El precio del mañana, de Andrew Niccol

El tiempo como moneda de cambio

Por: Oswaldo Osorio


¿Quién quiere vivir para siempre? Esta es una pregunta que a muchos, sin pensarlo demasiado, les perece necia. ¿Qué pasaría si se pudiera detener el proceso de envejecimiento? Es otra cuestión en la que la mayoría de personas ven más ventajas que desventajas. Con esta película es posible pensar sobre estos asuntos, sin embargo, la forma como está desarrollada privilegia la trama de acción, dejando de lado esas interesantes reflexiones que solo un relato de ciencia ficción puede propiciar.

Ya Andrew Niccol, en su inspiradora filmografía como guionista y director, ha hecho posible conciliar una buena trama de ciencia ficción o fantasía con serios planteamiento acerca de la condición humana. Con Gattaca habló de las consideraciones existenciales y éticas de la manipulación genética y con El Show de Truman de la imposibilidad de planificar y controlar el inquieto espíritu humano.

Con esta cinta tenía las mismas posibilidades, pues su planteamiento resulta tremendamente atractivo y lleno de sugestivas variantes. Se trata de un futuro en el que los seres humanos dejan de envejecer a los 25 años y en adelante su vida se rige por el tiempo como moneda de cambio, donde los ricos pueden llegar a tener hasta siglos y los pobres viven el día a día con unas cuantas horas, incluso minutos, hasta que puedan “ganar tiempo”.

Con este planteamiento argumental, (plagiado del relato ¡Arrepiéntete, Arlequín!, dijo el señor Tic-tac, de 1965, escrito por el célebre novelista de ciencia ficción Harlan Ellison), se sugieren importantes reflexiones de fondo de tipo existencial en las relaciones del hombre con el tiempo, así como de tipo ideológico al evidenciar que, sin importar la época, siempre habrá una clase oprimida y otra opresora que regula el sistema para que nunca nada cambie.

Y aunque algunos personajes hacen notar lo tediosa y -a la larga- inútil que es la vida eterna, y la trama tiene un tufillo de espíritu revolucionario en la lucha contra el sistema, el peso de estos aspectos, en el sentido general de la historia, no es suficiente como para sacarla del montón de cintas de ciencia ficción que están más interesadas en unas dinámicas que enganchan fácilmente al gran público, como la obvia historia de amor, las persecuciones como el principal recurso de la acción y los héroes anti-sistema más cercanos a Bonnie and Clyde que al Che Guevara.

De otro lado, no puede haber película distópica sin una buena propuesta visual que construya un universo verosímil. En este sentido Niccol recurre de nuevo a la lógica aplicada en Gattaca, esto es, una estética entre sofisticada y minimalista, con una visión retro del futuro. Una decisión que seguramente les ahorró presupuesto, nada demasiado llamativo, pero que en general funciona para validar la historia que se cuenta.

Se trata de una película entretenida, sin duda, y que parte de un original planteamiento del que podría desprenderse más de lo que se dijo. Por eso es evidente que fue una película más pensada para complacer a un público muy amplio (elegir a la súper estrella del pop Justin Timberlake en el protagónico ya era una señal) y no tanto para sacarle provecho a una de las principales virtudes del cine de ciencia ficción: la posibilidad de cuestionar seriamente la condición humana en su relación con el la tecnología y el futuro.


Octubre, de Daniel y Diego Vega

Un octubre como todos

Por: Cristian Camilo Aguilar y Carlos Mora


Una sociedad regida por valores religiosos y que ha caído en la monotonía del sistema capitalista que la gobierna se revelan en la película peruana Octubre, de los hermanos Daniel y Diego Vega, galardonada en Cannes.

Una película en la que sus personajes son antagónicos en valores, pues mientras algunos de ellos están ligados a la fe católica, otros se sienten más identificados con el valor del dinero; como es el caso del protagonista de la historia,Clemente, un prestamista independiente que trata de evadir toda clase de compromiso de carácter sentimental y busca una solución para salir de la responsabilidad que tiene con su hija, una niña recién nacida fruto de una relación casual con una prostituta, quien se ha marchado sin dejar huella. Para él la prioridad es el negocio que ha heredado de su padre, el cual le permite conseguir dinero que garantice su bienestar físico.

En el caso de las prostitutas no sólo los favores sexuales se cobran, sino que se saca provecho económico de cualquier situación, porque así lo exige el entorno de marginalidad en el que se mueven.

