Una separación, de Asghar Farhadi

Entre la verdad y la justicia

Por: Oswaldo Osorio


En una sociedad en la que jurar con la mano sobre el Corán sí tiene un valor real, la búsqueda de la verdad dice mucho sobre esa moral colectiva condicionada por el islamismo y que, aún así, mueve sus límites, más que por egoísmo o mezquindad, con las buenas intenciones de no herir o hacer sufrir a los seres queridos.

La película ganadora del Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín se nos presenta como una pieza que, apelando al realismo de una puesta en escena simple y eficaz, se cuestiona sobre las negociaciones que, en un país como Irán, se hacen entre la verdad y la justicia. Una verdad sostenida sobre el temor a Dios y a las consecuencias que afectan la vida cotidiana, y una justicia que se aplica sumariamente y no conoce de relativismos.

Lo que en principio y desde el título parece un drama conyugal, toma un inesperado giro cuando Nader y la mujer que cuida al padre de éste entran en una disputa moral y judicial. Él la acusa de haber dejado amarrado a su padre a una cama y tomar un dinero, y ella de haberla empujado y causarle un aborto como consecuencia de la caída. Con estos ingredientes el relato adquiere un moderado tono de thriller judicial (al estilo iraní) y la narración sostiene permanentemente la atención mediante la dinámica de ocultar y revelar los distintos componentes de lo que en verdad sucedió.

A primera vista, lo que está en juego son las consecuencias penales tanto de las acciones de la una como del otro, sin embargo, el director y guionista inteligentemente sabe cómo poner el énfasis en cuestiones más de fondo que tienen que ver con la ética y la moral. Todo esto enmarcado dentro de los lazos familiares, ya por vía de la complejidad de las relaciones conyugales o de la fragilidad con que se sostiene la visión de los padres frente a sus hijas.

Ocultar los hechos, mentir o decir la verdad. Todo esto es posible que se presente entre las personas envueltas en los sucesos, pero no se puede tomar partido ni tener preferencias o rechazo por alguno de los protagonistas. Y esta es otra de las virtudes de esta cinta, la forma como el director expone la naturaleza de sus personajes, quienes verdaderamente quieren ser honestos y correctos, pero la complejidad de la vida y las relaciones sociales no entiende solo de buenas intenciones, mucho menos la justicia.

Una historia originada prácticamente en una cadena de malos entendidos, aunque también de emociones precipitadas y orgullos vanos, donde los personajes son víctimas de accidentales circunstancias, pero que igual los obliga a tomar unas decisiones de orden moral que los pone en entredicho y en evidencia frente a su familia y la sociedad. Ahora, cuando tal vez se solucione este problema, habrá que enfrentar de nuevo la separación, la que todo lo inició.

La enfermedad terminal en el cine

Por: Luz María Moreno Hernández  – Juan Sebastián Velásquez

La muerte no nos roba los seres amados.

Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo.

La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente.

François Mauriac (1905-1970) Escritor francés.

La enfermedad terminal no es un asunto exclusivo del cine, pues el deterioro de la calidad de vida en las sociedades modernas y tecnológicamente “desarrolladas” ha llevado a que las condiciones de la salud se vean expuestas a múltiples amenazas y a qué miles de personas se encuentren en la batalla final entre la vida y la muerte, y en este contexto toma mucha importancia las películas que tratan esta temática, que ahora no sólo presentan trágicas situaciones de sufrimiento y agonía, si no que exhiben nuevas propuestas a los espectadores, dan interesantes giros temáticos en el manejo de la enfermedad y la preparación para la muerte, pero sobre todo permiten que el público se identifique con las realidades que en él se plantean.

Así es como el cine ha puesto a disposición del público una fuerte carga emocional representada en el  impactante tema de las enfermedades terminales, duelos y muertes, muchas de ellas acompañadas de tendencias ideológicas; en este contexto encontramos algunas como Camino de Javier Fesser,  Mar adentro de Alejandro Amenábar y La decisión más difícil de Nick Cassavetes además de otras tantas que lo tienen como tema principal de su argumento Elsa y Fred de Marcos Carnevale, Mi vida sin mí de Isabel Coixet y The Bucket List de Rob Reiner. Finalmente en esta categoría quedan algunas que si bien tratan el tema, se quedaron en la comedia romántica típica, con un tratamiento muy superficial de la temática y cuyo fin está más orientado al entretenimiento, algunas de estas son Dulce Noviembre de Pat O’Connor, El último regalo de Michael O. Sajbel y Carta a Dios de Eric-Emmanuel Schmitt.

