III Muestra de video y experimental de Medellín
La tercera versión de VARTEX, que se realizará entre el 11 y el 16 de mayo, mantiene su compromiso de propiciar un espacio para el video arte, el experimental y en general las expresiones relacionadas con los nuevos medios. Para este año su programación cuenta con muestras, retrospectivas, conferencias, cursos y laboratorios, actividades que en su mayoría, para esta edición, estarán centradas en la video danza.
Con la riqueza expresiva propia de la combinación entre la belleza de la danza y el lenguaje del video, la video danza es una de las más importantes y frecuentes modalidades en que se da la relación del arte con la imagen en movimiento. Por eso VARTEX ha programado una retrospectiva de la video danza en Colombia y una muestra de trabajos internacionales, además de una conferencia y un laboratorio sobre el tema.
La programación la complementa una muestra de video de Medellín, con la que año a año este evento pretende hacer el inventario completo de lo realizado en esta ciudad. Así mismo, un curso de apreciación de video arte y experimental, y una retrospectiva de Santiago Echeverry, pionero del video arte en Colombia y uno de los más reconocidos investigadores y creadores de los nuevos medios, no solo en el ámbito nacional sino también internacional.
El viejo y el nazi
Oswaldo Osorio
Los nazis ocultos en América Latina, por lo general, han dado para algunos interesantes thrillers en el cine, sobre todo argentinos y brasileños. Esta película uruguaya usa este tema para proponer otro tipo de historia, la de un viejo judío que se empecina en cazar a un nazi que supuestamente vive en una playa cercana.
Entonces la propuesta narrativa y de puesta en escena de esta película, más que un thriller, está cerca de ese cine de personajes y de tono realista que ha sido en el que se ha destacado el cine del Cono Sur en los últimos tiempos, y al que Uruguay ha aportado significativos títulos como 25 watts, Whisky, Acné, Gigante, Tanta agua, entre otros.
Si bien la caza del nazi carga con el peso argumental, el énfasis del relato está en la relación del protagonista con su familia y, sobre todo, en las recientes dificultades por su condición de viejo. Así que, sin perder de vista el conflicto del nazi (que por momentos parece infundado), el conflicto real está en su lucha por conservar su libertad frente a los cuidados y dudas de su familia, así como en mantener una dignidad y lucidez que la vejez parece empezar a arrebatarle.
De manera que el relato permanentemente se está balanceando entre estos dos asuntos. De un lado, la historia del nazi, un poco ligera e inverosímil y muy en tono de comedia seria y absurda; y del otro, las serias adversidades existenciales del viejo. El problema es que el filme no se decide por lo uno ni por lo otro y la inconsistencia de género (pues no cuaja como drama ni como comedia) termina por desconcertar y hacer perder el interés en lo uno o lo otro.
Igual ocurre con otro componente importante del relato: el escudero que consigue el viejo para llevar a cabo su misión. Un personaje muy llamativo y emotivo, pero igual de ambiguo que la trama y el protagonista, pues al tiempo que está cargado de una jocosidad y un carácter casi caricaturesco que le quita peso, también arrastra un fuerte conflicto por su condición de fracasado y abandonado por su familia.
Habría que cuestionar, entonces, si el éxito que ha tenido esta película en su país y en parte de Latinoamérica, sea a causa de, justamente, ese término medio en que se ubica su propuesta entre, por una parte, la comedia ligera y un poco absurda y, por otra parte, un drama que reflexiona sobre la vejez, las relaciones familiares y las expectativas en la vida. El caso es que, al menos en la lógica de la construcción argumental, narrativa y de género, esa combinación solo puede ser asumida como errática e inconsistente, cuando no como complaciente con la amplitud de un público que puede pescar de un lado y del otro.
Rompecabezas con exceso de piezas
Oswaldo Osorio
El thriller parece no dársele bien al cine latinoamericano. Con esfuerzo se pueden citar un grupo no muy numeroso de películas que han estado a la altura del género más constante y recurrido de la historia del cine. Por lo general se antojan demasiado simples y predecibles o, justo por evitar eso, tan complicados que se hacen ininteligibles, cuando no es que naufragan en el intento por combinar equilibradamente la identidad regional con los esquemas del género en Hollywood.
A esta condición podría sumársele otra que resulta cuando se trata de coproducciones de cine de género (la película está hecha entre Colombia y Perú), pues son productos pensados con unas intenciones comerciales más ambiciosas, películas que abarcan un público mayor, idealmente latinoamericano, pero al menos de los dos o tres países participantes. Esto casi siempre ha determinado que estas historias queden en un limbo dramático y representacional entre la falta de una identidad concreta y los gruesos esquemas y estereotipos propios del cine de género (eso sin mencionar la disparidad de acentos).
El elefante desaparecido (2014) encaja en esta descripción, eso a despecho de la expectativa que se tenía con Javier Fuentes-León, cuya anterior película, Contracorriente (2009), es uno de los mejores filmes que se han hecho en los últimos años en el cine latino. En este nuevo filme está también ese pulso firme para la puesta en escena (atmósferas e interpretaciones principalmente), pero forzado a las reglas del cine de género, por lo cual se antojan artificiales sus personajes y situaciones.