De otro lado, Sofía es una mujer soltera muy devota al Señor de los Milagros y se ofrece a cuidar la hija de clemente. Pese a sus valores católicos, trasgrede las líneas de lo prohibido incurriendo en el pecado con tal de ganarse el amor del protagonista. Ella se debate entre la fe por sus santos y la pasión que siente por él.

Cada uno de los personajes representa la vida cotidiana de una sociedad sumida en un sistema capitalista, un sistema que acompañado por una doctrina religiosa que impide actuar fuera de los parámetros establecidos, haciendo del ser humano un ser egoísta, materialista, culpable y solo. Es un sistema que hipnotiza y pocas veces permite despertar, cuando la vida pende de un hilo muy delgado. Una película que revela la codicia, los sentimientos, las emociones y unos valores que son base de la moralidad interna.

Que la cosa funcione, de Woody Allen

Desprecia a tu prójimo y ama la vida

Por: Oswaldo Osorio


El mejor humor del cine de Estados Unidos ha sido hecho por judíos: Chaplin, los hermanos Marx, Jerry Lewis, Mel Brooks y los hermanos Zucker, por solo mencionar a los más importantes de sus respectivas épocas. El último gran cómico judío del cine, Woody Allen, y el último gran cómico judío de la televisión, David Larry, se unen aquí para presentar una comedia ingeniosa y aguda, con una rara mezcla de odio por la humanidad y gusto por la vida.

No es la gran comedia del director de Annie Hall, ni tiene el atrevimiento propio del creador de Seinfeld o de su popularísmo programa Curb your enthusiasm, pero sí es una juguetona cinta llena de guiños y de planteamientos inteligentes, más parecida a lo que hace décadas se le veía al director neoyorkino y un poco distante de esas salidas en falso, dramas maduros y “humor serio” que se le ha visto en los últimos años.

La razón de este cambio de tono tiene que ver con que, efectivamente, la base del filme es un guion que Woody Allen escribiera a mediados de los setenta. Tal vez ahí radica la explicación de ese juego contradictorio que define a su protagonista: un hombre mayor que se bate cada día contra la especie humana (algo más afín con el Woody setentón que la dirigió y con el cinismo de Larry que la protagoniza), pero que se mantiene bien dispuesto para aceptar y –a regañadientes- disfrutar lo que sea que le depare la vida.

La relación entre un hombre mayor y una joven vuelve a ser el planteamiento que mueve un relato de este director. No obstante, en esta cinta la diferencia de edad (acentuada por la enorme diferencia de sus personalidades), no es motivo de conflicto como en otras de sus películas, sino que, justamente, es lo que da lugar a situaciones cómicas y a esas agrias y deliciosas diatribas de este hombre que “estuvo a punto de  ganarse el Premio Nobel” y que le habla a la cámara para mayor desconcierto del espectador.

Y cuando parece que se está agotando esa dinámica del contrapunto entre el genio y la bruta (enfrentamiento planteado en clave de inofensiva pero graciosa caricatura), entran un par de inusitados personajes que refrescan ese juego de contrastes en torno a la sofisticación de los habituales habitantes de Manhattan y los palurdos de la llamada “América profunda”. Además, con esto nuevamente Woody Allen arremete contra esos coterráneos suyos que alcanzan la imbecilidad por sus prejuicios.

Sin ser una de sus obras maestras, de todas formas esta película tiene todo eso por lo que muchos abrazamos complacidos y fascinados el cine de Woody Allen hace ya décadas (!): un personaje neurótico con el que no nos identificamos totalmente pero que comprendemos y nos divierte, una lúcida y sardónica visión del mundo, la ingeniosa crítica a la condición humana y el humor estimulante que hace reír con la boca y con el intelecto.