Las enfermedades en estas películas son abordadas con la trascendencia que su público actual lo exige, al menos en la mayoría, obviando un Dulce Noviembre tal vez. El enfoque común es la vida, la muerte y el amor, aunque lo abordan desde distintas perspectivas, como la religión, los sueños y el deseo de libertad para elegir.

La mayoría de estas películas ofrece una serie de giros y de símbolos diversos que enriquecen la propuesta y dan lugar a historias que atrapan y que impactan las emociones del espectador. Presentan una misma realidad de maneras diferentes.

La muerte ha sido un tema universal en el cine, pero más que la misma muerte, el duelo se convierte en el argumento de fondo, pues el transcurrir de la enfermedad en medio del dolor, de las clínicas o habitaciones desoladas y de los seres amados que sufren por la pérdida inminente del ser querido, son el centro de la propuesta audiovisual y literaria. El hecho de la pérdida material supera la capacidad de comprensión humana y marca inevitablemente el final de la vida, y es esto lo que se muestra en los film.

En estas tramas,  más exactamente en La decisión más difícil, se hace evidente el duelo y el apego de la madre como la verdadera causa de sufrimiento, pues en la medida que hacemos un equipaje de afectos y necesidades, más difícil resulta enfrentarse al proceso de la muerte sin sufrir la angustia que este supone. Y pese a que este film en particular, logra confundir al espectador frente a un problema de ética médica, debido a la niña que se niega a seguir poniendo su vida en riesgo para salvar la de su agonizante hermana, aún siendo concebida con ese fin, al final se puede ver realmente el trasfondo del argumento: una familia destruida, unos hijos olvidados y una pareja separada a causa del profundo apego de una madre que centró todo el sentido de su vida en la protección de su hija con enfermedad terminal, olvidando por completo las necesidades de los demás personajes involucrados en la temática.

De acuerdo con la teoría del apego, desarrollada por el psiquiatra británico John Bowlby[1], “los seres humanos establecen fuertes lazos afectivos con otros sujetos y estos provienen de la necesidad de protección y seguridad que se desarrollan a temprana edad y cuanto mayor es el potencial de pérdida, mayor es esta reacción”; y por esto cuando más se intenta retener a la persona en condición terminal, se desarrolla un sentimiento de fracaso y aparecen reacciones como el rechazo, la apatía y la desesperación. Y esto se evidencia en Mar Adentro, cuando la familia, los amigos, la misma iglesia y el Estado se oponen a la muerte de un hombre que no encuentra en su enfermedad nada más que una motivación para morir, pues tras el trágico accidente que le deja parapléjico, él solo desea liberarse, siendo este el significado de muerte, mientras para todos lo que le rodean es un absoluto crimen contra su propia existencia.

En este punto, el espectador es llamado a una reflexión sobre el tema de la eutanasia, que podríamos describir en un interrogante de la misma película: “¿Dónde está escrito que estás obligado a vivir?”. Y deja abierta la posibilidad al público para tomar partido según sea su posición con relación al tema.

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Víctor Gaviria

Realidades inmersas en narraciones mordaces

Por: Andrea Carolina Guerra Posada


“Hay muchas clases de reinos. Entre los más pobres hay algunos que superan a los demás en pobreza, llevan con una alegría inusual su saco y su sombrero agujereados, su espíritu a prueba de todo resplandece con el simple paso del tiempo…”

Este pequeño fragmento del poema “La novia que no duerme” de VíctorGaviria resume lo que es el cine para él, un cine que llego por accidente cuando el solo quería ser escritor. Un cine lleno de realismo y soberbia. En medio de la porno miseria, del cine de realidad de JoséArzuaga y de los inicios de los grandes carteles del narcotráfico en Medellín nace el cine realista de VíctorGaviria quien ve en el cine otra forma de conocer y comunicar la realidad de un país excluyente, sumergido en la indiferencia. Hablar del cine de VíctorGaviria es hablar de compromiso social, actores naturales, de lenguaje parlache, camaradería y locaciones auténticas.

