Vivo en el limbo, de Dago García

La música como destino

Oswaldo Osorio


El cineasta que está tras las películas más taquilleras de Colombia y quien tiene la filmografía más amplia del cine nacional, llega con una película con la que intenta ubicarse en un punto medio entre los dos tipos de cine que lo han caracterizado: por un lado, aquel que apela a temáticas populares para conectar con el gran público, y por otro, un cine más elaborado y serio, alejado de los facilismos de la comedia.

Si bien generalmente funge como productor y guionista (lo cual, sin duda, lo convierte en un autor, por el universo, temáticas y estilo reconocibles), solo se aventura a dirigir algunas de sus películas, sobre todo las que no son comedias. En este caso le apuntó a un drama semi biográfico del fallecido compositor y cantante de vallenatos Kaleth Morales. La película advierte que no es una historia fiel a la realidad, sino inspirada en ella, lo cual es la primera decisión que se decanta por conseguir el beneplácito del público, antes que meterse con anticlimáticas tragedias.

Se trata de la historia de Efraín Molina, un cantante que, como Kaleth Morales, creció en una familia de músicos y desde niño se inició en el vallenato, aunque terminó sus estudios de medicina a la par que cultivaba su pasión por la música. La película hace de esta tensión entre las dos vocaciones uno de los constantes conflictos del relato y, de cierta forma, dimensiona al personaje más allá del simple esquema de éxito ascendente de un artista .

Así mismo, el director se decide por concentrar más la historia en la relación del músico con su familia, sobre todo con su padre, pero también con su madre, su “tío” y su esposa. En este sentido, si bien el relato gana en complejidad en la construcción de los personajes y sus motivaciones, también es cierto que cae en ciertos esquemas del melodrama de los que se reciente por su cercanía con probables talantes televisivos. Aunque no necesariamente se puede ver esto como defecto, pues es sabido que el melodrama es un recurso muy eficaz en el contacto con el público, de manera que su uso debió ser cosciente e intencional.

Sin embargo, hay dos recursos que no son muy afortunados en la construcción de la narración y la puesta en escena, y que le pasan factura al acabado general del filme. De un lado, el personaje del Tío Mincho como narrador de la historia frente a la cámara, que funciona muy irregularmente, pues por momentos consigue el tono del narrador oral de la cultura Caribe, pero en otros, resulta forzado y retórico, cuando no facilista en función del relato; de otro lado, con el uso de actores naturales para interpretar a los personajes también consigue unos inconsistentes resultados, afectándose la dramaturgia de muchos pasajes de la película.

De todas formas, es una película consecuente con la obra de este importante cineasta nacional, quien hace un significativo aporte al necesario cine industrial colombiano. En general, se puede decir que ese punto medio funciona, pues hace un filme atractivo para el gran público, por su personaje y su temática, pero también se arriesga a probar con otros esquemas distintos a las comedias populistas.

Sueño de invierno, de Nury Bilge Ceylan

El enfriamiento de las relaciones

Oswaldo Osorio


Es difícil descifrar por qué no aburre una película de más de tres horas de duración y prácticamente solo compuesta por diálogos. Apenas hay cuatro personajes centrales y unas cuantas locaciones circunscritas a un mismo entorno, un hotel en la Anatolia central. No hay sucesos extraordinarios sino que, al contrario, son las actividades de la vida cotidiana que, incluso, se van amilanando a medida que se intensifica el invierno. Un probable inventario para el tedio, pero al cabo de los 196 minutos, uno no siente tal cosa.

Claro que tampoco se siente, en principio, que fuera necesario todo ese tiempo para construir la personalidad del protagonista y establecer sus relaciones con los otros personajes. Luego es posible recapitular y hacer balance de esas largas conversaciones, sus temas, la naturalidad e intensidad que consigue su director en esos encuentros íntimos o intelectuales que se dan por medio de las palabras, y con esas ideas esenciales en el orden de lo moral y emocional que se ponen en juego en cada uno de estos encuentros.

Aydin es un actor retirado y dueño de un acogedor hotel literalmente empotrado en una montaña. Vive con su hermana y su joven esposa, mientras publica columnas para un periódico local y trata de escribir la historia del teatro en Turquía. Casi todo el tiempo es quien está frente a la cámara y, de entrada, parece un hombre justo, sabio y noble en su relación con los demás. Sin embargo, pareciera que el principal objetivo del filme sea ponernos dudar, sino de estas cualidades, al menos de la relatividad con que se pueden dar en las personas y ante los ojos de los demás.

