Joven y bonita, de Francois Ozon

La chica autómata

Oswaldo Osorio


El cine de Francois Ozon es impredecible. Puede firmar bellas películas como 5×2, adefesios como Potiche, cintas de usar y tirar como 8 mujeres, o aventuras incomprensibles como Ricky. Pero tal vez su registro más constante son las historias íntimas y realistas, cargadas de una sutil intensidad y con un cierto componente turbador. A este tipo de películas pertenecen títulos como La piscina, El tiempo que queda, Mi refugio y este último trabajo.

Joven y bonita (2014) es la historia de una adolescente que se prostituye.  Las historias de putas son tan viejas en el cine como ese oficio en la historia. El común denominador de esas historias es la condición marginal de estas mujeres, pues suelen estar en ese mundo empujadas por la necesidad y condicionadas en el fondo por la tristeza o la culpa. No recuerdo una puta de cine feliz.

El giro que propone esta cinta es que esta joven no necesita dinero, aunque este le importa y valora lo que se gana. Pero lo hace más por una suerte de placer, una perversión si se quiere. Ella misma afirma que le excita esa aventura nueva y desconocida que significa encontrarse con un hombre, incluso sugiere que las habitaciones de hotel podrían ser una especie de fetiche.

Sin embargo, esa excitación la conocemos por sus palabras, no por su actitud. Por eso no se trata del diario de una perversión, como tantos se han visto, sino que parece haber un asunto más hondo y oscuro en esta mujer y su comportamiento. Es una persona casi carente de humanidad, difícilmente se pueden apreciar en ella algún asomo de sentimientos o emotividad. Es una autómata que solo deja escapar mínimos destellos de aprecio por su hermano y tal vez por un cliente frecuente.

Por sus características, este personaje puede provocar dos tipos de sensaciones: de un lado, un distanciamiento frente a él, porque no produce empatía alguna, pues su situación y actitud son tan singulares que resultan ajenas para casi todo mundo; y del otro, un sinsabor con el relato por lo extrema y artificial que resulta en general la concepción del personaje, por la falta de un sentido claro en su comportamiento de cara al espectador.

Por eso es una película que promete y sugiere pero que, en últimas, nunca cumple nada ni termina diciendo nada. Seguimos durante un año a esta joven en su mutismo y frialdad esperando que alguna cosa pase, que nos diga algo, al menos, de su vida. Aun así, Ozon nos va llevando sin resistencia hacia el final del relato embaucados por el misterio, pero terminamos dándonos cuenta de que solo eso, un misterio sin secreto.

Manos sucias, de Josef Kubota

Arrinconados en altamar

Oswaldo Osorio


Nada es nuevo en todo lo que cuenta esta película, y aun así, nos revela un mundo y unos personajes que creíamos conocer. Es una historia sobre dos hermanos, narcotráfico, marginalidad y violencia, pero a pesar de lo recurrentes que puedan parecer estos temas en el cine colombiano, es una película inédita, con una mirada descarnada y compasiva al mismo tiempo, sin afeites ni efectismos.

Cuando un extranjero hace una película en el país, rara vez se puede decir que es colombiana, porque casi siempre les falta mirar desde adentro o de cerca y desprenderse de la tara de los estereotipos y la fascinación por el exotismo. No es el caso de Josef Kubota, un joven director estadounidense que, apenas terminados sus estudios de cine en la Universidad de Nueva York, ya estaba viajando al Pacífico colombiano a investigar sobre la que sería su ópera prima.

Que Spike Lee era su profesor y que le prestó el nombre para que apareciera como productor ejecutivo, tal vez solo sirva como ayuda promocional para la película, que nunca está de más. Pero lo importante es que este director supo entender el universo, los personajes y la historia que quería contar, apelando al realismo en las imágenes y a la sencillez en la puesta en escena, porque sabía que la fuerza de su historia estaba en la situación límite que contaba y en la condición marginal de sus personajes.

En la película, dos hermanos llevan un “torpedo” cargado con cien kilos de coca a una entrega en altamar. A pesar del parentesco, son casi un par de extraños que apenas se van a conocer durante el corto viaje. Ese es el primer acierto de este filme, porque esta contradictoria relación de los protagonistas es una forma de construirlos con naturalidad y solidez. Sus diálogos de extraños conocidos pasan por todos los rangos emocionales, otorgándole calidez y profundidad al relato, así como dimensión a los personajes.

