El árbol de la vida, de Terrence Malick

Una experiencia trascendental

Por: Oswaldo Osorio


El grueso de los espectadores de cine ve películas para que le cuenten historias, por evasión y por puro entretenimiento. Pero este filme tiende a ir en dirección contraria, pues el argumento es más bien vago, en lugar de alejarnos de la realidad nos confronta con nuestra existencia y solo es entretenido para quien esté dispuesto a aceptar estas dos características. En otras palabras, es cine salido de los esquemas, audaz en su propuesta cinematográfica y con peso y profundidad en las ideas que plantea.

El admirado y hermético Terrence Malick, el hombre de solo cinco películas en cuatro décadas –cuál de todas mejor- y el que ganó la Palma de Oro en Cannes con esta cinta, de nuevo sorprende y fascina con una obra llena virtuosismo visual y cargada de preguntas y reflexiones sobre (nada menos que) el sentido de la vida y la naturaleza humana.

A partir de la mirada a una familia, su cotidianidad y sus más íntimos pensamientos, este autor nos ofrece distintos puntos de vista de una introspección, humana y mística al mismo tiempo, que es guiada por las palabras pero potenciada por las imágenes. Desde el amor de la madre, pasando por las pulsiones y dilemas del primogénito, hasta el problemático comportamiento del padre, están presentes los cuestionamientos y reflexiones que Malick hace sobre asuntos tan trascendentales como la vida, la muerte, el amor, el papel del hombre en la sociedad y la relación con Dios.

Ese diálogo que la película establece entre lo terrenal (una cena familiar, por ejemplo), lo íntimo (el niño que contradice con sus actos sus pensamientos) y lo espiritual (la visión del mundo y la comunicación con Dios), no es un diálogo tranquilizador, todo lo contrario, produce en los personajes –y en el espectador- una angustia de fondo y un temor a lo que pueda pasar ante tanto desasosiego.

También de nuevo, Malick somete al espectador al éxtasis y el desconcierto con una descarga de imágenes sobrecogedoras, tanto con la cámara y sus recursos, como en la elección de las formas y cosas que registra. Es una lección de sensibilidad y delicadeza a través de la luz y los encuadres, pero también la creación de unas imágenes imperativas, guiadas por el abuso del gran angular, que da la sensación de plenitud y amplitud de los espacios y los movimientos durante casi todo el metraje.

Además, está esa gran introducción que nos devuelve al origen más remoto de la vida y de la tierra, algo que aparentemente no tiene nada que ver con la historia de esta familia de que nos habla luego, pero la verdad es que los volcanes, los dinosaurios y el cosmos, junto con esa familia, hacen las mismas preguntas: ¿Qué es lo esencial? ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? y ¿Cómo llegamos a esto?

Una experiencia estética y trascendental, eso es esta película, pero es una obra que puede ser difícil para quien la enfrente pensando que verá el cine de siempre, el que tiene bien definido un argumento, el que evidencia claramente un conflicto y el que lleva de la mano al espectador hacia un sentido concreto. Para ver esta película hay que estar abiertos a experimentar otras sensaciones, a hacerse preguntas y a seguirla “observando” luego de que haya terminado.

Los descendientes, de Alexander Payne

Angustia, playa y sol

Por: Oswaldo Osorio


Esta es una de esas películas que muchos espectadores jóvenes acusan de “lenta”. Y es que en ella no pasan demasiadas ni sorprendentes cosas, casi todo el tiempo es solo gente conversando, y no de asuntos interesantes o infrecuentes, sino de su vida cotidiana y sus problemas domésticos. Podría pensarse en ella como una película adulta, porque se concentra más en los personajes que en la historia y porque, por encima de la acción, le interesa la reflexión y hacerse preguntas sobre graves asuntos.

Alexander Payne es un director que con solo un puñado de películas se ha ganado un prestigio en Hollywood. Su cine lo hace con grandes estrellas, temas reflexivos e introspectivos y una vocación de independiente que alcanza a gustar a la crítica y a un público considerablemente amplio. Películas como Elección (1999), A propósito de Schmidt (2002) o Entre copas (2004) así lo demuestran.