En este sentido, lo que se hace más evidente es cómo la autoridad moral y corrección política con que se nos presenta Aydin empieza a ponerse en entredicho y comienza a deteriorarse a medida que avanzan esos largos diálogos con su esposa, su hermana y el Imán. Cuestiones como la posición ante la maldad, el sentido de la caridad, las diferencias de clase, el deber ser en el contexto religioso o la validez de una producción intelectual acomodada y tibia, son algunos de los tópicos que, sin poses intelectuales ni cargados parlamentos, se ventilan en medio de una conversación y con una taza de té en la mano.

Si se asiste a Sueño de invierno (Winter Sleep, 2014) con la disposición de ver un relato de tres horas y solo diálogos, se podrá disfrutar en ella un impresionante buen sentido de la puesta en escena, donde todos sus elementos se dan con soltura, fuerza dramática y, sin parecer pretensiosa, con unas significativas ideas en discusión. Además, una puesta en escena en medio de ese frío entorno, pero “arropada” por un singular hotel que funge como acogedora caverna, un espacio que termina por complementar este relato intimista e inteligente.

Cinéfagos.net, 10 años de mucho cine

Celebramos con nuevo diseño y nuevas secciones


El cine es como la vida y comer cine es alimentarse de ella. Cinéfagos.net ha estado alimentando la cinefagia de sus lectores desde hace ya una década. Un sitio dedicado principalmente a la crítica de cine y especialmente interesado en el cine colombiano, pero también con un amplio contenido complementado con artículos y ensayos, entrevistas, cuentos de cine, cómics, documentos históricos y textos sobre artes electrónicas. El sitio fue creado por el crítico de cine e investigador Oswaldo Osorio, y en él están publicados todos sus textos y producción académica (alrededor de 700 textos).

La página cuenta también con un boletín de crítica de cine semanal que reciben casi 10 mil suscriptores y del que ya van más de 450 ediciones. Además, se encuentra en Facebook: /cinefagos.net y Twitter: @cinefagosne, redes desde donde desarrolla contenidos adicionales de mayor actualidad. Así mismo, la marca Cinéfagos.nettiene un blog en el portal del periódico El Colombiano (www.elcolombiano.com/blogs/cinefagos), en el cual próximamente estarán publicados los textos producidos en laEscuela de crítica de cine, otra iniciativa de Cinéfagos.net.

Para estos diez años  el sitio trae grandes cambios, los cuales fueron posibles con el apoyo de la Beca de realización de publicaciones artísticas periódicas otorgada por el Municipio de Medellín. Entre los cambios está un nuevo, más rico y versátil diseño, así como la inclusión de tres nuevas secciones: una dedicada a la actualidad noticiosa del cine nacional e internacional; otra llamada Cuadro a cuadro, en la que, por medio de un cómic de una viñeta, el cinéfilo Íñigo Montoya hará comentarios sobre el arte y la industria cinematográfica; y un video blog, que inicia en el mes de septiembre, titulado Pregúntale a Íñigo, en el que este estudioso del cine responderá diversas inquietudes sobre toda clase de cinefagias.

Antes del fuego, de Laura Mora

En un oscuro país

Oswaldo Osorio


El cine nacional siempre ha estado en deuda con la historia de Colombia. Muy pocas películas hay sobre episodios, personajes y procesos históricos. En parte puede ser por las dificultades y costos de las producciones de época, pero también hay como una falta de compromiso con el pasado y su memoria, con el papel que puede desempeñar el cine cuestionando ese pasado y manteniendo presentes asuntos que nadie nunca debería olvidar.

Ni siquiera existe una película que hable directamente sobre la más significativa fecha de la historia nacional: el 9 de abril de 1948 (hay dos películas que la usan como excusa para contar otras historias: Confesión a Laura y Roa). Es por eso que hay que celebrar un filme que llega a hablar sobre otra de esas grandes fechas y acontecimientos, aunque sea treinta años después: la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19 en noviembre de 1985.

La trama empieza unos días antes de la toma, con el asesinato de un periodista que investigaba un oscuro entramado que parecía conducirlo a prefigurar el fatídico acontecimiento. La investigación es retomada por su compañero, un escéptico y tenaz periodista, y por su nueva asistente. Juntos tratarán de encontrar la verdad y las nefastas fuerzas que hay detrás de lo que parece ser un complot de grandes proporciones.