De otro lado, están los peligros que representa su trabajo y las secuencias de acción que se desprenden de estos peligros. Con la misma sencillez y fuerza con que pone a conversar a los dos hermanos, desarrolla estas secuencias cargadas de tensión y dinamismo, haciendo de la película un relato equilibrado y envolvente, un thriller y un relato intimista al mismo tiempo.

Pero la validez y contundencia de la película está en lo que no se dice y se infiere por la historia, como la marginalidad de aquella región y la forma como arrincona a los hombres a “ensuciarse las manos” con la violencia y al servicio del narcotráfico, o la pérdida de la inocencia a fuerza de conocer un mundo oscuro y ser sometido a un bautizo de sangre, o la ausencia de un futuro para los jóvenes ante tales circunstancias.

Por eso esta es una película inédita, porque aunque no cuenta una historia nueva y, además, plantea unas ideas conocidas sobre la realidad del país, todo lo dice de una forma tan lúcida y dolorosa como la primera vez que lo vimos o lo escuchamos.

Yves Saint Laurent, de Jalil Lespert

El genio triste

Oswaldo Osorio


Habitualmente se tiende a creer que el mundo de la moda es alegre y frívolo, es posible que lo sea, pero no es este el caso. Esta biografía cinematográfica del célebre diseñador de moda francés es muy poca la alegría que exhibe en su vitrina de imágenes, así mismo,  la forma en que aborda su vida y personalidad se decanta más por lo grave y reflexivo que por la jovialidad de una colección de verano.

Es la primera de dos biografías estrenadas este año sobre el reconocido diseñador fallecido en 2008. Jalil Lespert pegó primero en el Festival de Berlín, obteniendo además el beneplácito de la taquilla, y luego llegó la de Bertrand Bonello, titulada Saint Laurent, lanzada en Cannes. No es gratuita esta coincidencia, pues evidencia no solo la importancia en la cultura contemporánea de este hombre, sino también todas las posibilidades narrativas y dramáticas que podía tener su vida y el mundo en que se desenvolvió.

Habría que empezar por lo único que molesta de esta versión, y es el artificio narrativo de poner al personaje de Pierre Bergé, su compañero sentimental de toda la vida, a llenar los vacíos del relato con una narración artificial y facilista. Por lo demás, se trata de un relato que sabe repartir su interés e intensidad en los acontecimientos de su vida personal, su carrera y el contexto histórico que atravesó.

Estas tres líneas argumentales se entrelazan en su justa medida y consiguen dar una buena idea de la vida de este hombre, su oficio y los tiempos que le tocó vivir. Pero de las tres, naturalmente, resulta más atractiva su vida personal, pues las otras dos líneas en general se conocen, tanto la historia de Francia de la segunda mitad del siglo XX como la exitosa carrera de quien desde joven fue considerado un prodigio de la moda.

Pero la forma en que este frágil hombre afronta su vida y su carrera, con todos los límites que, en principio, le puso su condición de homosexual y, luego, su diagnóstico de maniaco depresivo, eso es lo que consigue darle hondura e intensidad a esa vida rodeada de la supuesta alegría y frivolidad de las pasarelas. Es el retrato de un hombre triste y atormentado, que prácticamente lo único que tiene es su trabajo y su condición de genio.

Por eso, es en el contrapunto entre la satisfacción del éxito profesional y esa angustia y desesperación que ahoga su vida donde esta película encuentra su equilibrio, donde se dimensiona a un personaje, que si bien resulta difícil de identificarse con su comportamiento, el relato induce a ver su vida con una cierta compasión y, también, por su puesto, con admiración.

Desvío Visual:

Elegante como el pegante

Oswaldo Osorio


Desvío Visual no es un colectivo, es una banda de salvajes de Medellín que le arranca imágenes a la vida, las somete a la trasgresión y luego se las vuelve a tirar a la cara. Los colectivos audiovisuales son una forma “honrada” y optimista de ganarse la vida y hacer carrera en un medio harto desagradecido y competido como el de la realización audiovisual. Por eso la mayoría de colectivos llevan la doble vida de hacer varios trabajos alimenticios por un proyecto propio, generalmente están afiliados a una causa social o cinéfila y padecen la endemia de querer contar historias (y participar en festivales).