Paul, de Simon Pegg y Nick Frost

Por: Xtian Romero – cineparadumis.blogspot.com

Si Bien Super 8 este año ya hizo lo suyo homenajeando el cine setentero de extraterrestres, teniendo un resultado más que loable y emotivo, Paul hace lo propio de una forma descarada e irreverente y no por ello menos meritoria.
Tomando todos los tópicos del cine alienígena, con el clichesudo extraterrestre cabezón, ojón y de color verduzco, platillos voladores, agentes secretos de cachaco, gafas negras y mal encarados, y otros tantos pequeños homenajes a todas las películas y sieries frikis que calaron hondo en los gustos de sus guionistas, le dan una vuelta de tuerca contando una historia protagonizada por un extraterrestre grosero, bromista y mariguanero.
Un par de nerds ingleses cumplen su anhelado sueño: Ir a una edición del comic-con, uno de los eventos anuales más importantes del comic y todas las artes relacionadas con la ciencia ficción, la fantasía y el terror, para después lanzarse a recorrer los lugares que tuvieron algo que ver con apariciones del tercer tipo. En el camino se toparán con Paul, un extraterrestre que está huyendo de una entidad gubernamental y que al mejor estilo de E.T, sólo quiere largarse a su casa. La cuestión es que este extraterrestre tiene unas formas de vida y unos comportamientos que desconciertan a sus protagonistas, al mejor estilo gamberro como lo llamarían los españoletes.
La historia desde que arranca tiene un ritmo que atrapa, lleno de situaciones cómicas y diálogos bien ingeniosos, que se vuelven aun más interesantes cuando aparece Paul en escena. Al apelar a la fórmula de road movie, la película se convierte en una trepidante aventura, mientras en el camino se van encontrando con unos personajes bien llamativos y particulares que le van inyectando más humor y picardía a la historia, para concluir en un final con un interesante punto de giro. ¿Y a qué no adivinan quién es la mala?
Definitivamente los personajes y lo bien actuados que están, le dan mucha contundencia a la cinta, sobre todo con la pareja protagónica que ya nos había sorprendido en otras ocasiones con las inolvidables Shaun of the Dead y Hot Fuzz, que además, hay que aclarar, fueron los guionistas de esta cinta. Simon Pegg ya había guionizado las dos anteriores, pero esta vez se une con su amigo y colega que siempre lo acompaña para escribir la partitura de este rockanrollero film y por tanto, deben ser considerados como las verdaderas mentes tras el éxito de estos productos. Por esa razón aparecen en el título como creadores y no el director como acostumbró hacerlo. Ahí disculparán mi atrevimiento.
Esto, es un film de ñoños para ñoños, pues el tener conocimiento de todas las películas, series y comics que referencian, hará que el visionado sea mucho más divertido. Pero tranquilos, que también puede ser vista por cualquier persona que de igual manera, se reventará de la risa gozando de las travesuras de esta pandilla tan peculiar, dejándose atrapar por su encantador protagonista.

La versión de mi vida, de Richard J. Lewis

Triunfos y derrotas de un hombre común

Por: Oswaldo Osorio


El cine de autor ha sido uno de los cánones con los que se han juzgado las películas en el último medio siglo. Pero normalmente cuando se habla de cine de autor, se piensa y tiene que ver con unas cualidades y características por las que se reconoce a un director que tiene un estilo y un universo propios. No obstante, en esta película hay una variación significativa, y es que ese universo reconocible es el de un actor, Paul Giamatti, a quien se le ve en un rol que parece importado de otros filmes, como Entre copas, Esplendor americano o La dama en el agua.

Es cierto que, por efectos del Star system (cuando el público va a ver una película por la mera presencia de una estrella en el rol protagónico), un Tom Cruise siempre hace de Tom Cruise en las películas. Pero cuando se trata de un actor que suele participar de cintas que no están obligadas por las reglas de la industria, como es el caso de Giamatti, parece contradictorio que se le vea a menudo –en  especial si es protagonista- haciendo el mismo papel, lo cual nos lleva a pensar que también existe un Star system del cine independiente, cine arte, o de ese cine con mayores pretensiones artísticas, como se le quiera llamar.

La cuestión es que un espectador más o menos asiduo al cine ve a este actor y, de inmediato, sabe que será un hombrecito cargado de defectos, con un cinismo y una falta de tacto que lo definen, con un cierto éxito profesional y una ética ambigua, la cual le granjea tanto amigos como enemigos, pero que, muy en el fondo, siempre será una persona noble y sentimental.

Cualquier película donde este actor es protagonista, tendrá estas características. La versión de mi vida, basada en la novela homónima de Mordecai Richler, naturalmente, no es la excepción. Y si toda la historia está en función de estas características del personaje, pues ya tenemos bien definida la película.

En otras palabras, es el mismo personaje que hemos visto antes, pero con unas variantes fundamentales, como sus tres matrimonios, la historia de amor que parece darle sentido a todo y esa terrible enfermedad que marca sus días finales, como si fuera un castigo por sus culpas.