Algo evidente y muy natural en el cineasta VíctorGaviria es el hecho de sumergirse en un proceso de investigación intenso en el que descubre todos los inconvenientes que viven a diario sus protagonistas, en ese camino largo y turbulento en el que andan. Víctor. De esas experiencias o existencias a documentar saca las bases en las que construye sus nuevas historias, es por ello que muchos le acusan de realizar documentales en vez de argumentos, muy a pesar de todo esto el sigue viviendo miles de horas con los protagonistas, miles de horas siendo su amigo y viviendo como ellos. Y esto indudablemente se ve reflejado en esos filmes honestos, intensos, verdaderos y llenos de vida propia, que realiza. Para VíctorGaviria el guion tiene que estar ensamblado en la investigación de campo, en la que se desarrolla un constante dialogo que lleva a la cocreación directa y permanente de la película. Si hay algo que Víctor Gaviria logra con propiedad es ese trabajo al interior de los personajes, desde el exterior, en el que todo detalle es importante, ya que le da un sentido de realidad y, sinceridad [1]

Para VíctorGaviria un actor natural es aquel que lleva su vida acuestas y que la adhiere a todas las actividades que realiza sin necesidad de que alguien lo pueda constatar. Un ejemplo de esto es la utilización de palabras o frases propias de los actores al interior de la película, frases como “esas no son penas”, o como decían en Rodrigo D (1990), “normal”, o la de La vendedora de rosas (1998) “para qué zapatos si no hay casa” Son expresiones que tienen significado, y que son respuestas a una realidad social y vivencial. Es por esto que los actores naturales de Víctor Gaviria siempre están expuestos a puntos medios no parecen ni muy buenos ni muy malos, Mas bien se encuentran en ese punto gris en el que a la final todos nos paramos.

En el afán de huir de ese racismo o clasismo intelectual en el que la mayoría de veces se ve envuelto el cine colombiano, Víctor Gaviria ha creado un cine de realidad en el que los actores pueden ser unos pobres y unos arrastrados, pero tienen mucho poder [2] el poder que les da este en ese universo propio que les crea. Gracias a esto y a muchas cosas másVíctor Gaviria ha logrado un sello y un estilo propio que con el tiempo fue reconocido, en el que la conjugación de los elementos apropiados hace de la obra de Gaviria un legado sólido y maduro.

VíctorGaviria desde sus inicios ha mostrado el profundo inconformismo que siente alrededor de la sociedad desigual y burgués del país, especialmente de la sociedad medellinense que siempre está alardeando de progreso, tradición y bonanza, cuando en realidad en sus calles hay pobreza, vandalismos y exclusión. El principal reflejo de esto es su opera prima Rodrigo D: No futuro en la que le da una cachetada a todas esas promesas y creencias de un futuro mejor, mostrándonos a un grupo de jóvenes anarquistas que no creen en nada, que no tienen ni Dios ni ley, que lo único que esperan es el momento de morir. Rodrigo D, es una película de desesperanza, de rupturas y caos. La vida para estos jóvenes amantes del punk consiste en poseer un arma, una mujer y ropa de moda, vivir disfrutando de todo esto hasta que llegue el día del adiós final, de un adiós esperado con valentía y gozo.

En un país donde las clases dominantes son las que tienen la última palabra, “Rodrigo D: No futuro” quiso ser desechada pero muy a pesar de esto consiguió no solo ser aceptada por los organizadores del festival de cine de Cannes sino por el curador de la sección de cinematografía del museo de arte moderno de nueva york.  Evidentemente por más que las clases dominantes estuvieran revueltas ya no podían hacer nada, porque Rodrigo D: No futuro no solo era un éxito de Gaviria sino un éxito de la cinematografía colombiana, en la que se hablada de la realidad de Medellín una ciudad  aparentemente pujante y progresista, que en sus calles y comunas esconde una profunda cultura desconocida para la mayoría, la cultura del “No futuro” tapada por ideales e intereses políticos. Este fue el gran dilema de Gaviria al atreverse a mezclar realidad social con política y anarquismo sin delimitar el lenguaje cinematográfico utilizado, es por esto que no se puede saber a ciencia cierta que es Rodrigo D: No futuro, si un documental, un testimonio o un argumental. Lo que sí es evidente es la importancia de esta nueva dramaturgia que plantea Gaviria a lo largo de su obra.

