Las nuevas búsquedas del cine Colombiano

Por: Sara Chavarriaga Restrepo.

En Colombia no existe cosa tal como una industria del cine, de cualquier forma, no podemos desconocer que en nuestro país se han hecho grandes producciones que han sido reconocidas tanto también en el exterior y que perfectamente desde su contenido y su forma, pueden estar a la altura del cine de Hollywood. Pero en general, como en la historia de nuestra cinematografía no ha predominado la cantidad (por ende tampoco la calidad) nuestro cine no se ha arriesgado demasiado.

No quiero decir que no lo haya hecho, porque si fuera así este ensayo no tendría sentido alguno. El cine Colombiano ha explorado otras formas de contar las historias, en ocasiones éstas han resultado ser un éxito en taquilla, pero en otras ocasiones han representado pérdidas para quienes están detrás de éstas películas ¿Son en vano estas nuevas búsquedas porque los Colombianos no las están viendo?

Para hablar sobre esto, es necesario referirse al cine reciente en el que se encuentran dos películas que le apostaban a algo nuevo. Hay que empezar por Pequeñas voces (Oscar Andrade y Jairo Carrillo, 2011), la primera película de animación y pensada en sistema 3D hecha en nuestro país. Pero quizás no es solo la animación y el 3D lo que clasifica a esta película dentro de las que han hecho nuevas búsquedas, sino también la perspectiva desde la que se contó: la perspectiva de los niños, una perspectiva que, por supuesto, ya habíamos visto en Los colores de la montaña, aunque la gran diferencia es que Pequeñas voces se hizo con los dibujos de los mismos niños y sus propias voces contando la historia.

Esta película es un testimonio del conflicto del país, y en parte es interesante porque se encarga de mostrar ese estado “inalterado” de la gente del campo: la tranquilidad en que viven cosechando sus tierras y viendo crecer a sus hijos, y luego el conflicto armado que llega a irrumpir todo estado de paz y tranquilidad.

Continuar leyendo

Tetralogía Bourne

O la reinvención del cine de espías

Por: Oswaldo Osorio


Tras medio siglo y veintitrés de películas de James Bond, se definió un modelo en el cine de espionaje difícil de cambiar, menos aún de superar. Pero cuando se estrena en 2002 Identidad desconocida (Bourne Identity), con el chico bueno de Matt Damon como protagonista, solo parecía un thriller como cualquier otro. No obstante, resultó una refrescante película de espías, con una casi inédita forma de concebir la acción, los espacios en que se desarrolla y su personajes.

La saga está basada en la serie de best sellers escrita por Robert Ludlum. La trilogía original fue escrita durante la década del ochenta, pero su autor muere un año antes de ser estrenada la primera entrega y, luego del éxito de ésta, la serie de libros fue continuada por Eric Van Lustbader (!), de la cual ya ha escrito siete textos.

Sus adaptaciones al cine reinventan de cierta forma el cine de espionaje, al menos en dos sentidos muy importantes. De un lado, despoja al género del glamur y la sofisticación que le eran inherentes a causa del modelo impuesto por James Bond. En este caso, ni el espía es un galán seductor, ni hay despampanantes chicas y tampoco los medios del agente en cuestión dependen tanto de esos ingeniosos artefactos Bond que muchas veces rayaban con la ciencia ficción. Jason Bourne, en cambio, es un atormentado y solitario soldado y espía que casi siempre tiene apenas sus puños como arma.

Así mismo ocurre con los espacios en los que se mueve, pues en lugar de las mansiones, las islas exóticas y los lujosos hoteles, por lo general libra sus batallas en sitios marginales, bajos fondos y el caos de las ciudades. Por eso, esta saga tira un cable a tierra al cine de espías y le confiere un realismo que casi nunca ha tenido. Esto ocurrió especialmente con La supremacía Bourne (2004) y Bourne Ultimatum (2007), pues fueron dirigidas por Paul Greengrass, un director con cierto interés y habilidad para dar cuenta de películas con temas políticos y tratados de forma realista, como Domingo sangriento (2002) o Vuelo 93 (2006).