El punto de partida de esta historia es una tragedia familiar, pues cuando una mujer queda en coma luego de un accidente, deja a su esposo y dos hijas en una verdadera encrucijada existencial. Sobre todo él, quien es el narrador e hilo conductor del relato, ve cómo todo se derrumba a su alrededor y que realmente no tiene control sobre su mundo.

Para enfrentar esta crisis, este hombre inicia un viaje emocional en el que arrastra a sus dos hijas (y de ñapa a un adolescente que parece tonto, pero que no lo es tanto). Es un verdadero viaje interior: hacia al pasado por vía de sus antepasados, hacia sus hijas y su rol como padre, y hacia su propia identidad por medio del cuestionamiento de su vida.

Por eso la búsqueda del amante de su esposa, que emprende con sus hijas y el amigo tonto, es solo una excusa para encontrar otras cosas más esenciales, esas que deberían llenar el vacío causado por la ausencia de la madre y las que les ayudaría a enfrentar el horror de la muerte. Esas cosas esenciales podrían ser la familia, el amor filial y la identidad.

Todo esto puede sonar un poco cursi y cargado de drama, pero aunque estos elementos están presentes y tienen un peso importante, el tono general del relato tiende a ser desenfadado y hasta con toques de humor. Y este contraste se ve refrendado por ese paisaje hawaiano, -arquetipo de lo paradisiaco- como telón de fondo y geografía determinante de un drama de malestar existencial, infidelidad y muerte.

Paralelo a este conflicto emocional que es la base de la historia, corre otro de fondo sobre la posibilidad de vender unas tierras ancestrales. Todo este asunto que podría ser prescindible, parece tener la función de ilustrar y corroborar la nueva consciencia que toma el protagonista al final de este viaje emocional. Sin embargo, siempre quedará la duda de que la verdadera razón por la que tomó esta decisión haya sido por despecho.

Así que esta película, de argumento errabundo y sólida construcción de personajes, nos invita a presenciar la transformación de tres personas que, para enfrentar una crisis, regresan a lo esencial, esto contado sin exhibicionismos y ni siquiera con mucha intensidad, solo con buen pulso para crear personajes y hablar de la naturaleza humana.

J. Edgar, de Clint Eastwood

Retrato de un poderoso hombrecito

Por: Oswaldo Osorio


El cine de quien es considerado el último director clásico estadounidense nunca deja de sorprender. Si bien no todo lo que hace tiene la misma consistencia, cada tanto le entrega al público unas obras sólidas y portentosas, como Los imperdonables, Río místico, El Gran Torino o esta nueva cinta, en la que hace un inteligente y revelador retrato de uno de los hombres más poderosos de los Estados Unidos durante el siglo pasado, el fundador del FBI, J. Edgar Hoover.

El poder es información, y obtenerla es la principal labor del FBI desde que Hoover defendió la necesidad de un archivo con las huellas digitales de los criminales. Pero la información también le sirvió para chantajear al país entero, por eso fue tan poderoso, así como odiado y despreciado por muchos. Fue un sagaz y estricto hombre de ley que torcía la ley si era necesario para “la seguridad de la nación”.

Ante un personaje así, Eastwood se muestra sobrio y ecuánime, sin caer en el facilismo de la denuncia o el desenmascaramiento complaciente con el público, sobre todo con el de su país, que nunca recuerda gratamente a este hombre. Efectivamente lo dibuja como un ser oscuro, mañoso y reprimido, pero para hacerlo apela a unas situaciones y una puesta en escena contenidas, así como lo es la convincente interpretación de Leonardo Di Caprio.

Así mismo, demuestra una encomiable sutileza en la forma como pone a correr paralela esa relación del protagonista con quien fue su mano derecha, Clyde Tolson, y también se le ve sugerente cuando habla de la homosexualidad reprimida de Hoover, y aún así, es uno de los aspectos que más fuerza tiene en la película y en el personaje, sobre todo por vía de la relación con su castradora madre, quien incluso sale peor librada.

