St. Vincent, de Theodore Melfi

El gruñón y el inocente

Íñigo Montoya


Una película divertida y entretenida pero predecible y complaciente. Es una lástima cuando uno se encuentra con esta contradicción, producto de una calculada combinación entre un cine inteligente y prometedor, pero desarrollado con recursos gratuitos y facilistas, que además apelan a lo más elemental de las emociones del espectador.

La historia parte de un esquema conocido,  pero que en ocasiones ha dado para unos relatos originales y de calidad. Este esquema es el encuentro entre dos contrarios que terminan, no solo conviviendo, sino además con unos estrechos lazos afectivos: de un lado, un viejo gruñón, empobrecido y políticamente incorrecto, y del otro, un inteligente pero inocente niño de buen corazón y que siempre sigue las reglas.

El esquema da para una divertida y emotiva trama llena de humor (visual y negro), sentimentalismo, aventuras, dramas y pilatunas (porque el viejo a veces se porta como un niño y el niño a veces tiene la madurez de un viejo). En el camino, se desarrollan los conflictos de un lado y de otro, lo cual contribuye a que se fortalezca la relación. Todo está muy bien puesto en esta cinta y el esquema funciona perfectamente, pero el espectador siempre está un paso delante de la trama. Poco sorprende y nada nuevo dice.

Esta sensación es subrayada por la presencia de Bill Murray, quien se ha convertido en la última década en un actor de culto, eso a pesar de que casi siempre en sus protagónicos tiene el mismo registro, esto es, el viejo antisocial y de gesto siempre desganado que carga en una mano un trago y en la otra un cigarrillo. Así lo estamos viendo desde que empezó sus colaboraciones con Wes Anderson (Rushmore, Viaje acuático, Los excéntricos Tenembaum, Moonrise Kingdom), pasando por Perdidos en Tokio, hasta las Flores Rotas de Jarmush.

El francotirador, de Clint Eastwood

Dios, patria y familia

Oswaldo Osorio


Hay una dualidad constante en el cine de Clint Eastwood, por una parte, la frecuente presencia y casi apología de la violencia, el uso de la fuerza y un subido patriotismo de derechas; pero por otra, una inclinación por historias donde prevalece el humanismo y con personajes que, aun en medio de la violencia, tratan de tomar partido por la libertad y la justicia, incluso por la ternura.

En El francotirador (American Sniper, 2014) está presente esta dualidad. La historia de Chris Kyle, sus misiones en Irak, la leyenda que se creó en torno suyo y las repercusiones que tuvo la guerra en su vida, son relatadas por Eastwood en este filme, además con ese pulso firme y lucidez que lo han convertido en el último gran maestro del cine clásico de los Estados Unidos.

Por momentos parecía que iba a ser una de esas tantas películas sobre la ocupación del ejército estadounidense a países del Oriente Medio, de esos himnos a la guerra y al imperialismo que ha hecho, por ejemplo, Kathryn Bigelow (Zona de miedo, La noche más oscura), concebidos sin ninguna duda ética ni ambigüedad ideológica en sus personajes o en el punto de vista del relato frente a la ocupación o a la guerra misma.

Algo de eso hay en esta película, porque la mitad de ella se concentra en el thriller bélico, planteado incluso de una manera esquemática: reducir la guerra a la confrontación entre tres hombres. De un lado, un valiente soldado y bienintencionado patriota y padre de familia; y del otro, un “carnicero” que lidera la resistencia y su letal francotirador (tampoco es el primer, ni el mejor, duelo de francotiradores que vemos en el cine). En esta parte el director aplica del manual las formas más básicas -y eficaces- del drama bélico y del cine de acción.

Sin embargo, el contrapunto a esta parte, hecha sobre la plantilla del cine bélico comercial de Hollywood, está en la mirada más de cerca que plantea el relato acerca del personaje, sobre todo cuando no está en el frente, y especialmente cuando departe con su familia. De forma sutil, pero angustiante y conmovedora, se dibuja el contraste que hay entre ese héroe de guerra con el hombre que luego se ve en casa, quien ha heredado una permanente tensión y que parece haber perdido su tanto capacidad para vivir en familia como para disfrutar del estilo de vida por el que se supone ha combatido todos esos años.

Y no solo es el retrato de otro soldado con traumas de guerra, porque Clint Eastwood (apoyado en la interpretación de Bradley Cooper) es capaz de darle la vulnerabilidad y humanidad que contrasta al compungido hombre vestido de civil con ese guerrero protector que se puede ver en Irak. Es la misma persona pero con una actitud casi opuesta en un lugar y en otro. Le cambia el gesto, la voz, la expresión corporal y hasta la seguridad en sí mismo y en lo que cree.

Es entonces cuando se evidencia que no es otra película bélica ni una apología a la guerra o a la violencia, pues el relato pone de manifiesto en este filme esos dos aspectos que más atrás este texto le reclamaba a otros de su tipo: En primera instancia, se puede ver cómo duda el personaje frente a esa cruenta realidad y su sentido (aunque nunca lo dice explícitamente), y en segundo lugar, se aprecia la forma en que el punto de vista de la película es un claro cuestionamiento a la guerra y a esa forma de patriotismo.