En esa medida, no es una cinta especialmente atractiva o reveladora, porque su tesis parece ser que quiere dar cuenta de la vida de un hombre “común y corriente” que vive una vida llena de triunfos y derrotas. Sin embargo, lo que importa en ella son los detalles, algunos gestos y los pequeños momentos.

Es ahí donde se puede encontrar algo fascinante y revelador: un productor de televisión que parece odiar a su estrella, pero secretamente paga para que la prensa la elogie; una tumba con el nombre de una pareja como el sentido final de la vida; o una pelota de colores que es recogida por un hidroavión para revelarnos un misterio que se planteó desde el principio.

Nada del otro mundo, solo pedazos de vida retratados por medio de un actor que habituamente hace el mismo papel… y aún sí, puede funcionar y decirnos algo más esencial que ver a Tom Cruise haciendo siempre de Tom cruise.


10 cortos colombianos bajo la lupa


Por: Oswaldo Osorio

El cortometraje casi nunca tiene la posibilidad de que se le haga una crítica. Sin espacios de exhibición y, consecuentemente, sin público, resulta poco estimulante ocuparse de ellos. Intentando pagar esta deuda, aquí están las reseñas críticas de diez cortos colombianos de la última década. No es un conteo ni una rigurosa selección, es solo un grupo de buenos y significativos trabajos de los que siempre quise escribir.

Alexandra Pomaluna (Gloria Nancy Monsalve, 2000)

Una película imperfecta en algunos aspectos de su factura pero de gran fuerza en la construcción de su historia y en las implicaciones éticas y sociales del universo que propone. La influencia del realismo de Víctor Gaviria se hace evidente en esta alumna aventajada. La historia ya ha sido escrita, cantada y contada por el cine, pero no por eso su adaptación a la violencia de los barrios marginales de Medellín es menos eficaz. El travesti que monta una peluquería es tratado igual que las prostitutas del cuento de Maupassant, la canción de Chico Buarque o la película de John Ford. Es víctima de la injusticia y la violencia de su tiempo, pero sobre todo, de la doble moral de una sociedad que más fácil repudia a un hombre con maquillaje que al asesino del barrio.

Od, el camino, (Martín Mejía, 2003)

Aunque pareciera hecha por un europeo discípulo de Tarkovski, esta película es el trabajo de grado de un estudiante de cine de la Universidad Nacional. Su arrobamiento por el tratamiento de la imagen es el principio que rige esta cinta, simple como relato pero de compleja elaboración en su concepción estética. Es un día en la vida de un campesino que tiene su hijo enfermo. Como una mística peregrinación que salvará a su vástago, el hombre recorre fríos paisajes abrazados con impasibilidad por la niebla, los recorre como si fuera un héroe mítico que ha sido enviado en busca de los ingredientes para preparar una pócima milagrosa. Las suaves y logradas texturas son cómplices de esta sugerente cinta, en la que nada grita ni desentona, ni visual ni sonoramente. Porque en ella el sonido es también tan sutil y elaborado como la imagen, creando ambos una experiencia estética delicada y llena de sensibilidad.

La cerca (Rubén Mendoza, 2005)

En el cine nacional, el conflicto que ha vivido el país es un tema tan habitual que suele tratarse de forma muy obvia o directa. Sin embargo, en esta película, sin dejar de llamar las cosas por su nombre, las implicaciones de esa violencia y sus raíces políticas son llevadas mucho más lejos, tanto como las más intrincadas relaciones familiares o como las honduras del subconsciente. El odio que se tienen los protagonistas de este corto, padre e hijo, solo es comparable con el odio que ha habido históricamente en Colombia entre rojos y azules, entre guerrilleros y paras o simplemente entre vecinos. Apenas a partir de unas convincentes actuaciones, un largo diálogo y la alusión a un par de sueños, este relato revela con lucidez y contundencia todo ese odio que explica tantos males en el país, y toda esa historia que ha estado condicionada por este sentimiento. Revestida de una macabra poesía y un muy sutil humor, este cortometraje es uno de los trabajos más inteligentes, sólidos y maduros del cine nacional. http://www.youtube.com/watch?v=rtvUnAXMLeo

Juanito bajo el naranjo (Juan Carlos Villamizar, 2006)

Una bella y divertida fábula sobre la culpa desde la perspectiva de un niño, esa culpa que, por el travieso robo de una naranja, es alimentada por los miedos y amenazas que  acosan a los campesinos colombianos. Sin ser explícitamente una historia sobre el conflicto armado, es evidente su presencia en la cotidianidad del país, al punto de meterse hasta en los sueños de un inocente niño. Este doble conflicto propuesto por la película, es decir, la culpa del niño y el temor de perder a su familia a causa de la violencia en el país, está planteado en un relato de perfecta factura en su puesta en escena e inteligente manejo del color, la luz y el paisaje.