De manera que la película está contada en clave de thriller, en el que una compleja maraña de pistas, personajes y amenazas sobre los protagonistas definen su argumento. En medio de esa trama, compuesta por un buen número de secuencias de acción y otros bien logrados momentos de suspenso, aflora una relación afectivo sexual entre la pareja de periodistas, que tal vez es lo único predecible y prescindible del filme.

No es posible pensar que esta película va por fin a revelar lo que verdaderamente ocurrió en la toma, pues se trata de un acontecimiento realmente complejo y aun con muchos misterios por resolver. Pero lo que sí hace es descartar de plano la idea de que el único responsable de los hechos fue el M-19 e insiste más en la teoría de una conspiración, en la que estuvieron involucrados por igual políticos, militares, guerrilleros y el narcotráfico. También apunta sobre los posibles móviles de dicha conspiración y pone en evidencia la corrupción y los siniestros intereses que movían los hilos del poder de un oscuro país en una época todavía más oscura.

Se trata entonces de un thriller político contado con buen pulso, intensidad y verosimilitud. Una película que apunta a un momento importante de la historia nacional, y no lo hace solo para usufructuarse de sus posibilidades argumentales y dramáticas, sino que cuestiona, reflexiona y acusa. Todo con la intención de contribuir a preservar la memoria, pero una memoria no solo para no olvidar, sino también para hacer unas preguntas pertinentes sobre nuestro pasado y sus responsables, así como por lo que en el presente todavía pervive de toda esa oscuridad.

Misión imposible y el cine de acción

Oswaldo Osorio

Buena parte de la industria del cine actual está soportada en el cine de acción. Sin embargo, era un género que hace treinta años no existía, pues la “acción” era solo una complementaria parte de otros géneros como el thriller, la ciencia ficción o las aventuras. Pero con Rambo, Terminator y Duro de matar se establecieron las bases del género que ahora es casi inseparable de otros tan actuales como las películas de súper héroes, que es el otro gran rubro de la industria de hoy.

La característica esencial de este cine es que la acción es un fin y no un medio, es decir, todo tiende a supeditarse a este componente (incluso los otros géneros), por eso la mayoría son películas de usar y tirar, sin ningún valor cinematográfico más allá del entretenimiento. De ahí que en estos productos (que resulta más preciso llamarlos así) desfilan impunemente personajes estereotipados, argumentos insustanciales y situaciones forzadas y hasta inverosímiles.

No obstante, hay algunas películas que se esfuerzan por salirse de este esquema y, sin dejar de lado la acción como un componente esencial, elaboran con inteligencia y solidez los demás elementos del relato cinematográfico. Este es el caso, que no tanto de la franquicia, pero sí de esta última entrega de Misión imposible: Nación secreta (2015), la quinta luego de casi veinte años de haberse estrenado la primera, y aún así supo, no solo mantener el interés, sino hasta renovarse sobre su propio esquema.

Esta renovación corre por cuenta, incluso, de sacrificar un poco la acción misma. Si bien hay algunas buenas secuencias de acción, el énfasis está puesto en la trama de espionaje y en la construcción y confrontación entre los personajes. Esta vez Ethan Hunt no es tanto el héroe que todo lo sabe y todo lo puede, sino que está lleno de limitaciones y hasta debilidades. Mientras el villano fue concebido con gran sutileza y verosimilitud, además como la contra perfecta: otro espía, pero más inteligente y sin escrúpulos. Y esta confrontación fue finamente aderezada con la inclusión de un personaje femenino que funge como heroína y villana alternadamente.

De hecho, el núcleo de la franquicia, esa gran secuencia milimétricamente planificada y soportada en el uso de la tecnología en la que ejecutan  una “misión imposible”, fue un poco desestimada, tanto en su elaboración como en su resultado. Es decir, sus realizadores tuvieron la audacia de contrariar ese elemento que ha definido su propio esquema desde la misma serie televisiva, que estuvo al aire entre 1966 y 1973.

Además, hablando desde el componente industrial del cine, no cabe duda de que una de las personas más importantes de las últimas dos décadas es Tom Cruise, la última gran estrella de Hollywood a la manera clásica. Como productor y héroe incombustible del cine de acción ha sabido sacar adelante lo impensable: que luego de una quinta entrega de una saga de acción uno quiera ver más.