De otro lado, en esta saga se intensifica el conflicto de espionaje al pasar de un enemigo extranjero (ya comunistas, narcos o terroristas como en Bond), más fácil de identificar y despreciar, a enemigos internos que están en el propio gobierno, el cual tiene unas agencias con tantos secretos como un país de la ex cortina de hierro.

Y si en esta saga la renovación e intensidad van por cuenta de la puesta en escena realista, la vertiginosidad de las secuencias de acción (acusada por una constante cámara al hombro) y el ambiguo enemigo interno, la frutilla del postre la pone el conflicto interno del personaje, que está definido por su estado de confusión en cuanto a su identidad, incluso a sus emociones, a casusa de ser un producto diseñado y manipulado por el gobierno, a la manera de los assassins persas de hace un milenio, quienes eran convertidos, tanto por la adicción al hachís como por su entrenamiento, en máquinas de matar al servicio del Estado.

La última entrega, El legado Bourne (2012), es más de lo mismo, eso en el buen sentido del término. Apenas si se nota la ausencia de Matt Damon y Paul Greengrass, incluso el cambio de autor en la novela que la inspira, porque se mantiene la esencia, esto es, una cinta con todos los elementos básicos de un thriller de espionaje, pero con ese espíritu propio de la saga: visceral y primaria (por el realismo y la trepidante acción) y al mismo tiempo inquietante y elaborada en sus ideas (por el conflicto del personaje y la naturaleza del enemigo).

Diario de Íñigo

Septiembre 10 de 2012. La ciudad con un puñado de críticos de cine.

Me preguntan siempre que por qué me hice crítico de cine. La respuesta es simple: Porque el cine es como la vida. Pero esa respuesta no parece satisfacer a nadie, entonces tengo que explicarla diciendo que cuando veo una película es como si viera la vida de otros, como si estuviera en el pellejo de otros, unas muchas personas que tienen diversas personalidades y relaciones con el mundo. Algunas se parecen a mí, otras solo muy poco y la mayoría nunca nada. Cualquiera sea el caso, yo los entiendo (en la medida en que haya sido un buen guion y un buen director que los haya dibujado). Por eso puedo entender experiencias y posiciones ante la vida que no me serían posibles desde mi limitado punto de vista. Así que me gusta el cine porque veo y vivo la vida de muchos otros, pero eso solo es importante en la medida en que esas experiencias de vida le sirvan al conocimiento y entendimiento que tengo de mi propia vida.

Personalidad cinematográfica de los que no ven cine colombiano

Por: Daniela López Molina

El perfil cinematográfico de los colombianos es, a grandes rasgos, un perfil que muestra la atracción por las historias de vidas ajenas. Estamos dispuestos a esperar que nos cuenten esas historias y se nos llena de saliva la boca para empezar a opinar y a decir exactamente qué es lo que hay que hacer, pero no estamos dispuestos a pagar por las historias.

Somos violentos, queremos vengar, que se haga una justicia a la violencia más violenta que la misma violencia. Somos sensacionalistas, hacemos de las pequeñas noticias las más largas y entretenidas (pero no por eso buenas) novelas de la televisión. Somos amarillistas, nos encanta mirar la vida ajena, juzgar personajes de la vida real sin reconocernos en ellos, pero tenemos énfasis en el voyerismo.

Realmente nos gustan las historias y nos gustan las historias colombianas, nos gustan las historias cercanas a nosotros. Cuando sabemos que nos van a contar la historia de alguien, de una parte de la vida de alguien, esperamos para saber qué será, nos gusta participar en ellas, adelantarnos a los hechos, opinar mientras suceden y hablar de ellas después de que se completan. Funcionamos con la vida cotidiana y sus historias igual que la ruta que llevamos con cualquier película, desde esperarla a partir de su promoción hasta hablar de ella luego de que terminan.