http://www.youtube.com/watch?v=VXRt_dT67pQ

Ciudad crónica – Collar de perlas (Klych López, 2006 – 2007)

La precisión narrativa y el dominio de la técnica cinematográfica son la marca de fábrica de este director. También sus temas serios y problemáticos, tratados con sentido crítico,  desalentadora ironía y fuerza dramática. Todas estas características/virtudes se pueden ver en estos dos cortometrajes. El primero, es sobre la ética periodística y la forma en que pierde gravedad la muerte en un país como el nuestro. Un amargo relato de tristes personajes que deja mal parado a todo el mundo, y que, además,  juega con un doble final muy sugestivo para la reflexión sobre el tema. Collar de perlas, por su parte, en “colombiano” significa collar bomba. Unos criminales, una mensajera y una víctima, provista de este adorno autóctono, son los ingredientes para una historia macabra y paródica, inspirada en la crueldad nacional.

Como todo el mundo (Franco Lolli, 2007)

Es pasmosa la naturalidad y fuerza que consigue este cortometraje con economía de recursos. Un adolescente de clase alta lidia con su madre ante la precariedad financiera en la que se encuentran, mientras trata de llevar una vida social normal con sus amigos. Santiago Porras, actor natural, y la siempre enérgica actriz Marcela Valencia, consiguen un impecable registro de la tensión que puede haber entre madre e hijo. El talento y buen criterio del director no es menor, porque, primero, tiene la lucidez de identificar en unas situaciones cotidianas sus implicaciones dramáticas y hasta sociológicas, y segundo, es capaz de concebir una puesta en escena deslumbrante por su espontaneidad y perfecta ejecución. El espectador se olvida de que son actores y, con toda certeza, logra una inmediata identificación con ellos y se le revela un mundo, con todos sus matices y detalles, que empieza a existir después de ver esta película.

Sin decir nada (Diana Montenegro García, 2007)

Un amor juvenil cruzado por el miedo al rechazo afectivo y a los prejuicios sociales. Una joven oculta su timidez en su afición por la fotografía, la cual le sirve también para espiar e idealizar a su amor platónico, una compañera de clase. Su propia voz  nos cuenta sobre sus sentimientos y emociones, mientras que las imágenes se aventuran a buscar la intimidad, primero de cada una de ellas y luego de ambas juntas. Un relato sin sutilezas en la construcción del  universo malvado que puede ser un colegio femenino, pero también lleno de sensibilidad para con una historia de amor atípica, audaz y en principio imposible. http://www.youtube.com/watch?v=4PirD59DwqY

La serenata (Carlos César Arbeláez, 2008)

Las aventuras de un par de mariachis en la noche medellinense son contadas aquí con una mezcla de realismo y picaresca. La dura vida del rebusque se enfrenta con la frustración de un futuro incierto y una ciudad hostil y llena de trampas. Clientes que no pagan, gente que les dispara a los músicos, billetes falsos y marginalidad en la calle, toda esa carga dramática y de problemática social, si no se tiene una visión reflexiva sobre la historia, puede pasar desapercibida por lo que hay en primer plano: un par de músicos quejumbrosos, divertidos y viviendo una mala racha. Uno de ellos es interpretado por Favio Restrepo, quien de nuevo compone otro arquetipo del paisa con soltura y convicción. Una cinta divertida, reflexiva y recreada con espontaneidad.

Eskwe quiere decir colibrí (Mónica María Mondragón, 2010)

Hermosa y dolorosa historia sobre una niña indígena que, literalmente, vaga por un prostíbulo mientras su madre trabaja. La sola enunciación de esa imagen ya tiene una enorme carga visual, dramática, social y sicológica. Su directora sabe responder a esta carga y construye un relato que, casi sin argumento,  está hilado por el recorrido y la mirada de esta niña, a partir de los cuales es capaz de dar cuenta de un universo turbio y vivaz al mismo tiempo, y tan lleno de soledades como de personas. Por otra parte, es sorprendente como la película, por la forma en que mira la cámara y maneja la luz,  es capaz de encontrar la belleza en ese ambiente derruido, sucio y decadente.