Con un acercamiento que recuerda mucho al Nixon de Oliver Stone (1995), el relato trata de construir al hombre sin juzgarlo, todo a partir de una estructura narrativa que salta del pasado al presente y de su vida pública a la privada. De esta forma, el retato se hace más completo y contrastado, porque le va proporcionando elementos al espectador que le dan indicios para hacerse una imagen más acabada y compleja de este hombre.

Si bien Hoover, durante los casi cuarenta años como director del FBI, fue protagonista de excepción de muchos de los acontecimientos clave de la historia de los Estados Unidos, estos pasan a un segundo plano, porque lo que le interesaba a Clint Eastwood era dar cuenta de la personalidad de este hombre en toda su dimensión. Por eso es posible experimentar distintos sentimientos hacia él a lo largo del relato: admiración, indignación, respeto, exasperación, desprecio y hasta compasión.

Así que de nuevo Clint Eastwood nos ofrece una obra sólida y redonda, en la que muestra su sensibilidad para revelarnos la hondura de la naturaleza humana y sus diferentes capas, todo a partir de una concepción del cine heredada de los maestros del cine clásico: sin efectismos ni artificios, clara y eficaz, elocuente y contundente.

Historias cruzadas, de Tate Taylor

Cuando las buenas intenciones no bastan

Por: Íñigo Montoya


Una de las más sonadas películas para los premios Oscar tenía que ser con un tema políticamente correcto. La película está siendo vista –y al parecer esa era la intención- como una reivindicación por la lucha por los derechos civiles y un alegato contra el racismo, la injusticia y la discriminación.

Y para ser justos, en general ésta bien intencionada película se ocupa casi todo el tiempo de desarrollar su premisa de denuncia sobre la forma como era tratada la comunidad negra en Estados Unidos a principios de los años sesenta, en especial las mujeres del servicio doméstico. Da cuenta de los atropellos de los blancos y el valor de algunos pocos por combatir esto haciendo pública la situación.

Para conseguirlo, la cinta reúne a un grupo de buenas actrices que soportan todo el peso y el atractivo del relato. Son ellas las que se han ganado la simpatía del público y la crítica, aunque como siempre, inclinándose por lo más vistoso (la actuación de Octavia Spencer), en lugar de la solidez e intensidad (como la de Viola Davis). Además, es un relato bien armado y sin duda entretenido y muy emotivo.

Sin embargo, deteniéndose un poco en el tratamiento de esta historia y sus personajes, esta película puede antojarse también superficial y reduccionista. El tono en que está contada parec demasiado complaciente con la obvia denuncia que hace y, en realidad, es poco lo que confronta y trasgrede. La mejor muestra de ello es el esquematismo con que presenta a la antagonista, a quien además castiga implacablemente como a cualquier villana del cine de género.

Incluso La Asociación de Mujeres Historiadoras Negras ya le ha reprochado a la película los estereotipos generalizados que se presentan. En otras palabras, es una cinta que posa de políticamente correcta, pero que sus buenas intenciones solo le sirven para poner en evidencia que la mirada al problema del racismo en Estados Unidos aún no se soluciona en sus aspectos fundamentales.

Inframundo 4: el despertar, de Måns Mårlind y Björn Stein

Más vampiros, más lycans, más acción

Por: Íñigo Montoya


En estos tiempos en que los vampiros ya no asustan o están protagonizando cursis películas para adolescentes, el cine de acción y futurista es un buen nicho para explotar mejor la fascinación que este cinematográfico personaje produce. De eso se trata esta película, de balas, confrontaciones, efectos especiales, sangre y muertos por montones, como las tres películas anteriores.

Esta nueva entrega tiene aliciente de contar de nuevo con la bella Kate Beckinsale, quien había estado ausente en la tercera parte. Además, aparece un nuevo personaje que hace avanzar esta epopeya de una forma interesante y que, así como quedó anunciado al final, se muestra prometedora para la película que sigue.