Pero todo esto parte de un guion que está cargado de artificios, con recursos harto transitados en los thrillers, como la idea del rompecabezas, del otro yo, la incertidumbre entre realidad y ficción o las pistas que van llegando a la manera de una carrera de observaciones (tipo Seven o Ángeles y demonios). Y si bien estos son elementos comunes en el género, el problema es que aquí están todos juntos, dándose estrujones unos con otros y confundiendo al espectador, pero no en el sentido habitual del thriller, de crear falsas pistas y suspenso, sino que es una desorientación en la lógica en que funcionan las cosas.
Se trata de la historia de un escritor que, mientras busca a su esposa desaparecida, quiere matar al personaje que lo ha hecho famoso. Los dos conflictos están unidos por esos recursos antes mencionados pero de forma complicada y a veces ininteligible, razón por la cual el espectador casi siempre está desentendido de lo que ocurre en la pantalla y por eso poca o ninguna empatía siente por su protagonista. Solo al final participan al espectador en la trama y el misterio dándole una rápida y poco satisfactoria explicación de lo sucedido, pero para entonces, el público ya ha abandonado la historia, aunque siga sentado en la butaca.
El amor impreciso
Oswaldo Osorio
En ese panorama del cine colombiano definido como una cinematografía de regiones, la Costa Caribe ha tenido un significativo protagonismo y, en los últimos años, ha demostrado una revitalización y el dinamismo perdido desde hace un par de décadas. Esta película hace parte de ese inconfundible paisaje visual y cultural que siempre ha sido marca de identidad de este cine, pero también busca variables a ese imaginario y ponerse al día con ciertos estilos y tendencias de la cinematografía mundial.
Este es el tercer largometraje del director Roberto Flores Prieto, cuya carrera empezó con Heridas (2008), una valiente película que, por primera vez en el cine nacional, aborda el espinoso tema del paramilitarismo sin guardarse nada, por lo cual terminó marginada de casi todos los circuitos de exhibición (Ahora se puede encontrar en la colección Colombia de película). En 2013 realiza Cazando luciérnagas, la historia de un solitario velador de unas salinas planteada en clave de relato contemplativo y reflexivo.
En Ruido rosa (2015) hay algo de esta narración contemplativa, aunque sin el estatismo de la anterior (que lo tenía porque era un imperativo del personaje y su contexto). Y no lo tiene por tratarse de la historia de amor de una pareja de viejos y complementada por algunas subtramas. Es un amor crepuscular, que nace en una calurosa y a la vez lluviosa Barranquilla, entre un técnico de electrodomésticos y la mucama de un hotel venido a menos. Una historia que se inscribe dentro de un esquema recurrente: el encuentro de dos soledades.
Pero no por recurrente es menos eficaz y revelador, aunque no tanto emotivo o expresivo, esto a razón del tono que escoge el director para construir sus personajes, plantear la puesta en escena y desarrollar el ritmo del relato. Es decir, si bien la pareja y su naciente historia de amor se presenta como un elemento sólido y atractivo en términos argumentales y dramáticos, la decisión de elaborar el relato a partir de largos planos que dan cuenta de su soledad y sus dudas, así como el laconismo de los protagonistas, terminan por dibujar un filme distante en lo emocional y cerebral en su concepción.
Tampoco quiere decir que estas características sean un problema, pero definitivamente sí son determinantes para que cada espectador se conecte o no con la trama y sus personajes. Además, aquí es donde aplica esas mencionadas variables de lo que en el imaginario es el cine costeño: cambia el parloteo de sus gentes por la reflexiva parquedad de esta pareja, el feliz paisaje marino por una urbe marginal pero muy fotogénica y el soleado ambiente de siempre por lo que tiene de poético la lluvia.
En este contexto y con tal tono narrativo, se va descubriendo ante el espectador este par de personajes aislados y silenciados por sus años y sus respectivos oficios, y se va descubriendo también el nacimiento de una historia de amor llena de desencuentros e imprecisiones, ya a causa de las circunstancias o de las dudas e inseguridades que cada uno lleva consigo. Es una historia de amor ambigua para el espectador, en tanto resulta tierna y esperanzadora, pero al mismo tiempo incómoda e impedida de una siempre anhelada plenitud.
Esta historia y sus personajes son complementados por una concepción visual que también, por esas variables mencionadas, resulta estimulante y novedosa, incluso yendo más allá: placentera estéticamente. Ese aislamiento, el laconismo, los desencuentros y su condición cercana a la marginalidad, tienen su contrapunto visual en la rica composición de los planos y los colores (como los de un Edward Hopper caribeño) que embellecen y poetizan esos personajes solitarios y meditabundos en medio de unos espacios cuidadosamente ambientados.
Y no es que sea una fría e intelectual cinta (que algo tiene de esto), sino que es una película que se atreve a cambiar unos códigos con que ya teníamos estereotipada una cinematografía. Porque momentos emotivos y profundidad y humanismo en sus personajes sí hay, pero es necesario adaptarse a su ritmo y su mirada, no acosarla ni pedirle lo que no quiere dar.