Publicado en la  Revista Kinetoscopio No. 94, abril – Junio de 2011.

Kinetoscopio 95

Acaba de salir la edición 95 de una de las revistas más importantes de cine en América Latina. Este veraderamente es un número especial, pues todo está dedicado al maestro del suspenso Alfred Hitchcock. Los editores y escritores de la revista se olvidaron de todos los temas del cine que no tuvieran que ver con su querido Hitch. Por eso prácticamente la totalidad de las 120 páginas están dedicadas a su vida, genio y obra. Más información: 513 44 44 – 110 / www.colomboworld.com

El páramo, de Jaime Osorio Márquez

Con el miedo adentro

Por: Oswaldo Osorio


La industria de cine se soporta sobre los géneros cinematográficos. Esto porque es un cine de fácil identificación para el público y, por lo tanto, muy popular. Y entre los géneros que más gustan están el thriller y el horror. Esta película parece estar a mitad de camino entre ambos, que se diferencian por la naturaleza del conflicto o de la amenaza que se cierne sobre los protagonistas, pues mientras en el thriller esa amenaza es representada por el hombre mismo, en el horror se trata de fuerzas sobrenaturales.

Justamente la premisa de esta película está en crear la duda sobre si se trata de un thriller o de una película de horror. Es decir, si de lo que se tienen que defender esos nueve soldados es del mal que proviene de los hombres o de inexplicables y misteriosas fuerzas. El problema es que para hablar de esta cinta hay que despejar esa duda, y saber esto puede dañar la expectativa para quienes no la han visto.

El primer elemento que proporciona el relato se decanta por un cuento de horror: el espacio donde se desarrolla la historia, una base militar perdida entre la niebla de un páramo se convierte en el protagonista indispensable por vía de uno de los principales esquemas del género, el de la “casa –base- embrujada”. Son las características de este lugar y el misterio que rodea lo que ocurrió en él, lo que dispara los miedos de los protagonistas y la permanente aprensión del espectador.

La fotografía, naturalmente, sabe sacarle provecho a este espacio y a las circunstancias definidas por el miedo de estar sitiados. La blanca espesura de la niebla es registrada por planos amplios en los que se pierden y confunden las figuras, convirtiéndose así, al mismo tiempo, en angustia y amenaza; mientras que al interior de las instalaciones los planos se cierran, se juega permanentemente con el desenfoque y la luz escasea, todo esto para enfatizar la atmósfera claustrofóbica y la idea del “sin escape” que pesa sobre todos. Así mismo, una cámara siempre nerviosa y en movimiento lo registra todo en  tono documental, para darle más realismo, y con planos subjetivos, para hacer sentir las emociones de los personajes de forma más vívida.

Pero el relato avanza y, concretamente, solo se puede ver a un misterioso y turbador personaje que luego desaparece, dejando a esos hombres con la sugestión de una oscura amenaza que los acecha. Y ahí es cuando se desata el verdadero infierno, pero es el infierno que estos hombres llevan por dentro, el cual es en buena parte consecuencia de sus acciones y del remordimiento que estas les producen. Además, en este sentido el filme deja ver de fondo una acusación sobre los desmanes de la milicia en este país. Aunque es claro que su intención principal no es la de elaborar una historia con un trasfondo muy profundo ni complejo, sino apelar a la emoción directa del espectador por vía del cine de género.

La esperanza desaparece entre la niebla, la moral se va desmoronando y la paranoia se apodera de todos. Cuando ninguna amenaza exterior se manifiesta y la cordura de los soldados progresivamente se despedaza, nos damos cuenta de que el thriller sicológico se apoderó del relato, que aquí el hombre es un lobo para el hombre y que en adelante todo será una sola hecatombe.

La gran virtud de esta película es que en ningún momento la tensión que crea sobre el público desaparece. Primero, con su bien elaborado engaño para hacer creer que se trata de un cuento de horror, y luego, con la descarnada forma en que va transformando a sus personajes y se va deshaciendo de ellos uno a uno, algunos de forma angustiante y otros de manera cruel, incluso truculenta.

De manera que esta cinta cumple a cabalidad su cometido, que no es otro que producir en el espectador emociones fuertes por medio de los recursos del horror y el thriller. Y esto lo hace gracias a un guión simple pero bien elaborado, a unos actores de gran fuerza y contundencia en la encarnación de esos duros personajes y a la hábil construcción de un espacio dotado de un ambiente lleno de tensión y de zozobra, como la película misma.