Estos desviados visuales, en cambio, han tomado alguna distancia de esas características que definen a los colectivos, optando mejor por lo que parece ser un trabajo guerrilla, atacando desde los márgenes, por fuera del buen gusto, lo políticamente correcto y lo aceptado socialmente. Esto queda ilustrado con elocuencia en Decadence (2013) y Elegante como el pegante (2013), dos comerciales que promocionan el uso de la heroína y el sacol, respectivamente.

Cada uno de estos videos está concebido con la lógica de esos spots publicitarios que, en lugar de apelar a la gritería, los mensajes explícitos y el suministro vertiginoso de información, producen una pieza audiovisual sugerente, que pone en juego un estilo y unos valores estéticos, sin diálogos ni locuciones,  solo acompañada por una sutil melodía y un eslogan al final. La diferencia es que en lugar de estar promocionando una loción de Hugo Boss o una sofisticada marca de ropa, Desvío Visual lo hace con drogas, productos que representan la antítesis de lo social y legalmente aceptado, por lo que nunca podrían ser anunciadas institucionalmente.

Estos aberrados y subversivos también han realizado otros productos de difícil clasificación en relación con los discursos establecidos en el audiovisual. Cortometrajes como Perdidos en el paraíso (2013), A mí me encanta comer mierda, ¿A usted no? (2013) y Gadabout Kika (2013) juegan con los códigos del relato de ficción, el performance, el video arte y el video clip. Y no necesariamente es un juego consciente, es decir, no es tanto que a partir del conocimiento de estos discursos decidan integrarlos o combinarlos, sino que anteponen la pulsión creativa y trasgresora a las estructuras de los géneros, en este sentido están más cerca de ser artistas plásticos y poetas locos que de realizadores audiovisuales.

La producción de videos la complementan con la fotográfica, en la cual se hace más evidente la conexión que guardan con la obra del fotógrafo Juan Fernando Ospina (reconocen, por ejemplo, el homenaje o parafraseo que le hacen en el afiche de Gadabout Kika). Se puede hablar incluso de una influencia del uno hacia los otros. Coinciden en algunos elementos y los mundos en que orbitan sus imágenes, aunque claro, Desvío Visual está definido, para bien o para mal, por los imperativos de la juventud: su obra es rabiosa, caótica, provocadora, delirante y hasta inconsecuente.

A partir de este carácter construyen su trabajo audiovisual y fotográfico, orientado principalmente hacia las perversiones y los vicios, la escatología y la provocación sexual, lo aberrante y lo ilícito, el erotismo homosexual y la androginia. Son devotos de los espacios sucios o derruidos, a los que les impregnan, con los valores propios de la imagen, una atmósfera enrarecida y sofisticada al mismo tiempo.

En una ciudad que tiende a caracterizarse por su moralismo y miedo al qué dirán (una moral de la que parece excluida la violencia), la producción audiovisual, que por lo general es un reflejo de su contexto, resulta ser muy timorata y se autocensura constantemente. Es por eso que llama la atención arremetidas como la de Desvío Visual, una iniciativa tanto estética como ética, como debería ser, la cual, por lo pronto, está aprovechando la relativa libertad (porque ya les censuraron un video) que ofrecen las redes sociales para provocar y escandalizar, pero también para estimular y fascinar con una propuesta inteligente, trasgresora y sugestiva en su aspecto formal.

Somos lo mejor, de Lukas Moodysson

El punk no ha(bía) muerto

Oswaldo Osorio


Cuando a la banda Green Day la criticaron por hacer una suave y emotiva canción acústica (Good Riddance), a pesar de ser en ese entonces los nuevos defensores del punk, su vocalista respondió que, justamente, era lo más punk que habían hecho. Y es que el punk, más que un tipo de música, es una actitud contestataria ante la vida y una defensa de la individualidad. Eso lo entiende muy bien esta película, que hace del punk y de la adolescencia un honesto y divertido retrato, sin concesiones ni facilismos.