Disconnect, de Andrew Stern

Peligrosas conexiones

Un relato compuesto por tres historias que apenas se tocan en su argumento, pero que componen una trama orgánica por el tema en común que comparten. Este tema tiene que ver con algunas de las nuevas prácticas sociales en la era de la conexión a la red y sus consecuencias. Un adolescente a quien le hacen matoneo vía Facebook, una periodista que investiga el mundo de las páginas eróticas y una pareja que pierde su dinero cuando son hackeadas sus cuentas. Es un intenso thriller con tres caras, pero también un estudio de personajes y la cruda radiografía y cuestionamiento a una sociedad cuyas relaciones y funcionamiento nunca volverán a ser lo mismo después de que internet se convirtió en el principal motor por medio del cual funcionan. USA – 2012.

La teoría del todo, de James Marsh

Aplicando el esquema

Íñigo Montoya


El esperado biopic sobre el célebre científico Stephen Hawking resultó ser ni más ni menos que eso, un biopic. Es decir, como casi todas las biografías cinematográficas, esta se ciñó a las reglas del género: elegir dos fulgurantes momentos de la vida del biografiado en cuestión para empezar y terminar, mezclar en un rítmico equilibrio la vida personal con la profesional, en lo posible no ser controversial y poner en escena los aspectos más llamativos (aunque no sean los que mejor la definan) de esa vida que están contando.

Con esto no necesariamente estoy denostando esta película, pues para eso son los esquemas, para aplicarlos de la mejor forma posible, y en esta ocasión así se hizo. Es una cinta bien contada, informativa o emotiva cuando lo tiene que ser. Es una buena película para las grandes audiencias que quieren ver cine con “contenido” pero tampoco pensar demasiado.

Es como una buena película de televisión para domingo por la tarde, que se hizo con lo que había: los esquemas de un género y un personaje que se prestaba para contar una agradable fábula sobre un hombre sobresaliente con una historia de superación.

La película pudo hacer algo más intenso y complejo si le ponía un mayor énfasis a otros aspectos, por ejemplo: a los dos triángulos amorosos que apenas si fueron tímidamente insinuados, pero en últimas optó por no contrariar a ninguno de sus protagonistas, que aún viven, y crear un relato de esos que tanto les gusta a los que otorgan los premios Oscar.

Dos días y una noche, de Jean-Pierre y Luc Dardenne

Por la solidaridad

Oswaldo Osorio


Una mujer con problemas emocionales, en el contexto de una Europa en crisis, es el punto de partida de los hermanos Dardene para crear otra de sus reveladoras historias, de sólidos personajes y con ese realismo cargado de gran elocuencia que los caracteriza. Se trata de un duro drama en el que se pone a prueba las capacidades de una actriz (Marion Cotillard), la solidaridad de la gente y la vigencia de dos de los cineastas más importantes de las últimas décadas.

Nacidos en Bélgica pero con buena parte de su obra realizada en Francia, los Dardenne llevan tres décadas dando lecciones de lo que es el realismo en el cine, un realismo eficaz narrativamente, con economía de recursos, de gran fuerza en la construcción de personajes y complejo a la hora de explorar las honduras de las emociones, así como los contextos sociales y culturales. Todo esto se puede constatar en películas como Rosetta (1999), El hijo (2002), El niño de la bicicleta (2011) y en general en toda su filmografía, compuesta por tan solo diez títulos (además de tres documentales).

Dos días y una noche se refiere al fin de semana que tiene de plazo una mujer, quien es madre de dos hijos, para visitar a sus dieciséis colegas y convencerlos de que voten para que ella conserve su trabajo en lugar de recibir una prima de mil euros. Es una situación extrema y un poco rebuscada, hay que decirlo, pero esto se pasa por alto cuando luego se entiende que es solo una excusa para hacer un minucioso estudio de personajes y reflexionar sobre la ética, la solidaridad y la situación social y económica de Francia.

Apenas saliendo de un estado depresivo, esta mujer, con el apoyo de su marido, tiene que afrontar esta dura tarea de la que depende el sostenimiento de su familia. Su delicada situación emocional hace que su estado de ánimo fluctúe ante tan dura y, por momentos, vergonzosa empresa. Toda la fuerza dramática del relato recae sobre este personaje y la convincente interpretación de la Cotillard, mientras que ese fluctuante estado dicta los distintos ritmos narrativos y emocionales por los que atraviesa la película.

Así mismo, cada visita a un colega funge como un giro diferente en lo que parecía un argumento condenado a ser monótono. Aunque en principio solo hay dos opciones, apoyarla a ella o elegir el bono, vemos luego cómo se abre todo un universo de posibilidades y sentimientos de acuerdo con la posición de cada uno de ellos: culpa, agresión, compasión, recriminación, compromiso social, egoísmo, fraternidad, impotencia, en fin, toda una serie de matices que le permite a los Dardenne trascender lo que parecía una trama simple hacia un complejo retrato y reflexión de la condición humana y una situación social específica.