Este nuevo personaje cambia la situación de la protagonista y le da un giro distinto a la lucha que vampiros libran contra lycans. Se trata de un cambio que, aunque significativo, en general es muy de fondo, porque siempre está en primer plano la confrontación física y armada entre protagonistas y antagonistas. Esa es la esencia de esta cinta, como cualquier otra película de acción.

Es por eso que se trata de un filme que solo pueden disfrutar los amantes del género y de los vampiros, porque alguien ajeno a ellos, difícilmente podrá ver la diferencia entre las cuatro películas.

La piel que habito, de Pedro Almodóvar

El mismo autor pero con otra piel

Por: Oswaldo Osorio


Desde hace algunos años las películas de Almodóvar ya no son tan esperadas, en parte porque sus buenos filmes en línea se acabaron y, a veces, hay que soportar las salidas en falso de una carrera que pasó de fascinante a brillante y luego a irregular. Esta última entrega, con su arrevesada trama y los malabares de sus planteamientos, está a mitad de camino entre esas ideas geniales y extravagantes que han definido su universo y un relato sin alma y de casi perfecta pero artificial ejecución.

Muchas de sus películas han tenido esas retorcidas y casi improbables tramas, en cierta forma eso hace parte de su estilo. Y aunque ésta toma más tiempo de lo conveniente para coger forma, termina siendo una historia bien construida, con cierta originalidad y al final sorprendente. Sobre todo porque después de la primera mitad se convierte en un thriller, tornándose intrigante y un poco oscura, con esa mezcla de verosimilitud y artificio propia del género.

Ya Almodóvar en varias de sus películas se había valido del quehacer médico como componente de sus historias, solo que esto normalmente servía como detonante o excusa para crear situaciones y explotar emociones, pero en esta cinta, con su trama ensortijada y el tono de thriller, ese componente médico se toma el relato y es llevado a obsesivos extremos, más cercanos a los filmes de David Cronenberg (por lo enfermizo y visceral-anatómico) que al melodrama pasional por el que se le reconoce.

Pero lo más cuestionable de esta película (de Almodóvar, porque es inevitable juzgarla teniendo su obra como referente) es que no parece hablar de nada significativo, pues difícilmente la obsesión enfermiza y llevada al extremo puede decir algo relevante sobre las emociones humanas. Este eminente médico, obsesionado por la venganza, por una mujer, por su esposa muerta y su hija loca, poco nos puede decir acerca de la vida, la pasión, el amor o sobre cualesquiera de esos sentimientos de los que siempre nos había hablado este director en sus películas.

Todo se queda en un jugueteo ficcional muy llamativo y hasta entretenido, pero hecho con los artificios del thriller y hasta de la ciencia ficción: las armas de fuego que crean o solucionan puntos de giro, organismos transgénicos aplicados en los humanos, los flashbacks que sorprenden revelando secretos o la información suministrada a su debido tiempo. Cada cosa bien puesta en el relato para asombrar, para turbar con insólitas situaciones o encantar con los bucles del argumento. Aunque también hay recursos fáciles o icluso donde Almodóvar se calca a sí mismo, como el personaje díscolo que entra para desquilibrar el orden establecido, quien es familiar de la criada, perseguido por la justicia y que viola a una mujer, exactamente como ya lo había hecho en Kika (1993).

Y no, no es que sea una película tediosa, torpe o exasperante, justamente todo lo contrario; y tampoco es que no se reconozca el universo y el estilo del famoso director manchego, de hecho, aquí hay muchos de sus elementos y temas recurrentes: amor y muerte, pasión y sexo, obsesión, dilemas de identidad y género, etc. El problema es que parece un divertimento extravagante que pudo haber hecho cualquier otro, más que una de esas obras suyas que emocionaban al espectador con esos personajes tan cursis, arrebatados y entrañables.