Continuando con el cine polémico y de contenido de Víctor Gaviria aparece ante nuestros ojos  La vendedora de rosas (1998) una historia bañada de pueblo, niños y calle. En la que se cuenta la historia de Mónica, una niña de 13 años golpeada por la soledad quien se encuentra la mayor parte del tiempo en la calle, compartiendo este espacio y sus vivencias con otros de su misma edad. Mónica decide vender rosas en la ciudad de Medellín un día antes y durante la noche de navidad, por cosas del destino esta hermosa niña de 13 años se topa con un borracho que le obsequia un reloj, el cual a grandes rasgos termina siendo el causante de su muerte.

Esta película hecha como la anterior con actores naturales, permite ver la espontaneidad de la realidad en que se desenvuelven los protagonistas. Partiendo de su lenguaje (el parlache), la significación de su entorno, su modo de vestir, de pensar y contradecirse. Permiten evidenciar esa cultura sumergida dentro de los muros y las calles, esa cultura que aún nos negamos aceptar y que podemos palpar en el destino trágico de los actores que intervinieron en la obra, esos que terminaron muertos, encarcelados o en el olvido.

Después del flamante éxito de la vendedora de rosas Víctor Gaviria decide explorar el fenómeno que en últimas era el trasfondo de las películas mencionadas con anterioridad. El fenómeno del narcotráfico. Sumas y restas (2005) Es una película que paradójicamente y muy a pesar de su temática no enfrenta policías ni ladrones, y en la que casi no hay derramamiento de sangre. Es una película que se centra más en mostrar los matices culturales y en ese cambio de vida que surge al involucrarse en el negocio de la droga. Logrando todo esto a través de personajes de bajo perfil y basándose en la historia real de un amigo, Víctor Gaviria obtuvo como resultado una película honesta que habla de esa búsqueda de las cosas que nos han confundido el camino, del cambio de los códigos y valores al deseo tortuoso por tener cada vez más y más dinero, sin importar nada más que ese deseo.

La naturaleza sensible de Víctor Gaviria, sus ojos de poeta, su conciencia social fuertemente arraigada, y el enfoque antropológico y sociológico que le da a su trabajo facilitan a través de la etnografía la creación de dichas obras majestuosas llenas de realismo y pureza con las que a lo largo de los años nos ha venido sorprendiendo, no sabemos a ciencia cierta cuálserá su próximo acierto o si simplemente desatinara lo que sí es seguro es que en su próxima película se verá reflejada nuevamente ese compromiso que tiene con la realidad en la que en este país todos estamos inmersos.

Diario de un seductor, de Bruce Robinson

Sostenidos de una botella de ron

Por: Oswaldo Osorio


Una vez más los comerciantes que titulan las películas en español yerran o engañan con su versión. The rum diary (Los diarios del ron) la única “seducción” que propone es la de los diálogos ingeniosos y el poético atractivo de quienes viven al margen, flirteando con la vida bohemia y las causas perdidas. De eso va esta estimulante cinta: más que de un galán se trata de un desheredado de la fortuna, más que de amor habla del desconcierto frente al mundo.

Esta es una película del escritor Hunter S. Thompson y del actor Johnny Depp, el uno como inspirador de un estilo de vida y una forma de ver y describir el mundo asociados con la contracultura, y el otro como un fanático de ese estilo y de esa visión. La conexión entre estos dos personajes se dio con ese fascinante filme titulado Miedo y asco en las vegas (Terry Gilliam, 1998), basado también en el escritor e igualmente protagonizada por Depp.