Es una fortuna que aún lleguen a nuestra cartelera las películas de esta dupla de cineastas, porque representan lo mejor del cine mundial y siempre contienen dos de las principales virtudes del cine: el realismo y el humanismo.

Balance cine colombiano en 2014

Las cifras mal, el cine bien

Oswaldo Osorio


Al año con más estrenos nacionales de la historia las cifras no le favorecen. La única cifra positiva son esos 28 títulos que se pudieron ver en las salas del país. Aunque es un dato que tiene sus atenuantes, como que una tercera parte son coproducciones, que algunas solo se vieron en una o dos ciudades o que la mayoría apenas duraron una semana exhibidas, cuando no menos.

El saldo rojo está en el comparativo entre ese buen número de estrenos y los espectadores que fueron a verlos, pues si bien el cine nacional representó el diez por ciento de todas las películas estrenadas durante el 2014, escasamente sobrepasó el cuatro por ciento en espectadores y taquilla. Ese poco respaldo del público es consecuencia, principalmente, de dos factores: la indolencia y falta de compromiso de los exhibidores para darle más tiempo en salas al cine nacional, y la insuficiente promoción de estas películas, ya sea por falta de recursos o por la indiferencia de los medios para hacerles eco, otros indolentes con el cine del país.

Pero más allá del lamentable hecho de que los filmes de mejor nivel no superaron los cinco o diez mil espectadores, una mirada cualitativa y que tenga en cuenta otras variables puede arrojar un panorama más optimista y esperanzador: Fue un buen año por la participación y galardones en festivales, por la saludable variedad de sus contenidos, por su progresiva dinamización como industria y por el aumento en general del nivel en su factura y en particular de algunos títulos y directores destacados. Hay que aclarar que estas reflexiones solo cobijan los largometrajes de ficción, porque si se tuviera en cuenta también al documental y el cortometraje, el balance en cuanto a cantidad y calidad sería más positivo aún, aunque resultaría todo lo contrario en lo referido a divulgación y consumo por parte del público.

Para simplificar un poco las cosas en función de una visión panorámica, se puede dividir el grueso de producción en tres grupos bien definidos y en los que se reparten los títulos casi proporcionalmente: las comedias populares y el cine de género, por un lado; el cine de autor, por otro; y las coproducciones. Continuar leyendo

El cine del Reino Unido

Más allá de James Bond y Harry Potter

Oswaldo Osorio


La historia del cine del Reino Unido no ha sido fácil, más bien han sido pocos sus buenos o significativos momentos, sobre todo si se tiene en cuenta que es una potencia económica y cultural, lo cual generalmente tiene su correlación en el éxito y nivel de una cinematografía. Es una historia de subidas y bajadas, determinada por aspectos como su fluctuante posición entre el cine de Europa y de Estados Unidos, la dependencia del apoyo estatal y la fuga de talentos hacia Hollywood.

Compitió por ser el país donde se inventara el cine, pero aunque allí se vieron las primeras imágenes en movimiento, terminaron por ser superadas en su técnica por el kinestoscopio primero y luego por el cinematógrafo. Un nuevo golpe recibió en los años veinte, cuando lo que parecía ser una prometedora industria, terminó retrocediendo ante el ímpetu internacional del cine alemán y estadounidense.

Solo lograría una significativa recuperación cuando, a finales de esa misma década, se creó una ley que obligaba a las salas a exhibir un veinte por ciento de cine nacional, lo cual se tradujo en un importante aumento de la producción durante el siguiente decenio. Y como complemento a este buen momento de la industria, se presentó el que sería el primer hito de esta cinematografía: La escuela documental británica, con John Grierson como su principal representante. Este movimiento, con su interés por los problemas sociales y el contexto inmediato, redefinió la concepción del documental a nivel mundial, que andaba un poco obnubilado con culturas y lugares exóticos.

Este periodo favorable fue aprovechado por productores como Alexander Korda y Arthur Rank, pero a pesar de algunos buenos resultados, tanto en la taquilla como en la calidad de las películas, cuando sobrevino la Segunda Guerra Mundial, la base de talentos que sostenía la industria, empezando por Alfred Hitchcock y el mismo Korda, terminaron recalando en Hollywood, dejando al país bajo los bombardeos alemanes y solo preocupado por producir cine de propaganda contra los nazis. Apenas quedaron algunas islas en el cine de estas islas, como las películas de David Lean o Carol Reed y el trabajo  del más célebre actor shakespereano, Lawrence Olivier.

Un nuevo cine

En la posguerra, la productora Rank fue la gran protagonista de la industria del Reino Unido, pero a partir de mediados de los años cincuenta tendría que compartir ese protagonismo con otra productora y un importante movimiento cinematográfico. La productora era Hammer Films, la cual inició un exitoso ciclo de cine de horror que se extendería casi por dos décadas y lanzaría como estrellas internacionales a los actores Christopher Lee y Peter Cushing y al director Terence Fisher.

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