Pero ¿Por qué escuchar, por qué ver aquello que tememos que nos pase? Los colombianos no quieren historias que los dejen con pesadez mental, algunas son vistas por su promoción como Los colores de la montaña (Carlos César Arbelaez, 2011), una película en la que, a medida que la ves, te está dando miedo, te estás preocupando por saber que realmente estás viviendo eso, que a medida que la ves hay personas cercanas que están viviendo esas situaciones.

Una experiencia totalmente diferente es ver Alien vs Depredador (Paul W.S. Anderson), porque absolutamente nadie tiene cercanía con esa situación agobiante y de horror. No sólo es el miedo de ver películas que se tratan de las fuerzas armadas al margen de la ley. Pocas mujeres colombianas quieren ver películas de abusadores sexuales, pocas personas de la ciudad quieren ver películas sobre delincuencia común, que es la que se gana nuestras quincenas, nuestro salario mínimo. No queremos gastar lo que no nos robaron de nuestro salario mínimo en boletería y confitería para ver películas de los que nos robaron.

Continuar leyendo

La lectora, de Riccardo Gabrielli

Una trama llena de trama

Por: Íñigo Montoya


Puro cine de consumo y reencauchado, con todo lo que esto significa: estrellas de televisión (preferiblemente en ropa interior), argumento forzado para poder tener historia de amor, humor, acción, intriga, suspenso y giros sorpresivos. Un paquete más bien mal empacado, pero no tanto como para no cautivar al público menos exigente, que es al que va dirigido.

Adaptar una exitosa serie de televisión de hace una década era partir de un terreno asegurado y probado. Mientras que Gabrielli, que está ya bien adiestrado con la habilidad visual y el efectismo de las series televisivas internacionales (Sin retorno, Tiempo Final, Lynch), aplica sus conocimientos al acabado final de una historia cuyo su deshilachado argumento luego es justificado por la improvisación de la contadora de historias, que se puede equivocar en los detalles y puede forzar las soluciones, lo cual es válido, pero el director se aprovecha de esto.

Sin duda es una idea muy atractiva desde su planteamiento, sobre todo por el doble relato que propone, por la doble historia que cuenta en paralelo. Por eso resulta un producto muy comercial que funciona bien con el público, lo cual no es razón para no pasarle la cuenta de tantas concesiones al espectador, salidas fáciles y efectismos (visuales y narrativos) sin los cuales no termina quedando nada en el fondo, solo una trama llena de trama.

La sirga, de William Vega

El paisaje que no se puede ver

Por: Oswaldo Osorio


De acuerdo con una equívoca y generalizada idea de lo que es el cine nacional, esta película no pertenecería a él. Pero lo cierto es que la gran variedad en temas, miradas, estilos y universos, es la impronta del cine colombiano desde hace un tiempo. Incluso esta cinta es “mucho más colombiana” que otras que intentan copiar fórmulas foráneas, sobre todo para congraciarse con la taquilla, y eso porque, en esencia, es un relato que da cuenta un paisaje, unos personajes y una problemática que se pueden encontrar en muchas partes del país.

Aunque hablando de fórmulas foráneas, también es cierto que en esta película se puede identificar un tipo de cine que, si bien no es el más popular o frecuente, definitivamente tiene unos referentes definidos, en especial cierto cine europeo o independiente, un cine cerebral y pasado por la elaboración intelectual que lo carga de unos sentidos y connotaciones que van más allá del simple argumento, el cual ciertamente es simple, aunque esto de ninguna manera es un defecto.

La historia simple que cuenta es la de una joven que, luego de que destruyen su pueblo, acude a su tío y cree haber encontrado un nuevo hogar, donde recupera el sentido de la cotidianidad, hasta que la amenaza reaparece. Y es que en esta película no es mucho ni muy extraordinario lo que ocurre, pero sí mucho lo que contempla el espectador y lo que sugiere el director con esas imágenes y las pocas acciones y diálogos.