Los diarios del ron (llamémosla así para no seguirle haciendo el juego a los comerciantes que quieren engañar a las fanáticas del buen Johnny) se puede considerar como un antecedente de la película de Terry Gilliam, y en esa medida se debe entender a su protagonista, esto es, como un alter ego de Hunter S. Thompson que apenas se nos presenta como el germen del irreverente y trasgresor escritor y periodista que terminara suicidándose en 2005, el mismo que es descrito en todo su ímpetu y excesos en el documental Gonzo : Vida y hazañas del Dr. Hunter S. Thompson (Alex Gibney, 2008).

En 1960 este alter ego, Paul Kemp, era apenas un timorato escritor que no había encontrado su voz y, en cuanto las drogas y el alcohol, apenas “se encontraba en la parte más alta de los bebedores sociales”. Todavía su fiereza y su genio con las palabras no habían terminado de aflorar, por eso, justamente, esta cinta propone lo que sería la génesis de esa transformación. Es en ese momento y en el paradisiaco Puerto Rico donde este escritor decide ir a contracorriente y luchar siempre contra los “bastardos”, es decir, contra los hombres del sistema.

El relato tiene el orden y la estructura propios de dos periodistas gringos que viven medio ebrios bajo el sol caribeño. Por eso su narrativa puede parecer dispersa y algo desvertebrada. Pero si uno se sintoniza con esa actitud de desorientación existencial y la errática búsqueda vocacional del protagonista, puede comprender y hasta disfrutar los tumbos que da el relato. Además, el guion está finamente aparejado con unos diálogos agudos y divertidos, así como con unos personajes secundarios que de lo pintorescos y bizarros por momentos se antojan postizos, aunque no por ello menos encantadores.

No se trata tampoco de un filme sólido e inolvidable, sino que debe asumirse como lo que es, un tributo que Johnny Depp le hace a su amigo Hunter S. Thompson y a su estilo (de escribir y de vivir). El resultado es un desenfadado relato que juguetea con las palabras y con el sentido de las cosas, y que desde el fondo de un vaso de ron hace una idealista declaración de principios que anhela un mundo mejor.

Habemus Papam, de Nanni Moretti

Con seria irreverencia

Por: Oswaldo Osorio


El cine fantástico (pero aquel que no solo se interesa por el entretenimiento) plantea una “realidad otra” para comentar nuestra realidad, para decir algo de ella de manera indirecta pero con mayor fuerza poética o metafórica. Esta película es una suerte de fantasía, aunque no la de un director de cine de género que nos quiere trasladar a mundos de magia o de ciencia ficción, sino la fantasía de un ateo, pero de uno que, aún así, cree en el papel de la Iglesia como una de las guías del mundo.

La fantasía parte, inicialmente, de la posibilidad de que antes de ser anunciado el nuevo Papa, éste tenga un ataque de pánico por el peso de tal designación. Este planteamiento es en parte un divertimento para burlarse un poco de ciertas instancias y propiedades de la Iglesia y los clérigos, pero también, y sobre todo, una excusa para sugerir entre líneas asuntos más de fondo, no solo sobre esa institución sino sobre el mundo actual.

Las dudas de este Papa pueden ser las mismas de Cristo. Pero lo importante aquí es leerlas en relación con este mundo en que vivimos. Y ese es el primer dardo envenenado de Moretti contra esta entidad religiosa: sembrar la duda en hombres a quienes los define la fe. Y si duda el hombre de mayor fe, el elegido por Dios a través de un colegio de cardenales, ¿Quién está exento de dudar y cuán mal andará el mundo de hoy?

Por otro lado, si la fe no tiene las respuestas, tal vez las tenga la razón. Entonces Moretti continúa aún más insidioso y propone al sicoanálisis como la solución. Esto le sirve para contrastar razón y fe, para darles la oportunidad de que cada una dé sus argumentos, pero también para ridiculizarlas un poco y poner en evidencia sus limitaciones. Tal vez para sugerir que puede ser más fácil encontrar las respuestas con la unión de ambas, dejando a un lado los dogmas y fundamentalismos.

Ahora, en lo que se refiere a la acción y la trama, el relato propone un bien diferenciado contrapunto. Por un lado está el confundido Papa vagando y cavilando por las calles de Roma, y por otro el colegio de cardenales en una espera que termina en asueto. Así, mientras el uno aparece aplastado por el peso de sus angustias y dudas espirituales, en los otros es el cuerpo el que toma la preeminencia y se abandonan a prácticas más ligeras y terrenales.