Vuelve este talentoso e intuitivo director sueco a contar sus desenfadas historias sobre la juventud, luego de un periodo un poco oscuro y vanguardista. Igualmente mantiene su interés en defender entornos y personajes libertarios y contestatarios, y nada mejor para hacer esto que un trío de treceañeras que forman una banda de punk. Con estos elementos puede contar un alegre e inteligente relato que va más allá de la llamativa anécdota de la creación de “una banda de chicas”.

Es 1982 y el invento del punk de hace unos años ha sido remplazado por bandas como Joy División o, peor, por la música disco o el techno. Pero las tres protagonistas se niegan a sepultar el punk, porque entienden que no solo se trata de esos ruidosos tres acordes, sino que es el mejor lugar donde pueden estar personas como ellas, unas marginadas por la “gente normal”,  picadas por el constante descontento y trasgresoras a pequeña escala.

También se trata de la historia de una bella amistad y la visión del mundo desde una edad y una actitud que logra ilustrar un punto de vista diferente de forma lúcida y entrañable. Aunque también es cierto que son muy distintas esas adolescentes de la civilizada Suecia de hace treinta años (sin los odiosos celulares ni Facebook) y en el seno de familias de clase media y librepensadoras (aun la cristiana). Los grandes dramas o crisis son remplazados por dudas cotidianas, animadas discusiones o, acaso, situaciones incómodas.

Aunque está basada en un cómic, la concepción visual del filme está desprovista de estilizaciones y esteticismos, más bien le apuesta al realismo de los ambientes y a la espontaneidad de la puesta en escena, lo cual resulta ideal para el tema y la identificación con los personajes. Los énfasis están puestos en la interpretación de las tres jóvenes actrices y su caracterización (peinados y vestuario principalmente), así como en el acompañamiento de una banda sonora que necesariamente está presente como un personaje más.

Con dos temas que usualmente son duros y conflictivos, el punk y la adolescencia, este director opta por una aproximación más emotiva y juguetona, sin que esto implique que sea del todo inofensiva, al contrario, tanto la película como sus personajes, tienen claro de qué se trata la trasgresión, la cual incluye ir en contravía de lo que el mundo espera de uno mismo: si Green Day hizo una dulce canción, por qué Lukas Moodysson no podía hacer una jovial fábula con el punk.

The Grandmaster, de Wong Kar-Wai

La poesía del movimiento

Oswaldo Osorio


El cine, en esencia, es movimiento, y también puede ser, en las manos indicadas, poesía. En algunos casos excepcionales, el movimiento es poesía. Esta película es uno de esos casos. Aunque la verdad es que no es ninguna novedad ni sorpresa, pues este director honkonés ya había hecho lo mismo en su anterior película de artes marciales, Ashes of Time (1994).

Wong Kar-Wai es uno de los creadores más genuinos que tiene el cine actual. Sus historias de amor y muerte son a la vez relatos íntimos y épicos. Él sabe muy bien cómo elevar las emociones y los sentimientos al nivel de lo sublime, como se puede comprobar en películas como Chunking Express (1994) o Deseando amar (2000). Así mismo, la belleza e inventiva de sus imágenes define un estilo siempre fascinante y reconocible, ya sea cuando las cuida hasta el preciosismo (Fallen Angels, 1995) o cuando las concibe con la espontaneidad y aspereza de una estética vanguardista (Happy Together, 1997).

Con The Grandmaster (2013) termina una espera de seis años luego de su último filme. Aquí de nuevo aborda el más internacional de los géneros cinematográficos del cine  chino: el Wu-xia, que son melodramas épicos de época con artes marciales. A este siempre atractivo género y a su regreso se suma el hecho de estar basada en la vida de Ip Man, experto de las artes marciales, célebre por haber sido el maestro de Bruce Lee.

En una compleja trama de intrigas, traiciones y luchas entre facciones políticas, regiones y escuelas de kung-fu, la cual recorre parte de la historia de China del siglo XX, Wong Kar-Wai no abandona sus temas y personajes característicos, aun tratándose de un relato de artes marciales. Si bien los combates resultan ser, como es apenas natural, lo más vistoso del filme, de fondo siempre están esos melancólicos seres que parecen negados por un sino trágico a alcanzar la plenitud del amor. Pero aquí la frustración y soledad afectiva son reforzadas por los reveces políticos, porque también se trata de una historia sobre las luchas de poder y las tradiciones del kung-fu que están fuertemente ligadas a ellas.