La película está ambientada en la laguna de La Cocha, en Nariño, con unos paisajes cenagosos y cubiertos de niebla que la fotografía, con sus encuadres, y el montaje, con su parsimonia, saben extraer su ensimismada belleza. En este contexto visual es que se da este relato en el que se impone el sentimiento de pérdida y zozobra que está presente en muchas de las zonas rurales de Colombia. La impotencia y el miedo, y hasta una suerte de resignación trágica, parece ser la actitud obligada de los campesinos que ocupan estos territorios, que solo son suyos hasta que los violentos quieren.

Pero salvo por los dos empalados con los que se inicia y termina la película, la violencia y el conflicto nunca están frente a la cámara ni expresados de forma explícita. Porque lo que define en gran medida la propuesta narrativa y dramática de esta cinta es que todo eso se nos muestra por elipsis (las acciones sugeridas entre dos planos) y por el fuera de campo (lo que sucede fuera del encuadre). Entonces se da un inquietante contraste entre la aparente tranquilidad y sosiego de lo que vemos y la amenazante situación que se cierne sobre los protagonistas.

Así que es un filme definido por el contrapunto entre lo que vemos y lo que no vemos. Un relato empacado en la belleza y tranquilidad que impone un paisaje y su serena rutina, pero que oculta (y solo lo va suministrando lenta y veladamente) ese infierno de país en que muchos colombianos viven.

Sofía y el terco, de Andrés Burgos

Una fábula contra la rutina

Por: Oswaldo Osorio


La rutina puede quebrar el espíritu hasta del más paciente. Es una muerte en vida repitiendo los mismos gestos y las mismas acciones. Sofía se había dado cuenta de esto y tomó una decisión para solucionarlo: dejar a su marido e ir a conocer el mar. Pero no por esto se trata de una típica historia de ruptura y liberación, sino más bien de un cambio de perspectiva y un salirse del propio cuerpo un tiempo, que es bueno para todos cada tanto. Con este material Andrés Burgos cuenta una historia sencilla, encantadora, cuidada visualmente y con un tipo de humor inédito en el país.

Burgos alguna vez fue cortometrajista, es libretista y también un escritor con varias obras literarias publicadas. Sin importar el medio, su talante parece ser el de un narrador al que le gusta ser eficaz con sus relatos, pero no por vía de la elementalidad, sino encontrando el complicado camino de la sencillez. En esta película se evidencia eso, pues se trata de un relato que, con economía de recursos, habla en profundidad de sus personajes y cuenta una historia que trasciende la mera anécdota.

La película da cuenta del universo femenino, en especial del de las mujeres definidas por las características de Sofía (una mujer mayor, casada hace cuarenta años y opacada por la rutina), pero lo más sorprendente es que lo hace sin palabras, sin que su protagonista tenga que decir nada. Por eso se trata de una mujer definida por su contexto y por la relación que tiene con quienes la rodean.

Y no es que sea una mujer que no hable, sino que poco tiene que decir y tampoco le dan mucha oportunidad de hablar. No obstante, ella sabe lo que quiere, por eso es que no necesariamente es una historia de liberación, porque no es que ella esté aburrida con su vida, sino que simplemente necesita un cambio de aire para continuar viviendo. Esta historia es ese cambio de aire, del que ella regresa agradecida y renovada, incluso para continuar con esa rutina con la que está tan cómoda.

De esta cinta llama mucho la atención su concepción visual y narrativa. Es una obra construida con imágenes cuidadas, incluso a veces contemplativas. Con planos que no gastan ningún afán y que son consecuentes con la bucólica tranquilidad de los espacios, sus personajes y el relato. La mirada al paisaje, los elementos de la puesta en escena y el manejo del color dan la idea de una suerte de fábula, en este caso una fábula de la cotidianidad y en contra de la rutina.