Y tal vez en la descompensación de este contrapunto es donde esté la mayor debilidad de esta película, pues el tono reflexivo del conflicto que vive el Papa, y en especial lo significativo de sus dilemas en relación con quien es y lo que representa, se impone ante el tono farsesco de los cardenales jugando cartas y voleibol, así como ante la ruidosa presencia del sicoanalista entre ellos. De ahí que algunos pasajes de este segundo componente argumental se antojen absurdos y disparatados, a veces para bien (por vía del humor y la irreverencia con toda esa sacralidad), a veces para mal (con momentos verdaderamente salidos de tono e innecesarios).

Nanni Moretti es un director que rara vez defrauda y que sorprende con su versatilidad y la originalidad de sus propuestas. En esta cinta la posibilidad de sorprenderse es inevitable. Nos propone lo impensable pero para obligarnos a pensar en asuntos importantes. A veces disparatada e irreverente, otras profunda y grave, esta historia nos da el golpe de gracia con un final más sorprendente y desolador aún, para que, de verdad, nos pongamos a pensar. Y luego de pensar bien y ser realmente conscientes de las implicaciones de ese final, este puede resultar más terrorífico que cualquier película del cine fantástico.

Gordo, calvo y bajito, de Carlos Osuna

O la dudosa liberación de un pusilánime

Por: Oswaldo Osorio


El cine colombiano todavía está en un periodo de “primeras veces”. Esta es la primera vez que se hace un largometraje con la técnica de la rotoscopia (filmar o grabar actores reales y transformarlos en dibujos animados). Y para hablar de esta película es necesario empezar por este aspecto técnico porque es lo que, de entrada y en su promoción, define esta propuesta cinematográfica y, por eso, determina algunos de sus aspectos más importantes, en especial el tono de la película y la caracterización de los personajes.

Así que lo primero que el espectador seguramente se preguntará es ¿Por qué hacer una película así y qué le agrega o le quita esta técnica tan particular a la historia que querían contar y a las ideas que se proponían plantear? Como principal ventaja, se puede anotar el atractivo visual que supone dicha técnica. Las formas delineadas y el color se imponen como valores plásticos que pueden ser un deleite para quien se sepa conectar con este tipo de representación. Además, ese juego de contraste y complemento entre los espacios realistas y los personajes dibujados realmente siempre ha conseguido un efecto plástico muy eficaz y sugerente.

Por otra parte, para una historia que depende tanto de la interpretación de los actores y de las emociones y estados de ánimo de sus personajes, en especial de su protagonista, esta técnica francamente limita todo el trabajo que un actor pueda hacer. Salvo por la “actuación de la voz”, lo que se refiere a las facciones, gestos y lenguaje corporal, son reemplazados por unas coloridas masas en permanente mutación, rayadas con nerviosas líneas que insinúan las formas. En otras palabras, lo que gana en expresión plástica lo pierde en expresión dramática.

Ahora, en cuanto lo que nos cuenta, este filme en esencia es la historia de liberación de un “perdedor”, un hombre con un trabajo de mierda, abrumado por la soledad, con serios problemas de autoestima y del que todos se aprovechan. Aunque por momentos corre el riesgo de ser una historia de superación personal (habla de autoconfianza, de valorarse a sí mismo, de dejar atrás el lastre del pasado, etc.), este aspecto termina matizado por el patetismo con que es planteado el personaje, que a veces funciona como comedia y otras como un ser entrañable con el que el espectador termina por simpatizar.

Por otra parte, aunque es cierto que el relato da cuenta de una transformación, este hombre no lo logra por sí mismo, sino que parece ser los guionistas los que le solucionan todo: le dan una chicha, un grupo de apoyo, un amigo con poder y eliminan a sus adversarios de oficina. El gordo, calvo y bajito solo responde con lo justo y aprovecha la oportunidad, sin que sea realmente una liberación del pusilánime que siempre será.

