cinta sobre el conflicto colombiano. Una de las más duras y reveladoras, sin duda, pero la original y potente forma en que fue realizada, también la convierte en una de las más encantadoras y emotivas. Y este contraste es lo que la hace una película única, inteligente y contundente.


El planeta de los simios: (R)evolución, de Rupert Wyatt

La culpa la tuvo el Alzheimer

Por: Íñigo Montoya


La primera entrega fue en 1968. Su éxito fue tal que le siguieron otras cuatro entregas, dos series de televisión (una animada) y un remake de la original dirigido por Tim Burton (2001). Esta nueva entrega es lo que se conoce como una precuela, es decir, en la que se cuenta lo que ocurrió antes de lo que vimos en la primera película (basada en la novela de Pierre Boulle).

No recuerdo una buena precuela. Casi todas ellas son excusas para sacarle más jugo a la franquicia. X-Men y El silencio de los inocentes, por solo citar los ejemplos más conocidos, tienen la suya. Pero esta precuela de El planeta de los simios parece ser la excepción a la regla, pues resulta una película con una historia sólida, un conflicto intenso y la suficiente dosis de tensión y acción como para resultar también una cinta entretenida.

La premisa de la historia es que los humanos -naturalmente- buscando la cura para el Alzheimer crearon una mutación en los simios. Pero en realidad fue su intolerancia, falta de ética y el manejo irresponsable de la ciencia lo que condujo a la revolución/evolución que anuncia el título.

Es tal la actitud de las personas que, salvo por el protagonista humano, es la primera vez en todas las entregas de la serie que el público se identifica con los primates y se pone del lado de ellos. Su condición es de marginales y maltratados, y por eso, una vez toman conciencia, no pueden hacer más que revelarse. En esto la película es muy lúcida y contundente.

A estas reflexiones de fondo les agregamos el atractivo cinematográfico de la acción y los efectos especiales, con los que ahora, en los tiempos de la animación digital, ya todo es posible y los personajes no humanos ya son cada vez más reales y verosímiles. ¡Se acabaron los animatronics, el stop motion, el maquillaje  y las máscaras! Ahora los límites son la imaginación, pero eso sí, con buenas e inteligentes historias, como ésta.