El eslogan de esta película dice: La rutina te espera todos los días, los sueños no. Y eso es precisamente esta historia, un viaje de la rutina a los sueños y luego de los seños a la rutina, y en el camino es capaz de construir un personaje elocuente y dimensionado (en lo que mucho tiene que ver la contenida pero sugerente actuación de Carmen Maura), así como una sobria e ingeniosa concepción de la comedia y una fábula llena de sencillez y encanto.

Chocó, de Jhonny Hendrix Hinestroza

Casada con la adversidad

Por: Oswaldo Osorio


El colombiano, que es un cine de regiones, margina a las regiones marginadas. Es evidente la primacía del cine bogotano, seguido por el antioqueño y el caleño, luego el costeño. Con esta película, de alguna forma, se reivindica la región más marginada de todas, y lo hace a partir de una historia tan simple como potente, que habla al mismo tiempo de un drama humano y de esa cultura y región que lo determinan y lo enmarcan.

Y es que dentro de ese contexto marginal esta película habla de otra marginalidad, la de la condición de la mujer, que en esa cultura particularmente se nos revela en una situación aún más crítica, pues está arrinconada por las convenciones sociales y por una muy desigual relación con los hombres, tanto que parece un ciudadano de segunda, con muchos deberes y con sus derechos restringidos, es casi un asunto de castas.

La desfigurada institución del matrimonio que retrata esta cinta ilustra con azarosa contundencia esta situación. El matrimonio aquí es otra cosa. Y decir aquí no es solo para referirse a esta historia, sino también a esa cultura, pues en este caso se debe tomar la parte por el todo, porque así lo sugiere la idea de que el nombre de la protagonista sea el mismo que el de este departamento colombiano: Chocó.

Se trata de un matrimonio que parece más un requisito social cumplido por una pareja, donde no hay afecto, ni diálogo, tampoco mutuo placer sexual y ni siquiera una equitativa repartición de las funciones dentro del hogar, donde el hombre, por lo menos, sería el proveedor. Este matrimonio parece más regido por una lógica tribal que por lo que ese convencional pacto conyugal significa en una sociedad moderna y urbana.

De esta forma, Chocó tiene un marido que -literalmente- la viola casi cada noche y que no provee las necesidades del hogar, también tiene dos hijos y un trabajo. Pero lo más grave de todo es que ella misma contribuye a mantener ese estado de cosas en relación con la condición femenina. Las lecciones que le da a sus hijos -un niño y una niña- van encaminadas a prolongar la mentalidad machista de esta cultura: la única silla del comedor es para el niño, por ejemplo, o en una disputa entre ambos prevalece el respeto por el varón, aunque no tenga la razón.

Para desarrollar esta idea, el relato se enfoca en Chocó, en su callado descontento y en su vida concentrada en la supervivencia y el cuidado de los niños. Muy sutilmente se insinúa en ella un deseo de altivez que no puede poner en práctica por sus limitaciones, ya sean las económicas, por su condición femenina o a causa de ese entorno social que se conjura contra su integridad y su dignidad. Esa altivez le da una vaga esperanza al espectador -quien inevitablemente se solidariza con ella- de que en algún momento ella se rebele y explote y así su mundo cambie.

Entretanto, la película no desaprovecha para hacer comentarios sobre otros temas adyacentes, como lo que ocurre en contraposición con la rutina de los hombres, acompasada por el juego, la socialización, la infidelidad y el licor; la precariedad económica de esta zona del país, según se puede inferir por su paisaje urbano y las edificaciones; la presencia de foráneos como los dueños de la economía de la región, que les permite comerciar incluso con la dignidad de las personas; y también hace alusión al asunto ecológico, sobre todo por vía de la explotación minera, dibujando un panorama en donde es posible que los juegos de los niños sea fantasear sobre cuántos árboles van a tumbar cuando manejen máquinas, o en el que conviven la minería artesanal con aquella otra que usa químicos y causa devastación.