La cara oculta, de Andrés Baiz

O del entretenimiento momentáneo

Por: Oswaldo Osorio


Entre todas las tipologías de cine que se podrían crear, existe el cine bien hecho y el buen cine, que tal vez son parecidos, pero nunca la misma cosa. Algunas afortunadas películas pertenecen a ambos tipos, pero esta cinta de Andrés Baiz es solo cine bien hecho, porque se trata de un thriller que en general cumple su objetivo y evidencia su metódica concepción, pero que termina siendo apenas eso, un buen ejemplar de cine de género que se olvida cuando empiezan los créditos finales.

Fue inevitable experimentar cierta desilusión al ver que este filme no tenía ese tono visceral y oscuro de su cortometraje La Hoguera (2007) y su película Satanás (2007). En este nuevo proyecto solo se mantiene el buen pulso narrativo de este director y su eficacia con las imágenes, porque por lo demás, estamos ante un thriller ciertamente original en su historia y bien contado, pero que emociona y sorprende apenas en la justa medida (eso sí, no vea el tráiler porque le cuentan la mitad de las sorpresas).

El material promocional de la película habla de una historia que “explora los límites del amor, los celos y la traición”, no obstante, estos elementos solo son una excusa argumental que están en la superficie del relato, el cual se concentra en lo mismo que la mayoría de los thrillers: el enigma por resolver. En este caso, se trata de la misteriosa desaparición de Belén, la novia del protagonista.

Solo hasta que se revela la razón de esta desaparición, la trama toma la fuerza y el interés de los que carecía en casi toda la mitad de la película. Es cierto que toda esa primera parte es para preparar los eventos finales, que ciertamente crean una verdadera tensión y sorprenden genuinamente, pero de todas formas es mucho tiempo de espera y diálogos de trámite y falsas pistas prescindibles,  todo lo cual se pudo haber reducido para mayor eficacia del relato.

Esto mismo ocurre con los tres protagonistas, que pasan demasiado tiempo siendo tan sosos y comunes y corrientes que no es posible identificarse con ninguno de ellos. Solo al final las dos mujeres consiguen un giro en su comportamiento que le cambia un poco el registro a sus personajes, pero no hay mucho tiempo para apreciar de qué más son capaces, porque poco después termina la película.

Andrés Baiz logró hacer una película que, en términos de producción, supera mucho del cine colombiano, ya por sus coproductores españoles, por su distribuidora internacional, por el gran nivel que consigue en su factura y por tratarse de cine de género, pero no nos dice mucho con su película, no hay nada significativo en ella como para recordarla, solo es una cinta óptima para quienes gustan de las películas que entretienen y sorprenden momentáneamente.

Defendor, de Peter Stebbings

El súper héroe sin cerebro


Imáginese Kick Ass, pero dramática y sin complacencias con el público. Una película con una interesante premisa: un hombre que tiene un leve retraso mental se convierte en un defensor callejero, pero apelando a toda la imaginería de los súper héroes, como su infantil visión del mundo se lo dicta. El director encuentra el tono apropiado para que el hacer verosímil el relato y, al mismo tiempo, sea posible esta idea disparatada. Woody Harrelson interpreta uno de los mejores roles de su carrera y es perfecto para este personaje. USA. 2009.

Decálogo del cinéfilo

Por: Andrés Burgos

Uno. Si la película es rusa y en blanco y negro, no hay que comprar crispetas a la entrada.

Dos. Resulta conveniente evadir las películas latinoamericanas donde salen prostitutas intelectuales, que declaman o sueltan datos enciclopédicos. Existe allí una alta posibilidad de que también aparezca una gallina caminando sobre una mesa o algún personaje haga el chiste sobre la contradicción de la inteligencia militar.

Tres. Los susurros resultan más importantes en las películas de acción que en las intimistas.

Cuatro. La cámara como protagonista equivale al lenguaje como protagonista en un libro. Juzgue usted.

Cinco. Amo profundamente las películas orientales, en especial las coreanas. Pero eso de saberse muchos directores, teniendo claro cuál es el nombre y cuál el apellido, es francamente no tener nada más que hacer.