Es por eso que la película es también una exposición de esa mística y tradición de las artes marciales y la esencia de las distintas técnicas y escuelas del kung-fu. Por otro lado, el concepto de artes marciales no es nada gratuito. La relación entre el arte y la belleza ha sido una condición de siempre. Solo en ese contexto es posible que lo bello pueda estar ligado al combate y la muerte. Y si a eso se le suma la mencionada habilidad y sensibilidad de este director para concebir imágenes de gran belleza, lo que se puede ver en este filme es un despliegue de poesía en movimiento, enfatizada por recursos como la cámara lenta, el montaje, el color de las estaciones y la plasticidad de los movimientos de los combatientes. Aunque también es poesía con las palabras, incluso con un trasfondo de la sabiduría propia de un arte y una técnica de combate que se fundan en una filosofía. Pero esta filosofía, si se mira detenidamente y como es apenas lógico, está más pensada para saber vivir que para saber luchar, como efectivamente lo demuestra Ip Man con sus vivencias y las decisiones que toma.

Es cierto que por momentos su trama y esas relaciones de poder pueden resultar confusas (lo que también depende de cuál versión se vea: la china, la europea o la estadounidense), pero es un defecto menor frente a todo ese otro espectáculo que se obtiene estando ante a esta película: la intensidad de las emociones, la trágica belleza de sus personajes y el desbordado preciosismo de unas imágenes que deleitan la pupila y el intelecto, así como lo hacen las obras maestras.

El pasado, de Asghar Farhadi

O el futuro de una familia

Oswaldo Osorio


Alguien decía que la angustia es exceso de pasado. Y en esta película, como su título lo indica (también en el original: Le Passé), el pasado es el responsable de muchas de las angustias y tristezas de sus personajes, porque se trata de un intrincado drama en el que, sin discriminar entre niños, jóvenes o adultos, todos se ven agobiados por serios problemas de la cotidianidad y de la vida en familia. Y con este marial el director de Una separación (2011) de nuevo nos entrega un filme lúcido, complejo y contundente.

Todo empieza cuando Ahmad regresa adonde su ex esposa, quien tiene dos hijas, a tramitar el divorcio entre ambos. Allí se encuentra con que ella está comprometida con un hombre que tiene un hijo y su ex esposa en un hospital. En este cuadro de personajes y situaciones Amhad llega no solo a firmar unos papeles, sino que será una surte de juez de paz, un mediador en una serie de sutiles pero intensos conflictos que bullen silenciosos en ese hogar a punto de estallar.

Como en Una separación, en esta cinta el director iraní utiliza un esquema que aún sorprende y que puede ser su marca distintiva, y es que estos dramas cotidianos y realistas, en los que se pone de relieve la construcción y relaciones entre personajes, así como un fuerte despliegue de emociones y sentimientos, son tratados con la lógica de un thriller, es decir, son relatos donde el espectador, muy dosificadamente, va descubriendo los sucesos e intenciones de los personajes, con lo que su trama se sostiene sobre la expectativa, la tensión y las sorpresas permanentes.

En esta historia se ponen en juego distintas situaciones, que van desde el descontento de la hija mayor por la nueva familia en formación, pasando por las dudas que tiene la pareja por la conveniencia de esa unión, hasta un sentimiento de culpa casi generalizado pero por distintas razones en cada personaje. Así mismo, el miedo al fracaso de las relaciones, a las pérdidas y las ausencias (es decir, al futuro) también está presente en las motivaciones de los personajes y sus acciones.

Son tantos y tan intensos los conflictos, que solo es posible desarrollarlos por partes, de ahí una singular y afortunada características de este relato, y es que va desplazando el protagonismo y la mirada de un personaje a otro, de un conflicto a otro. Por eso es imposible saber la dirección que tomará la historia a cada momento y ésta es una razón más para agradecer ese tono de “thriller sin suspenso” que maneja tan hábilmente Farhadi.

Pero como todo buen thriller, si bien no hay aquí un crimen de por medio, este elemento es reemplazado por las decisiones éticas de los personajes y las sutilezas de los secretos y las mentiras, aunque dichas desprovistas de mezquindad. El resultado de todo esto es, entonces, una historia cargada de realismo y choque de sentimientos, un relato estimulante en su construcción y un logrado estudio de personajes.