Así mismo, el espeso y sobrecogedor paisaje natural también es un protagonista. Permanentemente nos recuerda que estamos en otro universo, que tiene otras reglas y dinámicas distintas. Por eso la cámara siempre está jugando con el contraste al mostrarnos a Chocó: por un lado a la mujer, con planos cerrados que tienden a concentrarse en su silencioso descontento, y por otro a la región, con planos abiertos y largos que dan cuenta de la inmensidad del paisaje y la minúscula pero determinante presencia del hombre en él.

Al final toda esta historia parece terminar como trunca, pero la verdad es que se trata de un final abierto, porque si bien nuestra protagonista soluciona su conflicto inmediato, en realidad sabemos que tal vez quedó en una peor situación, o que, en el mejor de los casos, todo va seguir igual, para ella y para todas las demás mujeres.

El dictador, de Larry Charles

En la cuerda floja del humor trasgresor

Por: Oswaldo Osorio


El humor negro, lo políticamente incorrecto y el mal gusto son tres líneas de la comedia que requieren de ingenio y buen criterio para que sean realmente cómicas, en lugar de resultar ofensivas o repulsivas. Esta película se sustenta en esas tres líneas y ciertamente consigue crear una comedia eficaz, inteligente y elaborada, aunque también habrá quienes, inevitablemente, la vean como ofensiva y repulsiva.

Pero descartando a todo el mundo islámico, a los judíos, los latinos, los negros, las mujeres, los chinos, los homosexuales, los africanos y a Estados Unidos, no hay riesgo de que alguien se ofenda. Porque esta película no se burla ni habla mal de nadie, salvo de los mencionados, y cuando lo hace, no conoce términos medios, pues a partir de unos chistes visuales, otros escatológicos y muchísimos que recurren a estereotipos o que están cargados de una fuerte sátira política, ninguno de estos sectores se libra de la irreverencia, la trasgresión y contundencia de esta comedia.

Detrás de ella está el actor inglés de origen judío Sacha Baron Cohen, más conocido como Alí G, Borat o Brüno en su brillante comedia para la televisión inglesa (2000). Cada uno de estos personajes, en ese orden, originaron una película, pero fue Borat (2006), la que le dio mayor fama y donde reveló su atrevido y provocador sentido del humor, siempre cargado de sátira política, así como de parodias y embates a esas susceptibilidades raciales que en la actualidad determinan tanto las dinámicas ideológicas y sociales, sobre todo en Europa y Estados Unidos.

El humor negro lo define el burlarse de algo que no debería causar risa, como la maternidad, la deformación física o darle una fuerte patada a un niño. Todo eso se ve en esta cinta. Así mismo, lo políticamente incorrecto, como lógica del humor, sería reírse de asuntos que atentan contra grupos culturales o étnicos, como ocurre aquí con los islámicos y los negros principalmente. Y aunque en estas dos líneas la película se antoja cítrica e ingeniosa, inevitablemente resulta menos decorosa con la escatología, en sus permanentes alusiones a excrecencias y secreciones, así como cuando hace algunos buenos chistes con la cabeza del “Morgan Freeman” decapitado.

Y si el desarrollo de estas tres líneas puede resultar chocante para muchos, esta película también tiene suficientes chistes y momentos de fina y elaborada ironía. En este sentido se debe resaltar especialmente el discurso del dictador cuando habla de la democracia en Estados Unidos, el cual se convierte en una aguda crítica a la política interior y exterior de ese país.

Se trata, sin duda, de una comedia que cruza muchos límites, tanto del tipo de humor que generalmente se hace en Hollywood como en relación con los temas que aborda. Pero justamente esa es la apuesta de esta cinta, encontrar esa fina línea que separa lo desagradable y ofensivo de la comedia inteligente y trasgresora. Sacha Baron Cohen encuentra esa línea y camina toda la película sobre ella, como si se tratara de una cuerda floja.