La tierra y la sombra, de César Acevedo

Las cenizas del campo

Oswaldo Osorio


En el cine colombiano del conflicto y la violencia casi no existen películas que hablen de estos temas por fuera de los actores armados. Esto a pesar de que, desde el punto de vista social y económico, el conflicto y la violencia pueden ser tan arbitrarios y devastadores como lo han sido la guerrilla, los paramilitares o la delincuencia. Esta película elabora un fresco de ese tipo de problemática social, y lo hace apelando a un relato íntimo y sugerente que propone su propia mirada, tanto visual como narrativamente.

El regreso de un viejo devela la situación de la familia que hace años dejó atrás. Una situación crítica, tanto en lo familiar como en lo socio-económico. Su hijo está enfermo y su nuera y su esposa trabajan en los campos de caña bajo difíciles condiciones contractuales. La película avanza lento en descubrir las motivaciones y la difícil situación de los protagonistas, mientras la familia se está desmoronando, al tiempo que los grandes sembrados de caña se comen el paisaje y ya no queda nada de lo que era antes.

Es un relato con un particular distanciamiento, tanto el que pueda tener el espectador hacia los personajes como entre ellos mismos. Si bien hay una suerte de cercanía y amor entre estos personajes, está planteada con una fría emotividad. Ese distanciamiento y esa suerte de frialdad le da un tono pesaroso y de pérdida que funciona muy bien con los dos conflictos que desarrolla este filme, tanto el de adentro de la casa como el de afuera de los sembrados de caña.

Ese conflicto de adentro no solo es por la grave enfermedad de quien es padre, hijo y esposo, que ya es suficiente dramático, sino que hay una consternación de más hondas raíces, que se incrustan en esa tierra que antes era de los campesinos, cuando el paisaje no estaba uniformado por la caña y luego sometido por esa ceniza que parece una plaga bíblica. Es un conflicto que trasciende la vida de un hombre y se remonta a lo que significa tener tierra y una casa para los campesinos.

De otro lado, también es una denuncia de las condiciones de trabajo en las haciendas de caña: arbitrarias, mal pagadas y sin derechos. Además de la forma como los nuevos dueños arrasaron las tierras de los campesinos, sin importarles ese paisaje y su tradición, sino la productividad. Este conflicto y su exposición son un poco más simples y obvios, pero no por eso es menos contundente y dramático.

Es una película visualmente cuidada, que sabe aprovechar la amplitud del paisaje, de esos grandes sembrados con planos amplios y bien compuestos. Solo se acerca para mirar los rostros maltratados por el trabajo o afligidos por las desventuras. Aunque en la casa hay otro paisaje visual, el de la pesadumbre de la muerte cercana, de la pérdida que se avecina y el mal vivir que resulta de su situación. Entre este paisaje interno y el otro externo se teje una historia de dolor y silenciosa violencia.

Entrevista a Fátima Toledo, preparadora de actores

Por Diego González Cruz

Fátima Toledo, la más importante preparadora de actores que existe en la actualidad, llega puntual a la cita programada a las once de la mañana en Ibraco, Instituto de Cultura Brasil Colombia. Lleva un saco negro, unas gafas de sol que cuelgan del cuello de su camiseta y una mirada inquieta que va y viene por toda la habitación, escudriñando cada gesto y movimiento de quienes estamos allí presentes. “Gracias a mi gusto por observar a las personas fue que nació mi método de preparación de actores”, asegura Fátima en esta entrevista.

Su carrera comenzó con Pixote, de Héctor Babenco; luego continuó con Estación Central, de Walter Salles, y a continuación siguió con más de una docena de películas. Sin embargo, su nombre solo se hizo conocido en todo el mundo cuando entrenó el grupo de actores de Ciudad de Dios, película con la que Fernando Meirelles se catapultó a la fama y obtuvo cuatro nominaciones al Oscar. Tanto es el fervor que despierta Fátima entre estudiantes de cine, directores, actores y amantes del cine y la actuación en general que, a donde llega, el público se aglomera rápidamente para escucharla, como si se tratara de un ser tocado por la magia de la interpretación que en cualquier momento fuera a develar algún secreto acerca de su oficio. Secretos que no dudó en compartir en esta entrevista.

Gracias a que Héctor Babenco la llamó para que entrenara los actores de Pixote, usted empezó su carrera como preparadora de actores. ¿Cómo fue esta primera experiencia que marcó en adelante su camino como preparadora de actores?