CONVOCATORIA Y 6 MARATÓN PANTALONES CORTOS

Los cortos se recibirán desde el 1 de septiembre hasta el 14 de octubre


La Corporación Dunav Kuzmanich informa que a partir del día de hoy se empiezan a recibir cortos realizados entre 2013 y 2014, y que hayan sido producidos en Colombia o por ciudadanos colombianos residentes en el exterior para competir en la 6 Maratón de Pantalones Cortos. No hay restricción para trabajos que hayan participado o hayan sido premiados en otros festivales.

El año anterior, en la 5 Maratón se presentaron 93 cortos y los ganadores fueron: Frank Benítez quien recibió el primer puesto por “Minuto 200”, el segundo lugar lo recibió Santiago León con su producción “La Calle Estéreo”. La mejor Historia Mínima la presentó Cristian Romero con “La Misma Noche” y la categoría de Mejor Animación fue para David Vera con “Calle 40”.

Para este versión 2014 se premiaran igualmente 4 categorías que recibirán los siguientes premios: Pantalones Cortos primer puesto $3.000.000 (tres millones de pesos), Pantalones Cortos segundo puesto $2.500.000 (dos millones quinientos mil pesos). Estas dos categorías se seleccionarán entre los cortos que tengan una duración superior a 3′ minutos y hasta máximo 30′ minutos. El premio Historias Mínimas será seleccionado entre los cortos participantes que no superen los 3´ minutos de duración y el ganador recibirá $1.500.000 (un millón quinientos mil pesos). Adicionalmente este año la categoría Animación cuenta con el patrocinio de Pipeline Studios, empresa que se vincula a la 6 Maratón para premiar al ganador con $2.000.000 (dos millones de pesos).

La fecha de recepción se realizará a partir del 1 de septiembre hasta el 14 octubre a las 5:30 p.m. del año 2014. Los participantes deben diligenciar un formulario de inscripción, enviar una copia del trabajo en formato dvd y compartir un enlace en Vimeo que será para la visualización exclusiva del jurado. Toda la información se encuentra disponible en el Facebook de Pantalones Cortos y en el micrositio de Pantalones Cortos en el Museo de Arte Moderno de Medellín.

Demental, de David Bohórquez

Muerte en el lago

Oswaldo Osorio


El thriller es el único género que ha mantenido su práctica y vigencia durante más de setenta años en la industria del cine. Por eso es tan difícil hacer uno que realmente sorprenda o diga algo diferente. En Colombia se ha recurrido a él con cierta frecuencia, sin que se pueda venir a la memoria muchos títulos sobresalientes (Ajuste de cuentas, El rey, Perro come perro, El páramo), porque el thriller colombiano lo determinan dos opciones: tratar con dificultad de adaptar el género al contexto del país o apelar a las fórmulas de Hollywood y ofrecer más de lo mismo.

Este thriller del joven director David Bohórquez parece tener un poco de estas opciones, logrando con mayor fortuna la primera, su adaptación al país, pero con las fórmulas resulta menos interesante, empezando porque, como otras cintas nacionales (El páramo, Secretos), sugiere primero un esquema de cine de horror (pues insinúan la existencia de una casa con fantasmas), pero termina siendo un thriller sicológico, donde la trama depende de unos crímenes y el desequilibrio mental de unos personajes.

El filme cuenta la historia de una joven escritora obsesionada con unas muertes que sucedieron hace años y viaja al lugar donde ocurrieron junto con los descendientes del supuesto asesino. Su trama está cargada de elementos que buscan crear tensión y suspenso, pero por momentos mucho de eso se antoja forzado y gratuito (la referencia bibliográfica de la leyenda, el encuentro entre las dos mujeres). Hay que esperar hasta el final para darse cuenta de que todo encaja, aunque ya es tarde para la desorientación previa del espectador.

En este sentido es el guion a lo que más reparos se le pueden poner. Especialmente tiene dos aspectos cuestionables: el primero, es el uso de los flash forwards, pues cuando un relato como estos tiene que adelantar intensos momentos de la historia, generalmente es porque no confía en su capacidad de sostener la atención del público hasta que lleguen estas situaciones fuertes. Con esto imponen artificialmente el suspenso y desaprovechan la sorpresa final o su llegada por medio de un crescendo dramático.