Seis. Que la cámara se levante, en un movimiento de grúa, mientras un personaje grita adolorido al cielo es una imagen que ya solamente se puede permitir la comedia. No importa que Clint Eastwood lo haya hecho en Mystic River.

Siete. El talento de un director mucho le debe a la capacidad de rodearse de la gente adecuada.

Ocho. La posibilidad de que el cine gringo salga con una escena erótica memorable está en proporción directa con la eventualidad de que los franceses logren una de comedia.

Nueve. Si a uno le dicen que una película hay que verla leyendo su contexto, la cosa no pinta nada bien.

Diez. Vade retro a quien no le gustó Toy Story.

Publicado en la Revista EL Maslpensante N° 125 de noviembre de 2011

Holocausto: dos miradas sin novedad

Holocausto: dos miradas sin novedad

Por: Oswaldo Osorio


Por estos días coinciden en la cartelera dos películas sobre el holocausto, Mis recuerdos de Ana y La redada. Ambas tienen en común el tratamiento sensiblero del tema y los forzados giros argumentales. La primera es italiana (con un artificial doblaje en inglés) y la segunda francesa, y son también dos ejemplos de ese cine que no es capaz de decir nada nuevo sobre un tema que ya ha sido muy trasegado.

Mis recuerdos de Ana (Memories of Anne Frank), de Alberto Negrin, retoma el personaje de Ana Frank, tantas veces recreado por el cine y la televisión, pero no se centra en lo importante del personaje, esto es, los más de dos años que estuvo oculta en un ático y que son relatados en su célebre diario, sino que esta historia se aventura a especular sobre su destino y el de su familia en los campos de concentración.

Por eso toda la película es una sucesión de lugares comunes vistos en incontables películas: la crueldad de los nazis, pero aquí dibujados con burdas muecas de maldad; la separación de las familias entre gritos, con una excesiva banda sonora de Ennio Morricone puesta al servicio de la redundancia dramática; el hambre, la convivencia con la muerte, etc. Y cuando se propone ser reflexiva, lo hace torpemente con artificiales episodios, como el examen que le hace el rabino al estudiante de la SS.

De otro lado, La redada (La rafle), de Rose Bosch, parece querer decir algo distinto porque presenta dos variaciones importantes: la primera, es que se trata de los judíos en París, y la segunda, que el relato se centra en los niños. Sin embargo, el protagonismo de los niños solo es el vehículo para forzar las situaciones dramáticas y sentimentales, así como para repetir el disco rayado de la crueldad de los nazis y el miedo cómplice del resto de la sociedad.

También está la reiterada idea del médico y la enfermera que se convierten en el sustento físico y moral del grupo de judíos. Pero en definitiva es una cinta que no ofrece ninguna vuelta de turca sobre el tema, ningún personaje significativo ni una idea que no suene repetida. Concesiones al público sí hay muchas, algo que es muy fácil de conseguir con el ternurismo explotado de una historia con niños.

Hay a quienes los exaspera la insistida referencia a ciertos temas en el cine, como la dictadura argentina, el conflicto en Colombia, la guerra civil en España o el holocausto mismo. No se dan cuenta de que son tópicos que, por su importancia histórica y el fuerte drama humano que conllevan, le permite al cine seguir reflexionando con grandes palabras sobre la condición humana en el contexto de un importante momento histórico.

No obstante, para contar lo ya contado y no repetirse, es necesario proponer una perspectiva distinta o proporcionar elementos diferentes, así lo demuestra, a propósito de estas dos películas, una corta lista de buenos títulos sobre el holocausto: La lista de Schindler (Steven Spielberg), La vida es bella (Roberto Begnini), Adam resucitado (Paul Schader), La decisión de Sophie (Alan J. Pakula), El triunfo del espíritu (Robert M. Young) o Juicio a Dios (Andy De Emmony).

Por eso, en estos casos, tal vez es mejor quedarse en casa viendo una buena película en video que morirse de tedio en una sala de cine.