Trabajar en Pixote fue una experiencia muy enriquecedora porque yo nunca había trabajado preparando actores. Es más, en Brasil, en aquella época, ni siquiera existía la profesión de preparador de actores. Un día Babenco me vio dando clases de teatro en la “Febem”, “Fundação Estadual para o Bem Estar do Menor”, y me dijo: “Te quiero para mi película”. Le dije que nunca había trabajado en cine. Pero a él no le importo y me contrató como la preparadora de actores de Pixote. Fue una experiencia muy bonita pero muy difícil, porque en aquellos días en Brasil las personas no estaban familiarizadas  a ver actores naturales en el cine.

Para usted, ¿cuál es el principal problema o limitación que presenta un actor natural?

La resistencia a sentir y  a mostrar sus emociones frente a los demás. Muchos actores no profesionales sienten vergüenza de mostrar sus emociones.

Y en el caso de un actor profesional. ¿Cuál cree usted que es su mayor limitación?

La vanidad. Muchos actores profesionales piensan que se las saben todas. Tanto que cuando están compartiendo escena con actores naturales suelen sentirse por encima de ellos.  Otro problema que tienen los actores profesionales, cuando son muy famosos, es la resistencia. Los actores famosos cuidan mucho de su imagen y temen que durante los ejercicios de preparación nosotros miremos en su interior y descubramos cosas que ellos no quieren develar de sí mismos, porque temen que esto lo sepa el público. El actor profesional suele cuidar mucho de su imagen. Sin embargo, mi trabajo consiste en derrumbar estas máscaras.

Tengo entendido que en sus ejercicios de preparación actoral usted primero busca liberar al actor de los bloqueos que le impiden expresarse. Y ya luego trabaja para que ellos desarrollen sus habilidades histriónicas. ¿En qué consisten estos ejercicios de preparación con los actores previos al rodaje?

Creé un método de preparación de actores que solo yo enseñó en mi escuela. Es un método que nació de mi manera de observar la vida y que se compone de varios ejercicios. Lo primero es trabajar sobre las personas para que se muestren y se rebelen a sí mismas. ¿Con quien estoy? ¿Cómo es esta persona? ¿Cómo es su primer movimiento? ¿Es una persona agresiva o tranquila? Son las preguntas que me planteo en esta primera fase. En este punto me dedico a estudiar sus movimientos iniciales y su gestualidad y, a través de  estas observaciones, me doy  cuenta de qué tan cerca está la persona del universo de la película. Si la persona es muy agresiva y esta agresividad no va para nada con su personaje, entonces trabajo para controlar su agresividad y ya después empezar a trabajar el universo de la película. Por eso lo más importante para mí es la persona, después el personaje. En estos ejercicios no necesito saber nada acerca de sus vidas, pero si necesito saber qué sienten, qué piensan y qué los motiva.

Continuar leyendo

La saga Terminator

Vieja pero no obsoleta

Oswaldo Osorio


Terminator es una de las mejores y más completas sagas de la historia del cine: Definió (junto con Rambo y Duro de matar) los parámetros del cine de acción hace treinta años, también es un relato de ciencia ficción, desarrolla una historia de viajes en el tiempo, explota el complejo tema del hombre contra la máquina y adicionalmente reflexiona sobre él, estuvo a la vanguardia de los efectos especiales, ya tiene cinco entregas y una serie televisiva (The Sarah Connor Chronicles, 2008), es una saga de culto y un ícono de la cultura popular.

Terminator (1984) y Terminator 2: El juicio final (1991), ambas escritas y dirigidas por James Cameron, siguen siendo las mejor valoradas y  fueron muy influyentes para el cine de su tiempo. Incluso Terminator 2 es una de esas raras ocasiones en que una segunda parte supera a la primera. Y esto no solo es porque con ella Cameron empezó a demostrar lo importante que sería su aporte para la industria del cine, sobre todo en el área de los efectos especiales, sino por las antológicas secuencias de acción que consiguió, las cuales tienen un peso equivalente a la construcción de una historia y unos personajes sólidos y complejos.