El segundo, es que se trata de uno de esos thrillers en que no se tiene nada claro en el transcurso de la historia y solo al final un personaje tiene que explicar lo que pasó, atar cabos y llenar vacíos. Adicionalmente, el final de la película da una sensación de quedar en punta o que faltó información.

Por otro lado, es una película que llama la atención en su narrativa visual y en su puesta en escena, pues se trata de un filme concebido con profesionalismo y precisión, con una singular pero bien lograda combinación entre el efectismo propio de un thriller y el naturalismo de una puesta en escena que consigue una convincente espontaneidad en las situaciones y las actuaciones. Lo que sí queda claro es que estamos ante un director con talento que podría crear películas importantes con un material más depurado.

En definitiva, se trata de una propuesta llamativa en la forma en que asume los recursos del thriller, en especial en su envoltura visual y narrativa, pero de fondo, la construcción de su historia y los recursos internos usados por el relato, resultan menos eficaces, en especial si se le compara con todos esos thrillers que se han hecho y con el efecto que produce en el espectador, lo cual es lo más importante en este género.

El faro, de Pacho Bottía

Un lugar es una idea

Oswaldo Osorio


Un paisaje puede cambiar la forma de pensar de las personas. También la promesa a un desconocido. En esta película el cambio de uno de los protagonistas ocurre por ambas razones. Pero esas motivaciones, en el fondo, tal vez solo son excusas o meros incentivos externos de un secreto deseo, de una decisión ya tomada. Esta cinta es la historia de un lugar, de un amor y de dos hombres que terminan siendo uno solo.

Genaro y Ofelia naufragan y recalan en la orilla de El Morro, un  islote de piedra frente a la costa de Santa marta, donde se encuentra un viejo faro y su solitario cuidador. Aquel resulta el lugar ideal para lo que parece ser una huída de la pareja, un buen sitio para ocultarse y retomar fuerzas para llevar su amor a tierras lejanas. Pero ese sitio tiene cierta fuerza que cautiva y que dispone el ambiente para la introspección, para que los nuevos habitantes reflexionen sobre su pasado y su futuro, también sobre su relación.

Esa introspección necesariamente tiene su correspondencia en el tipo de imágenes y de relato concebidos por el director. El espíritu contemplativo se impone en esta película, con sus planos largos y fijos, y con su narración pausada y meditativa, como sus personajes. Son pocos los diálogos, naturalmente, porque la pareja tiene mucho en qué pensar y el viejo guardafaros está habituado al silencio desde que su esposa lo dejó hace veinte años.

Entonces es el constante sonido de las olas y del viento (eventualmente de una música envolvente) lo que llena la banda sonora. Y las imágenes están signadas por la calidez de una delicada fotografía y por los encuadres que evidencian ese aislamiento, físico y emocional, de los personajes: el viejo ya en sus últimos pesares, la mujer con sus anhelos cada vez más lejos de aquel faro y el hombre cada vez más apegado a él.

Ella quiere seguir huyendo y él se empieza a convertir en el viejo, porque entiende que el faro no solo es un lugar, sino que puede ser un ideal, una forma de vivir, incluso una suerte de sabiduría. También puede ser una causa perdida, lo viejo luchando contra lo nuevo, pero ese sitio ya empieza a ser un símbolo para él, así como el viejo un modelo a imitar, aunque esto implique que pierda a su mujer, como le ocurrió a aquel hace ya tanto. Su estadía allí, entonces, empieza a ser un asunto serio y profundo, casi místico. La salvación tal vez no está en el amor, al menos no para él, pues ese lugar parece haberlo tocado más hondamente que aquella bella mujer y su pasado en común.

Esta película puede verse como una búsqueda, tanto la de los personajes en relación con definir su vida y su destino como del director por construir un tipo de relato que sea el vehículo idóneo para dar cuenta de ello. Por eso no es un filme familiar para el cine colombiano, tampoco al de este icónico director costeño, ni en su narrativa, ni en la concepción visual, ni en la historia que cuenta, y eso ya tiene un valor, el cual puede aumentar según afecte en mayor o menor medida a cada espectador.