En una cinematografía que siempre se ha pasado de conservadora, son necesarias y refrescantes propuestas como la de esta película. No obstante, siempre queda la duda de si una decisión estética tan extrema fue tomada a priori por capricho y por apostarle a la novedad, o si realmente le aportaba verdaderamente a la idea. Así mismo, esta historia de un “perdedor” deja la ambigua sensación de si se trata de un obvio cuento de superación personal, una cinta con el tufillo de comedia de televisión o el emotivo y divertido relato de un hombre que se libera de sus limitaciones. En últimas, tal vez sea un poco de todo eso.


La captura, de Dago García y Juan Carlos Vásquez

Cuando Dago se pone serio

Por: Oswaldo Osorio


La última película del cineasta más exitoso de la historia del cine colombiano seguramente será un fracaso de taquilla. La razón es obvia. Esta cinta no está por la línea de sus populares comedias decembrinas. Incluso cuando se supo que fue realizada hace cuatro años y que no se había podido estrenar, era inevitable sospechar de qué se trataba: Es un drama histórico con el tema del orden público de fondo, es decir, nada atractivo para el espectador promedio del cine colombiano que siempre quiere solo pan y circo.

El guionista y productor (y eventual director) Dago García inició su carrera con películas de este corte. Sus tres primeras cintas (La mujer del piso alto, Posición viciada y Es mejor ser rico que pobre), dirigidas por Ricardo Coral-Dorado, nada tienen que ver con el humor populista por el que se le ha reconocido últimamente, todo lo contrario, en lugar de buscar complacer fácilmente al público, se aventuraron con experimentos formales (narrativos principalmente) y temas con intenciones serias y reflexivas. La captura tiene estas características.

La historia que plantea apela a uno de esos mitos universales que también estuvo presente en algún momento en la historia del país, esto es, el bandolero que, según la creencia popular, está protegido por fuerzas supremas contra su exterminio. Aunque el relato propone la variante de ser contado desde el punto de vista de su perseguidor, otro tipo de héroe, en este caso quien representa la rectitud, la disciplina y la institucionalidad. De esto se deriva un primer gran problema de la cinta: que al antagonista (el bandolero) le falta la fuerza necesaria para propiciar un conflicto lo suficientemente intenso, y esto es porque solo lo conocemos por su fama y aparece muy al final con una participación ínfima y ningún rastro de su poder o carisma, ni siquiera de su maldad.

La acción -se puede suponer- se desarrolla en los años sesenta, cuando son los orígenes de las guerrillas en los Llanos Orientales que surgen como consecuencia de la violencia bipartidista (claro, y también como excusa para dominar y explotar territorios, como ocurre todavía). Una época en la que aún era posible idealizar a los cabecillas y ungirlos con el mito de la “contra”.

En este contexto, la película está sólida y prometedoramente planteada. Aunque empieza a flaquear en su fuerza y poder de convencimiento cuando echa mano de otros recursos argumentales más obvios, como el pueblo cómplice (ya por miedo o conveniencia) o el triángulo amoroso que terminará definiéndolo todo, y más aún cuando la confrontación final la despacha con la premisa propuesta en el eslogan que promociona la cinta: “No hay guerra más difícil que aquella que no se quiere ganar.” Pero ya ese argumento, que solo es una salida fácil para la resolución de la historia, lo habíamos sufrido como mal chiste en Golpe de estadio (Sergio Cabrera, 1998).

Por otra parte, la película está visual y formalmente definida por unos elementos que, en principio, llaman la atención por tener cierta originalidad y audacia (al menos en el contexto del cine colombiano), pero que terminan pareciendo recargados hasta llegar por momentos al barroquismo, esto ocurre especialmente con la banda sonora, un rock a veces fuerte y otras bluesero que se antoja en exceso enfático, anacrónico y sin relación alguna con el espacio dramático.

No es la desastrosa película que algunos están repeliendo y, sin duda, es mucho mejor que algunos de los comediones elementales con que Dago García acostumbra entretener al público masivo (lo cual hace muy bien y es tan válido como necesario en el contexto del cine industrial), porque realmente es una película con las buenas intenciones de hacer un serio y comprometido relato que tenga relación con la historia y la realidad del país, pero algo falló en el proceso y el resultado terminó siendo una narración impostada, con una historia en general predecible y definida por sus altibajos.