La presencia de Arnold Schwarzenegger es un componente importante de su éxito y del carisma del personaje del exterminador, a tal punto que ha funcionado tanto como héroe y como villano. Solo en Terminator: La salvation (McGg, 2009) aparece apenas en una escena (debido a que por esta época eras el gobernador de California), pero en las demás es el centro del relato, en especial cuando se le quiere conferir alguna esencia humana, lo cual sucede en Terminator 2, en la que un John Connor adolescente trata de hacerle entender ciertos atributos del espíritu humano; o en Terminator: Genesis (Alan Taylor, 2015), cuando literalmente asume el papel de un padre, un padre viejo (pero no obsoleto), con canas y protector, por supuesto.

Esta última entrega es al mismo tiempo una precuela, porque ubica su trama antes de lo sucedido en la primera película; una secuela, pues le da continuidad a la línea argumental que ha construido la saga; pero también un reboot, en la medida en que propone un reinicio de la historia. Para hacer esto plantea un argumento que, sin forzar la lógica definida por el universo de la saga, reúne a los cuatro principales personajes de la franquicia. Además, aprovecha de manera ingeniosa los juegos y paradojas de los viajes temporales, y también actualiza el sentido de la confrontación entre hombre y máquina, en cuanto ya el riesgo tiene que ver con la dependencia a la conectividad a través de la tecnología que adquieren las personas del mundo contemporáneo.

Es cierto que la saga ha tenido sus bemoles, como Terminator 3: La rebelión de las máquinas (Jonathan Mostow, 2003), por unanimidad la menos apreciada de todas; así como la cuarta entrega, que tiene tantos defensores como detractores, pero el caso es que se trata de uno de los grandes relatos del cine de todos los tiempos y de la cultura popular actual, iniciada además por un visionario de la industria y, por eso, seguramente con más vidas que un T-1000.

El juicio de Viviane Amsalem, de Ronit y Shlomi Elkabetz

La mujer invisible

Oswaldo Osorio


Cuando se dice que el cine puede ser una ventana al mundo, esa expresión no se refiere tanto al aspecto turístico (lo cual hace muy bien ahora la televisión), sino que se refiere a unas esferas más cercanas que el paisaje o exóticas costumbres. El buen cine, en su compromiso con la verdad, la realidad y el humanismo, nos puede revelar lo más íntimo y profundo de una sociedad, para lo cual solo puede necesitar unos cuantos personajes y una habitación, como sucede en esta película.

Este filme israelí, que es escrito, codirigido y protagonizado por Ronit Elkabetz, cuenta una historia tan simple que uno en principio no entiende qué importancia puede tener eso: una mujer pide el divorcio y su esposo se lo niega. El juicio para dirimir esta situación tarda dos horas en la pantalla y varios años en la historia. Todo esto sin salir del estrado judicial.

Entonces el relato somete al espectador a un reiterativo y desesperante proceso que inicialmente parece muy estéril, pero a medida que avanza la kafkiana situación, atollada en lo que parece solo un tecnicismo jurídico y burocracia procedimental, se empieza a develar la intricada construcción de la sociedad israelí y la religión por la que se rige.

Cuando queda claro que una mujer no puede divorciarse sin el consentimiento del esposo, porque es una ley judía (en un país donde no hay matrimonio civil), es cuando se empieza a dimensionar los alcances de esta sociedad patriarcal y la condición de la mujer, arrinconada por los preceptos religiosos y su desventaja en cuanto a derechos civiles y morales frente al hombre.

Los testigos que van desfilando por el estrado amplían la información sobre las sutiles y complejas relaciones y condicionamientos de esta sociedad: La impuesta sumisión de la mujer ante el hombre, las férreas reglas morales, la gran inferencia de la religión en la vida civil y cotidiana, el deseo de imponer la tradición judía representada en la conservación de la familia aún a costa de la infelicidad individual, y la complicidad de los jueces (que son rabinos) en desatender esas voces que suplican ser liberadas de ese sometimiento.

Viviane es una mujer invisible, tanto ante su esposo en el plano cotidiano y afectivo (razón por la que se quiere divorciar), como ante las leyes del judaísmo, impuestas por hombres y aplicadas por hombres. Aún así la película no es del todo pesimista o desesperanzadora (como tantas que se han visto desde la perspectiva islámica, por ejemplo), pues de ella se destaca la voluntad y determinación de esta mujer, tan inamovible como la ley que combate.

La fuerza e integridad de Viviane Amsalem, firmemente comprometida por conseguir su libertad, es lo que sostiene la atención del espectador en un filme completamente árido argumental y visualmente, pero imponente en ese conflicto que va intensificándose, así como revelador por la ventana que nos abre a lo más íntimo y complejo de esa sociedad en particular.